Fusilar, fusilar, fusilar…
Una tarde, luego de una larga consideración sobre la situación de Barreiro y los 38 oficiales que habían caído prisioneros después de la batalla de Boyacá, Santander concluyó de que había llegado el momento de imponer orden y de hacer una verdadera justicia republicana. Se dispuso de los balcones de la Plaza Mayor para un acto especial, se le hizo un llamado al pueblo para reunirlo junto con un numeroso concurso de distinguidas personalidades:
Se formaron dos alas de tropa en traje de gala, todo para que se hiciera un ejercicio de voluntad popular y se viera cómo se ejecutaba a un grupo de verdugos de
América. Aún cuando hubo quienes preguntaron:
— ¿Sin Consejo de Guerra ni tribunal, Excelencia?
A lo que el orondo vicepresidente de las Provincias libres de Nueva Granada contestó:
— La patria está en peligro de muerte, y las circunstancias nos obligan a tomar medidas extremas…
Una hora después se oían redobles de campana y música de cuerdas alrededor de la plaza. Cornetines y carreras de caballos en jolgorio de fiesta nacional. El Vicepresidente se acercó a las vidrieras de su gabinete…
El 11 de octubre, Santander dio la orden de fusilamiento contra Barreiro y los 38 oficiales que habían sido hechos prisioneros en los campos de Boyacá. Este acto causó fuertes calificativos contra el Vicepresidente, tanto en la República como en el exterior.
¡Horror! Cualquiera diría que la Independencia se había consolidado. Bolívar estaba en el infierno y no lo sabía, o no lo quería saber. La República había que hacerla con godos arrepentidos. Con los peores trastos del más perverso coloniaje.
Y el 17 de diciembre de 1819, el Congreso de Angostura satisfizo este anhelo de Bolívar:
Artículo 1°. Las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este día reunidas en una sola bajo el título glorioso de la República de Colombia.
Desaparecía así, por tanto, el nombre de aquella Nueva Granada ligada al virreinato.
Se propuso también, en el Congreso de Angostura, que una nueva ciudad con el nombre del Libertador sería la capital de Colombia, que su capital y situación se determinaría en el Congreso General de Colombia, que se reuniría el 10 de enero de 1821 en la Villa del Rosario de Cúcuta. Las autoridades supremas de la República de Colombia designadas por este Congreso fueron: Juan Germán Roscio, vicepresidente de Venezuela, y Santander, vicepresidente de Cundinamarca. Bolívar no era hombre que anduviese celebrando Noche Buena, y el propio 24 de diciembre partió de Angostura camino de Bogotá.
A mediados de enero de 1820, lo encontramos en San Juan de Payara, con un ejército bastante diezmado por las deserciones y los hombres fatigados. No puede darles descanso porque los pierde a todos, y sin saber realmente qué hacer avanza hacia Bogotá, pero sin aliento, sin esperanza. El 1 de febrero llega a Gusadualito, y va pensado que se meterá en el infierno de Pasto, ya sin el enorme recurso que le ofrecía el general Anzoátegui.
Sin mucha fe llega a El Socorro el 25 de febrero, donde se detiene, atormentado, viendo a su tropa sin un plan fijo ni grandioso. No quiere pasar otra vez a Bogotá sin haber logrado una victoria y retrocede. Espera que su estrella le indique el camino a seguir. Hay algo además que le ha enfriado horriblemente su corazón…
El fusilamiento de Barreiro y sus 38 oficiales
Nadie está exento de decir necedades:
el mal consiste en decirlas con pompa.
Montaigne
Fue lamentable lo del fusilamiento de Barreiro y sus oficiales, porque estaba pendiente una negociación de canje que haría honor a la naciente República de Colombia. Refiere O’Leary que el general Santander, «a caballo y rodeado de su Estado mayor presenció la sangrienta escena desde la puerta del palacio. Después de la descarga dirigió algunas palabras impropias de la ocasión al populacho». Se cuenta que un anciano, Malpica, indignado, gritó: «No le hace falta, que atrás viene quien las endereza»;9 se refería a los realistas que seguían luchando. No tardó en llegar el cuento a oídos de Santander, quien al instante ordenó que lo pasaran por las armas. Como alguno le observara que bastaba con que hubieran pagado con la vida treinta y nueve españoles, «que sean cuarenta», replicó violento, y la orden fue ejecutada sin demora.
Santander tenía que admirar el carácter entre asiático y godo de Barreiro porque tenía esa cruel frialdad para asesinar y llenar de fiereza a sus soldados. Antes de darse la Batalla de Boyacá, existe un parte de guerra de este oficial realista que seguramente llenó de gozo a
Santander al leerlo:
Los soldados se han llenado de tal emulación que necesitó mucho trabajo para calmar sus ímpetus, pues, todos quieren batirse y tomar parte en el destrozo de los rebeldes. Se han hecho muchos prisioneros y entre ellos varios oficiales que se han conocido por los despachos que traían del célebre Bolívar, pero todos fueron muertos al llegar a nuestras filas, sin que pudiera yo evitarlo. Es verdad que no me opuse y aún lo consentí, pues, la clase de soldados que tenemos se necesita ensangrentarlos para enardecerlos.
Corría la sangre mezclada con el agua del caño que bajaba por la calle de la iglesia de la Concepción, cuando el Vicepresidente montó a caballo, y seguido de una gran multitud, con una banda de músicos dio una vuelta a la plaza en vistoso alarde, arengando al pueblo y cantando algunos del acompañamiento unos versos que empezaban:
Ya salen las emigradas,
ya salen todas llorando
detrás de la triste tropa
de su adorado Fernando.
La celebración concluyó con un baile en palacio. Muchas circunstancias concurren a hacer su conducta indigna de un caballero, de un militar, de un hombre. Nada podía justificar la degradación del elevado puesto que ocupaba, atormentando e insultando la desdichada suerte de aquellos, desgraciados y, sobre todo, ser el director y artífice de tan repugnante espectáculo, y después, tomar parte activa y degradante en su celebración.
Al menos Bolívar tenía que eliminar a los españoles en la guerra, porque no veía o no encontraba otro medio para contenerlos, pero Francisco, desde su pacífico salón de la Vicepresidencia, parecía gozar al ver sacrificar o aniquilar realistas, decía: «Yo encuentro interiormente un placer en hacer matar todos los godos».
Treinta y dos páginas utilizó el Vicepresidente para justificar aquel fusilamiento y defenderse de las acusaciones que al respecto hizo Zea. Decía Zea, granadino y uno de los representantes en el Congreso de Angostura, que Colombia había perdido, por aquel acto, mucha reputación ante los países civilizados12. La defensa de Santander tiene partes de veras incontestables, sobre todo, cuando habla de las atrocidades de los españoles; sin embargo, no era satisfactoria, porque los crímenes abominables de los españoles habían cesado para entonces, al igual que ya no se justificaba el Decreto de Guerra a Muerte.
Con su acción, hizo presentar a nuestra revolución como un teatro de sangrientas venganzas. En Venezuela, por ejemplo, no se le quiso registrar en los archivos de los actos públicos. “En las Antillas mereció la reprobación de todos y contribuyó, en general, a resfriar la alegría que había causado el triunfo memorable de la Batalla de Boyacá”.
Muchos pensaron que aquella mancha sobre la reputación de don Francisco podía inducirle a un cambio de su carácter. Pero no, acentuó aún más su excéntrica personalidad. Jamás se retractó de aquel acto, sino que años más tarde trató de convertirlo en algo loable y patriótico.
Nadie se explica ese placer insensato en ir y recrearse mirando cadáveres tibios de enemigos que estaban a su merced. No sólo se quedaba a contemplarlo, sino que al lado de ellos arengaba a la tropa, hablando en nombre de la justicia y de la salvación pública. Luego se bailó en palacio como si se hubiera ganado una batalla a campo abierto.
Bolívar, teniendo siempre la desgracia de conocer tarde las determinaciones extrañas de su principal teniente, escribía el 9 de septiembre al virrey Sámano:
El ejército español que defendía al partido del Rey en la Nueva Granada está todo en nuestro poder… El derecho de la guerra nos autoriza para tomar justas represalias… pero ya lejos de competir en maleficencia con nuestros enemigos, quiero colmarlos de generosidad por la centésima vez. Propongo un canje de prisioneros para libertar al general Barreiro y a toda su oficialidad y soldados.
Estas líneas las escribía el Libertador al tiempo que
Francisco redactaba su defensa:
Fusilar treinta y ocho prisioneros tomados en una guerra regular y cual se usa entre pueblos cultos, hubiera sido un suceso, no inaudito, pero sí escandaloso. Mas fusilarlos en una guerra irregular, en donde los enemigos no observan derecho alguno, en que violan hasta las consideraciones debidas a la humanidad, en que no nos tratan como a hombres, sino como a bestias, es un acto de justicia y aun de necesidad. Si ellos nos degüellan cuando caemos en sus garras, ¿por qué no los podemos degollar nosotros si caen en nuestras manos?
No sabemos lo que Santander llamaba guerra regular.
¿Será la que Napoleón hacía en Europa, quien en la guerra contra Rusia pedía que no se hicieran prisioneros?
Bolívar se conmovió ante la matanza de Barreiro y sus oficiales, pero era tal el cúmulo de glorias que se abrían para Colombia y el mundo, que la torpeza se diluyó en los avatares de la guerra.
Restrepo dice que la severa medida dio vida y nuevo aliento a los independientes, salvando acaso a la República de otras desgracias; que esto mostraba que no había otro árbitro entre los patriotas sino vencer o morir en manos de los españoles, etc. (Cómo se percibe aquí el estilo de Santander retocando los papeles del pobre Restrepo).
Veamos estas palabras con cuidado, porque en manos
del propio Restrepo estuvo la vida de Francisco el año de 1828, por crímenes de lesa patria. Entonces, Restrepo no pensó que eliminando aquellos godos de nuevo cuño, Colombia se salvaría; sin embargo él, más tarde, después de muerto Bolívar dirá que las medidas extremas para asegurar la unión eran el único camino que quedaba al Libertador. Además, no era cierto que el fusilamiento de los prisioneros aumentara la fe y la fuerza de los patriotas; no, ya eso estaba decidido por el carácter de la guerra que hacía Bolívar y que entonces se extendía a Nueva Granada. Era la constancia del genio de Bolívar la que daba fe a los patriotas y terror a los realistas.
Fueron bromas de Santander sus peroratas exterminadoras (si se recuerda que fueron los granadinos quienes se habían opuesto fuertemente a la guerra a muerte, cuando se requería). Sobre todo, si recordamos cómo el fusilamiento hecho por Urdaneta, el año 1814, de algunos pacíficos españoles, produjo en el Congreso de Tunja el más fuerte rechazo.
La reacción contra Barreiro va a tener pesada influencia en la naturaleza de Santander. El 22 de noviembre de 1819, escribe al Libertador: «Aseguro a usted que el asiento de Piar lo piden de justicia otros compatriotas nuestros».
Poco después, el 3 de diciembre, al mismo Libertador, en expresiones de honda satisfacción exclama: «Fue aprendido el gobernador del Chocó, don Juan Aguirre, y fusilado acto continuo»,15 y el 10 de diciembre del mismo año: «Me parece que el pueblo que presencia la ejecución de un godo hace sacrificios por su libertad».
Gusto cogió por los fusilamientos. Apenas salía de la matanza de Barreiro y sus oficiales, el 26 de marzo de 1820, expidió la siguiente circular:
Número 9. República de Colombia. Francisco de Paula Santander, del Orden de Libertadores, Condecorado con la Cruz de Boyacá, General de División de los Ejércitos de la República y Vicepresidente del Departamento de Cundinamarca. Bogotá…
Estoy informado de que los presbíteros doctores Santiago y José Torres y Pedro Flores marchan con grandísima insolencia, haciendo alarde en público de ser empecinados enemigos de la independencia de América, por lo que pido a ustedes que si siguen de un modo igual haciendo burla del Gobierno y fijando en su tránsito opiniones subversivas, se les fusile en el momento, sin réplicas ni excusa, y sin otra formalidad que la de permitir se auxilien unos a otros. Y el que así no lo cumpliere por recelo o por temor fanático, será responsable de su inobediencia, no sólo con su empleo, sino con su propia vida…
Pero veamos lo que dice don Francisco de Paula, poco antes de morir, sobre este asunto de Barreiro:
Yo hice en Bogotá lo que otros jefes y Bolívar mismo habían ejecutado en la provincia de Caracas; lo que el general Páez ejecutó en Apure; el Gral. Bermúdez en Cumaná; el Gral. Piar en Guayana; el coronel Lara en Guararé, etc.
Es decir, yo también hice lo que hicieron otros, y por ello no hay culpa, y por ello reincidí muchas veces en lo mismo.
Añadió en sus Apuntamientos que ni una sola persona expulsó él de Colombia y a nadie condenó que no hubiera sido por orden de Bolívar.
En lo de Barreiro y sus oficiales pone en práctica un subterfugio que luego usará a lo largo de su mandato: no comunicar sus órdenes al Libertador, sino cuando las ha tomado y son ya irreparables. La decisión del fusilamiento la informó al Libertador seis días después de ejecutada.
Estos actos de terror eran inútiles. Esta manera de ordenar matar no era muestra de valentía alguna, de ninguna bravura ni arrojo: era desgarrar las pieles de bestias salvajes echadas en casa y que no habían osado atacar con valor en el campo.
Esta deplorable acción de sus manías le persiguió hasta la muerte. Aún en la noche nefasta de su agonía, rodeado del arzobispo Mosquera, del presidente Márquez y sus más queridos amigos, pedirá a gritos aceite de ricino empapado en la imagen sagrada de la Chiquinquirá y dirá: “Encúbreme Señor, yo no lo hice por maldad, fueron las circunstancias…”
Encúbreme, como cuando le pidió a Bolívar, en aquella carta del 17 de octubre de 1819: Al fin fue preciso salir de Barreiro y sus treinta y ocho compañeros. Las chispas me tenían loco, el pueblo estaba resfriado, y yo no esperaba nada, nada, favorable de mantenerlos arrestados. El expediente, está bien cubierto, pero como ni Ud. (por desgracia de la América) es eterno, ni yo puedo ser siempre gobernante, es menester que su contestación me cubra para todo tiempo, de ella protesto no hacer uso sino cuando este remoto e inesperado caso pueda llegar.
Estas líneas revelan cómo Bolívar fue siempre débil a las exigencias de Santander; y lo fue por creencia de que estas confesiones eran del todo ingenuas, y producto de la más fervorosa identificación moral con sus luchas. De aquél que era capaz de hacer las más duras confesiones al amigo para que éste le protegiera del ardor ignorante de la casta militar, del juicio histórico malsano y del verbo relajante de los partidos.