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Así funciona el “burdel a cielo abierto en Medellín”

EL COLOMBIANO se adentró en el funcionamiento del negocio de la prostitución y la industria del modelaje web. No hay respuesta institucional clara, y mientras tanto una muta y se acomoda a los tiempos y la otra crece en la sombra.

  • Aunque las autoridades no lo tengan identificado, en el Parque Lleras todos saben que la prostitución es controlada por la criminalidad y que menores de edad son explotadas. FOTO JAime Pérez
    Aunque las autoridades no lo tengan identificado, en el Parque Lleras todos saben que la prostitución es controlada por la criminalidad y que menores de edad son explotadas. FOTO JAime Pérez
  • En los estudios webcam hay salas de control en las que se vigila que las mujeres tengan el pago justo, sin embargo, los usuarios pueden pedir lo que deseen y la modelo decide si acepta o no. FOTO Jaime Pérez
    En los estudios webcam hay salas de control en las que se vigila que las mujeres tengan el pago justo, sin embargo, los usuarios pueden pedir lo que deseen y la modelo decide si acepta o no. FOTO Jaime Pérez
  • Así funciona el “burdel a cielo abierto en Medellín”

Tenemos datos. En 2020 cayeron 6.267 rayos en Medellín, sabemos que 37.000 indígenas viven en resguardos de Antioquia, por el centro caminan todos los días dos millones de personas y los miércoles roban más carros que cualquier otro día; la ciudad tiene todos los años dos picos de contaminación del aire —uno en marzo, otro en octubre—, un grupo de cuatro o cinco guacamayas bandera atraviesa el sur del área metropolitana en épocas de verano, del bloque paramilitar Cacique Nutibara se desmovilizaron 868 hombres y muchos volvieron a las armas.

Hay datos de todo tipo, todos muy estudiados, tozudos, algunos ociosos. Pero no se sabe cuántas mujeres ejercen la prostitución en Medellín, ni si hay redes criminales de trata de personas —si no hay redes tampoco hay capturas—; nadie ha censado los estudios webcam donde mujeres modelan para el divertimento de hombres que se masturban en cualquier parte del mundo, ni se sabe cuántos extranjeros llegan a filmar porno que luego publican bajo etiquetas como colombiana, paisa, latina. ¿A quién le importan estas mujeres?

Hace más de veinte años la prostitución cambió en Medellín —aunque nunca hay nada nuevo bajo el cielo, y el modelo había existido antes—: pasó de las calles al servicio de acompañantes ofrecido por catálogo. En grandes casas de barrios como El Poblado o Laureles existía —existe— una especie de sueño pervertido en el que una mujer elegida entre muchas, como si fuera un perfume de revista, esperaba a un hombre que pagaba muy bien por ese sexo de primera calidad. Un publicista diría: por la experiencia. Después, muy cerca, aparecieron las prepagos y ahora, dos décadas después, se ha vuelto a las calles.

Todos los modelos se han desbordado: muchos catálogos, muchas páginas web, muchos chats de venta, muchas calles llenas. Como dijo la escritora Carolina Sanín hace ocho días, Medellín se convirtió en un burdel a cielo abierto. Decenas y decenas de mujeres caminan a cualquier hora por la calle 10 o el Parque Lleras en la búsqueda de un cliente, y esos clientes son en su mayoría extranjeros que pagan en dólares. También hay “puteros” locales, pero frecuentan otras zonas como los alrededores del Estadio, San Diego o las calles del centro.

No importa que el Parque Lleras esté convertido en un pantanal por las obras públicas que cambian andenes y vías, en la noche parece una plaza de pueblo en día festivo: ni la lluvia espanta a los visitantes que buscan sexo entre las mujeres que viven de la prostitución; aunque parece un negocio orgánico, detrás hay proxenetismo. Los negocios irregulares en Medellín suelen estar cooptados por las bandas criminales: desde el microtráfico, pasando por la piratería de películas hasta la prostitución. Las mujeres que han acudido por ayuda a organizaciones feministas han contado que son obligadas a entregar hasta el 50 por ciento de las ganancias, sin contar que son sometidas a vejámenes por sus proxenetas.

***

Es una noche de jueves. Mujeres maduras y algunas evidentemente menores de edad recorren las esquinas del Lleras. Dicen que la oferta ha crecido porque los turistas pagan en dólares y eso ha llevado al movimiento de millones de pesos. “He salido hasta con dos millones y medio de acá en una noche”, dice Luisa, de 20 años. Otra mujer cuenta por entrevista telefónica que el negocio funciona para todos: “Tengo un cliente y primero lo llevo a algún bar cercano, o a una discoteca, el administrador me da propina por llevarle a ese extranjero a que gaste dinero con ellos. Así todos ganan”.

Luisa lleva un año ejerciendo el trabajo sexual en el Parque Lleras y, a esta altura, conoce bien la mecánica del “negocio”. El sector ya está dividido por plazas: los precios más bajos se cobran en la calle 10, a donde llegan mujeres trans, indígenas y quienes están dispuestas a “hacer de todo”. La tarifa no supera los 200.000 pesos. Quienes están en las vías del Lleras cobran entre 300.000 y 400.000 pesos, porque las que más reciben son las que trabajan al interior de los bares, con montos superiores a los 600.000 pesos.

“La que se deje pillar acá cobrando 150.000 pesos la castigan: es muy poco y acá hay mucha plata”, dice Luisa, pero queda en el aire la expresión “las castigan”. La mayoría de mujeres niega de tajo que detrás esté un padrote o una matrona, es decir, un proxeneta. Pero Daniela, una migrante de 21 años, afirma que allí “los muchachos” aparecen cuando hay desórdenes o bajas en las tarifas. “Le cobran comisión a la que hace bochinche o empieza a cobrar barato. Eso daña la plaza”.

Daniela y Luisa primero fueron modelos webcam, luego llegaron al Parque Lleras. Daniela lo hizo en Bogotá, cuando recién había llegado a Colombia desde Venezuela. Aunque le dijeron que el “modelaje webcam” era una mina de oro, los dueños de los estudios no le pagaban puntualmente y, al final, la robaron. Luisa dice que está en la calle porque no aguantó los “fetiches” de los clientes: “Aunque siempre le saqué plata, me cansé de tanto fetiche. Los hombres pedían de todo. Imagínese usted tener que hacer del cuerpo frente a una cámara para que le suban los tokens y así cogerse un dólar. Hasta me tocó fingir que estaba pariendo. No pude más”.

Luisa empezó como modelo webcam a los 17 años, porque un hombre que conocía tenía un estudio. Dice que ahora está mejor en la calle, porque no le toca someterse a los fetiches: “Acá es cuando yo quiera, al precio que quiera y lo que yo quiera hacer”. Hay un patrón: cada una defiende su manera de trabajo sexual; sin embargo, detrás siempre está el que protege: en la calle son los policías o los proxenetas, y en los estudios el hombre —por lo general— que cuida las transmisiones y vigila que los pagos virtuales no sean falsos.

Por ejemplo, en el Parque Lleras, cuando un cliente no quiere pagar, Daniela y Luisa buscan a los policías y ellos dirimen. Dice Daniela: “Una le comenta al policía que el cliente no quiere pagar. Ambos le ofrecemos plata. Como nosotras somos las que seguimos acá, ellos nos defienden y del pago sacan su parte”.

Pero mientras los policías vigilan el pago —lo muerden—, hay eslabones que prefieren ignorar. En algunas discotecas se ve a mujeres jóvenes que lucen como menores de edad, acompañan a extranjeros hasta altas horas de la noche. Les llaman damas de compañía. Dicen que no hay relaciones sexuales, pero ganan hasta 400.000 pesos por dos horas. Al interior de un bar, en medio de música a alto volumen y poca iluminación, se escucha esta conversación:

¿La tiene menor de edad?”, pregunta un hombre. “No. Aquí solo tenemos de 18 para arriba”, contesta una de las trabajadoras sexuales. “Pero, venga, es que la necesito menor de edad, ¿seguro no hay?”, insiste el hombre. En segundos, la mujer saca del baño a una jovencita, le da la vuelta y la presenta: “Nuevecita. Toca con cautela”.

En los hoteles, que dejan la pieza hasta en 90.000 pesos por una hora, piden la cédula, así que es imposible entrar con una menor de edad. Pero en El Poblado prolifera el arriendo de apartamentos, muchos por la aplicación “Airbnb”. En esos apartamentos, dice Luisa, no exigen nada.

“Pasa de todo. Para allá se las llevan”. Y como todo en esta ciudad de la industria, del emprendimiento: hay niveles. En los sectores de Manila y Provenza, la prostitución es más discreta. “Las mujeres vienen más recatadas, como muchachas corrientes, porque la vigilancia privada y la policía las mantienen a raya”, cuenta un vendedor. Aunque más de uno se ha encontrado con escenas en los baños de restaurantes o discotecas, donde los hombres pagan por sexo rápido.

***

Todo parece incontrolable en una ciudad donde el sexo se abre como una vocación de trabajo. Como sucede con la economía global, esta “industria” se convirtió en un cluster. Jazmín —el nombre ha sido cambiado— es una mujer que nació en un pueblo de Antioquia. Tuvo un trabajo como vendedora y una compañera la invitó a convertirse en modelo webcam, empezó en un estudio donde le pagaban muy mal y luego encontró uno “más responsable”.

La medicaron con antidepresivos, no sabía muy bien por qué. Por esos años se dio cuenta de que necesitaba unas nalgas más grandes para los clientes: se operó y le quedaron extrañas, una ruina. Siguió como modelo, y también hizo pornografía. Muchas veces hombres le ofrecieron dinero por sexo, aceptó unas pocas. Jazmín resume muy bien el arco de una mujer que entra a la industria en Medellín, que pone su cuerpo: para ser visto de lejos, para ser modificado y, finalmente, para ser penetrado.

Jazmín dice que ha logrado muchas cosas: pagar el estudio de sus hijos, viajar, comprar una casa, vestir con mejor ropa. Dice que todo se lo debe al modelaje web. Las mujeres que defienden este oficio llevan por delante que no habían logrado una oportunidad nunca y que ahora, por desnudarse, llevan una “vida digna”. También dice que muchas mujeres que se desnudan ante las cámaras no ejercerían la prostitución.

En los estudios webcam hay salas de control en las que se vigila que las mujeres tengan el pago justo, sin embargo, los usuarios pueden pedir lo que deseen y la modelo decide si acepta o no. <b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Jaime Pérez</span></b>
En los estudios webcam hay salas de control en las que se vigila que las mujeres tengan el pago justo, sin embargo, los usuarios pueden pedir lo que deseen y la modelo decide si acepta o no. FOTO Jaime Pérez
Así funciona el “burdel a cielo abierto en Medellín”

Los hombres que dirigen estudios webcam, los que dicen que pagan porcentajes justos a las mujeres y las protegen de clientes que quieren engañarlas con pagos falsos, dicen que en Medellín hay más de 1.500 estudios. La Cámara de Comercio tiene una categoría para esta actividad económica, regida bajo el código 9609 —“otras actividades de servicios personales n.p.c”—, e incluye todas las actividades de entretenimiento para adultos a través de plataformas digitales. En la ciudad hay registro de 898 y el subregistro podría ser superior al 50 por ciento. Nadie sabe muy bien cuántas mujeres viven de ese renglón.

El empresario y productor local Cristian Cipriani, pionero del porno en Colombia, representante para Latinoamérica de la plataforma ManyVids —una especie de OnlyFans—, “coach en línea”, dice que solo en su plataforma tiene más de 3.000 mujeres registradas. Pide una reglamentación por parte de la Alcaldía de Medellín: “Que llamen a los cinco empresarios más importantes de la ciudad y con ellos, entre todos, podemos crear una plataforma, una política pública”.

Habla muy convencido, y dice que les enseña a las mujeres a editar sus videos, las anima a aprender inglés, porque a veces se encuentra con algunas que no son capaces de “escribir su propia historia en una hoja de bloc”. En medio de una voz salvadorífica, aclara que rechaza completamente la prostitución y lo que sucede desde hace meses en las calles de El Poblado.

Claudia Yurley Quintero, representante de la Fundación Empodérame, una mujer que durante años ha defendido su postura abolicionista de la prostitución, dice que es necesario que la Alcaldía reconozca esto como una violencia. “Hay que escuchar a las sobrevivientes, no solo escuchar a las mujeres que consideren equis forma de atender la explotación sexual. Salir de cualquier violencia contra la mujer es difícil, recuperar la vida después de haber sido reducida mucho más”.

Quintero va a la nuez: existe un sistema que avala que la mujer sea cosificada y vulnerada, por eso es tan difícil que quien está en explotación se reconozca como víctima.

Ella cita a la psicóloga Jeimy Salas Rolón, quien escribió un ensayo después de atender a víctimas en Cúcuta y Cali: “Una de las afectaciones más claras (de las mujeres que ejercen el modelaje web) es la disociación. Además, se desarrollan trastornos como el estrés postraumático, la depresión y la ansiedad.

También se presentan la incapacidad de reconocer y gestionar las emociones, sensación de miedo, de persecución, desconfianza y acciones autolesivas, sensación de autodesprecio, asco e inmundicia hacia sí misma, sensación de culpa, disminución de la capacidad para sentir emociones, indefensión y poca esperanza en el futuro, problemas en los patrones de sueño, hipervigilancia, poca capacidad de mantener la atención o concentración, y la lista sigue”.

Aunque en este frente también son escasas las cifras oficiales, se dice que Bogotá, Barranquilla, Cali, Medellín y Cartagena son las ciudades con mayores redes de pornografía infantil en el país. Esto, según Claudia, reseña el daño emocional que pueden traer las industrias sexuales en las que las mujeres son cosificadas. Hay un arco en Medellín: las cirugías de una mujer preconcebida, el estallido de prepagos hace veinte años, la prostitución en abanico de edades y formas, y una industria que crece sin la vigilancia de las autoridades. ¿Quién protege a las mujeres?

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