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¿Por qué en Medellín se asocia las comunas con barrios populares?

En la capital antioqueña, en algún punto de su historia, se asoció la palabra comuna a los sectores periféricos. Analizamos las implicaciones y el origen del término.

  • FOTOs JAIME PÉREZ Y MANUEL SALDARRIAGA
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  • ¿Por qué en Medellín se asocia las comunas con barrios populares?
24 de marzo de 2020
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Si su intención es referirse a esos barrios de caminos que serpentean por donde la montaña lo permitió, de casas de ladrillo visto, muy pegadas unas de otras y que parecen escalar hasta el cielo, está bien, son comunas. Si quiere hablar de otros vecindarios, aquellos de altos edificios, de casonas de amplias fachadas, de calles más amplias que pueden ser, a veces, circulares o transversales, pues también está muy bien llamarlos comunas.

Medellín tiene 16 de ellas, para ser más exactos, a pesar de que en parte de la sociedad se instaló la idea equivocada de que ese término solo hace alusión a los sectores periféricos y populares. Esas 16 zonas, llámense Laureles, El Poblado, Belén, Popular, Manrique o San Javier, dividen administrativamente la parte urbana y las rodean cinco corregimientos que componen la ruralidad de la capital antioqueña.

¿En qué momento se creó la confusión con la palabra comuna? Algunos expertos nos dan luces sobre ello y explican que no es lo mismo comuna que favela, por ejemplo, un término autóctono de Brasil para bautizar las invasiones y asentamientos con situación precaria en las afueras de las grandes metrópolis.

El origen francés

La palabra viene del otro lado del mar. Quizás hasta tenga relación con la insurrección francesa de la comuna de París, en 1871. César Hernández, experto en planificación y urbanismo, subrayó que todo se remonta a las décadas del 40 y 50, cuando dos arquitectos, uno alemán y otro catalán, llegaron a Colombia para diseñar la expansión y el ordenamiento de algunas ciudades, entre ellas Bogotá, Popayán, Cali y Medellín.

Eran Paul Lester Wiener y Josep Lluís Sert, quienes tenían influencia de la escuela del arquitecto francés Le Corbusier. Juan Camilo Vásquez Atehortúa, antropólogo y docente de la Universidad de Medellín, coincide con este origen asociado al movimiento de los comuneros, que si bien fueron reprimidos lograron sembrar un modelo de autogestión en cada barrio, con asambleas de vecinos, que se asemejan a lo que vemos hoy con las juntas de acción comunal. En francés, el término preciso es commune.

Desde 1980, Medellín comenzó a buscar un orden, que solo terminó de materializarse en 1997 con la promulgación de la Ley 388, conocida como la norma de desarrollo territorial.

Así fue como la ciudad quedó dividida en barrios, que componen las comunas, y las veredas, que componen los corregimientos.

En ciudades más grandes, configuradas como distritos, indicó Hernández, lo que existen son localidades, un modelo que abarca más barrios y habitantes y que hoy en día, por ejemplo, persigue Cali, que debate si pasar de 22 comunas a seis localidades. Bogotá también tiene las suyas.

Desviación del lenguaje

El 27 de septiembre de 2019, el diario El Espectador escribió un artículo para resaltar el triunfo que consagró al ciclista Sergio Higuita como campeón nacional de ruta. “Salió de las comunas de Medellín”, escribió un periodista del diario. El pasado 3 de marzo, RCN Radio tituló un artículo en su portal web de la siguiente manera: Michael Douglas, ¿de paseo por las comunas de Medellín?

La intención, en ambas noticias, fue hacer énfasis en que los hechos ocurrieron en barrios populares de la ciudad.

Vásquez considera que darle un sentido peyorativo a la palabra, para disminuir o calificar a un sector, viene de la violencia que azotó a la capital antioqueña en las décadas de los 80, 90 y principios de este siglo. “Es una idea instalada de que la periferia no hace parte de la ciudad y se emplea el término comuna para referirse a lo que no está en la parte baja del valle”, dijo.

Sin duda, agregó el antropólogo, muchas noticias de orden público ocurrieron en comunas como la uno, la ocho o la trece, y en Bogotá, que no tiene esa figura, se terminó asociando esta palabra, en medios de comunicación y en el lenguaje de la gente, con zonas que vivían situaciones complejas de seguridad.

“Además de la ignorancia de la centralidad frente a la provincia, también se volvió un tema de arribismo, entre los mismos habitantes de Medellín. De aquellos a quienes no les gusta juntarse con personas de menor estrato. Entonces, puede que sepan que hay 16 y que viven en una, pero ellos prefieren llamarla El Poblado, Belén o Laureles, por ejemplo”, expresó Vásquez.

En México estaría ocurriendo lo mismo con las colonias que componen una ciudad, lo cual también es producto del narcotráfico y la violencia que aquejan al país centroamericano.

Alba Rocío Rojas, lingüista y docente de la Universidad de Antioquia, señaló que se trata de una domesticación errada de la palabra, que también es fruto del desconocimiento. En su trabajo como profesora en un colegio de Manrique, pudo darse cuenta que sus alumnos desconocen cómo se divide territorialmente la ciudad y para qué sirve esa organización.

El urbanista Hernández observó que, desde la planificación, Medellín fue proyectada y ordenada para acoger a 650.000 habitantes (hoy es de alrededor de 2.500.000), pero la urbe fue segregada por olas de desplazados, como en los 80 y en los 2000, que se instalaron en la periferia y formaron invasiones que se convirtieron en barrios populares.

Cambios que deben llegar

Vásquez es uno de los docentes que se echó al hombro la tarea de cambiar el fenómeno semántico. En sus recorridos por Medellín muestra a sus alumnos a la urbe como una unidad, con necesidad de divisiones territoriales, pero sin distinción de estratos.

“Un reto importantes es cómo llevar esto a las instituciones educativas, para frenar desde temprano esta manera de malentender el lenguaje”, expresó.

Claudia Ramírez, líder comunitaria de la comuna 14, reconoció que hay una enorme labor por cumplir para que desde el lenguaje no se señale o no se reduzca, pero también para que la gente reconozca los nombres y la importancia de los barrios en donde vive, sin que eso signifique segregarnos. “Estamos llamados a hacer esa revisión, para que cambie la percepción y la comunicación de las personas”.

Desde lo alto, en los miradores de Medellín, es mucho más claro que la ciudad no tiene fronteras. No hay líneas que en la panorámica señalen en dónde empiezan y acaban las comunas. Hay 16, claro, pero de la popular a la milla de oro, todas están tejidas para parecer una sola.

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