Uno podría preguntarse: ¿qué tienen en común el Papa Francisco, el cantante Ricky Martin y el presidente estadounidense Donald Trump? La respuesta sería que todos fueron caricaturizados por la mano de Luis Ordoñez, un vecino de Lanús que desde hace 25 años posee su emblemática escuela frente a la estación de trenes del distrito.

Su vida como dibujante transcurrió entre las clases y su participación en distintos programas de televisión tales como “Grandes Valores del Tango”, “Sábados de la Bondad” o “Polémica en el Bar”, donde tuvo la oportunidad de conocer a las grandes figuras del espectáculo, el deporte y la cultura. Además condujo el ciclo “Las Minas de Ordoñez”, en el que explicaba distintas técnicas de dibujo.

Toda su trayectoria quedó coronada el año pasado cuando fue elegido como “Mejor Caricaturista del Mundo” por el Gobierno de Francia y se convirtió, además, en el primer dibujante de ese estilo en exponer en el Museo del Louvre de París.

¿Cómo fue ver tus creaciones en el Louvre?

Fue una experiencia inolvidable, porque es un museo emblemático que siempre se dedicó a lo que está catalogado como artes plásticas, mientras que a la caricatura siempre la dejaron de lado porque la consideran un arte menor. Por suerte, me dieron la posibilidad de hacerlo y fue la primera vez que un caricaturista pudo exponer en el Carrousel del Louvre. Un honor, un prestigio tremendo.

Y además te nombraron como el mejor exponente en el rubro…

Sí, y es un halago ser considerado el mejor caricaturista del mundo, pero me da un poco de vergüenza porque había dibujantes de todas las latitudes a quienes admiro mucho y son genios totales. Es un motivo para esforzarme más y seguir adelante.

¿Cuál es el rasgo que te distinguió?

Siempre pretendo sacar el alma del caricaturizado, porque no es simplemente un dibujo o una caricatura que agrede. La gente sabe quién es el caricaturizado aunque no esté el nombre y sabe quién lo hizo a pesar de que no esté firmado. Eso se llama estilo y creo que vieron eso. También la velocidad con la que trabajo, porque no fueron solo las caricaturas sino el trabajar en vivo y lograr el parecido en un tiempo determinado.

Es decir que la velocidad fue otro rasgo distintivo…

A mí la televisión me permitió foguearme con velocidad porque te exige ser veloz, si bien prefiero hacer las cosas más lentas para poner más detalles y predisposición. Uno en televisión no puede darse el lujo de borrar y empezar, sino que te tiene que salir o salir. Yo debuté en un programa del viejo canal 11 que iba los domingos al mediodía en un espacio que se llamaba “5 minutos con un grande” y en ese tiempo tenía que dibujar. Entonces, tenía que ser velocista y lograr una compatibilidad entre la técnica de mano y el saber observar. Es decir, yo ya veo a la persona distorsionada y tengo que volcarla al papel tal como la estoy viendo. Así que en Francia mientras los caricaturistas hacían un dibujo, yo ya había hecho seis, siete. Resaltaba el poco tiempo que me llevaba hacerlos.

¿Qué dibujos fueron elegidos para la exposición en el Louvre?

La Gioconda, sin ánimos de competir con Leonardo Da Vinci, que es la mujer de esa sonrisa increíble. Luciano Pavarotti, el Papa Francisco y otras personalidades reconocidas en el mundo.

¿Por qué seguís eligiendo Lanús para vivir y trabajar?

Es una cuestión sentimental. Amo mucho a Lanús y por eso apuesto a esta ciudad. Toda mi vida viví acá y no creo que pueda acostumbrarme a otro lugar. Soy feliz aquí.

¿Lo mismo ocurre con la docencia?

En verdad, tengo el peor de los defectos que es el de creerme imprescindible. Y hago de todo, atiendo el teléfono, paso el plumero, te abro la puerta. Siempre estoy presente porque amo esto y soy un agradecido de vivir de lo que me gusta. Es una pasión, no un trabajo.

¿Alguna vez tuviste que hacer una caricatura de alguien a quien no conocías en persona?

La mayoría de mis caricaturas son en vivo, pero en el año ‘83 antes de las elecciones había hecho para una revista una caricatura donde estaba Raúl Alfonsín: con la clásica boleta que se pone en la urna hecha un avioncito, y con el taco la embocaba en la urna. Estaba acompañado por el título “Estas elecciones las gano de taquito”. A los dos meses de que Alfonsín asumiera como Presidente, suena el teléfono de casa y era su secretaria diciéndome que quería conocerme, que me esperaba en su despacho y yo creí que era una broma. Igual fui y menos mal porque era cierto y estaban todos esperándome. Alfonsín me agradeció todo lo que hacía por la cultura del país y para mí esa fue una gran alegría, porque un Presidente de la Nación se había fijado en un simple dibujante. Fue increíble.

Hay varios argentinos que brillan en el mundo. Tenemos una reina, un Papa y al mejor jugador del mundo. ¿Crees que podés ser parte de ese podio?

(Risas) El premio y exponer en París fueron experiencias increíbles, pero sigo respetando a los maestros que tenemos y tuvimos en Argentina. Desde muy chico admiré a Abel Ianiro, que fue el responsable de que yo quisiera ser caricaturista. Él trabajaba en la revista Rico Tipo, en el Truque. Hacía unos dibujos y caricaturas que a mí me enloquecían. Lamentablemente no lo pude conocer, porque murió muy joven. El dibujo me permitió estar con figuras que nunca me hubiera imaginado. Yo simplemente quería dibujar y eso me trajo satisfacciones inmensas.

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