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Educar en la puntualidad

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Si tu hijo siempre se levanta en el último minuto, le cuesta ir al colegio y llega tarde a todas partes, puede que no sea culpa ‘suya’ sino de su cerebro. La pregunta es: ¿Cuánto dura un minuto para él?

Si estás convencido de que un minuto dura 60 segundos, es por que estás acostumbrado a mirarlo en el reloj. ¿Pero cuánto dura para ti? ¿Y para tu hijo? Puede que vuestras percepciones del tiempo sean distintas y por eso siempre tengas la sensación de que tu hijo es el tardón de la casa. Para averiguarlo, Jeff Conte y Jerald Greenberg, investigadores de la Universidad de San Diego (EEUU), decidieron estudiar la impuntualidad relacionándola con una característica innata en nuestros hijos: la percepción del tiempo.

En el estudio, identificaron a dos tipos de personas. El tipo A corresponde a personas que habitualmente son puntuales porque su reloj interno estima que un minuto dura 58 segundos. En cambio, el tipo B calcula que un minuto dura aproximadamente 77 segundos. Según esto, si tu hijo mayor es del tipo B, probablemente tienda a tomarse media hora para acabar su desayuno mientras el pequeño, del tipo A, habrá terminado en 10 minutos. Y es que para ellos, ha pasado el mismo tiempo.
¿Y qué sucede cuando tienen que hacer los deberes o ir con sus amigos a un cumpleaños? El estudio francés Consciousness and Cognition (Consciente y percepción) confirma que, para nuestros hijos, el tiempo dura más mientras hacen las tareas del colegio por la influencia que las emociones tienen en su percepción de las horas que les llevado hacerlo. Igual que la felicidad y excitación propia de una fiesta hará que el tiempo se le acelere.

Curiosamente hay otro factor que influye en su impuntualidad: ¡la temperatura! En marzo de 2015, la publicación International Journal of Psychophysiology sacaba a la luz un experimento realizado a ese respecto. En él, varios sujetos estaban en una habitación con demasiado calor mientras otros se mantenían en una sala convenientemente aclimatada. Y se les pidió que pulsaran un botón cada tres segundos, confiando únicamente en su percepción. Tras una hora, los participantes de la sala cálida empezaron a pulsar el botón a los 2,6 segundos mientras en la otra sala la tasa de acierto era mucho mayor. El calor les hacía percibir el tiempo más rápido.

El síndrome del retraso
En realidad, los científicos no están del todo seguros de cómo nuestro cerebro y el de nuestros hijos miden el tiempo. Una teoría asegura que hay un grupo de células especializadas en contar de los intervalos de tiempo, además una amplia gama de procesos neuronales que actúan como un reloj interno. Quizá por ello se han creado tantos estudios para arrojar luz sobre este asunto y sobre cómo afecta a la puntualidad o impuntualidad de los seres humanos.

Ya en la década de los 90, el psicólogo británico Dale Griffin hablaba de lo que llamó el “síndrome del retraso”. Para él, no era una condición psiquiátrica ni genética sino que estaba relacionado con una visión demasiado optimista del tiempo necesario para realizar las tareas diarias y, sí, también con la procrastinación – la acción de aplazar las cosas–. “Cuando el ser humano organiza un nuevo proyecto, tiende a ignorar los posibles obstáculos que se pueden presentar. Realiza una “planificación espejismo” y vuelve a caer en el retraso porque suele distorsionar el pasado a su favor: culpa a la lluvia o al tráfico de la tardanza anterior y no piensa que estas circunstancias puedan repetirse. Preveer que algo va a ir mal no es una forma natural de pensamiento; por eso, tendemos a enfocar los planes creyendo que todo irá bien… y llegamos tarde”, comenta.

Educar en puntualidad
Por su parte, Guillermo Ballenato, Psicólogo Clínico, Orientador Psicopedagógico de la Universidad Carlos III de Madrid y profesor de la Universidad de Valladolid y autor del libro Gestión del tiempo, incide en la relevancia de la Educación del tiempo. Considera que “la puntualidad, al igual que la organización, es un hábito que se adquiere y consolida”. El psicólogo manifiesta que “nuestra propia conducta como padres es un ejemplo para nuestros hijos”. E insiste en que “es conveniente potenciar el hábito desde edades tempranas”, por ejemplo, estableciendo horarios y cumpliéndolos.

En su libro Gestión del Tiempo, Ballenato afirma que “el orden es un hábito que supone un ahorro de energía y libera tiempo, que queda disponible para utilizarlo libremente”. Por ello, transmite un consejo a los padres: “Conviene educar y educarnos en vivir con un espíritu de economía metódica sin caer en la rigidez y el mecanicismo. Cuanto antes se adquieren los hábitos mejor”.
¿Los niños puntuales serán adultos más eficientes? En general, sí. “Su puntualidad es un indicador de respeto, cumplimiento, compromiso, integración y autocontrol. La empatía y la comprensión de los demás y de sus necesidades están ahí presentes. La consecuencia natural es mayor eficacia y más éxito en el logro de sus objetivos”, reconoce el psicólogo. A pesar de su insistencia en la Educación de la puntualidad, reivindica también el “descubrir el arte de saber perder el tiempo”. Y reconoce que generalmente “los estudiantes entienden el valor de la programación del estudio cuando descubren que libera mucho tiempo libre”.

CINCO LECCIONES PARA EDUCAR EN PUNTUALIDAD
1-Debemos transmitirles que es importante estructurar los tiempos, con sentido y criterio, y ajustarse a lo programado.

2-Fomentar el orden y la organización como características positivas y que admiramos y tratamos de llevar a cabo.

3-Enseñar a trabajar. “con plazos y a terminar lo que empiezan en el tiempo estipulado para ello.

4-Ayudarles a descubrir el verdadero valor del tiempo, por ejemplo, haciéndoles ver qué podríamos haber hecho en el tiempo perdido.

5-Mostrarles la riqueza de un tiempo liberado disponible para su bienestar, felicidad y desarrollo personal.

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