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Monocucos, dos caras de una tradición que agoniza

Los líderes de las comparsas To’ Monocuco y los Auténticos Monocucos de Las Nieves cuentan su lucha para mantener vivo este disfraz individual que se enfrenta a su segunda ‘extinción’.

Tal vez, la virtud del camuflaje que le ofrece el capuchón y el antifaz fue su misma condena. Por segunda vez en su historia, el monocuco, el que recorría calles parranderas con una vara y una burla en voz fingida, intenta sobrevivir a la apatía del carnavalero y (quién lo diría) al desorden. Ese es el trabajo de dos generaciones que debajo de la batola cuentan las luchas que al unísono –pero por separado– claman por una tradición que agoniza en el Carnaval de Barranquilla. 

“Todo mono, vale”. Con el pulgar al alza en un puño, Octavio Carvajal pretende darle un símbolo a esa expresión popular. La que inspiró hace 15 años el nombre de su comparsa: To’ monocuco, que por azares del lenguaje terminó convertida en la única muestra de los clásicos monocucos que desfila en las fiestas patrimoniales desde hace tres años. Una memoria que repite el pasado.  

Roberto Guzmán revivió su pasado en los ya conocidos Auténticos Monocucos de Las Nieves,  después de la muerte del disfraz en 1942. Ahora,  al verse en “las mismas de antes”, colgó entre nostalgias el vestido en el clóset para no salir más en las filas carnestolendas, desde hace tres años. Pero el tiempo remata o cura, y aquí curó. La comparsa anuncia que en 2018 regresará recargada con murciélagos a bordo. 

Expresión naciente de 120 ‘hijos’

“Yo le pongo el nombre por la expresión barranquillera. La primera vez, que ganamos Congo de Oro, salimos como monocucos. Pero la idea era cambiar de disfraz cada año. Cuando voy a presentar la propuesta en Carnaval S.A. me dicen que la comparsa se inscribió como monocucos tradicionales. Y así se quedó”. Eso fue después de más de siete años bailando en ‘De cuanta vaina’, cuando surgió en Octavio Carvajal el deseo de dirigir su propia ‘cambamba’.

Con la camiseta oficial de To’ Monocuco puesta, Octavio señala la carrera 7C del barrio El Limón, donde ensayan cada domingo los 120 integrantes del jolgorio. “Con todo y lo barrigón que me ves, yo bailo”, comenta sonriente. Pero él no es quien monta la coreografía, delega a bailarines que hacen parte de la comparsa el oficio que no estudió.

Aunque el grupo base es de 40 personas, durante los días de Carnaval varía de acuerdo a los inscritos. Los años lo han posicionado en el medio. Sin ser folclorista ni coreógrafo; puro conocimiento empírico. Así, a punta de ganas, su comparsa se ha llevado doce Congos de Oro, ha viajado a muchos lugares del mundo, como Estados Unidos, África y Ecuador. 

Todo ello, bailando fandango. “Es la música que más se acomoda al vestuario”, reconoce. Una bata hasta los tobillos, una capucha para cubrir la cabeza, un antifaz de corte veneciano con un velo colgado en su parte inferior que tapa el resto de la cara y una vara con que defenderse de los curiosos que quieran destapar su identidad. 

Ese es el monocuco. Un disfraz individual que usaban algunos en el anonimato para burlarse imitando una voz afónica de quien pasara por su camino. El acervo popular asegura, además, que muchos chicos ricos se lo ponían para conquistar hermosas mujeres de escasos recursos sin temor a ser señalados por la ‘sociedad’. 

“El monocuco es un bacán”, señala Octavio. “Es el espíritu de la fiesta vivo. Así se vive en carnaval, como él. Es un disfraz genuino, le queda bien a todo el mundo”. La esencia está, y seguirá. Pero los tiempos cambian y la cultura se transforma. Así quiso el líder de To’ Monocuco explicar las modificaciones que le ha hecho al vestido. 

En esta comparsa la bata no tiene los botones originales, no va ni con varita ni con mochila, y el antifaz no tiene velo. Todo se sustenta en la comodidad a la hora del baile. Su innovación ha generado muchas críticas, la de los folcloristas más conservadores. Pero Octavio mantiene su cambio en una palabra: vigencia. Y así espera seguir. 

“Tengo una gran responsabilidad: somos los únicos monocucos tradicionales que sobreviven en el Carnaval. Por eso tengo semilleros de niños, para que continúen el legado”. A diferencia de lo que puedan pensar muchos, los monocucos están casi en vía de extinción. O por lo menos los clásicos. 

En los desfiles, sobre todo en la Guacherna, cantidades innumerables de personas disfrazadas de monocuco cruzan las rutas: caminando, desorganizados y borrachos. Entonces, el disfraz ha cogido una mala reputación. “Por esa razón duré cinco años sin salir en La Guacherna”, cuenta Octavio.

Hasta el año pasado que una empresa lo patrocinó. Y este que decidió invertir solo, volver a creer en el folclor. To’ Monocuco este año –siguiendo las nuevas disposiciones de Carnaval S.A.– saldrá brillando en La Guacherna el 17 de febrero, con luces en los guantes, la capa y el antifaz. Pero la tradición se teje de otra forma a varias cuadras de El Limón. 

Los Auténticos Monocucos de Las Nieves durante su última presentación en los desfiles de la Vía 40.

Un regreso entre murciélagos

En el barrio Las Nieves, en la carrera 17B con 24, Roberto Guzmán abre las puertas de su casa, un museo hecho paredes que resguarda casi 20 años de patrimonio. Sentado frente al picó ‘el Róber’ que él mismo construyó, lleva la añoranza en la mano –literal, una fotografía donde aparece él y su hijo vestidos de monocuco–. Anuncia entonces que volverán los Auténticos Monocucos de Las Nieves. 

El 2013 fue el último año que Barranquilla los vio danzar en las filas dicharacheras del Carnaval. Un puntaje “injusto” en la Noche de Comparsas hizo desistir a Roberto de seguir la tradición. “Veo el desfile y me da nostalgia. Pero por la dignidad del grupo preferí dejarlo así”, cuenta. Pero el espíritu festivo es más fuerte que el orgullo en los verdaderos carnavaleros.

Por eso, los Auténticos Monocucos de Las Nieves regresarán en 2018 y desde ya preparan el espectáculo y el ajuar. Como no podían llegar igual, su líder decidió rescatar otro disfraz tradicional que se perdió en la modernidad: los murciélagos. Una caravana de 20 parejas de estos encabezará la comparsa. 

El plan del rescate es el mismo que hizo en 1996, el que empezó cinco años antes la comparsa Reviviendo el Monocuco. Fue el homicidio de una niña disfrazada de capuchón lo que desató su primera desaparición en 1942. Roberto dice que era la hija del entonces alcalde de Barranquilla.

“En ese momento establecieron que los que se iban a disfrazar de monocuco debían inscribirse en la Alcaldía y portar el ficho que les entregaran. La gente prefirió no hacer esas vueltas y lo dejó morir”, cuenta. Y para él, que bailaba moviendo el sombrero vueltiao en la Cumbiamba El Gallo Giro, fundada por su familia, no tenía un mayor significado que la cumbia.

Pero para su difunto padre, Bernardo Guzmán Medina, rey Momo 2001, el monocuco era un símbolo de amor. Sentados en el patio de su casa, el miércoles de ceniza de 1995, el ‘viejo’ le contó a su hijo que usando ese disfraz conoció y conquistó a su madre, María Eloísa, cuando la coronó reina del barrio Las Nieves. 

“Le voy a dar gusto —pensé— pero no le comenté nada”. Comenzó entonces una travesía por crear la comparsa que tuvo su primera presentación en el Carnaval de 1996. “Me le presenté bailando con 34 parejas. Le mamé gallo como hacen los monocucos y cuando me quité el antifaz ese señor no podía de la dicha”, recuerda Roberto. 

Desde entonces se ha preocupado por seguir la tradición “original”. La que no es por partes, sino que lleva en la misma bata la capa y la capucha, “pegados”. Esa que –cuentan– hace alegoría a los monjes nazarenos de la Semana Santa en Mompox, Riohacha y Ciénaga. De allí su nombre de capuchones. 

Pero también hacen alusión a los juglares de las comedias de arte europeas. “El monocuco tiene sus inicios en los bailes de la Europa de mediados del siglo XVIII. De sus vestimentas está inspirado el color, el brillo y las máscaras. Eso lo trajo la colonia española, los mismos bailes realizaban en tierras americanas. Y con el tiempo adquirió su papel bufónico”, explica Mirtha Buelvas, historiadora del Carnaval.    

El origen del disfraz es tan diverso como las ideologías de To’ Monocuco y los Auténticos Monocucos de Las Nieves. Octavio y Roberto representan dos generaciones de una misma tradición, la que agoniza. Pero aunque se pretenden desligados, debajo de la capucha los une la lucha por salvaguardar a los monocucos guaracheros, “los que sacan presa del caldero, toman leche y embusteros”.

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