Una cita a ciegas, un flechazo y una presentación en Disneyland Paris: la boda de Carla Bruni y Nicolas Sarkozy

Un mes después de divorciarse de su esposa y en una cita a ciegas organizada por un amigo común Sarkozy conoció a Carla Bruni. Menos de seis meses después se estaban casando. Así fue su historia de amor.
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En una historia que parecía arrancada del guion de una película, hasta el comienzo fue cinematográfico. ¿Qué es sino una cita a ciegas? Ocurrió el 13 de noviembre de 2007. El empresario publicitario Jacques Séguéla preparó una cena íntima para distraer a nada menos que a Nicolas Sarzoky, reciente presidente de la república francesa. A la hora de confeccionar la lista de invitados no olvidó avisar a la exmodelo y cantante Carla Bruni. “Me dijo que Sarkozy estaría allí también”, contaría Carla en declaraciones recogidas en el libro Nicolas Sarkozy and Carla Bruni: The True Story, de Valérie Bénaïm. “Tenía mucha curiosidad, pero cuando llegué, me di cuenta de que era una cita a ciegas. Éramos ocho invitados. Tres parejas y ahí estábamos nosotros, ambos solteros”.

No hay duda de que Séguéla tenía ojo como casamentero. Lo que ocurrió durante aquella cena sería descrito por todos los presentes como un coup de foudre, amor a primera vista. “Vi la conexión en el momento en el que se conocieron. Fue eléctrico”, contaría su Celestina Séguéla. “El amor a primera vista es un milagro. Es totalmente sincero, profundo, inesperado y brutal”. Otro de los invitados, el intelectual y exministro de educación Luc Ferry, explicaría: “Muy pronto vimos que Nicolas solo tenía ojos para la mujer sentada a su derecha. Incluso le dio la espalda a la esposa de Séguéla. A menudo el pelo de Carla rozaba el hombro del Presidente. Él solo hablaba para ella”. La propia Carla lo describiría así: “Fue inmediato. No esperaba que él fuese tan divertido y vital. Su aspecto, su encanto y su inteligencia me sedujeron”.

Carla y Nicolas pasaron toda la noche hablando entre ellos, embelesados el uno con el otro. Eran las dos de la mañana cuando la reunión ya languidecía y llegaba la hora de retirarse. Ella le preguntó si tenía coche, lo que suscitó las sonrisas cómplices de los implicados. Por supuesto que Nicolas Sarkozy tenía coche en el que llevar a Carla: la limusina presidencial, con chófer y escolta. Séguéla contaría después que aquella noche la situación no pasó a mayores entre ambos porque al poco rato Carla le llamó por teléfono desde su casa para cotillear y lamentarse de que le había dado su teléfono a Nicolas y él todavía no lo había usado (habían debido transcurrir cinco minutos desde la despedida). “En realidad, Nicolás llamó un poco más tarde esa misma noche”, contaría ella después. Quedaron en verse a la noche siguiente en casa de ella. Séguéla pudo dormir tranquilo sabiendo que en el caso de que su afianzada trayectoria como publicista se truncase, podría fundar con éxito una agencia matrimonial.

Lo cierto es que la cena había sido montada con toda la intención. El presidente de la República acababa de divorciarse, y se daba una situación insólita: un hombre soltero en el Elíseo y poco contento con su situación. Si bien las aventuras de los presidentes de Francia formaban parte ya de su leyenda particular y solían citarse como ejemplo de la forma de entender las vidas privada y públicas en la sociedad francesa, no parecía muy recomendable ni acorde con los tiempos que Sarkozy mantuviese una vida de liaisons tan agitada como la que habían tenido Giscard d'Estaing, Chirac o Mitterrand, aunque él estuviese divorciado y ellos casados. ¿Iba a ser capaz de compaginar una vida sentimental de salir y conocer mujeres con las responsabilidades y limitaciones del cargo? Lo lógico sería pensar que habría demasiada presión, intereses en conflicto y acusaciones de frivolidad, sobre todo porque Sarkozy venía ya de protagonizar un culebrón a tiempo real, en el que además no había salido bien parado.

Por mucho que se separasen facetas de la vida, el comentario era demasiado fácil y obvio para que sus oponentes lo dejasen escapar: ¿cómo va a gobernar un país un hombre que no es capaz de mantener a su esposa a su lado? En mayo de 2007 Sarkozy había ganado las elecciones, y en septiembre, su esposa Cécilia había anunciado que le abandonaba por otro hombre. El asunto venía ya de lejos, empezando por el modo insólito en el que se habían conocido. Sarkozy vio por primera vez a Cécilia mientras oficiaba su boda… con un marido que no era él. Fue el 10 de agosto del 84. La joven Cécilia Ciganer-Albeniz (era bisnieta del compositor español Isaac Albéniz y, por tanto, prima lejana de Alberto Ruiz Gallardón) se casaba con el presentador de televisión Jacques Martin –“el hombre más conocido de Francia”–, 24 años mayor que ella, en Neuilly-sur-Seine. El alcalde del lugar, Nicolas Sarkozy, celebró la boda. Según algunos medios, “se enamoró de la novia a primera vista”, que además estaba embarazadísima. El 22 de agosto nació su primera hija, Judith Martin, cuyo padrino fue precisamente Sarkozy. En el 87 le siguió Jeanne-Marie. Cécilia había sido modelo para Schiaparelli, había estudiado piano y prefería tener una activa vida profesional como relaciones públicas a la faceta de madre y esposa que su marido, Jacques Martin, hubiera deseado para ella. Por su parte, Sarkozy, el alcalde de la ciudad, llevaba dos años casado con Marie Dominique Culioli, la que será madre de sus hijos Pierre y Jean. Los matrimonios se hicieron amigos, tanto que incluso empezaron a pasar las vacaciones juntos. El inicio de la relación adúltera entre Nicolas y Cécilia no está claro. Algunos defienden que el amor de él empezó desde el primer día que la vio, otros que el romance empezó en el 86, cuando comenzaron a pasar tiempo juntos, pero lo cierto es que en el 88, durante un viaje de esquí, Marie Dominique, ya sospechando algo, fue a buscar a su marido al chalet en el que estaba Cécilia. Llamó a la puerta, y tras un largo rato de espera, Cécilia le abrió un tanto turbada. En el interior, había una ventana abierta y huellas frescas en la nieve. No era difícil deducir qué estaba pasando. Los matrimonios se rompieron; Martin quedó devastado, y en otoño de ese año Cécilia y Nicolás se fueron a vivir juntos. La boda no llegó hasta el año 96, cuando Marie Dominique, que era católica, por fin le concedió el divorcio a su ex. Un año después tuvieron a su hijo, Louis.

Cecilia y Nicolas Sarkozy el 14 de julio de 2004.

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El nuevo matrimonio Sarkózy estuvo salpicado por acusaciones de infidelidades mutuas –incluida una de él con Claude la hija de su antiguo mentor Jacques Chirac– y por el cansancio que provocaba la ambición política de Nicolas, cada vez mayor. De acalde había pasado a ser ministro y parecía obvio que su carrera iba encaminada a ser el candidato del partido conservador. Ella no tenía ningunas ganas de ser la primera dama de Francia. “No encajo en el molde”, había declarado. En mayo de 2005 estalló el escándalo: Cécilia había dejado a su marido por el influyente publicista Richard Attias, que residía en Nueva York, mientras que su marido mantenía una relación con la periodista de Figaro Anne Fulda. Cécilia diría años después en sus memorias Une envie de vérité que el interés de la prensa había sido un obstáculo en su matrimonio, impidiéndoles funcionar como una pareja con vida privada. El caso es que el mismo Sarkozy había empleado su vida familiar como herramienta de propaganda política, con programas de televisión en los que abría su casa y presentaba a Cécilia –atractiva, inteligente, fotogénica– como un activo personal e incluso mostrando al pequeño Louis en la pieza de propaganda electoral en la que el niño exclamaba “buena suerte, papá”. Cuando París Match publicó las fotos que probaban que existía una relación entre Cécilia y Attias, levantaron un acuerdo no escrito en la prensa francesa de no hablar de asuntos familiares de los políticos. “Mi familia, como muchas, atraviesa dificultades”, diría Sarkozy, añadiendo románticamente, “más de veinte años después de conocernos, pronunciar el nombre de Cécilia todavía me conmueve”.

Pese a que Cécilia se había ido a Nueva York con Attias, el vínculo no se rompía. Según Valérie Bénaïm, Nicolas le enviaba mensajes prometiéndole cambiar y haciéndole promesas románticas. Se ve que la estrategia funcionó porque Anne Fulda desapareció de la escena sentimental en la primavera de 2006 y tras unas agitadas idas y vueltas –volver con Cécilia, romper de nuevo, volver con Anne, romper otra vez– Cécilia regresó a Francia a tiempo para la disputada campaña presidencial en la que Sarkozy competiría con la socialista Ségolène Royal. Algunos críticos adujeron que la cegaba la ambición por el poder –poder de la esposa de un presidente que recordemos, en Francia es prácticamente inexistente–, aunque su presencia durante la campaña fue errática: tan pronto acompañaba a su marido y protagonizaba fotografías y titulares como desaparecía durante semanas. Subyacía la idea de que Cécilia era demasiado independiente y no quería sacrificar su vida personal ni su trayectoria por la de su marido. Se dijo que ni siquiera había votado por él en la segunda vuelta de las elecciones. Cuando finalmente ganó en mayo de 2007, el recién etiquetado como presidente bling bling por su estilo un tanto exhibicionista no contaba a su lado con una esposa comprometida con su éxito. No apareció en los Campos Elíseos durante su discurso inaugural, a la vez que existían presiones para que le diese más responsabilidades, y cuando las tenía –como cuando se encargó de la misión secreta de negociar con Gafafi por la liberación de unas enfermeras búlgaras–, las críticas eran voraces. “Me di cuenta de que ya no estaba en mi lugar”, escribiría ella. “Toda mi educación me empujaba a quedarme, pero la exposición a los medios nos presionó mucho. Quería una vida más discreta. Marcharme fue la decisión más difícil de mi vida”.

“No me imaginaba anunciando a los franceses mi divorcio recién elegido presidente”, contaría él en su libro de memorias Passions. “Mi mujer deseaba otra vida. Yo acababa de ser elegido. El divorcio era la única salida razonable. Decir que en aquella época la actitud de Cécilia me sorprendió es poco. No lo vi venir. No lo entendí”. Era el primer presidente que se divorciaba durante su mandato, y su esposa además le dejaba de nuevo por Richard Attias, con quien acabaría casándose. La opinión pública francesa estaba al pil pil porque al mismo tiempo también se separaban Ségolène y Francois Hollande, que habían competido por el puesto de candidato socialista que obtuvo ella. Al final fue él quien llegaría a ser presidente, protagonizando su propio embrollo amoroso jugoso y agitado con su siguiente esposa, Valérie Trierweiler, y su amante Julie Gayet. Pero esa es otra historia.

Todos los biógrafos de Sarkozy están de acuerdo en que es un hombre “romántico” al que “no le gusta estar solo”. Tuvo suerte, porque no lo estaría mucho tiempo. Apenas un mes después del anuncio del divorcio, Séguéla montaba su cena y Carla y él caían en un embrujo mutuo. A la mañana siguiente, en una pausa de su jornada laboral, Sarkozy llamó a Luc Ferry, que había estado presente en la cena y conocía bien a Carla porque habían sido amantes, para preguntarle cómo era ella. “No te equivoques. Es muy fiel a sus valores”, respondió él. Y la verdad es que había mucho, muchísimo que contar.

Sarkozy era el presidente del país, pero Carla también era famosa, rica, bella y culta. Pertenecía a una selecta familia de Turín vinculada a los Agnelli. Su padre era el hijo del fundador de la fábrica de neumáticos CEAT, además de compositor de música clásica, y su madre pintora. A medio camino entre la aristocracia y la bohemia, estaban lejos de la alta burguesía convencional a la que en realidad pertenecían: cuando Carla tenía 28 años, su padre, Alberto Bruni Tedeschi, en el lecho de muerte, le confesó que en realidad no era su hija biológica. Sus padres, que llevaban juntos toda la vida, habían tenido un matrimonio abierto y durante varios años su madre, Marisa, mantuvo un romance con un joven músico 13 años menor que ella, Maurizio Remmert. Fue de él de quién se quedó embarazada, pero optaron por no decir nada y criar a Carla como hija de Alberto. Para añadir más sal y pimienta al asunto, Marisa había tenido también un affaire con Giorgio Remmert, el padre de Maurizio. Cuando Carla expresó su shock por la noticia, Marisa le respondió: “No te quejes, tienes dos padres, cada uno mejor que el otro”.

Carla todavía era una niña cuando sus padres se mudaron a París para huir de los secuestros y amenazas de las brigadas rojas, durante los años de plomo italianos. Aunque en principio solo iban a trasladarse por dos años, acabaron quedándose en el país toda la vida. Carla creció allí junto a sus hermanos Virgilio y Valeria (futura directora de cine), y cuando alcanzó la adolescencia lo hizo de un modo tan espectacular en altura y belleza, que se convirtió en una de las más famosas modelos de su época, con fama de culta y buena lectora además –para marcar las fronteras con el resto, como si el ser iletradas se diese por supuesto–. También de las más perseguidas por la prensa por su agitada vida sentimental. En una de sus canciones, Carla había hablado de sus “40 amantes”, lo que le había valido apelativos como “seductora”, “tigresa” o “devora hombres”, tan elogiosos como envenenados. “No es que haya tenido muchos amantes”, diría ella. “Es que nunca los he escondido. Es algo diferente. No me arrepiento ni un solo día”.

En sus comienzos en las pasarelas fue fotografiada junto al príncipe Dimitri de Yugoslavia, pero fue su romance con el músico Eric Clapton el que hizo que su nombre empezara a sonar con más fuerza, sobre todo por el final de la relación. Clapton se enamoró de la veinteañera Bruni cuando apareció la competencia en lontananza: Mick Jagger, que se encontraba en ese momento con la gira del disco de los Rolling Stones Steel Wheels. Carla le había dicho que Eric que era fan del grupo, con lo que él movió sus hilos para acercarse a verlos a uno de sus conciertos en Wembley, en julio de 1990. Cuando se encontraron en el backstage, suplicó en un aparte a su amigo: “Mick, por favor, esta vez no. Creo que estoy enamorado”.

No sirvió de nada. Enseguida Bruni y Jagger empezaron un romance que dejó a Eric Clapton en la cuneta y a Jerry Hall rabiosa. En ese momento Jerry y el cantante tenían ya dos hijos, Elizabeth y James; ella deseaba casarse y le perdonaba a Mick sus continuas infidelidades, porque de puertas al mundo, seguían juntos. Lo hizo también esta vez, y pronto se quedó embarazada de nuevo. Pero Mick y Carla siguieron viéndose de forma clandestina en lugares paradisíacos como el chateau francés del artista o la isla de Phuket (a donde Mick voló al día siguiente del nacimiento de su tercera hija con Jerry, Georgia May, en el 92). Según el biógrafo de Jagger, Philip Norman, Jerry Hall se dedicó a marcar su territorio a través de entrevistas en las que proclamaba su dicha familiar y lo activa que era su vida sexual con su marido. Cuando en un trabajo esporádico, retomando su pasada carrera de modelo, se encontró con su rival, le gritó “¿Por qué no dejas en paz a mi hombre?”, “en una sala llena de diseñadores y periodistas de moda entre quienes no se permitía mayor manifestación emotiva que un beso al aire”, escribe Norman. “Pues dile que me deje en paz a mí”, respondió Carla, también a voces”.

Tardaron en dejarse en paz del todo. Volvieron a verse en el 97, cuando él aún seguía casado con Jerry Hall pero según Norman estaba obsesionado con su relación clandestina con Angelina Jolie, que acababa de protagonizar el videoclip de los Stones Anybody seen my baby? Según parece, en esta ocasión era él el que la perseguía a ella, la esquiva recién llegada a estrella, aunque no dejó pasar la oportunidad de reencontrase con Carla. Según el biógrafo de la modelo, Marc Dolisi, contaba a Telva: “Carla nunca habla de su liaison con Jagger, no le gusta admitir que mantuvieron una relación larga y tormentosa en la que era él el que decidía cuándo retomarla y cuándo interrumpirla. A Carla le costó mucho superar esa ruptura, y no lo olvidó completamente hasta que apareció Nicolas Sarkozy en su vida”. Sin embargo, en una entrevista para Vanity Fair, Carla afirmaba sin problemas ser todavía amiga no solo de Mick Jagger, sino incluso de varias de sus ex, entre ellas su admirada Marianne Faithfull y la (ya fallecida) diseñadora L’Wren Scott. “No de Jerry Hall”, aclaraba.

Para entonces, a Carla se la había vinculado ya con el magnate Donald Trump –en una maniobra impulsada por el propio Trump para lucirse y poner celosa a su amante Marla Maples, según contamos aquí– y con el actor Kevin Costner. Se dijo que la relación de la estrella con la también modelo Elle McPherson se había tambaleado con la aparición de la italiana, pero ella siempre declaró que esto había sido un rumor sin fundamento. Sí fueron reales sus líos con los actores Vincent Pérez y Charles Berling y el político Laurent Fabius, que había sido – oh là là– primer ministro de Francia. “Flirteaba mucho más cuando era una chica joven y realmente lo disfrutaba. Era una seductora pero no solo con los hombres; intentaba seducir al piano, la lámpara, lo que fuera. Es una actitud ante la vida”, explicaría ella. Según Marc Dolisi, el lema de Carla es un práctico “No me enamoro del que no se enamora de mí”.

Carla Bruni y Vincent Perez en el festival de Cannes de 1994.

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Carla pasó a ser no solo una modelo, sino una artista popular cuando dejó las pasarelas a los 29 años. Lo de ser modelo solo lo había considerado un trabajo (muy) alimenticio hasta que pudiese dedicarse a su auténtica pasión, la música. En el 99 sacó un álbum como compostiora y cantante en colaboración con Julien Clerc. Si j'étais elle vendió más de 250.000 ejemplares, pero el auténtico bombazo llegó en 2002 con Quelqu’un m’a dit, producido con la ayuda de Louis Bertignac, del grupo Téléphone, su ex. El disco vendió más de dos millones de copias, le granjeó el premio a la artista femenina del año y la canción que le daba nombre se hizo tan popular que hasta fue usada en los anuncios de Nescafé. En ese mismo disco había una canción llamada Raphaël, obviamente dedicada a su pareja de entonces, Raphaël Enthoven, con la que había protagonizado una historia capaz de escandalizar a los franceses más abiertos y libertinos.

“Rafael parece un ángel/Pero es un diablo del amor” susurraba Carla en su tema. A Raphaël Carla le había conocido por el poco ortodoxo método de salir con su padre. En el año 2000 el editor Jean Paul Enthoven, de 51 años, y Carla, de 32, comenzaron a salir. Al poco tiempo fueron invitados a visitar el riad La Zahia, en Marrachech, que pertenecía al consuegro de Jean Paul, el famoso filósofo Bernard Henry Lévy (que por cierto, salió un tiempo con Kim Cattrall, Samantha de Sexo en Nueva York). Dos años antes, en el 98, Henry Lévy y su esposa la actriz Arielle Dombasle lo habían adquirido para restaurarlo y convertirlo en un enclave privilegiado en la medina de la ciudad. Allí acudieron Carla y Jean Paul y también el hijo de éste, el también filósofo Raphaël Enhthoven junto a su esposa, Justine Lévy, que era hija de Bernard Henry. La leyenda dice que Raphaël y Carla se enamoraron de forma tan intensa que les fueron infieles a sus parejas sin importarles que uno de ellos fuese el padre de Raphaël. “Bruni lo niega rotundamente”, escribe Maureen Orth en Vanity Fair. “Afirma que solo había cenado con el anciano Enthoven "cinco o seis veces". Él había hecho arreglos para que la invitaran a pasar el Año Nuevo del 2000 en la casa de Bernard-Henri Lévy en Marruecos, pero ella dice que llamó con anticipación para asegurarse de que tendría su propia habitación. Cuando regresaron a París, dice, ella y Jean-Paul Enthoven nunca volvieron a salir. "Nunca me acosté con él, ni siquiera un minuto". No fue hasta abril de 2000, dice, que se encontró con Raphaël en su bicicleta en el Boulevard Saint-Germain y él le dijo que se iba a divorciar”.

Fuese como fuese el timing de la historia, el resultado fue dramático. Justine Lévy sufrió una depresión, intentó suicidarse y acabó escribiendo su versión de lo sucedido en una novela en clave, Nada serio, publicada en 2004. En ella es fácil identificar quién era la inspiración del personaje de Paula, una “mantis religiosa” de “sonrisa de Terminator” “con una cara rehecha en el quirófano”. Carla, por su parte, creía que la novela la había escrito en realidad Bernard Henri Lévy, el padre de Justine, y que su ex Jean-Paul Enthoven también estaba implicado. Mientras, Raphaël y ella vivían felices y tuvieron un hijo, Aurélien, en 2001. Felices hasta que dejaron de serlo. Raphaël se enamoró de otra filósofa, y en mayo de 2007 rompió con Carla pillándola por sorpresa. “Vivíamos de forma muy libre, sin compromiso”, contaría ella, que “odió” la idea de la ruptura. “Nos estamos volviendo como una pareja de amigos”, argumentó él. “¿Qué sentido tiene? Somos demasiado jóvenes para vivir así”.

Tras la ruptura, Jean Paul y Raphaël, que habían retomado relaciones, escribieron un libro juntos que resultó ser para morbo y deleite del público, el Diccionario amoroso de Proust, que publicaron en 2014. Los nombres de esta familia han vuelto a la actualidad recientemente porque en el otoño de 2020 Raphaël publicó una novela con un marcado tono autobiográfico en la que arremetía contra sus familiares, padre por supuesto incluido. “Estoy estupefacto porque mi hijo Raphaël, que eduqué y adoré, eligiese escribir una novela tan transparente e indecente”, comentaba Jean Paul en una jugosa entrevista concedida al diario La nación (su última pareja es argentina). “No es la virtud literaria del libro que hizo que tuviera repercusión. Lamento que mi hijo Raphaël, que es un muchacho excepcionalmente inteligente, haya recurrido a este efecto mediático. No hablo con él ahora y no lo voy a hacer por mucho tiempo. En general las crisis de adolescencia tienen lugar en la adolescencia: que quiera matar a su padre en la adolescencia es formador, pero que espere a cumplir 45 años para hacerlo me parece ridículo. Creo que hay un tiempo para cada cosa. Cuando Raphaël me quitó la novia, eso ya fue un parricidio. No veo la necesidad de hacer otro veinte años más tarde… Voy a ser muy simple: Carla Bruni cruzó mi vida muy brevemente, no voy a fingir que no sucedió lo que sucedió, pero a partir de ahí construyó una historia de amor con mi hijo. Esto pasa en la literatura, es un mito muy conocido, son cosas que suceden… No digo que las apruebo. Si pudiese volver a empezar, haría todo lo posible para no cruzarme en el camino de Carla Bruni. Pero sucede que una tarde unos amigos nos invitaron a comer a un restaurante y algo pasó… Y ese algo tuvo consecuencias de las que seguimos hablando veinticinco años más tarde. Es loco”.

Para entonces, la Carla que ambos habían conocido tenía un status muy distinto. Después de que Raphaël la dejase, se la vinculó con el actor Guillaume Canet, y entonces, en noviembre de 2007, llegó la cita a ciegas con Nicolas Sarkozy.

Una semana después de conocerse y tras varias citas en el lujoso piso de ella, él la invitó a sus dependencias privadas en el Elíseo. Los acontecimientos iban a toda velocidad y la prensa empezaba a sospechar que algo estaba ocurriendo. Con la intención de menoscabar la relación o humillar a Carla, aparecieron algunas de las numerosas fotos desnuda que se había hecho en el pasado. Ella misma se encargó de sentar a su reciente pareja ante el ordenador y decirle: “Está bien, ahora tengo que mostrártelas, porque posé desnuda. Pero nunca hice fotografías sexys. Debes saber que esto va a salir a la luz”. La respuesta de Sarkozy fue “¡Oh, me gusta esta! ¿Puedo tener una copia impresa?”. Desde luego, entre sus virtudes estaba la de no ser celoso. En el mismo día de trabajo, el presidente podía tener dos encuentros laborales con dos ex amantes de Carla: Denis Olivennes, jefe de la FNAC, y el abogado y activista Arno Klarsfeld. El mundo, por lo visto, es muy pequeño.

Sarkozy estaba tan convencido de que lo suyo era algo serio que para diciembre decidieron confirmar al mundo su relación, en un escenario sorprendente para dejarse fotografiar juntos por primera vez: Disneyland París, Eurodisney. En compañía de sus hijos respectivos y de la madre de Carla, pasaron un día y una noche en el parque, en un esfuerzo por dar una imagen casual y familiar, alejada de esnobismos. La reacción del mundo fue de sorpresa, deleite y cinismo. Que el presidente de la República Francesa, recién divorciado, encontrase el amor junto a una exmodelo y cantante recién separada también tan célebre como Carla parecía a la vez demasiado bueno y demasiado malo para ser verdad. Además, en un primer vistazo, no parecían tener mucho en común. Carla era de izquierdas desde siempre, y Nicolas conservador. Ella misma dijo que no había votado en las elecciones de 2007, pero que de haberlo hecho, habría votado por Ségolène Royal. Sarkozy era un fan confeso de Johnny Halliday, pero fuera de ahí no parecía tener mucho más interés en la música. ¿Iba ella a abandonar su vida libre y bohemia para asumir las responsabilidades e ingratitudes de ser la esposa de un político de primer nivel? Carla, además, había declarado “Soy monógama de cuando en cuando pero prefiero la poligamia o la poliandria”. Por no mencionar la disparidad de atractivos, que hizo que muchos confirmasen la teoría de la erótica del poder.

Pero ambos lo tenían muy claro. “Carla no sería jamás mi amante porque yo quería que fuese mi esposa”, escribe Nicolas en sus memorias. “En el Elíseo no puede haber lugar para una compañera, una novia, una prometida. No es solo una cuestión de tradición, de burguesía, de machismo mal digerido. Es simplemente amar, respetar y proteger todo lo que amamos”. Cuando Sarkozy le pidió matrimonio a las pocas semanas de conocerse, ella “tuvo la amabilidad de no tomarme como un loco”. La pareja pasó las navidades en Egipto y Jordania. La boda, íntima y sin presencia de medios, llegó el 2 de febrero de 2008. Después celebraron una pequeña fiesta en el restaurante La Lanterne. Para tratarse de dos personas con semejante proyección pública, fue todo muy privado, y solo de forma reciente hemos podido ver una fotografía de ambos firmando el acta matrimonial.

Carla Bruni y Nicolas Sarkozy en su primer viaje, a Egipto.

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Carla pasó a instalarse en el Elíseo, en lo conocido como “el ala de Madame”, y el mundo se dedicó a contemplar entre fascinado, divertido y escéptico el desarrollo de aquella pareja meteórica. Resultó funcionar a la perfección. Catherine Nay, biógrafa del presidente, la define como la anti-Cécilia. "En su viaje a Sudáfrica, la vi sonreír más en 24 horas de lo que vi sonreír a Cécilia en 15 años”. El responsable de su encuentro, Jacques Séguéla les aplaudía así: “Hace que el presidente sea más deseable, más moderno. Francia necesita modernidad, talento, inteligencia. Es como Jack y Jackie. Como Rainiero y Grace Kelly. ¡Una nueva pareja mundial!”.

En sus viajes oficiales y encuentros con Angela Merkel, la reina de Inglaterra o el magnatario de turno, Bruni acaparaba los flashes y las miradas. Cuando su marido y ella visitaron España en abril de 2009 y se encontraron con la entonces princesa Letizia, la foto vino dada: ambas mujeres llevaban vestidos ceñidos similares, una en azul y otra morado. Su imagen subiendo las escaleras de Zarzuela de tal modo que se les marcaba el culo fue tan icono instantáneo –“la derrière”, titulaba su artículo dedicado al tema Josep Sandoval– que luego fue hasta portada de un libro sobre la identidad femenina contemporánea, aunque en realidad ninguna de ellas estaba en esa situación por algo más que por sus matrimonios. Y aunque ese día Carla sí vestía unos tacones vertiginosos, lo más habitual es que llevase zapatos planos para ponerse a la altura de su marido, mucho más bajo que ella. Como parecía lógico, Carla también aparcó su vocación para acompañar a su marido, y aunque publicó su cuarto disco Comme si de rien n'était en 2008, los beneficios fueron para una fundación benéfica. En el campo humanitario, se implicó sobre todo en la lucha contra el sida, de cuyas complicaciones había fallecido su hermano Virginio en 2006.

Doña Letizia y Carla Bruni en la imagen que pasó a la historia.

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La estampa de armonía familiar se completó con el nacimiento de una niña, Giulia, venida al mundo en la clínica de la Muette en 2011. Carla se obstinó en defender la privacidad del bebé y en evitar que fuese fotografiado por la prensa, donde por otro lado no dejaban de circular rumores sobre su relación. Se dijo que ella le había puesto los cuernos con el también cantante Benjamin Biolay y que Sarkozy lo había hecho con la ministra Chantal Jouanno, pero Carla lo negó enérgicamente, igual que Biolay. Tampoco podía decirse que su posición hubiese hecho de Carla una presencia inane o una entrevistada poco interesante. Todavía como primera dama, se manifestaba sobre su pasado amoroso sin una gota de vergüenza, más bien al contrario, con orgullo de su biografía, y no escatimaba loas hacia su marido: “Tiene cinco o seis cerebros y todos están muy bien lubricados. Lo compruebo cada día. He evitado a los idiotas toda mi vida; no son mi tipo. Pero él es muy, muy rápido y tienen una memoria asombrosa y prodigiosa. No se olvida de nada”. Marc Dolisi concuerda: “Me atrevo a afirmar que Sarkozy es el gran amor de Carlita, que es como él la ha llamado siempre. El ex presidente le ha dado estabilidad y le ha ayudado a cerrar las heridas de su pasado. No pueden ocultar la química que existe entre ellos, están enamorados, se divierten juntos, les gusta estar en casa y él es muy consciente de lo que supuso para Carlita haber tenido que dejar la música, por razones de imagen y de seguridad, mientras duró su cargo de presidente de Francia”. En efecto, Sarkozy fue derrotado por Hollande (el exmarido de la mujer a la que él había derrotado cinco años atrás) en 2012, se trasladó a vivir a casa de su esposa, y desde entonces ocupa un lugar secundario, pero no porque no haya intentado regresar a la primera línea de batalla. Se postuló como candidato de su partido en 2016 pero quedó en tercer lugar en las primarias. Con diferentes acusaciones de corrupción a sus espaldas, la izquierdista Carla se mantiene a su lado y no duda en hacer declaraciones rotundas sobre su felicidad: “Mi marido me sigue atrayendo. El sexo con él también es fantástico”, afirmaba en una entrevista con The Times. Y, sobre sus años en el Elíseo, confesaba: “No echo de menos aquel tiempo en absoluto. Fue extraordinario, una gran experiencia, pero como todos los momentos extraordinarios, tenía que acabar”. La imagen positiva de Carla ha beneficiado a Nicolas, y la parte negativa de él no ha enturbiado la presencia de ella. Sigue escribiendo canciones y dando conciertos mientras Sarkozy vuelve a la palestra por ser juzgado por corrupción y tráfico de influencias. Entre las acusaciones está haber recibido financiación ilegal para su campaña de 2007 por parte del dictador libio Gadafi. Sin duda, una fecha clave para ambos. “El año 2007 fue rico en acontecimientos para mí”, escribía Sarkozy en sus memorias. “Fui elegido presidente de la República. Me divorcié. Conocí a Carla. Todo eso en menos de seis meses. Puede decirse que fue el año decisivo de mi existencia. Todavía hoy, a veces nos preguntamos, Carla y yo, por qué hemos tenido tanta suerte”.