Caliwood, Cali a través del cine: un recorrido que ya no existe

En Cali hubo un movimiento cultural que, con el cine como estandarte, revolucionó la ciudad: sexo, drogas, rock and roll y salsa; Andrés Caicedo, Luis Ospina y Carlos Mayolo.
Barrio en Cali Colombia
Carlos Mauricio Iriarte / Getty

Lo primero al llegar a Cali, Colombia, es acostumbrarse al ruido. Tanto tráfico, tantas motos y las busetas, tan endemoniadas, conforman un paisaje sonoro que te dejará un poco aturdido. La gran migración de ñus del Serengueti es una fila de preescolar bien organizada en comparación con un cruce cualquiera de Cali-calabozo, como gustaba de llamarla Andrés Caicedo, uno de nuestros protagonistas. 

Ver fotos: los mejores nuevos hoteles de América del Sur

En algunos trayectos en taxi o en autobús tendrás que estar atento a los baches, más grandes y misteriosos que el Amazonas. Y si paseas por ciertas zonas durante la noche –“dando papaya”, dicen aquí, o dando la oportunidad, diríamos nosotros– te librarás del agobio de contestar wasaps hasta que consigas un teléfono nuevo. 

Instagram content

This content can also be viewed on the site it originates from.

Una vez tomadas las debidas precauciones para movernos por esta ciudad, Cali es un lugar de cine: empecemos un recorrido que ya no existe.

Caliwood o el Grupo de Cali fue, como cabe imaginarse, un nombre dado a un grupo de jóvenes caleños que hacían cine –entre otras cosas– y que pusieron patas arriba la ciudad en la década de los 70s. “El país se derrumba y nosotros de rumba” es una de sus frases de aquellos años, y una de las que mejor representan a este grupo que se gestó entre sexo, drogas y rock and roll. Y salsa, por supuesto.

Andrés Caicedo fue el máximo exponente de la generación, se suicidó con 25 años (en 1977): “a partir de los 25 años la vida empieza a repetirse”, decía, advertía, el escritor de “¡Que viva la música!”, novela que convirtió a Cali en un personaje literario y a él mismo en un mito caleño. 

Luis Ospina, del que Caicedo decía: “es la única persona que conozco que ha visto más cine que yo”, fue el más longevo (2019) y se encargó de dejarnos un autorretrato audiovisual del Grupo de Cali, un documental de tres hermosas horas y media: “Todo comenzó por el fin” (2015). 

Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina (2015).RTVC

Carlos Mayolo, según dicen, el más entregado al hedonismo tropical hasta el último de sus días (2007), fue también actor –y estrella– en muchas de las películas y cortometrajes del Grupo de Cali. Ospina decía: “Caicedo es un genio, Mayolo es genial”. Caicedo, Ospina y Mayolo son la santísima trinidad de esta generación.

CALIWOOD: CALI ARQUEOLÓGICO

Antes de recorrer las calles de Cali, como un arqueólogo inocente, buscando los restos de la generación Caliwood, visito a uno de los supervivientes en su casa a las afueras de la ciudad. Eduardo “la rata” Carvajal fue el fotógrafo de Caliwood. Fue el que hizo las famosos fotos a Andrés Caicedo –que ahora son su imagen más icónica– una mañana soleada de sábado frente a las puertas del cineclub. El que grabó decenas de horas de material detrás de cámaras. El que fue memoria audiovisual del Grupo de Cali. 

Me enseña fotos de rodajes: “este, viajó”, “este, también viajó”, “ese, también viajó”, dice entre risas y solemnidad mientras señala en la pantalla a todos los que ya han muerto. “La rata” es de los pocos que siguen vivos, de los pocos que, como él dice, no han viajado todavía. Mientras cuenta anécdotas de esos años tan salvajes, tomamos café y escuchamos bugalú. “Pasábamos varios días de rumba, y en cualquier momento Andrés se ponía a escribir. Se sentaba en la mesa, del salón o la cocina, y empezaba a teclear, rapidísimo: clac-clac-clac-clac. Por eso le empezamos a llamar Pepe metralla”.

Neón del Teatro San Fernando, Cali, Colombia.Alcaldía de Cali

Con las pistas que me ha dado “la rata” empiezo a buscar los lugares donde el Grupo de Cali se convirtió en mito. Me acerco al edificio que, en su día, acogió el famoso cineclub. El teatro San Fernando, cerca del estadio del América de Cali, en la calle quinta con carrera 34, ya no reúne hippies e intelectuales frente a la pantalla. Hitchcock, Bergman y Buñuel han perdido su panteón. 

El sitio donde Andrés Caicedo, junto a Luis Ospina y otros compañeros, proyectaba películas cada sábado, y repartía folletos con sus reseñas y críticas de cine, ahora es una iglesia, una iglesia evangélica. Padre, Hijo y Espíritu Santo han reemplazado a Caicedo, Ospina y Mayolo. A la salsa, el perico y la Olivetti. De aquellos años solo queda el cartel, en lo alto del edificio.

RUMBO A CIUDAD SOLAR

Sigo la ruta que no existe calle quinta arriba, hacia el norte, hacia Ciudad Solar: la comuna hippie en la que vivieron algunos de ellos. Cali es tropical y 32 grados transpiran mi guayabera. Cali-calentura abrasa. Las ciudades grandes, tropicales y alejadas del mar no se explican bien. Este calor no se entiende entre avenidas y tráfico.

Con un jugo de tres frutas llego a la puerta de lo que fue Ciudad Solar, en pleno centro histórico de Cali: el lugar donde casi todo empezó. En Ciudad Solar hacían fiestas, cine, tertulias, fotografía. En Ciudad Solar vivió Caicedo. En Ciudad Solar, en los primeros años de los 70s –todo llega un poco más tarde acá–, se vivió mayo del 68 y todo lo que eso suponía. En Ciudad solar se juntaban viajeros, pintores, cineastas, escritores, fotógrafos.

Andrés Caicedo en el cineclub, Cali, Colombia.Eduardo Carvajal / Cedida a Condé Nast Traveler

Ciudad Solar es un edificio de dos alturas, con paredes blancas y ventanales grandes de madera. La fachada no está muy cuidada, parece un edificio medio abandonado. La calle está desierta y la puerta de la casa abierta. Entro a Ciudad Solar pidiendo permiso al aire: “Hola, ¿hay alguien?”. Entro a Ciudad Solar emocionado, como un madridista al Bernabéu. 

El interior está en obras y en silencio. En medio de la casa hay una apertura por donde pasa el sol –quizá de ahí venga el nombre– que deja ver la segunda planta. Ahora sí salen los dueños: “Ha hecho bien entrando”, me dicen Alicia y Lisímaco, “una puerta abierta es una invitación a entrar”.

Las puertas, vigas, pilares son de madera; el suelo, de baldosas con mosaicos. La segunda planta está a punto de caerse, no se puede subir. Desde abajo se ve la habitación donde vivió Caicedo y la habitación donde “la rata” montó el cuarto oscuro para revelar fotografías. De lo que fue Ciudad Solar solo queda el nombre, además de muchos recuerdos. Alicia y Lisímaco quieren montar una casa cultural, de momento no hay plata. Me despido. Salgo a buscar la siguiente parada de un recorrido que ya no existe.

LOS TURCOS, SER Y NO SER

El restaurante Los Turcos, de comida libanesa, es uno de los más antiguos de Cali, abierto desde 1960. En él se reunían políticos, escritores, intelectuales, estudiantes de Univalle (la universidad pública más grande de Cali) y también, por supuesto, la generación Caliwood. Ospina, Mayolo, Caicedo y compañía pasaron muchas horas de tertulia en este restaurante (incluso se dice que Caicedo estuvo en Los Turcos la mañana antes de suicidarse).

Carteles "La Linterna", en el Barrio de San Antonio, Cali, Colombia.Nano Calvo / Alamy Stock Photo

La especialidad de la casa, que seguro disfrutaron durante sus largas conversaciones, es el jugo de mandarina (puro jugo: sin agua, sin leche, sin azúcar) que ahora descansa sobre mi mesa. Víctor Hugo, el camarero, que lleva cuarenta años trabajando aquí, me recomienda la bandeja árabe: quibde frito, arroz con pollo y almendras, cafta encebollada, tabbule, indios mixtos y pan árabe. 

Con el estómago lleno y feliz –realmente estaba delicioso– espero el café, para llevar (“indio comido, indio ido”, me dijo una compañera el otro día nada más terminar de comer). El local es amplio, cómodo, luminoso. Me imagino al Grupo de Cali alrededor de una de estas mesas fumando, bebiendo, discutiendo sobre películas, libros y revoluciones. Casi puedo verlos, escucharlos. 

Pero no, este no es el lugar. Víctor Hugo me despierta de la ensoñación: “hace nueve años el restaurante se mudó”, el original estaba a unas pocas cuadras. Misma comida, misma bebida, mismo ambiente, mismo –y genial– camarero, pero no, este lugar, exactamente, tampoco existe. El recuerdo de Caliwood es borroso.

CORDIKI Y QUE VIVA LA MÚSICA

Camino hasta el edificio Cordiki, al comienzo de la avenida sexta, donde Andrés Caicedo se mató tomando sesenta pastillas de seconal el día que recibió la primera edición de su novela ¡Que viva la música!. Cordiki es un edificio alto, azul y, aparentemente, abandonado; no se puede entrar.

Balada para niños muertos, Jorge Navas (2020).Desert Hotel Films

Caicedo nunca supo cómo enfrentarse a los avatares diarios, y así lo reflejó en numerosa correspondencia que ha sido publicada recientemente, también en fragmentos de sus guiones, en “Cali-calabozo” escribe: “Sí, odio todo esto, todo eso, todo. Y lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprender a amar. ¿Me entienden? Lo odio, porque no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada… a nada, a nadie, ¡sin excepción!”.

En el documental Balada para niños muertos, acerca de la obra de Caicedo, de Jorge Navas, otro buenísimo director caleño, Luis Ospina dice que “Caicedo es el Kurt Cobain de la literatura colombiana”. Pienso en Caicedo y Cobain mientras miro hacia las ventanas del primer piso, busco el apartamento 101, en el que se supone que vivió Caicedo. Dicen que su madre fue la primera en llegar, que le movió del escritorio a la cama, le cerró los ojos, le acaricio el pelo y le habló hasta que llegó la ambulancia. 

“Mamacita”, empieza la carta que Caicedo envió a su madre en 1975 en un primer intento de suicidio (dos años antes de matarse), “un día tú me prometiste que cualquier cosa que yo hiciera tú la comprenderías y me darías la razón. Por favor, trata de entender mi muerte”. No hay nada alrededor del edificio que recuerde a Caicedo; ni un mural, ni una firma, ni una chapa.

¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo.Ed. Debolsillo

PARQUE DE VERSALLES: RUMBA Y LICOR

Continúo la ruta por la avenida sexta, una avenida muy caicediana, en dirección al Parque de Versalles. En muchos de sus textos aparecía esta avenida, muy frecuentada en los 70s, ahora sigue siendo un lugar de rumba, baile y licor. Cada pocos metros hay un bar, un restaurante, una discoteca. La avenida sexta aguanta el paso del tiempo.

Desde el edificio Cordiki hasta el Parque Versalles, donde María, la protagonista de Que viva la música, sale a rumbear en las primeras páginas, hay apenas diez minutos a pie. Por las calles perpendiculares que alimentan la avenida sexta se deja ver el cerro de las Tres Cruces, una montaña que preside Cali con tres cruces enormes encima. 

“En Cali se pusieron tres cruces en lo alto del cerro para que no entrase el diablo, el problema es que el diablo ya estaba dentro y no pudo salir”, este fragmento del documental Cali: de película (1973), de Ospina y Mayolo podría explicar la sensación que sentía Caicedo en esta ciudad, en su Cali-calabozo.

Instagram content

This content can also be viewed on the site it originates from.

Salsa, rock, Héctor Lavoe, Rolling Stones, cine, perico, soledad, ficción, marginalidad, violencia; el retrato de una ciudad que devoró a Caicedo. Qué fina es la línea entre el refugio y la cárcel, debió pensar muchas noches. 

Aunque la mayoría de los lugares donde Caicedo y el Grupo de Cali se convirtieron en mito ya no existan, aún se puede recorrer la ciudad a través de lo que fueron, de lo que dejaron escrito y grabado. Al final del día, Cali es Caicedo, Caicedo es Cali. Cali-cedo, propongo, de ahora en adelante.

Ver más artículos

SUSCRÍBETE AQUÍ a nuestra newsletter y recibe todas las novedades de Condé Nast Traveler #YoSoyTraveler