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Además de construir 40 nuevos colegios, otros, como el Minuto María, de Ciudad Bolívar, fueron demolidos. En su reemplazo han aparecido nuevas edificaciones diseñadas por los mejores arquitectos del país

Bogotá

Buena nota

Gigantesco pero poco conocido, el programa de colegios de la Alcaldía Garzón ha hecho enormes avances en la educación pública de la capital.

7 de abril de 2007

El suéter azul, que hace tiempo dejó de ser oscuro, y los pantalones que a simple vista le quedan cortos no le impiden a Johnny, un joven 12 años, sacar pecho y hablar con orgullo de su nuevo colegio, empotrado en una polvorienta colina del barrio Buenos Aires, de Ciudad Bolívar.

Hace dos años, el colegio distrital El Minuto era un conjunto de varias edificaciones de metal y vidrio que, debido a los años y las pedradas que le llovían en las noches, se encontraba en lamentable estado. Hoy hay un moderno complejo de grandes salones, laboratorio y aulas para biblioteca y sala de cómputo, y algo difícil de encontrar en este barrio, dos canchas deportivas pavimentadas. Un piquete de obreros trabaja a toda marcha para terminar el restaurante y auditorio. "Antes este colegio era una chanda", dice Johnny. El orgullo incluso ha hecho que los grandes ventanales sigan intactos.

El colegio Minuto de María es pequeño si se compara con los gigantescos colegios de hasta 10.000 metros cuadrados que Bogotá está construyendo, especialmente en los barrios más pobres. El alcalde Luis Eduardo Garzón se comprometió a construir 38 colegios nuevos y a reforzar, ampliar y readecuar 201 colegios, pero lo que comenzó como una promesa de campaña, se convirtió en un gigantesco esfuerzo que difícilmente alguna ciudad de Latinoamérica ha realizado en las últimas décadas.

Para algunos expertos, estas obras siguen un modelo de educación en busca de mayor justicia social y progreso. Es tan impactante, que el Banco Mundial y la Agencia de Cooperación Japonesa creen que debe ser copiado en muchas otras ciudades.

De los 38 colegios, 10 ya funcionan; 26 están en construcción, y cuatro más, que habían tenido problemas de lotes o titulación, ya fueron contratados, lo que significa que en total serán 40 colegios nuevos, que en su inmensa mayoría abrirán sus aulas antes de finalizar este año. Dos más de los prometidos.

La dimensión del esfuerzo de Garzón se puede ver al compararlo con el del alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, cuyo celebrado programa educativo incluye 10 colegios y cuatro parques bibliotecas, en los que se invertirán unos 228.000 millones de pesos. Entre tanto, en Bogotá se están haciendo 40 planteles nuevos, 20 más por reposición y se están reforzando y ampliando 181, con, una inversión cercana al billón de pesos. Solo en metros cuadrados nuevos, dice Carlos Ariel Jaramillo, gerente de proyectos de los nuevos colegios de la Secretaría de Educación, se están levantando 472.000 metros cuadrados, una gigantesca intervención, si se piensa que el área comercial del centro comercial Santafé, el más grande del país, tiene 52.000 metros cuadrados. Pero Garzón no ha podido mostrarles a los bogotanos la magnitud y la importancia de esta revolución educativa.

Este modelo comenzó con la administración de Enrique Peñalosa, cuando se aumentó considerablemente la cobertura y se crearon los colegios en concesión, que eran construidos y dotados por la ciudad para ser administrados por reconocidas instituciones privadas de la ciudad. Mockus siguió con el programa con un impresionante esfuerzo en medio de la crisis económica, para aumentar la cobertura y alimentación.

Pero mientras las administraciones de Peñalosa y Mockus invirtieron 6,7 billones de pesos, la de Garzón llegará a los nueve billones de pesos. Por primera vez en la historia de Bogotá, el número de alumnos matriculados superó el millón.

El profesor Abel Rodríguez, secretario de Educación y ex presidente de Fecode, ha sido el motor del proceso. Dice que una de las enseñanzas es que en educación no hay un solo camino, sino diversos para aumentar la cobertura, mejorar la calidad y permitir que los niños encuentren en la educación pública una alternativa de desarrollo personal.

Por eso, la alcaldía de Garzón continuó programas que había criticado e impuso nuevos. Además de seguir con los colegios en concesión y aumentar el número de alumnos de 25.000 a 38.000, se dio a la tarea de aumentar la cobertura en más de 137.000 alumnos, para llegar al 1.072.000 cupos; impulsó la gratuidad en la educación, que hoy tiene más de 630.000 beneficiados; duplicó las raciones diarias de alimentos escolares de 210.000 a más de medio millón, y creó subsidios de transporte en dinero para fomentar la asistencia y evitar la deserción escolar.

Los niños reciben desayuno o almuerzo. Al entrar al comedor del colegio Gabriel Betancourt Mejía, ubicado al lado de la biblioteca El Tintal, cientos de niños comen con gusto el almuerzo del día: arroz, lentejas, salchicha, ensalada, papas, jugo y un bocadillo. Allí Lady Lozano, acompañada de Einy Yadira y Nayibe, sus compañeras de tercer grado, hacen fila. Al preguntarles qué tal les parece la comida, la niña abre sus ojos negros y con una expresión de confianza dice: "La comida aquí es deliciosa". ¿Qué tanto? "Mejor que la que hacen mi mamá y mi papá".

Claro que esta transformación ha tenido lunares. El proceso ha generado incomodidades para los estudiantes, profesores y padres, especialmente de los colegios que se están reforzando o readecuando, pues las clases se han tenido que trasladar provisionalmente a otros sitios (colegios cercanos, salones comunales y hasta en viviendas). "Si la administración hubiera sido menos ambiciosa, no sólo se habrían reducido las contingencias por las que han tenido que pasar miles de niños, que afectan la calidad de la educación sino que habrían evitado muchos de los problemas contractuales y técnicos derivados de la gigantesca contratación", dijo la concejal peñalosista Gilma Jiménez.

Problemas que han existido en buena medida por el manejo de la construcción. Bogotá tiene 716 colegios, con 2.400 edificaciones, de las cuales casi el 60 por ciento tienen más de 40 años, lo que significa que no son resistentes a un terremoto. Garzón se dio a la tarea de reforzar, ampliar y readecuar 201 colegios, de los 430 más vulnerables. El problema es que a la hora de comenzar las obras, muchos no tenían planos ni estudios, lo que ha implicado un enorme proceso para legalizarlos. Esto ha hecho que se presenten problemas en la contratación.

Como en la administración pública cuando se resuelve un problema aparecen otros, este modelo tiene los suyos por arreglar. En vista del mejoramiento físico y de dotación, el próximo alcalde tendrá que seguir con la tarea de reforzar y ampliar los colegios que faltan y construir algunos nuevos, porque de lo contrario, sería inequitativo. Y el más importante: "Buscar mejorar la calidad de la educación, en especial de los maestros, porque es claro que mientras no se capaciten y mejoren su nivel, seguirá habiendo un gran generador de desigualdades sin importar que hoy los niños del sur tengan mejores colegios que los privados del norte", dice el concejal del Polo Carlos Vicente de Roux.