Revista de Estudios Sociales No. 15

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Fundadores Francisco Leal Germán Rey Director Carl Langebaek Comité Editorial Cecilia Balcázar Álvaro Camacho Felipe Castañeda Jesús Martín-Barbero Andrés Dávila María Cristina Villegas Fernando Viviescas Comité Internacional Richard Harvey Brown Mabel Moraña Daniel Pécaut Editores Invitados Felipe Castañeda Francisco Leal Buitrago Coordinación Editorial Lina María Saldarriaga Carolina Isaza Diagramación Gatos Gemelos Preprensa Contextos Gráficos Impresión y encuadernación Panamericana Formas e Impresos S.A. Tarifa postal reducida No.818 Vence Diciembre/03 ISSN 0123-885X Distribución y Ventas Editorial El Malpensante Calle 35 No. 14 -27/29 Tel: 3270730/31 Fax: 3402807 Bogotá, D.C., Colombia Correo electrónico: distribucion@elmalpensante.com Librería Universidad de los Andes Cra 1 No. 19-27. Ed. AU106 PBX: 3394949 – 3394999 Exts: 2071-2099-2181 Fax: 2158 Bogotá, D.C., Colombia Correo electrónico: libreria@uniandes.edu.co http://edicion.uniandes.edu.co Suscripciones Decanatura de la Facultad de Ciencias Sociales Cra.1ª E No. 18 A 10, Edificio Franco Of. 202 Universidad de los Andes. Tel: 3324505 Fax: 3324508 Correo electrónico: res@uniandes.edu.co ARCCA Calle 39A No. 20 – 55 Tel: 2878949 Esta Revista pertenece a la Asociación de Revistas Culturales Colombianas y a la Federación Iberoamericana de Revistas Culturales


En memoria de Dora Rothlisberger


DORA ROTHLISBERGER FISCHBACHER 1941 - 2003 Profesora titular del Departamento de Ciencia Política Facultad de Ciencias Sociales Universidad de los Andes Cuán difícil es plasmar en unas cuantas líneas todo lo que significó Dora Rothlisberger para quienes tuvimos la maravillosa oportunidad de conocerla, de aprender de ella y con ella, de discutir con ella, de sentirla tan cerca pero al mismo tiempo tan lejos, cuando por la discreción que siempre la caracterizó se limitaba a hacerle saber a uno que podía contar con ella. La gran pasión de su vida fueron sus alumnas y alumnos, sus "chinas" y "chinos" como los llamaba cariñosamente. Para ellas y ellos fue mucho más que una profesora. Fue incondicional, como lo son los maestros de verdad: los apoyó cuando la necesitaron, mas nunca pretendió recorrer caminos que ellos mismos debían encontrar y trasegar. Fueron varias generaciones de politólogos -algo más de treinta promociones- pero también de economistas, abogados, ingenieros, historiadores, administradores, filósofos, en fin, de Uniandinos con los más variados intereses e inquietudes, a quienes Dora literalmente les abrió las puertas del mundo, como pionera que fue del estudio de las relaciones internacionales en Colombia. Pero sus conocimientos e investigaciones no se limitaron a este tema. Participó en los primeros trabajos que se realizaron en el país sobre comportamiento electoral, así como sobre temas de género. Y a lo largo de su carrera se embarcó en varios proyectos, quijotescos algunos como su frágil figura, para promover una ciudadanía más activa, más crítica y más reflexiva. Así quería que fueran sus estudiantes: ciudadanos de bien, pero ante todo, personas respetuosas consigo mismas y con los demás. Dora, Dorita, Dorín… tres nombres que evocan a una mujer que siempre tuvo tiempo para escuchar. Hoy, cuando nos dejó antes de tiempo, sólo puedo decir que desearía no haberla querido y admirado tanto como la quise y la admiré. Decirle adiós a la profesora, a la maestra, a la colega, pero sobre todo a la amiga, habría sido mucho más fácil. ELISABETH UNGAR BLEIER Bogotá, 25 de mayo 2003


Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 9-11.

Editorial Álvaro Camacho*

El número anterior de la Revista se concentró en algunos análisis clásicos de la guerra. Teólogos medievales y etólogos modernos compartieron espacios con pensadores clásicos chinos y con filósofos contemporáneos. Otros autores se enfrentaron a perspectivas de la filosofía política y de la antropología. Es decir, se cubrió un amplio panorama a partir del cual se puede iniciar no solamente un estudio en profundidad del tema sino de debates en torno a perspectivas cuyo examen es ineludible para quien quiera adentrarse en el examen de uno de los rasgos más centrales de la actual situación colombiana. En este segundo número dedicado al tema se han cambiado las perspectivas, de modo que el lector se encuentra con desarrollos teóricos y empíricos que tienen mucho más que ver con esa realidad nuestra. Son miradas más cercanas, aunque no necesariamente hagan referencia directa a nuestra situación. Aunque el número no ha sido diseñado a partir de un debate organizado, el lector sí se puede encontrar con bases para desarrollar una discusión fructífera. Tomemos el tema del conflicto y el posconflicto. Angelika Rettberg busca desarrollar una posición intermedia entre quienes llevan el tema a extremos que tienen que ver con, por ejemplo, el desarrollo económico posbélico y quienes sustentan que el asunto se concreta en acuerdos destinados a parar la guerra. Rettberg arguye, con sobrada razón, que el desenlace de situaciones bélicas tiene que ver con la naturaleza del conflicto y las pautas de su solución. Plantea algunas valiosas sugerencias para el caso colombiano, que conciernen a medidas tanto en el orden interno como en el internacional. Juan Carlos Garzón, por su parte, presenta un panorama bastante pesimista: a partir del examen de algunos casos internacionales, sustenta que el logro de la paz puede amainar el conflicto abierto, pero que ésta no reduce los niveles de violencia ni los de impunidad, no mejora necesariamente las condiciones económicas ni aumenta los niveles de democracia y participación social. El debate, pues, queda abierto. Otro gran tema: las transformaciones de las guerras. El General Gabriel Puyana, al examinar las vidas y obras de dos grandes pensadores de lo militar, Von Helmuth Moltke y Sir Basil Henry Liddel Hart, resalta el carácter creador de la guerra y las exigencias de que ésta sea conducida a partir de unos preceptos en los que el honor, y la “limpieza” son claves. Las guerras clásicas tienen, por tanto, reglas y principios que han de ser respetados. Algunos de ellos se encuentran hoy contemplados en la normativa asociada con el Derecho Internacional Humanitario. En contraste, en algunos conflictos bélicos locales contemporáneos, el terror se ha convertido en un instrumento generalizado. En su trabajo, Eric Lair desarrolla este tema, y al hacerlo se hacen evidentes las grandes diferencias en esas concepciones clásicas y las variantes contemporáneas de los conflictos armados. Lair trabaja sobre el terror y el terrorismo y en este proceso sostiene

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Sociólogo – Director del Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

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Editorial

que el tema se ha hecho especialmente relevante a partir de los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y sus consecuencias: entre otras, el desarrollo de una nueva doctrina de guerra por parte del gobierno de los Estados Unidos, las invasiones de Afganistán e Iraq y la creación de un clima internacional que tiene efectos directos en nuestro país. Algo que ha quedado claro es que las guerras actuales son descentralizadas: no se desarrollan en un territorio específico, no tienen fronteras y eliminan la distinción entre poblaciones combatientes y no combatientes. Lair distingue, además, entre terror y terrorismo. El primero es un clima de miedo; el segundo es el uso de medios de acción para producir ese miedo. Finalmente, establece una tipología del terror, que incluye, entre otras, las modalidades de disuasivo, persuasivo, estratégico, desmoralizante, intimidante. En cualquiera de sus modalidades, el terrorismo es “sucio”, y despoja a la guerra de aquellas cualidades que le habían asignado los autores de quienes se ocupa el General Puyana. En una estrecha relación con el tema, Manuel Iturralde sostiene que la permanencia de la contienda armada en Colombia se ha traducido en que los gobiernos colombianos han hecho uso extensivo de los estados de excepción, con lo cual han sustituido la regla por la excepción y en este proceso el Estado de derecho ha ido cediendo frente al autoritarismo. La fragilidad política de los distintos gobiernos en medio de un clima de permanente confrontación y desorden social, sostiene Iturralde, ha reforzado la tendencia a abandonar las reglas democráticas para privilegiar el uso de la fuerza como arma política. La construcción-reconstrucción constante de la noción amigo-enemigo, y su ampliación a sectores desafectos con el régimen político imperante han conducido a que en Colombia el derecho tienda a convertirse en un instrumento para la guerra. Con los estados de excepción se legisla para la guerra, y se contribuye así a debilitar la legitimidad del Estado y a menoscabar la democracia. Y este efecto es una paradoja, por cuanto la legislación de excepción busca ante todo proteger al Estado. El conflicto armado, pues, tiene consecuencias profundas en las concepciones sobre el derecho y sobre su uso pertinente para eliminar al enemigo. Guerra y psicología es el otro gran tema, e involucra los artículos de Enrique Chaux y de Ángela María Estrada y sus colaboradoras. No se trata de que los trabajos establezcan polémica entre ellos. Su valor reside en que introducen una dimensión que no es muy frecuente en los análisis de nuestro conflicto armado interno. Chaux analiza el impacto de la violencia en la población infantil y en los procesos de aprendizaje de comportamientos agresivos que reproducen la violencia. A partir de una tipología polar que diferencia entre agresión reactiva e instrumental, Chaux arguye que las dos predicen comportamientos diferentes. La distinción sirve, además, para proponer distintos tipos de intervenciones para romper el ciclo de la violencia y disminuir su reproducción, independientemente de que la violencia general, macrosocial, siga teniendo vigencia. El tema de las relaciones entre la violencia privada, doméstica o intrafamiliar es examinado por Estrada y sus colaboradoras: a partir de estudios realizados en varios municipios colombianos, y con el recurso de entrevistas en profundidad, la autora va mostrando las líneas de relación entre la violencia que padecen las mujeres a partir de una organización social tradicional que les asigna papeles subordinados en la sociedad, y las formas como en el conflicto armado estos patrones tienden a reproducirse. Los cuadros armados irregulares recurren a los abusos y desmanes contra las mujeres que se encuentran en sus áreas de acción o dominio. Las violaciones y vejaciones a que ellas son sometidas reproducen esos mismos comportamientos masculinos emanados de la tradición. 10


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En ambos casos, pues, niños y mujeres se convierten en víctimas propiciatorias y en mecanismos de una violencia que ya no se contiene solamente en las luchas por cambios en el régimen político, sino que involucra aspectos de las vidas cotidianas de los colombianos más débiles e indefensos. Desde una mirada antropológica y con componentes psiquiátricos, Carlos Alberto Uribe tercia en el tema. Al relacionar magia, brujería, sanación y violencia, y a partir de entrevistas en profundidad y observación etnográfica, el autor muestra cómo una situación de conflicto y caos social ofrece un escenario privilegiado para el desarrollo de la brujería. Los estudios de caso le ayudan a mostrar cómo los cambios sociales, económicos y culturales que ha producido el narcotráfico, especialmente en Antioquia, han contribuido a modificar arreglos culturales tradicionales de la familia antioqueña. Se incluye en este número un artículo de Francisco Leal en el que presenta un panorama de la doctrina de la seguridad nacional y de los mecanismos a través de los cuales tomó forma en América del Sur. Examina los desarrollos de la doctrina y sus efectos en las prácticas de las dictaduras militares que ensombrecieron el panorama político y social de Argentina, Brasil, Uruguay y Chile. Continúa así Leal con un tema sobre el cual ha escrito extensamente y que lo ha convertido en una de los más reconocidos expertos internacionales.

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DISEÑAR EL FUTURO: UNA REVISIÓN DE LOS DILEMAS DE LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ PARA EL POSTCONFLICTO* Angelika Rettberg**

Resumen El artículo describe los principales debates e identifica algunas de las difíciles preguntas que aborda la literatura sobre el tema de la construcción de paz para el postconflicto. También encuentra que existe aún poco consenso acerca de una definición de construcción de paz. Esto refleja tensiones entre visiones minimalistas y maximalistas de los retos del postconflicto. En el primer caso, la construcción de paz se reduce a la superación de las secuelas específicas del conflicto, mientras que una visión maximalista se enfoca en parar la guerra y, además, en generar las condiciones propicias para el desarrollo económico, político y social. El artículo sugiere que una posición intermedia representa un compromiso entre la búsqueda de la estabilidad de la paz y la viabilidad de los pasos previos. Argumenta que, además de una discusión normativa, el contenido de la actividad de construcción de paz es fruto de la naturaleza del conflicto, de la forma en que cesa y del papel que la comunidad internacional asume en la construcción de la paz. En cuanto al caso colombiano, el artículo concluye que hablar de construcción de paz para el postconflicto en plena guerra tiene sentido porque plantea metas, sugiere retos y propone una agenda para actores nacionales e internacionales interesados en aportar a la construcción de la esquiva paz colombiana.

Abstract The article describes the main debates and identifies some of the difficult questions emerging from the academic and policy literature on post-

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Agradezco a la Fundación Ideas para la Paz (FIP), en especial a su director ejecutivo, Arturo García, a la directora del Departamento de Ciencia Política, Ann Mason, y a los miembros del grupo de trabajo sobre postconflicto de la Universidad de los Andes por el apoyo en la elaboración de este documento. Gracias, en especial, a Enrique Chaux, investigador del Centro de Investigación y Formación en Educación (CIFE) y del Departamento de Psicología, y a Carlo Nasi, director de la Especialización en Teoría y Resolución de Conflictos del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, así como a un evaluador anónimo, por comentar versiones previas de este trabajo. Finalmente, mis efusivas gracias a Adriana Mera y a Natalia Vesga por su asistencia. ** Ph. D. en Ciencia Política, Boston University, M. A. en Ciencia Política, Boston University, Politóloga, Universidad de los Andes. Profesora e investigadora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

conflict peacebuilding. It also finds there is little consensus on the content of peacebuilding activity. This reflects tensions between minimalist and maximalist visions of peacebuilding. While minimalists suggest that peacebuilding activity should be concerned with removing the sequels of conflict, maximalists focus on ending the violence and generating the conditions for full-fledged development. It suggests an intermediate path represents a compromise between the need for a stable and a viable peace. In addition to the normative discussion, the article suggests the content of peacebuilding activity is also a result of the nature of the conflict, the manner in which it ends, and the role played by the international community in peacebuilding. As to the Colombian case, the article concludes that debate about peacebuilding in the midst of conflict makes sense because it identifies goals and challenges and proposes an agenda for national and international actors interested in contributing to peace in Colombia.

Palabras clave: Construcción de paz, postconflicto, conflicto, Colombia, economía política del conflicto, acuerdos de paz, comunidad internacional.

Keywords: Peacebuilding, post-conflict, conflict, Colombia, political economy of conflict, peace agreements, international community.

En junio de 1992, el entonces secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Boutros Boutros-Ghali, publicó la Agenda para la Paz1. En este documento recogió y formuló por primera vez los elementos de la construcción de paz para el postconflicto (post-conflict peacebuilding). Reflejaba así una creciente preocupación de esta organización internacional por aprovechar el fin de la Guerra Fría para brindar nueva atención a la solución y la prevención de conflictos entre –y al interior de– los países del mundo. Diez años después de la publicación del documento rector, la vigorosa actividad en torno a la construcción de paz –que complementa la diplomacia preventiva, el establecimiento de la paz (peacemaking) y el mantenimiento de la paz (peacekeeping) –ha sido ampliamente documentada por académicos, practicantes y funcionarios de diversas agencias internacionales. A pesar de que el número efectivo de conflictos intra e

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Organización de las Naciones Unidas (ONU), An Agenda for Peace: Preventive Diplomacy, Peacemaking and Peacekeeping. Report of the Secretary-General, United Nations GA and SC, A/47/277, S/24111, 17 de Junio de 1992; disponible en: (www.un.org/Docs/SG/agpeace.html).

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internacionales ha disminuido en la década de los noventa2, un número creciente de organizaciones internacionales públicas y privadas han incluido el tema de la construcción de paz para el postconflicto en su agenda de actividades de investigación y en sus recomendaciones de políticas de intervención.3 Más que una evaluación de la multifacética actividad, este artículo busca describir los principales debates e identificar las difíciles preguntas que aborda la literatura en el tema de la construcción de paz para el postconflicto. Con esta descripción, procura contribuir al diálogo sobre los retos que enfrenta la construcción de paz en Colombia. Como lo ilustra el material recogido, hablar de construcción de paz para el postconflicto en plena guerra tiene sentido en cuanto plantea metas, sugiere retos y posibles limitaciones y propone una agenda para actores nacionales e internacionales interesados en aportar a la construcción de la esquiva paz colombiana.

La construcción de paz para el postconflicto: un concepto multidimensional y multitemporal (o sencillamente impreciso) Después de una década de ser formulada, la definición más generalizada de la construcción de paz para el postconflicto es aún aquella propuesta por Boutros-Ghali. En sus palabras, la construcción de paz consiste en “acciones dirigidas a identificar y apoyar estructuras tendientes a fortalecer y solidificar la paz para evitar una recaída al conflicto”.4 Siguiendo la definición de BoutrosGhali, la actividad de construcción de paz tiene una dimensión preventiva, paliativa y reparativa y, como aclaró el Secretario General en 1995, no distingue entre el

Ted Robert Gurr, Monty G. Marshall y Khosla, Deepa, Peace and Conflict 2001: A Global Survey of Armed Conflicts, Self-determination Movements and Democracy, College Park, M.D., Center for International Development and Conflict Management (CIDCM), University of Maryland, 2000, pág. 22. 3 La lista de instituciones es extensa. La mayoría de las organizaciones donantes ahora cuentan con unidades dedicadas exclusivamente a la construcción de paz para el postconflicto (Paul Collier, Aid, Policy and Growth in Post-conflict Countries, Development Research Group (DECRG), World Bank, CPR Dissemination Notes, no.2, 2002, pág. 4). El grupo interdisciplinario de trabajo sobre postconflicto de la Universidad de los Andes ha elaborado una lista de sitios en internet de instituciones dedicadas al trabajo con temas de construcción de paz para el postconflicto. 4 ONU, 1992, op. cit. 2

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preconflicto, el conflicto y el postconflicto como períodos apropiados para la acción.5 La vaguedad de la definición no es fortuita, pues una parte significativa de la documentación sobre el tema se elaboró sobre la marcha, y surgió de la práctica de las entidades multilaterales involucradas en los conflictos que estallaron en los albores de la década de los noventa. Es así como bajo el rubro de construcción de paz se relacionan actividades que van desde desarmar a ex combatientes, destruir armas y remover minas antipersonal, hasta repatriar refugiados, monitorear elecciones, proteger el medio ambiente, avanzar en la protección de los derechos humanos, reformar y fortalecer las instituciones gubernamentales y judiciales, apoyar la reconciliación de la sociedad y promover procesos formales e informales de participación política. Como consecuencia, el proceso de aprendizaje ha sido altamente específico a cada contexto.6 En particular, la actividad tomó por sorpresa a la comunidad académica, que sólo en años más recientes ha empezado a ocuparse del tema del postconflicto y de la economía política de los conflictos internos desde el marco de la subdisciplina académica de los estudios de paz.7 No es de sorprender, por tanto, que se haya sugerido que el término “construcción de paz para el postconflicto” se encuentra aún en su “adolescencia etimológica”.8

Organización de las Naciones Unidas (ONU), Supplement to an Agenda for Peace: Position Paper of the Secretary-General on the Occasion of the Fiftieth Anniversary of the United Nations, 3 de enero de 1995; disponible en: (www.un.org/Docs/SG/agsupp.html). 6 Paul Collier, Aid, Policy and Growth in Post-Conflict Countries, Development Research Group (DECRG), World Bank, CPR Dissemination Notes, no. 2, abril 2002, pág. 4. 7 Véase por ejemplo, Michael Von Tangen Page, “The Birth of a New Discipline? Peace and Conflict Research in the New Millenium”, en Studies in Conflict and Terrorism, no. 25, Londres, Centre for Defence Studies- King’s College, 2002, págs. 57-65, y Ho-Won Jeong (ed.), The New Agenda for Peace Research, Brookfield, Ashgate Publishing Company, 1999. 8 Robert Miller, Canadian Peacebuilding Initiative (citado en Henning Haugerudbraaten, “Peacebuilding: Six Dimensions and Two Concepts”, en African Security Review, Vol 7, no. 6, 1998, págs. 17-26.) En parte como reflejo de la imprecisión conceptual, la Unidad para el Postconflicto del Banco Mundial cambió su nombre a Unidad para la Prevención y la Reconstrucción en noviembre de 2001, “de acuerdo con la ampliación de su enfoque, anunciado en el documento de Política Operacional 2.30, ‘Development Cooperation and Conflict’, de enero de 2001”. Comunicación electrónica de Massimo Fusato, de la Unidad para la Prevención y la Reconstrucción del Banco Mundial, 4 de septiembre, 2002. Véase también www.worldbank.org/conflict.

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¿Remoción de escombros o solución de los problemas “de fondo”? En buena parte, la dificultad de delimitar la definición de construcción de paz para el postconflicto refleja una tensión entre una visión minimalista de los retos del postconflicto (reducido a la superación de las secuelas específicas del conflicto como, por ejemplo, la reconstrucción de la infraestructura destruida) y una visión maximalista (enfocada en parar la guerra y generar las condiciones propicias para fomentar el desarrollo económico, político y social del país en cuestión, para superar las causas así llamadas “estructurales” de los conflictos, como, por ejemplo, la pobreza, la inequidad y la exclusión que estas generan). Las dos visiones cuentan con defensores en la literatura. Los minimalistas advierten que la paz no debe convertirse en sinónimo de todas las cosas buenas. En su concepto, mezclar las agendas de la paz y del desarrollo genera problemas de eficacia (¿cuándo puede concluirse que se ha logrado algo?) y de legitimidad (si la paz no trae los profundos cambios socio-económicos asociados con una “mejor” sociedad, ¿pierde validez?).9 Muchos minimalistas se aproximan de forma desencantada al debate sobre las raíces de los conflictos. Sugieren que los conflictos, que pueden tener origen en reclamaciones estructurales, suelen transformarse y en su transcurso generan intereses de naturaleza económica en su mantenimiento, que pueden llegar a dominar la agenda y las motivaciones de los combatientes.10 La construcción de paz, por tanto, pasa por la eliminación de los incentivos a los que responden aquellos que derivan su bienestar y riqueza de la perpetuación de los conflictos.11 Por otro lado, los minimalistas sugieren la existencia de problemas conceptuales para la definición de la construcción de paz, pues no todo lo que es esencial para

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Michael Lund, “What Kind of Peace is Being Built? Taking Stock of Peacebuilding and Charting Next Steps”, Discussion Paper, prepared on the Occasion of the Tenth Anniversary of Agenda For Peace for the International Development Research Centre (IDRC), Ottawa, Canadá, octubre 2002. 10 Mats Berdal y David M. Malone (eds.), Greed and Grievance: Economic Agenda in Civil Wars, New York, International Peace Academy, 2000. 11 International Peace Academy, Policies and Practices for Regulating Resource Flows to Armed Conflict, IPA Conference Report, Rockefeller Foundation Bellagio Study and Conference Center, Bellagio, Italia, 2123 mayo 2002.

el desarrollo lo es para la construcción de paz12, entendida aquí como el cese de hostilidades, la recuperación de los daños causados en el transcurso del conflicto –bajo la supervisión autoritativa de un tercero, si es necesario– y la instauración de los mecanismos judiciales, policiales, económicos y políticos necesarios para prevenir la reanudación de la violencia, incluyendo desincentivos para quienes se lucran del conflicto. En consecuencia, como lo ilustra el cuadro 1, la actividad de construcción de paz en una perspectiva minimalista se restringe al corto plazo. Una vez recuperada una forma pacífica e institucionalizada de solucionar los conflictos, la sociedad podrá abocarse a la agenda más amplia del desarrollo. Los maximalistas, en cambio, sugieren que una construcción de paz para el postconflicto que no ataque problemas como la pobreza y la inequidad es insuficiente.13 En palabras de Galtung, la de los minimalistas sería una paz “negativa”, caracterizada por la mera ausencia de violencia.14 Esta perspectiva critica la aproximación minimalista pues considera que, más que de construcción de paz, se trata de ingeniería social, dirigida a administrar los conflictos para evitar que desborden niveles manejables.15 En efecto, según los maximalistas, la visión minimalista puede ser una fuente adicional de conflicto por no abordar los problemas de fondo. Para generar una paz duradera, sugieren los maximalistas, se requiere la identificación de las principales fuentes –pasadas y potenciales– del conflicto, desde sus raíces históricas y estructurales hasta sus manifestaciones inmediatas.16 La paz, según los maximalistas, “es la presencia de justicia, y la construcción de paz incluye todos los factores y fuerzas que impiden la realización de todos los derechos humanos de todos los seres humanos”.17 La construcción de paz, por tanto, “se enfoca en el apoyo a largo plazo a instituciones políticas, socioeconómicas y

12 Lund, 2002, op. cit., pág.16. 13 Alejandro Bendaña, “What Kind of Peace is Being Built? Critical Assessments from the South”, Discussion Paper, prepared on the Occasion of the Tenth Anniversary of Agenda For Peace for the International Development Research Centre (IDRC), Ottawa, Canadá, octubre 2002. 14 Johann Galtung, Peace by Peaceful Means: Peace and Conflict, Development and Civilisation, Londres, Sage, 1996. 15 Roland Paris, “Peacebuilding and the Limits of Liberal Internationalism”, en International Security, vol. 22, no. 2, otoño 1997, págs. 55-56. 16 Lund, 2002, op. cit., pág. 6. 17 Bendaña, 2002, op. cit.

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culturales viables y capaces de solucionar las causas estructurales del conflicto y establecer las condiciones necesarias para la paz y la estabilidad”.18 En palabras de Galtung, esta paz “positiva” es un equilibrio social estable en el que las nuevas disputas no escalan para convertirse en violencia y guerra.19 La tensión entre las posturas minimalistas y maximalistas se refleja en debates cotidianos, en países que emergen de conflictos. En el plano judicial, por ejemplo, escoger entre una amnistía y la persecución a fondo de los culpables de violaciones de derechos humanos representa también una decisión entre brindar estabilidad inmediata al nuevo régimen protegiendo a una minoría (una postura minimalista) a costa de la justicia y la reconciliación social plenas (un objetivo maximalista).20 En el campo político, las preguntas son igual de difíciles, pues qué hacer con los perdedores y con las minorías, y cómo distribuir el poder entre las partes y entre los niveles administrativos representa uno de los grandes retos de la construcción de paz.21 ¿Deberá reformarse el Estado para compartir el poder? ¿Cuánto y en qué aspectos? son algunas de las preguntas en este debate, en el que los minimalistas tienden a eliminar sólo aquellos aspectos del status quo directamente vinculables al conflicto, como una organización electoral corrupta, mientras que los

maximalistas recomendarían una reforma estatal profunda.22 Una posición intermedia parte de la evidencia empírica que asocia altos niveles de desarrollo con bajos niveles de conflicto,23 por un lado, y con mayores posibilidades de superarlo, por el otro.24 Así mismo, señala la relación entre crecimiento económico, por un lado, y reducción de la pobreza y disminución del riesgo de conflicto, por el otro.25 Esta corriente combina el pragmatismo de los minimalistas con las advertencias de los maximalistas y ubica la reconstrucción para el postconflicto en un punto medio del continuo que va de la emergencia humanitaria a la ayuda de largo plazo para el desarrollo.26 Subraya la necesidad de evitar la recurrencia del conflicto, por lo cual no se deben descuidar aquellos temas estructurales que pueden llevar a una recaída, sin comprometerse con agendas comprehensivas que generen problemas de eficacia. En otras palabras, esta corriente sugiere que la construcción de paz requiere la capacidad de diseñar programas suficientemente flexibles para abordar necesidades de emergencia a la vez que la visión para generar los fundamentos del desarrollo posterior, una vez haya sido recuperada cierta estabilidad.27 La diferencia crucial de la vertiente intermedia respecto de la maximalista radica en su énfasis en la viabilidad y en su recomendación a académicos y a funcionarios de ser “estratégicos”,28 es decir, de reconocer los límites de los

18 Gilles Carbonnier, Conflict, Postwar Rebuilding and the Economy: A Critical Review of the Literature, Geneva, War Torn Societies Project (WSP) Occasional Paper, no.2, marzo 1998. 19 Galtung, 1996, op. cit., págs. 1-3. 20 Sobre este tema existe una copiosa literatura. Véase por ejemplo: Cristina Jayme Montiel, “Constructive and Destructive Post-conflict Forgiveness”, en Peace Review, vol.12, no.1, 2000; Aleksandar Jokic y Abrol Fairweather, “Secession, Transitional Justice and Reconciliation”, en Peace Review, vol. 12, no.1, 2000; John Paul Lederach, “Civil Society and Reconciliation”, en Chester Crocker, Fen Osler Hampson y Pamela Aall (eds.), Turbulent Peace: The Challenges of Managing International Conflict, Washington, United State Institute of Peace, 2001; Martha Minow, “Between Vengeance and Forgiveness: South Africa’s Truth and Reconciliation Commission”, en Negotiation Journal, octubre 1998; Donna Pankhurst, “Issues of Justice and Reconciliation in Complex Political Emergencies”, en Third World Quarterly, vol. 20, no.1, marzo 1999; y Joaquín Villalobos, Sin vencedores ni vencidos, El Salvador, Instituto para un Nuevo El Salvador INELSA, 2000. 21 Véase por ejemplo, Günther Bächler, Conflict Transformation Through State Reform, The Berghof Handbook for Conflict Transformation, Berlin, Berghof Research Center for Constructive Conflict Management, octubre 2001; Ian S. Spears, “Understanding Inclusive Peace Agreements in Africa: The Problems of Sharing Power”, en Third World Quarterly, vol. 21, no.1, 2000, págs. 105-118 y Timothy Sisk, “Democratization and Peacebuilding”, en Crocker et al., 2001, op. cit.

22 En este aspecto, una de las preguntas centrales es aquella referida al tipo de instituciones políticas más adecuadas para permitir la consolidación de la paz. Véase por ejemplo, Samuel Barnes, “The Contribution of Democracy to Rebuilding Post-conflict Societies”, en American Journal of International Law, vol. 95, no. 1, enero 2001 y Caroline Hartzell, Matthew Hodie y Donald Rothchild, “Stabilizing the Peace After Civil War: An Investigation of some Key Variables”, en International Organization, vol. 55, no.1, invierno 2001. Hartzell (1999, op. cit.), por ejemplo, sugiere que el proporcionalismo electoral y la autonomía territorial pueden ser las instituciones democráticas más indicadas para la institucionalización de la paz. Véase también P. Harris, y B. Reilly (eds.), Democracy and Deep-Rooted Conflict: Options for Negotiators, Handbook Series 3, Estocolmo, International Institute for Democracy and Electoral Assistance (IDEA), 1998. 23 Gurr, Marshall y Khosla, op. cit., 2000. 24 Michael W. Doyle y Nicholas Sambanis, “International Peacebuilding: A Theoretical and Quantitative Analysis”, en American Political Science Review, vol. 94, no.4, diciembre 2000. 25 Paul Collier y Anke Hoeffler, Greed and Grievance in Civil War, Washington, The World Bank Development Research Group, 2000. 26 Nat Colletta, Michelle Cullen y Johanna Mendelson, Conflict Prevention and Post Conflict Reconstruction: Perspectives and Prospects, París, Unidad de Postconflicto del Banco Mundial, abril 2021, 1998, pág. 3. 27 Colletta, 1998, op. cit., pág. 3. 28 Doyle y Sambanis, 1999, op. cit.

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recursos, dosificar los esfuerzos y escoger el área de intervención. En vez de ir a las raíces de los conflictos, algunos exponentes de esta vertiente, por ejemplo, sugieren que puede bastar con un énfasis en buen gobierno (governance) y con la instauración de mecanismos para la solución pacífica de disputas.29 En el plano judicial, Sudáfrica representa una opción intermedia, pues convocó una Comisión de la Verdad que no tendría efectos judiciales para

quienes admitían sus crímenes, y logró así un compromiso entre la necesidad de establecer la verdad y el riesgo de alienar los miembros del antiguo régimen.30 En suma, la meta de una posición intermedia es “nutrir” la paz,31 por medio de la instalación o restauración de los mecanismos sociales, económicos y políticos necesarios para sostenerla, evitando recrear aquello que pudo causar el conflicto, sin desbordar los límites de lo viable.

Cuadro 1. Interpretaciones de la construcción de paz Visión maximalista

Visión minimalista

Visión intermedia

Definición de paz

Paz es justicia y bienestar para todo/as.

Paz consiste en cese de hostilidades entre las partes y adopción de medidas para evitar recaer en el conflicto.

Paz, para ser duradera, requiere de cese de hostilidades y de suficientes bases sociales y económicas para evitar una recaída y sentar las bases para el desarrollo posterior.

Contenido de la actividad de construcción de paz

Remoción de secuelas del conflicto y reformas institucionales y estructurales de fondo (incluyendo reformas del Estado y del sistema económico).

Reparación de secuelas directas del conflicto (e.g. reconstrucción de infraestructura, retorno de refugiados, remoción de minas) y eliminación de incentivos para la continuación del conflicto (e.g. control de minas de diamantes, tráfico de narcóticos)

Reparación de secuelas del conflicto y reformas estructurales “estratégicas” (e.g. sistema electoral, administración de justicia, buen gobierno y mecanismos de resolución pacífica de disputas) para “nutrir” la paz.

Plazo

Largo

Corto

Mediano, aprovechando la “ventana de oportunidad”.

29 Henning Haugerudbraaten, “Peacebuilding: Six Dimensions and Two Concepts”, en African Security Review, vol. 7, no. 6, 1998, págs. 17-26.

30 Tampoco una opción intermedia está exenta de riesgos. A fuerza de evitar antagonizar a una de las partes del conflicto, corre el riesgo de dejar a todos insatisfechos, sembrando así la inconformidad generalizada en vez de comprometer por lo menos a una de las partes con la paz. Agradezco este comentario a Carlo Nasi. 31 Fen Osler Hampson, Nurturing Peace: Why Peace Settlements Succeed or Fail, Washington, United States Institute of Peace, 1996.

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¿Cuándo empieza, cuándo termina? A las diferencias sobre el contenido y la orientación de la actividad para la construcción de paz, se suma la discusión acerca del momento apropiado en el que debe dársele inicio y aquel en el que puede darse por concluida. Con base en la experiencia de varios países (como El Salvador, Guatemala y Sudáfrica), hoy existe acuerdo acerca de que tanto las actividades dirigidas específicamente a la superación de las secuelas del conflicto, como aquellas tendientes al desarrollo de las bases sociales y económicas para una paz duradera deberían iniciarse antes del fin de las hostilidades.33 Así, serán más efectivas y podrán reforzarse mutuamente. Un suplemento a la Agenda para la Paz, publicado en 1995, es consecuente con este consenso y sugiere que la construcción de paz es pertinente en el conflicto y en el postconflicto.34 En resumen, existe acuerdo acerca de que mientras el postconflicto es aquel período de tiempo que se inicia con el cese de hostilidades entre las partes previamente enfrentadas, la construcción de paz prepara el terreno desde mucho antes. Cuándo termina el postconflicto y, con él, la actividad de construcción de paz (para dar paso a la ayuda para el desarrollo “tradicional”), en cambio, no ha recibido una respuesta uniforme. La discrepancia en este punto se relaciona con las distintas percepciones de la construcción de paz, descritas en párrafos anteriores. Reflejando una posición minimalista, Haugerudbraaten ha sugerido que se puede dar por finalizada la actividad de construcción de paz en el momento de las primeras elecciones generales bajo el nuevo arreglo institucional, como fue el caso de Mozambique, aproximadamente a los dos o tres años del cese de hostilidades.35 Paris, sin embargo, recomienda un período de siete a diez años, hasta el segundo proceso electoral.36 Un maximalista puro argumentaría que el propósito de la construcción de paz es más ambicioso que la familiarización con nuevas reglas políticas, por lo cual se requieren esfuerzos dirigidos al logro de metas como la eliminación de la pobreza y de la inequidad, un proceso que puede durar generaciones.37 32 Ibid. 33 Jenny Pearce, “Peace-Building in the Periphery: Lessons from Central America”, en Third World Quarterly, vol. 20, no.1, febrero 1999. 34 ONU, 1995, op. cit. 35 Haugerudbraaten, 1998, op. cit., págs. 17-26. 36 Roland Paris, “Peacebuilding and the Limits of Liberal Internationalism”, en International Security, vol. 22, no. 2, otoño 1997. 37 Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) y UNESCO, Peace, Security and Conflict Prevention - SIPRI - UNESCO Handbook, Nueva York, Oxford University Press, 1998.

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De nuevo, una posición intermedia recoge el imperativo de aumentar las probabilidades para la estabilidad de la paz, por un lado, y el de prevenir problemas de eficacia y legitimidad, por el otro. En ese sentido, aquí se propone que la construcción de paz se debe iniciar antes de que cesen las hostilidades y que culmina (y con ella, el período de postconflicto) cuando una sociedad 1) se ha recuperado del daño físico causado en el transcurso del conflicto (medido, por ejemplo, en niveles de reconstrucción), 2) ha aprendido a jugar bajo nuevas reglas políticas y económicas (medido, por ejemplo, en realización regular de elecciones con participación de antiguas contrapartes y transferencia y distribución pacífica del poder político) y 3) ha sanado sus heridas, individuales y colectivas, de tal manera que haya una expectativa generalizada (a nivel nacional e internacional) de que las diferencias que persistan no van a exacerbarse hasta el punto de recaer en el conflicto violento.

Determinantes de la actividad de construcción de paz y de su efectividad En la práctica, la construcción de paz no es sólo asunto de matices ni se basa necesariamente en los méritos normativos de las distintas interpretaciones. Se relaciona también con factores como 1) la naturaleza del conflicto (por ejemplo su duración,38 los asuntos en juego –si se trata de un conflicto de identidades o de recursos– y el grado de debilitamiento del Estado), 2) las circunstancias en las que cesan las hostilidades (victoria militar de una de las partes, negociación entre iguales, negociación entre desiguales, intervención externa o agotamiento)39 y, si se llega a una resolución negociada, el tipo de acuerdo alcanzado40, y 3) el interés estratégico y la participación de la comunidad internacional en la solución del conflicto y en los esfuerzos de construcción de paz. La particular combinación de circunstancias resultante de estos factores limita y determina en buena medida el campo de acción y la orientación de la actividad de construcción de paz. Por tanto, es preciso recalcar que la construcción de paz no es una actividad neutral desde el punto de vista político y que

38 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit. 39 Roy Licklider, “The Consequences of Negotiated Settlements in Civil Wars, 1945-1993”, en American Political Science Review, vol. 89, no. 3, septiembre 1995. Lund, 2002, op.cit.; Doyle y Sambanis, 2000, op. cit. 40 Hampson, 1996, op. cit.


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incluye una negociación sobre las causas del conflicto y la mejor manera de solucionarlo.41

Naturaleza del conflicto Según el Banco Mundial, “la construcción de paz requiere que se conozcan y se aborden las causas del conflicto”.42 Sin embargo, diversos estudios apuntan a que las causas de los conflictos se transforman y que, por tanto, no hay una relación necesaria entre aquello que desató un conflicto y aquello que lo mantiene y contribuye a su perpetuación.43 Según Doyle y Sambanis (2000), quienes realizaron un estudio comparativo de más de cien conflictos, la construcción de paz se facilita cuando los conflictos no giran en torno a identidades étnicas o nacionales.44 De igual manera, países que dependen poco de la extracción de recursos naturales tienen mayor probabilidad de éxito en la construcción de paz, pues los conflictos en países ricos en determinado recurso tienden a girar en torno a él. En palabras de Doyle y Sambanis (2000), “la guerra se reanudará si las utilidades esperadas son mayores que las utilidades esperadas de la paz” o donde los costos del conflicto para los actores con mayor capacidad de veto son inferiores a los costos percibidos de la paz. En consecuencia, la capacidad de controlar el flujo de recursos hacia los combatientes se constituye en uno de los principales determinantes de la efectividad de la construcción de paz.46 Finalmente, los conflictos de bajo costo (medido en muertes y desplazamientos)47 se asocian con mayor efectividad de la construcción de paz, pues el bajo costo disminuye las barreras sociales y sicológicas a la construcción de paz.48 Por otro lado, tanto Doyle y Sambanis (2000) como Mason y Fett (1996) concluyen que entre mayor sea la duración de un conflicto, mayor será la probabilidad de que se resuelva por medio de un acuerdo (debido al agotamiento de las partes) y mayor la probabilidad de que sea efectiva la construcción de paz.49

41 W. Kühne (ed.), Winning the Peace: Concepts and Lessons Learned of Post-conflict Peacebuilding. Report from an International Workshop, Berlin, Stiftung Wissenschaft und Politik, 4-6 julio 1996. 42 World Bank Post Conflict Unit, 1999, op. cit. pág. 14. 43 Collier y Hoeffler, 1998, op. cit.; David Malone y Mats Berdal, Greed and Grievance: Economic Agendas in Civil Wars, New York, Boulder, Lynne Rienner Publishing; Ottawa, IDRC, 2000. 44 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit. 45 Ibid. 46 International Peace Academy, 2002, op. cit. 47 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit., pág. 795. 48 Ibid, pág. 780. 49 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit.; Mason y Fett, 1996, op. cit.

Un aspecto relacionado con la pregunta acerca de la naturaleza del conflicto es el grado de colapso o capacidad del Estado. Muchas veces, como resultado de los conflictos, los Estados colapsan, son objeto de una fuerte competencia por el control del territorio y por la legitimidad por parte de los grupos rebeldes o, por lo menos, se encuentran seriamente debilitados.50 La consecuencia para la construcción de paz es significativa, pues se trata de la institución central para canalizar la ayuda humanitaria hacia la sociedad en recuperación del conflicto.51 En cierta forma, la existencia de un Estado –aunque sea débil– y su aparato institucional es un prerrequisito para iniciar las actividades de construcción de paz y de desarrollo para el postconflicto. En consecuencia, entre menor sea el grado de deterioro estatal, mayor la posibilidad de contar con las herramientas y canales institucionales para gestionar y orientar la actividad y la asistencia para la construcción de paz. Es pertinente, sin embargo, una voz de cautela: cuando el Estado mismo ha sido una fuente significativa del conflicto por medio de un sistema de exclusión sistemática de sectores importantes de la población, su mantenimiento podrá minar las posibilidades de la consolidación de paz.52 El dilema, por tanto, apunta a cómo diseñar un Estado en el que antiguos enemigos puedan trabajar conjuntamente, por lo menos sin recurrir a la violencia.53

Circunstancias en las que termina un conflicto Los conflictos pueden terminar de muchas formas, incluyendo las victorias militares, los empates militares (caso El Salvador), el agotamiento de las partes (caso Angola), la secesión (caso Timor Oriental) o la intervención externa (caso antigua Yugoslavia). Según Licklider, la mayoría de las guerras civiles terminan en victorias militares, pero los acuerdos negociados entre las partes para poner fin a las hostilidades son un fenómeno común (representan un cuarto de los casos que examinó).54 Sin embargo, los acuerdos negociados son difíciles de alcanzar y, una vez se logren, tienen una alta probabilidad de

50 Lionel Cliffe y Robin Luckham, “Complex Political Emergencies and the State: Failure and the Fate of the State”, en Third World Quarterly, vol. 20, no. 1, 1999. 51 Hartzell y Rothchild, 2001,op. cit., pág. 185. 52 Cliffe y Luckham, 1999, op. cit. y Pearce, 1999, op. cit. 53 Bächler, 2001, op. cit.; Licklider, 1995, op. cit., pág. 684. 54 Ibid.

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colapsar (especialmente en el caso de conflictos étnicos).55 Dicho en otra forma, los conflictos suelen ser cíclicos.56 Ello explica la atención que los acuerdos y sus posibilidades de éxito o fracaso han recibido en la literatura sobre la construcción de paz. Como señalan Doyle y Sambanis, la probabilidad de éxito de la construcción de paz es mayor cuando los conflictos terminan en un acuerdo.57 Sin embargo, teniendo en cuenta la advertencia de Licklider, es el tipo de acuerdo, más que su firma en sí, así como la previsión de especificar los pasos para traducir un acuerdo en un paquete de compromisos de implementación, lo que determina la efectividad de la construcción de paz.58 Holiday y Stanley, por ejemplo, sugieren que acuerdos muy específicos o muy generales, así como un grado alto de división interna de las partes negociadoras, contribuyen a dificultar la implementación de los acuerdos y, con ella, la construcción de una paz duradera.59 En el último punto, la posible injerencia de saboteadores (spoilers), “líderes o grupos que creen que la paz que emerge de las negociaciones amenaza su poder, cosmovisión e intereses y utilizan la violencia para impedirla” refleja un esfuerzo insuficiente por generar apoyo entre las facciones para el acuerdo.60 Como resultado, Hartzell y Hartzell, Hodie y Rothchild, con base en estudios comparativos, encontraron que sólo los acuerdos extensamente institucionalizados– que aporten garantías institucionales a las partes– tienen probabilidad de ser estables.61 De nuevo, ello apunta a la importancia de contar con un mínimo institucional en la forma de organizaciones estatales con capacidad de servir de canales y garantes para la implementación de los acuerdos62 (aún cuando esto plantee el dilema respecto de cuáles aspectos del Estado conviene mantener y cuáles reformar o eliminar, para alejar la posibilidad de que se reanuden los conflictos). En suma, la literatura indica que la efectividad

55 Ibid, véase también Roy Licklider, “Obstacles to Peace Settlements”, en Crocker, Hampson y Aall, 2001, op. cit. 56 The World Bank, Post Conflict Unit, 1998, op. cit. pág. 18. 57 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit., págs. 785, 789. 58 Hampson, 1996, op. cit. 59 David Holiday y William Stanley, “Building the Peace: Preliminary Lessons from El Salvador”, en Journal of International Affairs, vol. 46, no. 2, invierno 1993. 60 Stephen John Stedman, “Spoiler Problems in Peace Processes”, en International Security, vol. 22, no. 2, otoño 1997, pág. 5. 61 Hartzell, 1999, op. cit.; Hartzell, Hodie y Rothchild, 2001, op. cit. 62 Bächler, 2001, op. cit.

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de la construcción de paz será mayor donde los conflictos cesen por medio de un acuerdo que incluya a todas las partes relevantes, que provea garantías a las partes en conflicto, que especifique los requisitos, compromisos y pasos que se darán hacia la implementación y que cuente con respaldo institucional.

Participación internacional En el contexto de la actividad de construcción de paz en los años noventa se destaca la preponderante presencia internacional, en forma de países específicos, entidades multilaterales, organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales (ONG). Un factor explicativo de ese protagonismo internacional en la resolución de conflictos intraestatales es el fin de la Guerra Fría, que eliminó los incentivos de los poderes hegemónicos para medir sus fuerzas en escenarios estratégicos y liberó una serie de recursos necesarios para apoyar la finalización de los conflictos.63 Esto se conjugó con que, en el contexto de una brecha económica creciente entre países industrializados y países en vías de desarrollo, sólo las agencias internacionales y algunos gobiernos tienen la capacidad financiera de asumir la responsabilidad de la reconstrucción.64 La presencia internacional en los países en conflicto en los años noventa, ha tomado distintas formas, principalmente la intervención directa para poner fin a las hostilidades (de tipo militar y político diplomático), la mediación para la solución de los conflictos, la verificación de los acuerdos alcanzados y, finalmente, el desembolso de fondos de emergencia y para la reconstrucción.65 En términos generales, parece positivo el balance de la participación internacional en la construcción de la paz. Hampson encontró que la intervención extensiva de terceros internacionales en las negociaciones y en la implementación de los acuerdos es favorable al éxito de los mismos.66 Así lo demuestran, en su criterio, los casos de El Salvador, Guatemala y Mozambique. Doyle y Sambanis encontraron que la disponibilidad de asistencia de las

63 Hampson, 1996, op. cit. 64 Pearce, 1999, op. cit. 65 The World Bank Post Conflict Unit, “Post Conflict Reconstruction: The Role of the World Bank”, Washington D.C., The World Bank, 1998, pág. 20. 66 Hampson, 1996, op. cit.


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Naciones Unidas se relaciona positivamente con el éxito de la construcción de paz.67 De igual manera, Walter y Holiday y Stanley sugieren que la presencia y la verificación por parte de un poder externo son cruciales para ofrecer las garantías (especialmente de seguridad) a los beligerantes desmovilizados y así asegurar la estabilidad de la paz.68 Por otro lado, con respecto a la ayuda externa de los países para apoyar procesos de construcción de paz, Doyle y Sambanis encontraron que la probabilidad de éxito de la actividad para la construcción de paz es mayor en un contexto internacional que pone cuantiosos recursos a disposición de la superación de los conflictos.69 Uvin añade que la ayuda externa genera incentivos importantes para la paz, pues permite influir en el comportamiento de actores clave y condicionarlo –especialmente de aquellos con capacidad de veto sobre el proceso como los militares, los gobiernos y los rebeldes (posibles saboteadores o spoilers)70 – así como modificar las capacidades de los actores (apoyando grupos sociales propaz, programas de desmovilización y acceso al sistema legal para grupos marginados).71 A pesar del impacto positivo de la ayuda en las posibilidades de construcción de paz, Forman y Patrick advierten que, en el caso de muchos actores internacionales, el paso del compromiso al desembolso efectivo de recursos ha sido difícil.72 En muchas oportunidades, las “buenas intenciones” no se han materializado, lo que ha dejado incompleta la labor de construcción y reconstrucción. En ello ha incidido la disponibilidad de recursos totales– menor entre más países compitan por ella– así como la importancia estratégica de los países para las grandes potencias internacionales. En consecuencia, Green y Ahmed advierten que los países que

67 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit. 68 Barbara Walter, “Designing Transitions from Civil War: Demobilization, Democratisation, and Commitment to Peace”, en International Security, vol. 24, no. 1, verano 1999 y Holiday y Stanley, 1993, op. cit. Para un resumen de los pasos que debe dar la comunidad internacional en la reconstrucción postconflicto véase Nicole Ball, “The Challenge of Rebuilding War Torn Societies”, en Crocker, Hampson y Aall, 2001, op. cit. 69 Doyle y Sambanis, 2000, op. cit., págs. 785, 786, 789. 70 Stephen John Stedman, “Spoiler Problems in Peace Processes”, en International Security, vol. 22, no. 2, otoño 1997. 71 Peter Uvin, The Influence of Aid in Situations of Violent Conflict, París, Organisation for Economic Cooperation Development (OECD), 1999. 72 Shepard Forman y Patrick Stewart, Good Intentions: Pledges of Aid for Postconflict Recovery, London, Lynne Rienner Publishers, 2000. 73 Collier, 2002, op. cit.

acaban de salir de un conflicto disponen de una “ventana de oportunidad” –un período de tiempo determinado– durante el cual se combina la disposición y el interés de la comunidad internacional de financiar la reconstrucción73 con la expectativa y la voluntad de los actores domésticos para realizar los cambios necesarios para permitir que la paz se consolide o el conflicto se reanude.74 Es también durante este período que la ayuda es más eficiente.75 Aún cuando se materializa, la participación internacional puede generar efectos adversos a la construcción de paz. Como advierte Lund, existe la posibilidad de que los funcionarios involucrados en la construcción de paz local se conviertan en los “trabajadores sociales” de un sistema mundial cada vez más inequitativo, apenas paliando sus efectos perniciosos.76 Pearce comparte su escepticismo y añade que la intervención internacional, a la vez que contribuye a la recuperación de la paz, puede generar dependencia y relevar de sus responsabilidades a los actores domésticos, en los países que emergen del conflicto.77 Esta advertencia es aplicable, en especial, al trabajo de las organizaciones no gubernamentales (ONG), que pueden estar fomentando involuntariamente la dependencia y la evasión de sus responsabilidades por parte de las autoridades locales, en vez de generar las dinámicas para apoyar el protagonismo local en la construcción de paz.78 Finalmente, la participación internacional en la resolución de conflictos no está exenta de tensiones. Una de ellas se refiere a la pregunta de los límites de la soberanía de los Estados en conflicto y los alcances aceptables de la intervención internacional. Casos como Ruanda –país considerado símbolo del fracaso reciente más contundente de la acción de la comunidad internacional, pues esta no previno el genocidio étnico que en 1994 cobró la vida de 800.000 personas en sólo cien días 79– han puesto esta pregunta sobre el tapete, especialmente

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Collier, 2002, op. cit. Green y Ahmed, 1999, op. cit., pág. 191. Collier, 2002, op. cit., pág. 4. Lund, 2002, op. cit., pág. 10. Pearce, 1999, op. cit. Goodhand y Lewer, 1999, op. cit. Datos de United Nations Human Rights Council (http://www.unitedhumanrights.org), consultado 6 de abril, 2003. Para una crítica del papel de las Naciones Unidas en el caso de Rwanda ver también Alan J. Kuperman, “Rwanda in Retrospect”, en Foreign Affairs, vol. 79, no. 1, ene/feb, 2000 y Michael Barnett, Eyewitness to a Genocide: The United Nations and Rwanda, Ithaca, Cornell University Press, 2002.

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cuando la población de un país se encuentra en inminente riesgo (de exterminio o desplazamiento, por ejemplo). Frente a esta pregunta, una comisión designada por el gobierno del Canadá adoptó en diciembre del 2001, una de las posturas más firmes a favor de limitar la soberanía estatal.80 Apuntando a la “responsabilidad de proteger” que le cabe a la comunidad internacional, la comisión recomendó al Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas que “los Estados soberanos tienen la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos de las catástrofes evitables […] pero cuando no tienen la voluntad o son incapaces de hacerlo, esa responsabilidad recae en la comunidad más amplia de Estados”.81 Fruto de una severa autocrítica de la actividad de construcción de paz durante la década de los noventa y hoy considerado un hito en la redefinición de la labor internacional frente a los conflictos internos de los países, este documento, por tanto, sugiere que, en casos extremos, debe prevalecer la obligación de la comunidad internacional de proteger a las personas sobre la soberanía de los Estados nacionales. Un llamado similar a una acción preventiva más asertiva por parte de la comunidad internacional resultó del Reporte del Panel de las Naciones Unidas sobre Operaciones de Paz, dirigido por el algeriano Lakhdar Brahimi (conocido como el Reporte Brahimi) y comisionado por el Secretario General de la ONU.82 También, como respuesta a deficiencias percibidas en el accionar de esta organización cuando se vio enfrentada a crisis de magnitud durante los años noventa, este reporte recomienda cambios administrativos y operativos internos para optimizar y agilizar su capacidad de despliegue. Entre ellos se encuentra la necesidad de contemplar el uso de fuerza en determinadas situaciones, con el propósito de servir como factor de disuasión creíble que contribuya a parar el conflicto. Ambos documentos, por lo tanto, constituyen esfuerzos por extraer lecciones de la experiencia reciente de la comunidad internacional en la actividad de construcción de paz. Más notablemente, apuntan a una transformación hacia un rol más activo en la actividad de

80 International Commission on Intervention and State Sovereignty (ICISS), The Responsibility to Protect: Report of the International Commission on Intervention and State Sovereignty, Ottawa: International Development Research Centre (IDRC), 2001. 81 Ibid, pág. viii. 82 Organización de las Naciones Unidas, “Report of the Panel on United Nations Peace Operations”, A/55/305 - S/2000/809, 2000.

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las grandes organizaciones internacionales, aún a expensas de la soberanía de los Estados en conflicto.83 Una segunda tensión que plantea el papel de la comunidad internacional en cuanto a la construcción de paz se refiere a los mensajes contradictorios que reciben los países que emergen de conflictos: por un lado, enfrentan la necesidad de realizar ajustes macroeconómicos y, por el otro, de asegurar la estabilidad del postconflicto, evitando arriesgar el precario equilibrio. Paris aporta la visión más crítica.84 Según este autor, la agenda económica oculta de la ayuda internacional para los países en conflicto –orientada por los valores de la expansión y consolidación global de la democracia de mercado– refleja y es presa de una posición hegemónica de los donantes que aboga por un determinado modelo económico global.85 En este sentido, este autor propone un debate más crítico sobre el proceso de generación de las listas de temas claves del postconflicto. Llama la atención que una de las respuestas a este dilema se genere precisamente en el seno del Banco Mundial, organización que ha abogado por el tipo de reformas macroeconómicas aludidas. Coletta et. al., por ejemplo, recalcan la complejidad de la reestructuración macroeconómica en un contexto de postconflicto y admiten que “las frágiles condiciones políticas y sociales endémicas de las sociedades en guerra complican el uso de métodos tradicionales de ajuste estructural”.86 Advierten que el ajuste puede exacerbar el conflicto o crear nuevas disparidades, por lo que es importante aliviar deudas y hacer graduales los recortes de presupuesto.87 En ese sentido, Addison y Murshed plantean la posibilidad de conceder alivios de deuda externa a los países con el propósito de liberar recursos para “comprar paz” (por medio de transferencias de recursos de los gobiernos a los

83 Las recomendaciones dan pie a nuevas controversias, como lo ilustra el debate en torno a la intervención preventiva de los Estados Unidos en Iraq iniciada en marzo del 2003. Adelantada en nombre de la liberación del pueblo iraquí de un régimen opresor, la intervención responde también a motivos como el control de las existencias petroleras de la zona, apuntando así al aspecto económico de una intervención que no es sólo humanitaria. 84 Paris, 1997, op. cit. 85 Según la Unidad de Postconflicto del Banco Mundial, “abordar los desequilibrios macroeconómicos a veces contradice las prioridades de la reconstrucción y la construcción de paz”. Post Conflict Unit, The Transition from War to Peace: An Overview, Washington D. C., Banco Mundial, 1999, pág. 66. 86 Coletta et al., 1998, op. cit. 87 Ibid.


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rebeldes para asegurar su aquiescencia).88 Desde otra perspectiva, la disponibilidad de recursos, debido a una demora en el ajuste, puede generar la percepción de la existencia de un “dividendo de paz”, necesaria para reactivar la actividad productiva en el interior del país y fomentar la repatriación de capitales fugados a causa del conflicto.89 Frente al tema, la Unidad de Postconflicto del Banco Mundial, ha dicho que “la estabilidad política debería prevalecer sobre la eficiencia económica en las estrategias para la reconstrucción postconflicto para recuperar la confianza de inversionistas y consumidores y evitar que se reanude el conflicto”.90 Queda planteada, de todas formas, la pregunta acerca de la compatibilidad de agendas tan disímiles, como otro de los difíciles retos de la construcción de paz.

Conclusiones Un rasgo común de la incipiente literatura sobre la construcción de paz ha sido su escasa evaluación.91 Por tanto, varios de los puntos anotados emergen de contextos específicos y conviene cuestionar la posibilidad de generalizar sus hallazgos y recomendaciones. Sin embargo, quedan algunas lecciones acerca de las difíciles decisiones y preguntas que esperan a los países en procesos similares, así como del margen de maniobra del que dispondrán, dado su particular punto de partida (marcado por la naturaleza de su conflicto, la forma en la que este termina y el interés de la comunidad internacional en apoyar la construcción de paz). Las lecciones son de particular relevancia para el caso colombiano. A pesar de los rasgos específicos del conflicto colombiano (entre otros, su larga duración, la diversidad de sus actores y la magnitud del negocio ilegal que lo alimenta), esta sociedad cuenta con la ventaja de poder aprender de la experiencia de otros países. Deberá plantearse muchas de las mismas preguntas, y sus posibilidades de solución estarán circunscritas por varios de los factores mencionados. También aquí, por ejemplo, la discusión sobre el tipo de paz que se busca (minimalista,

88 Tony Addison y Mansoob Murshed, “Debt Relief and Civil War”, aceptado para publicación en el Journal of Peace Research, vol. 40, no. 2 o 3, marzo o mayo 2003. 89 J. Azam et al., Some Economic Consequences of the Transition from Civil War to Peace, Washington D. C., Banco Mundial, 1994. 90 The World Bank Post Conflict Unit, 1999, op. cit., pág. 210. 91 Lund, 2002, op. cit., pág. 12.

intermedia o maximalista) y las posibilidades de la actividad de construcción estarán enmarcadas por la evolución del conflicto, la forma en la que se resuelva y el tipo de presencia internacional. Sin embargo, en palabras de Mwalimu Julius K Nyerere, el legendario y ya fallecido líder africano, planear es escoger (“to plan is to choose”), y es esa, probablemente, una de las principales lecciones que emergen de la literatura reseñada. Como se ilustró, el continuo conflicto-a-paz empieza en pleno conflicto y los determinantes de la efectividad de la construcción de paz sirven como señales de hacia dónde dirigir el esfuerzo por anticipar, identificar y abordar los retos de la construcción de paz para el postconflicto en Colombia. En ese sentido, además de una recomendación normativa que brinda esperanza, preparar el postconflicto desde ahora sienta una agenda y puede incrementar la probabilidad de su éxito.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 29-46.

GUERRA Y DERECHO EN COLOMBIA: EL DECISIONISMO POLÍTICO Y LOS ESTADOS DE EXCEPCIÓN COMO RESPUESTA A LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA Manuel Iturralde*

Resumen El artículo trata sobre la crisis del Estado democrático contemporáneo, y estudia para el caso colombiano la figura de los estados de excepción, planteando que su uso recurrente contribuye a dicha crisis. Se presentan las teorías de Carl Schmitt como el fundamento teórico de esta práctica, mostrando su vigencia en la Colombia de hoy. Se recurre también a la teoría sociopolítica de Boaventura de Sousa Santos y de Franz Neumann y Otto Kirchheimer. Se pretende mostrar cómo, a pesar de los límites y carencias del modelo liberal democrático, este debe ser perfeccionado y no abandonado dada su potencialidad emancipadora que no ha sido llevada hasta sus últimas consecuencias, lo que permitiría lograr una sociedad más justa y libre.

Abstract The article talks about the crisis of the contemporary democratic State, and it studies the figure of the state of emergency in the Colombian case, outlining that its recurrent use contributes to this crisis. Carl Schmitt’s theories are presented as the theoretic foundation of this practice, showing its validity in present-day Colombia. It also recurs to the socio-political theory of Boaventura de Sousa Santos, Franz Neumann and Otto Kirchheimer. It pretends to show how, in spite of the limits and deficiencies of the democratic neo-liberal model, which should be perfected and not abandoned given its emancipation potential that has not been taken to its ultimate consequences, what would lead to a more just and free society.

Palabras clave: Estado de excepción, democracia, guerra, Colombia.

Keywords: State of emergency, democracy, war, Colombia.

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Profesor Asistente de la Facultad de Derecho e investigador del Centro de Investigaciones Sociojurídicas –CIJUS– de la Universidad de los Andes.

Introducción El uso continuo de los estados de excepción por parte de los gobiernos colombianos durante las últimas cinco décadas ha conducido a la sustitución de la regla por la excepción: el Estado de derecho ha cedido frente al autoritarismo1. La fragilidad política de los distintos gobiernos, dentro de un contexto de violencia política y desorden social, se ha expresado en la tendencia a abandonar las reglas democráticas para privilegiar el uso de la fuerza como principal arma política. Así, con la excusa de preservar el Estado de derecho, el Ejecutivo lo ha silenciado. Este fenómeno puede ser interpretado como una manifestación contemporánea de la razón de Estado2: el interés y seguridad del Estado son aducidos con el fin de garantizar la débil estabilidad de los gobiernos. Desde esta perspectiva, los estados de excepción en Colombia se han convertido en la continuación de la guerra a través de las formas jurídicas3.

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La bibliografía sobre este tema es amplia. Al respecto, véase ente otros: Gustavo Gallón, Quince años de Estado de Sitio en Colombia: 1958-1978, Bogotá, América Latina, 1979; Ariza et al., Estados de excepción y razón de Estado en Colombia, Santafé de Bogotá, Estudios Ocasionales CIJUS, Universidad de los Andes, 1997; Mauricio García Villegas, “Constitucionalismo perverso. Normalidad y anormalidad constitucional en Colombia: 1957-1997”, en Boaventura de Sousa Santos y Mauricio García Villegas (eds.), El caleidoscopio de las justicias en Colombia, Bogotá, Siglo del Hombre, Colciencias, ICANH, Universidad de Coimbra, Universidad de los Andes, Universidad Nacional de Colombia, Tomo I, 2001, págs. 317-370. “Razón de Estado es la máxima del obrar político, la ley motora del Estado. La razón de Estado dice al político lo que tiene que hacer, a fin de mantener al Estado sano y robusto. Y como el Estado es un organismo, cuya fuerza no se mantiene plenamente mas que si le es posible desenvolverse y crecer, la razón de Estado indica también los caminos y las metas de este crecimiento”. Friedrich Meinecke, La idea de la razón de Estado en la edad moderna, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, pág. 8. La idea de la ritualización de la guerra a través del derecho ha sido desarrollada de manera lúcida por Foucault. Al respecto véase: Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1995, pág. 66. En Colombia esta misma idea también ha sido abordada por diversos autores. Véase entre otros: Ariza et al., 1997, op. cit.; Alejandro Aponte, Guerra y derecho penal de enemigo. Aproximación teórica a la dinámica del derecho penal de emergencia en Colombia, Santafé de Bogotá, Estudios Ocasionales CIJUS-Universidad de los Andes, 1999; Iván Orozco Abad y Juan Gabriel Gómez Albarello, Los peligros del nuevo constitucionalismo en materia criminal, Santafé de Bogotá, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional (IEPRI) – Temis, 1999; Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas, Santafé de Bogotá, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional (IEPRI) – Temis, 1992.

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La figura misma de los estados de excepción resulta problemática dentro de un sistema democrático, pues ella conlleva una paradoja ineludible, la autonegación de dicho sistema, al ser creada y delineada por el Estado de derecho con el fin de que este sea suspendido y reemplazado por un régimen de poderes concentrados en cabeza del Ejecutivo; el Estado de derecho se excluye a sí mismo por medio de la inclusión de los estados de excepción. Pero cuando la excepción se convierte en la situación normal, el Estado de derecho entra en crisis. El caso colombiano es una manifestación dramática y extrema de la crisis del Estado de derecho liberal clásico en las sociedades contemporáneas. Esta debilidad expresada por el uso continuo de los estados de excepción refuerza la idea de la manifestación contemporánea de la razón de Estado en Colombia, materializada en una forma jurídica que, tan solo formalmente, respeta las reglas del juego democrático y la supremacía del Estado de derecho, pero que en realidad esconde una profunda contradicción donde el derecho le abre secretamente la puerta a la guerra, forma sin reglas. En situaciones de crisis política, social o económica, o que por lo menos son percibidas como críticas por la sociedad, donde el miedo y la inseguridad se apoderan de buena parte de ésta, la postura que ata las ideas de autoridad, orden y unanimidad tiende a imponerse no sólo en los debates filosófico-políticos, sino en el accionar del Estado. Este, sacando ventaja del sensible estado de ánimo de buena parte de la sociedad, justifica decisiones que exceden los parámetros legales ordinarios y que limitan las libertades y derechos de los ciudadanos con el argumento de que éstas son ineludibles para superar la situación de emergencia. De esta manera, el gobierno de turno busca, en numerosas ocasiones, adelantar sus políticas e intereses sin someterse al desgaste del debate y el proceso democrático. La teoría política de Carl Schmitt, filósofo político y jurista alemán, cuyo trabajo sirvió de soporte ideológico y jurídico al nazismo, es un buen ejemplo de este tipo de visión política para tiempos de crisis. En tales momentos, piensa Schmitt, la política se convierte en un campo de batalla que, como tal, sirve de escenario para un solo objetivo: derrotar y eliminar al enemigo. La línea divisoria entre guerra y política se borra y con ella, el límite que separa el Estado de derecho del Estado totalitario. La Alemania nazi fue una expresión devastadoramente clara de la conducción de la guerra 30

contra los enemigos internos del Estado –sus mismos ciudadanos– a través del derecho4. Por esto se puede decir que la postura de Schmitt es una teoría no sólo sobre la política, sino también sobre la guerra. Una teoría, además, que no quedó como simple documento ideológico que explica y justifica la barbarie estatal; las ideas de Schmitt son de gran actualidad y su estudio ha sido retomado por los científicos sociales durante las últimas dos décadas,5 pues ellas incluyen una incisiva crítica de los regímenes políticos liberales que retrata fielmente la crisis tanto de las democracias de la primera mitad del siglo XX, como de las actuales. Pero aún más, la teoría de Schmitt sirve de explicación, y justificación, de los regímenes políticos autoritarios que en la actualidad proclaman ser los llamados a salvar su pueblo y superar la crisis, básicamente a través de la derrota del enemigo de turno. El caso colombiano es la constatación de la vigencia de Schmitt y de las peligrosas consecuencias de su postura para la integridad de la amenazada democracia del mundo contemporáneo. La normalización política y jurídica de la excepción en Colombia cabe cómodamente dentro del molde Schmittiano pues ésta ha significado la conducción de una política exclusionista y homogeneizante, donde el discurso y el accionar del Estado se empeñan en dividir a la sociedad entre amigos y enemigos, para justificar la eliminación de éstos como única salida de la crisis. La militarización de la política ha significado asimismo la militarización del derecho, forma a través de la cual se manifiesta el poder razonable y limitado del Estado. Así, los estados de excepción en Colombia se han convertido en la forma jurídica que disfraza un poder autoritario que rompe los límites del Estado de derecho.

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Para un análisis de este fenómeno, que la dogmática jurídica ha denominado derecho penal de enemigo, y su manifestación en Colombia, véase: Aponte, 1999, op. cit.; Orozco Abad y Gómez Albarello, 1999, op. cit.; Orozco Abad, 1992, op. cit.; Ariza et al., 1997, op. cit. Véase entre otros: William E. Scheuerman, Between the Norm and the Exception. The Frankfurt School and the Rule of Law, Cambridge, MIT Press, 1994; William E. Scheuerman, Carl Schmitt: The End of Law, Lanham, Rowman & Littlefield, 1999; Stephen Holmes, The Anatomy of Antiliberalism, Cambridge-London, Harvard University Press, 1993, págs. 37-60. En Colombia varios autores también han abordado la teoría política de Schmitt para analizar la crisis del Estado colombiano y la confusión entre guerra y derecho. Véase entre otros, Aponte, 1999, op. cit.; Orozco Abad y Gómez Albarello, 1999, op. cit.; Orozco Abad, 1992, op. cit.; Ariza et al., 1997, op. cit.


Guerra y derecho en colombia: el decicionismo político y los estados de excepción como respuesta a la crisis de la democracia

En las siguientes páginas se pretende ilustrar cómo se ha dado este proceso en Colombia, durante la segunda mitad del siglo XX y las peligrosas consecuencias que ello implica. Finalmente, se pretende mostrar cómo esta particular lectura de la crisis de las democracias contemporáneas –una de las cuales es Colombia–, por acertada que pueda ser, no lleva necesariamente a la equivocada conclusión de que antes de la libertad y la equidad viene el orden homogeneizante, desenlace de la derrota del enemigo en la guerra. Por el contrario, la crisis de la democracia plantea el desafío de aprender de los errores del pasado y de reforzar el sustrato pluralista y tolerante de ésta, de donde proviene su energía transformadora, que tiene la potencialidad de pacificar la sociedad y garantizar la convivencia. Para lograr estos objetivos, la primera parte de este ensayo ilustrará brevemente la crisis del ideal liberal del Estado democrático en las sociedades contemporáneas. La segunda parte analizará cómo este fenómeno se ha presentado de manera dramática en Colombia a través de la figura de los estados de excepción. La tercera parte evidenciará cómo la teoría decisionista de Schmitt ha sido apropiada en la práctica por el discurso y la acción política de los distintos gobiernos colombianos, durante la segunda mitad del siglo XX. Ello ha llevado a la configuración de un Estado veladamente autoritario que construye estratégicamente la idea del enemigo interno, señalado como principal causante de los problemas de violencia y desorden del país, lo cual distrae a una angustiada población de los problemas sociales y políticos de fondo. La conclusión de este ensayo pretende mostrar cómo, a pesar de los límites y carencias del modelo liberal democrático, este debe ser perfeccionado y no abandonado, pues tiene una potencialidad emancipadora que no ha sido llevada hasta sus últimas consecuencias, lo que permitiría lograr una sociedad más justa y libre. Para demostrar esto, se hará uso de la teoría sociopolítica de Boaventura de Sousa Santos y de Franz Neumann y Otto Kirchheimer; estos dos últimos, pensadores de la primera Escuela de Frankfurt que no han recibido de los científicos sociales colombianos la atención que se merecen.

amorfa e indeterminada de las normas jurídicas, caracterizada por el uso de parámetros legales vagos6. La intervención estatal en las distintas esferas económicas y sociales no sólo ha minado la clásica división liberal entre Estado y sociedad, sino que también ha significado el aumento del alcance de poderes administrativos y judiciales altamente discrecionales en diversas áreas de acción estatal. Así, el intervensionista Estado social de derecho se caracteriza por una mezcla de la tradicional creación de leyes generales, por parte del Parlamento, con poderes administrativos concretos y específicos, requeridos para ejecutar las diversas tareas del Estado. A partir de esto, puede concluirse que las democracias liberales contemporáneas no cumplen con la exigencia mínima del ideal liberal del Estado de derecho, donde la acción estatal se caracteriza por ser predecible y regulada7. El principio de legalidad es la primera exigencia de la concepción liberal moderna del Estado de derecho, a partir del cual la acción del Estado debe basarse en reglas generales, claras y vinculantes que limiten sus actividades. El Estado de derecho ofrece un mínimo de seguridad jurídica y previene los peligros del autoritarismo; constituye un límite al poder político, es el instrumento que lo hace razonable, aceptable y predecible. Así, con el fin de legitimar el accionar estatal, el derecho debe adoptar formas capaces de regular las actividades de todos los agentes estatales. De acuerdo con la postura liberal, si las actividades estatales no son debidamente controladas, la autonomía política y social se pueden ver seriamente amenazadas; por esto la generalidad de la ley es una de las características básicas de un régimen democrático. Por generalidad de la ley, la tradición liberal entendió normas preexistentes a la conducta que afectan y referidas a todos los casos y personas en abstracto, como garantía de la imparcialidad del poder estatal. El proyecto liberal buscaba así la consolidación de una sociedad autónoma y autoregulada, claramente diferenciada del Estado y libre de su influencia. Tal proyecto ideal del Estado liberal ha sido duramente criticado durante el siglo XX. Este ha sido visto como el rezago anacrónico de un pasado liberal arcaico, imposible de materializar en los Estados contemporáneos, cuya

La crisis del Estado de derecho en las sociedades contemporáneas: primeros pasos hacia el Estado autoritario Bajo las actuales condiciones del Estado social de derecho moderno y de las democracias capitalistas desarrolladas, el Estado de derecho liberal clásico está sufriendo una ya larga crisis, al ser incompatible con la creciente estructura

Véase Scheuerman, 1994, op. cit.; Blandine Kriegel, The State and the Rule of Law, Princeton, Princeton University Press, 1995; Martin Loughlin, Swords and Scales. An Examination of the Relationship Between Law and Politics, Oxford-Portland, Hart Publishing, 2000. 7 Scheuerman, 1994, op. cit., pág. 1.

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DOSSIER • Manuel Iturralde

complejidad ha crecido notablemente. Desde una postura de izquierda, el Estado de derecho ha sido percibido con desconfianza como un suplemento de las ilegítimas inequidades del poder. Desde una perspectiva autoritaria de derecha, el Estado de derecho ha sido percibido como un ente incapaz de regular los conflictos sociales y económicos. Durante la primera mitad del siglo XX uno de los mayores críticos del Estado de derecho liberal, representante de esta última vertiente, fue Carl Schmitt, quien estaba a favor de un Estado total, capaz de resolver los conflictos sociales y económicos a través de su amplia y decidida intervención. Bajo el Estado total, la tradicional separación liberal entre sociedad y Estado debería colapsar. Schmitt consideraba que el modelo liberal no sólo era inalcanzable, sino que también era un potencial desastre político. El estudio de la teoría de Schmitt, como se verá, es de gran importancia y actualidad ya que sus premisas y recomendaciones son opciones reales que pueden servir de inspiración y justificación ideológica a las tendencias autoritarias que se abren camino en un mundo marcado por la crisis de las democracias y del Estado de derecho. La dinámica de los estados de excepción en Colombia durante la segunda mitad del siglo XX, parece confirmar esta idea y por ello vale la pena analizarla.

puede ser definido como una democracia capitalista avanzada, aunque es receptor de presiones y esquemas políticos y económicos globales, orientados durante las últimas tres décadas a un modelo neoliberal9. De esta manera, Colombia es, formalmente, una democracia liberal con un sistema capitalista en desarrollo. La discrecionalidad de los gobiernos colombianos para declarar los estados de excepción fue absoluta antes de la promulgación de la Constitución de 1991. En consecuencia, tal decisión tenía en la práctica un status supralegal ya que sus motivaciones no eran sometidas –a través de controles judiciales y políticos efectivos ejercidos por las otras dos ramas del poder– a los criterios propios del Estado de derecho y expresados en la Constitución. El uso continuo de los estados de excepción por los diversos gobiernos desde 1949, ha sido desde ese entonces una característica de la política colombiana, completamente permeada por las exigencias de la guerra que se libra (contra la subversión, los paramilitares, el narcotráfico, la delincuencia organizada y la común, según la coyuntura), aunque encubierta por el manto de la formalidad jurídica. El derecho se convierte así en la vestidura de la guerra. Este uso de los estados de excepción y del contexto de crisis social, económica y política que los rodea, ha

Colombia: los estados de excepción y la crisis de la democracia

donde priman la descontractualización social de sectores cada vez más amplios de la población y la sensación de miedo y terror entre la ciudadanía, atrapada entre distintas formas de violencia y exclusión. Véase entre otros, Luis Jorge Garay (coord.), Repensar a Colombia. Hacia un nuevo contrato social, Bogotá, Agencia Colombiana de Cooperación Internacional, PNUD, 2002; Luis Jorge Garay y Carlos Ossa (dirs.), Colombia: entre la exclusión y el desarrollo. Propuestas para la transición al Estado social de derecho, Bogotá, Contraloría General de la República, Alfaomega, 2002; Luis Jorge Garay, “La transición hacia la construcción de la sociedad. Reflexiones en torno a la crisis colombiana”, 2000; Mauricio García Villegas y Rodrigo Uprimny, “El nudo gordiano de la justicia y la guerra en Colombia”, en Álvaro Camacho Guizado y Francisco Leal (eds.), Armar la paz es desarmar la guerra, Bogotá, DNP, Fescol, IEPRI - Universidad Nacional de Colombia, Misión Social, Presidencia de la República, Alto Comisionado para la Paz, 2000, págs. 33-70; Álvaro Camacho Guizado, Nuevas visiones sobre la violencia en Colombia, Bogotá, Fescol, IEPRI, 1997; Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Espasa, 2001; Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas, “La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia en Colombia”, en Germán Palacio (ed.), La irrupción del paraestado, Bogotá, ILSA, Cerec, 1990; Marco Palacios, Entre la legitimidad y la violencia, Colombia 18751994, Bogotá, Norma, 1995.

La intervención del poder ejecutivo en Colombia, durante la segunda mitad del siglo XX, se ha expresado principalmente por medio de decretos legislativos propios de los estados de excepción. El contexto colombiano es diferente del norteamericano y el europeo: Colombia puede ser descrito como un país con un Estado débil, con una situación de intensa violencia política y social y con grandes desigualdades al interior de su sociedad8. Por ello, el Estado colombiano no

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Santos y García Villegas se refieren a este fenómeno como la crisis del contrato social en Colombia, la cual se ha intensificado durante las últimas dos décadas y se ha caracterizado por el aumento de los procesos de exclusión social, económica y política, por el deterioro de la convivencia pacífica y del poder coercitivo del Estado, a pesar de que este ha recurrido a métodos opresivos para enfrentar el desorden social y político. Véase Boaventura de Sousa Santos y Mauricio García Villegas, “Colombia: el revés del contrato social de la modernidad”, en Santos y García, 2001, op. cit., Tomo I, págs. 11-83. Diversos científicos sociales han analizado en las últimas dos décadas, desde distintas perspectivas, la crisis del Estado colombiano, la cual ha llevado a una situación cercana al estado de naturaleza Hobbesiano,

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Véase Jane Jenson y Boaventura de Sousa Santos, “Introduction: Case Studies and Common Trends in Globalizations”, en Globalizing institutions. Case studies in regulation and innovation, Aldershot, Ashgate, 2000, págs. 9-26.


Guerra y derecho en colombia: el decicionismo político y los estados de excepción como respuesta a la crisis de la democracia

dibujado una forma particular de Estado, con una relación especial entre las ramas del poder público, que bordea el ambiguo límite entre la democracia y el autoritarismo10 y que se expresa en la relación paradójica entre el Estado de derecho y el de excepción, entre el derecho y la guerra. Aunque los estados de excepción han sido utilizados de manera prácticamente ininterrumpida desde 1949, su uso estratégico por parte de los diversos gobiernos, sus objetivos y metas han cambiado según las circunstancias políticas, económicas y sociales. Así, de la observación de los numerosos estados de excepción durante las últimas cinco décadas, puede realizarse una cronología de estos, con el fin de diferenciar y de comprender sus distintos usos, así como la dinámica de un poder político decisionista durante este período de tiempo11. De acuerdo con Mauricio García, tres períodos claramente identificables pueden ser establecidos. El primero se inició con la formación del Frente Nacional en 1957 y terminó en 1978 con el gobierno de Alfonso López Michelsen. Durante este tiempo los estados de excepción fueron utilizados principalmente en las ciudades contra los movimientos sociales que estaban desestabilizando un régimen político frágil que luchaba por superar la crisis económica y política que habían dejado casi diez años de guerra civil. Durante este período, el control político del Congreso y el control jurídico de la Corte Suprema de Justicia sobre las medidas de emergencia creadas y aplicadas por el Ejecutivo, no fueron ejercidos de manera efectiva. La acción estatal se concentraba en el poder ejecutivo que legislaba en las áreas más importantes, incluyendo la economía y el manejo del orden público, sin ningún límite legal, pues los que formalmente existían eran completamente inoperantes. Las decisiones presidenciales más determinantes para el país eran aprobadas y legitimadas mansamente por la Corte Suprema y el Congreso. El segundo período se extendió de 1978 (con el inicio del gobierno de Julio César Turbay Ayala) a 1990 (con el fin del gobierno de Virgilio Barco). Este período se caracterizó por el aumento generalizado de la violencia causada, en un primer término, por el combate con la guerrilla (que había aumentado su poder militar) y luego agravado por la guerra contra los carteles de la droga. Los estados de excepción dejaron de ser usados como mecanismo de control social. Para ese entonces (inicio del gobierno Turbay), los movimientos estudiantiles y de

10 Véase García Villegas, 2001, op. cit., págs. 361-362; Ariza et al., 1997, op. cit., págs. 64-73; Gallón, 1979, op. cit. 11 La cronología de los estados de excepción es tomada de García Villegas, 2001, op. cit., págs. 318-333.

trabajadores estaban completamente debilitados después de una década de represión estatal. Durante este nuevo período, los estados de excepción fueron la principal arma del Estado colombiano en la guerra contra la guerrilla y el narcotráfico, lo cual determinó que en numerosas y significativas ocasiones el derecho y las formas jurídicas se convirtieran en campo de batalla12. Los estados de excepción eran el único mecanismo de gobierno –y arma de guerra– que estaba a la mano de regímenes políticos inestables y sin norte, que no encontraban apoyo en una sociedad que se debatía entre la apatía política y el miedo que la neutralizaba. Esta situación era el espejo de la ya prolongada crisis de representatividad y de la fragmentación de los dos partidos políticos tradicionales. Mientras que la intensidad del conflicto político y social aumentaba, la única respuesta que el Estado era capaz de ofrecer era la represiva, a través del endurecimiento y militarización del sistema penal y por medio de la concesión de amplios poderes a las fuerzas militares y de seguridad, las que, paradójicamente, estaban vinculadas en muchas ocasiones con grupos paramilitares, un feroz protagonista del conflicto a partir de finales de los ochenta13. Durante este lapso de tiempo los abusos contra

12 Para combatir a los enemigos del Estado, se creó, por medio de decretos de estado de sitio, una justicia penal especial cuyo antecedente fue el juzgamiento de civiles por parte de tribunales militares. Dicha justicia, que comenzó en 1984 bajo el nombre de justicia especializada, se consolidó a finales de los ochenta y durante la década de los noventa (primero se denominó justicia de orden público y finalmente justicia regional, más conocida como justicia sin rostro) y se caracterizó por la restricción drástica de las garantías y de los derechos fundamentales de los procesados. Este tipo de justicia fue el ejemplo más dramático de la transformación del derecho en un instrumento de guerra para desarmar y derrotar al enemigo interno. Al respecto véase: Ariza et al., 1997, op. cit.; Aponte, 1999, op. cit.; Orozco Abad y Gómez Albarello, 1999, op. cit.; Orozco Abad, 1992, op. cit; Rodrigo Uprimny, “Las transformaciones de la justicia en Colombia” y “El ‘laboratorio’ colombiano: narcotráfico, poder y administración de justicia”, en Santos y García, 2001, op. cit., págs. 261-315; 371-414. 13 Bajo la doctrina de la Seguridad Nacional, creada por los Estados Unidos al amparo de la guerra fría y replicada por las dictaduras militares latinoamericanas, la política de seguridad del Estado colombiano fue confiada por el poder político, a partir del Frente Nacional, a las fuerzas militares, quienes actuaban con completa autonomía. Esta política, netamente represiva y que, lejos de superar la crisis de seguridad y violencia, la agravó, absorbió incluso a la política criminal del Estado colombiano. Al respecto véase: Francisco Leal Buitrago, La seguridad nacional a la deriva. Del Frente Nacional a la posguerra fría, Bogotá, Alfaomega, CESO-Uniandes, FLACSO-Sede Ecuador, 2002.

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los derechos, detonados por la legislación de emergencia14 eran evidentes. Aunque la situación no provocó una reacción política del Congreso que pasivamente le delegaba sus poderes al Ejecutivo, la violación masiva de derechos humanos causó una respuesta tímida de la Corte Suprema de Justicia, que declaró inconstitucionales algunos de los decretos legislativos más represivos y laxos frente a la garantía de los derechos ciudadanos. El último período de análisis, que comienza con la promulgación de la Constitución de 1991, se encuentra en una fase de pleno desarrollo, como lo demuestra la reciente declaratoria de la conmoción interior por parte del recién posesionado gobierno de Álvaro Uribe Vélez, con el fin de combatir el terrorismo, los grupos insurgentes, el paramilitarismo y el narcotráfico. La crisis de legitimidad del Estado colombiano, marcado por la corrupción, ineficiencia, debilidad y la falta de mecanismos institucionales democráticos adecuados, unida a la situación de violencia generalizada y terrorismo de finales de los ochenta, se evidenciaban en la condición de ingobernabilidad del país y en el descontento popular de una sociedad amedrentada pero que mostraba signos de impaciencia. Bajo estas circunstancias, era predecible el establecimiento de una carta generosa de derechos –y garantías efectivas para su protección– que servirían de relegitimación del Estado. Una de las transformaciones más importantes para garantizar la efectividad en la protección de los derechos humanos fue precisamente la limitación institucional de los estados de excepción –particularmente del estado de sitio que pasó a llamarse estado de conmoción interior–, una de las principales armas en las cambiantes guerras del Estado y que fue causa de numerosos abusos contra los derechos humanos e incluso del recrudecimiento del conflicto. Se estableció una definición clara y detallada del estado de conmoción interior, el cual fue restringido de distintas maneras para garantizar su duración limitada y para reducir los poderes del Presidente. A pesar de estos cambios institucionales –y de los resultados positivos a los que dieron lugar como, por ejemplo, el gran impacto social de la acción de tutela– y las expectativas de una sociedad reconciliada con la nueva Carta Política, la guerra sucia continuó con toda su intensidad. La nueva Constitución y la transformación de las

14 El ejemplo paradigmático fue el Estatuto de Seguridad del gobierno Turbay, decreto legislativo que era la imitación de las políticas de seguridad de las dictaduras del Cono Sur.

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instituciones estatales se mostraron insuficientes para cambiar una cultura y un sistema político a los cuales ya era un lugar común caracterizar con el término crisis. La transformación de la realidad por medio del derecho, de por sí muy difícil, se vuelve un imposible, por más ambicioso que sea el proyecto de reforma legal, si no está acompañada por transformaciones de las condiciones políticas, sociales y económicas de la sociedad. La fe en el poder transformador de las formas jurídicas es característica del formalismo jurídico que ha prevalecido tradicionalmente en Colombia. De esta manera, una tendencia común de la clase política colombiana, –conformada en buena parte por abogados–, ha sido limitar la transformación de la realidad a la transformación de las normas jurídicas15. Como una reacción a la crisis persistente, los gobiernos de César Gaviria y de Ernesto Samper utilizaron en varias ocasiones los estados de excepción –particularmente la conmoción interior16– como una salida de emergencia a la inestabilidad política causada por el contexto de violencia general, encabezada por los últimos coletazos del letal Cartel de Medellín y por una guerrilla fortalecida militar y económicamente, que supo sacar los mayores dividendos

15 El debate sobre los logros y carencias de la Constitución de 1991 se ha intensificado después de cumplirse una década de su entrada en vigencia. Dentro de dicho debate se encuentran de un lado los escépticos, quienes consideran que la nueva Carta Política fue mal y/o ingenuamente concebida por los constituyentes y que ha fracasado en su intento de relegitimar el Estado y de llevar a la sociedad colombiana por el camino de la paz y la convivencia. Del otro, están los optimistas, quienes afirman que, a pesar de las limitaciones y desaciertos de la nueva Constitución, esta se ha convertido en un instrumento fundamental de transformación política y social y de fortalecimiento de la precaria cultura democrática y de derechos humanos que existe en Colombia, que por lo tanto merece ser apoyada y potenciada. En lo que la mayoría de las personas que han participado en este debate parecen coincidir, es en el limitado papel del derecho y de los textos jurídicos en la transformación de la realidad social, económica y política. Confiar por completo dicha transformación a una Constitución puede llevar a la inhibición de los procesos sociales y políticos que deben ser el motor fundamental de aquélla. Este tópico, junto con los logros y carencias de la Constitución de 1991, una década después de su proclamación, fue ampliamente discutido en el seminario de evaluación Diez años de la Constitución colombiana, 1991-2001, organizado por ILSA y la Universidad Nacional de Colombia en junio de 2001. Al respecto véase: Varios Autores, El debate a la Constitución, Bogotá, ILSA-Universidad Nacional de Colombia, 2002. 16 El gobierno Gaviria decretó la conmoción interior en tres ocasiones y el gobierno Samper en dos oportunidades.


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de la profunda crisis política durante el gobierno Samper17. El gobierno Pastrana no declaró el estado de conmoción interior, de una parte, por razones estratégicas pues se encontraba en proceso de negociaciones de paz con las FARC y en acercamientos con el ELN; de otra parte, una vez rotas las negociaciones de paz, porque consideró que la conmoción interior, tal y como estaba diseñada en la Constitución, no tenía suficientes dientes para afrontar efectivamente la situación de orden público. Finalmente el gobierno Uribe, tan sólo unos pocos días después de su posesión, decretó la conmoción interior cumpliendo así, frente a la opinión pública, con la promesa electoral de instaurar un gobierno firme y sin concesiones con los violentos. El gobierno recién posesionado ha ido aun más lejos que los de Samper y Gaviria con respecto a las medidas de excepción: por medio del Ministro del Interior y de Justicia ha anunciado su deseo de volver al estado de sitio de la Carta de 1886, caracterizado por un Ejecutivo con amplios poderes y menos controles. En cuanto al poder legislativo, el “nuevo” Congreso, ampliamente reformado por la Constitución de 1991, evidenció una vez más su incapacidad para tomar el liderazgo necesario para confrontar la situación política. Muy lejos de esto, la corrupción y fragmentación del Congreso continuaron siendo sus rasgos principales. La reforma constitucional no condujo a una transformación de los partidos políticos ni de la manera de hacer política en Colombia18. Bajo el régimen de la nueva Constitución, dichos partidos dejaron al descubierto la profundidad de su crisis a través de una cadena de escándalos de corrupción que golpearon a la clase política como nunca antes. El más claro ejemplo de ello es el Proceso 8.000, que desnudó la estrecha relación entre ésta y el narcotráfico, que ya había permeado las esferas económica y social del país. El poder judicial, en cambio, ha jugado un inesperado y activo papel después de la promulgación de la Carta del 91, uno de cuyos objetivos era robustecerlo para acabar con la impunidad y el conflicto social. Con respecto a los

17 Al respecto véase: Ariza et al., 1997, op. cit.; García Villegas, 1997, op. cit.; Uprimny, 2001, op. cit. 18 La fragmentación del Congreso y su debilidad frente al Ejecutivo son factores que no le permiten ejercer un control político eficaz y ser el principal motor del diseño de las políticas públicas en Colombia. Al respecto, véase: Ana María Bejarano (dir.), Discusiones sobre la reforma del Estado en Colombia: la fragmentación del Estado y el funcionamiento del Congreso, Bogotá, Estudios Ocasionales CIJUS, Universidad de los Andes, Colciencias, 2001.

estados de excepción, la recién creada Corte Constitucional estableció en su jurisprudencia, al menos discursivamente, un control estricto –y nunca antes visto– sobre el Ejecutivo, particularmente en lo referente a la declaratoria de los estados de excepción, la cual ya no es una potestad absoluta del Presidente, sino una decisión legal sometida al control material de la Corte, que comenzó a compartir con el gobierno la responsabilidad de declarar la emergencia19. El Ejecutivo, al ver cómo la Corte restringía la discrecionalidad de sus decisiones frente a la excepción, intentó en numerosas ocasiones limitar los poderes de aquélla a través de proyectos de reforma constitucional que por ahora no han tenido éxito, pero que han dejado en claro la continua tensión entre la Corte Constitucional y el Ejecutivo frente a este tema. La propuesta de Uribe de volver al estado de sitio y de excluir explícitamente su declaratoria del control material de la Corte, es el más reciente episodio de este conflicto. Como sugiere Mauricio García20, el desarrollo del uso de los estados de excepción por parte de los distintos gobiernos de la segunda mitad del siglo XX muestra una pérdida gradual de la capacidad regulativa del Estado por medio de normas jurídicas ordinarias. La normalización de la excepción evidencia el derrumbe del Estado de derecho y un continuo divagar de la acción estatal en la frontera que separa –y une– la norma y la excepción, el derecho y el noderecho, el Estado de derecho y el estado de guerra. Los estados de excepción toman una forma jurídica supuestamente para proteger el Estado de derecho, por medio de su negación, en circunstancias extraordinarias. Pero su uso desproporcionado por parte del Ejecutivo desdibujó el sistema jurídico que proclamaba proteger. La práctica de la emergencia se nutre así del límite entre el derecho –el monopolio legítimo y controlado de la violencia– y el no-derecho –el uso incontrolado de la violencia–. Es así como la práctica y la lógica de la emergencia han dominado la política y el sistema jurídico

19 Sobre el papel político de la rama judicial en Colombia, particularmente a partir de la Constitución de 1991, véase: Uprimny, 2001, op. cit. Sobre el papel de la Corte Constitucional frente a los estados de excepción, véase: Ariza et al., 1997, op. cit.; García Villegas, 1997, op. cit.; Orozco Abad y Gómez A., 1999, op. cit.; Libardo Ariza y Antonio Barreto, “La Corte Constitucional frente a la excepcionalidad: 10 años de control material laxo y discursivo”, en Observatorio de Justicia Constitucional, Facultad de Derecho, Universidad de los Andes, Derecho Constitucional. Perspectivas críticas, Bogotá, Legis, 2001. 20 García Villegas, 1997, op. cit., pág. 361.

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colombianos como resultado de la incapacidad, y en ocasiones la falta de voluntad, del poder político para controlar a través de métodos democráticos y legales las dinámicas de violencia y descontento que ha vivido el país. La cultura de la emergencia, alimentada por una continua percepción social de crisis, ha colonizado el poder representativo del Congreso, no sólo al remplazarlo durante la duración de los estados de excepción, sino también al procurar la transformación de decretos legislativos de excepción en legislación permanente (un contrasentido lógico-normativo) a través de leyes promulgadas por el mismo legislativo. Así, aun en los períodos durante los cuales los estados de excepción no estaban en vigor, sus medidas perduraban por medio de leyes ordinarias. La excepción ha sido formalmente y materialmente adoptada; aun en las extraordinarias circunstancias en que parece cesar, continúa en operación. Como consecuencia de esto, los estados de excepción han funcionado en Colombia como una delegación incontrolada de poderes legislativos al Ejecutivo, particularmente en materia de orden público21. Esta delegación de funciones ha sido facilitada por el pasivo papel de un Congreso fragmentado y de un poder judicial permisivo que tradicionalmente ha ejercido un control jurídico laxo sobre las decisiones del Ejecutivo. Un Estado autoritario y decisionista, donde las acciones incontroladas del Ejecutivo preceden en importancia y ocurrencia a las normas del Estado de derecho, ha moldeado el régimen político colombiano, lo cual evoca el modelo totalitario propuesto por Schmitt, donde el discurso y la perspectiva de la guerra y la violencia se filtran en la concepción de la política y el derecho.

Del Estado de derecho al Estado de guerra La teoría decisionista de Schmitt constituye un ataque frontal al Estado de derecho y al sistema político liberal. Esta ha resultado sugerente para muchos científicos sociales, particularmente durante las últimas dos décadas, porque es una crítica muy incisiva de las sociedades liberales del siglo XX y porque ha puesto en evidencia las

21 Durante las últimas dos décadas el Ejecutivo, a través de decretos legislativos y de facultades extraordinarias, ha producido cerca del 40% de la legislación del país. Ibid, págs. 334, 335; Ariza et al., 1997, op. cit., págs. 7, 8.

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grietas del Estado de derecho liberal. Es innegable que aspectos importantes de dicha teoría crítica se pueden constatar en las sociedades liberales, no sólo de la primera mitad del siglo XX –a las cuales se dirigía la crítica de Schmitt–, sino también las contemporáneas. Pero, como sugiere Scheuerman22, el decisionismo antiuniversalista de Schmitt deifica tendencias empíricas problemáticas –que se dan y se han dado de hecho–, al interpretarlas como el aspecto central de la experiencia política y jurídica. Tales tendencias, como señalaban Neumann y Kirchheimer23 (y como se verá en detalle, más adelante) son tendencias políticas y sociales irracionales que deben ser rechazadas porque conducen al autoritarismo. El aspecto preocupante de la teoría política y jurídica de Schmitt no es su ataque contra el liberalismo, que toma la crisis del Estado de derecho como su punto de partida, sino la alternativa totalitaria que propone y que se materializó en la Alemania nazi. Según Schmitt, la excepción prevalece sobre la norma. Su teoría es el desarrollo de un decisionismo político donde el derecho de la emergencia, concentrado en situaciones

22 Scheuerman, 1994, op. cit., pág. 10. 23 Franz L. Neumann y Otto Kirchheimer, teóricos políticos y jurídicos de la temprana Escuela de Frankfurt, quienes estudiaron la crisis y las posibilidades de transformación del Estado de derecho en las democracias capitalistas de Europa y Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, como alternativa necesaria al fascismo y los Estados totalitarios que se estaban imponiendo en varios países europeos. Debieron abandonar Alemania con la consolidación del nazismo en el poder. Desde el exilio, estudiaron a fondo el régimen nazi y se convirtieron en lúcidos y duros críticos de este. El libro Behemoth de Neumann, publicado en Estados Unidos en 1942, es un tratado crítico y profundo sobre el nacionalsocialismo alemán cuyo objetivo era, en términos de su autor, “presentar un cuadro exacto del enemigo contra el que luchamos”. Entre las publicaciones de Neumann, para el tema que se está tratando, vale la pena destacar: el ya mencionado Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1943; El Estado democrático y el Estado totalitario. Ensayos sobre teoría política y legal, Buenos Aires, Paidós, 1968. Teoría y sociología críticas de los partidos políticos, (Kurt Lenk y Franz Neumann (eds.)), Barcelona, Anagrama, 1980; The Rule of Law: Political Theory and the Legal System in Modern Society, Leamington Spa, Bers, 1986. En cuanto a Kirchheimer, sus obras más representativas para el tópico bajo análisis son: Justicia política. Empleo del procedimiento legal para fines políticos, México, Uteha, 1968; Politics, Law and Social Change. Selected Essays, New York, Columbia University Press, 1969; Social Democracy and the Rule of Law (Keith Tribe (ed.)), London, Allen & Unwin, 1987 (este libro también incluye ensayos de Neumann); en coautoría con Georg Rusche, Pena y estructura social, Bogotá, Temis, 1984.


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específicas, juega un papel fundamental. En una de sus obras principales, El concepto de lo político, Schmitt afirma que la esencia de la política, como actividad humana, es la distinción entre amigo y enemigo24. La política es esencialmente conflictiva, una lucha entre aliados y enemigos políticos. De acuerdo con Schmitt, la política es superior a cualquier otra esfera de valores porque aborda la cuestión fundamental sobre la vida y la muerte y sobre la supervivencia misma de una entidad política. La política se enfrenta con la posibilidad de matar al otro; por esto la guerra es el más claro ejemplo de su alcance e implicaciones25. Para Schmitt, las fronteras entre guerra y política desaparecen, pues la una implica necesariamente a la otra; así, la política puede ser vista como un escenario más donde se adelanta la guerra, mientras que a su vez la guerra es la forma más extrema de hacer política. El opositor político es un enemigo en el sentido más estricto del término porque puede ser necesario matarlo26. Así, el enemigo es el otro, el extraño27. De acuerdo con esta perspectiva, el acto político fundamental es decidir quién es el enemigo. Es suficiente que el enemigo pueda ser identificado como el otro. Schmitt cree que la violencia es un aspecto básico e ineludible de la existencia política. Opta por una “glamorización de la violencia”28 y su teoría no les deja espacio alguno a la responsabilidad política ni a la ética; la política es independiente de la moral. Siguiendo la lógica de la razón de Estado, el bienestar de este es el valor supremo y su defensa justifica cualquier tipo de acción, incluso aquélla que infringe la moral o el derecho positivo29. El aspecto prioritario de la acción política es la decisión, no la razón. Aun más, la acción política es decisión pura; no se basa en la razón o en la discusión y no requiere justificarse a sí misma. Su punto medular es una capacidad de decisión abstracta y formal, susceptible de tener cualquier contenido30.

24 Carl Schmitt, The Concept of the Political, Chicago, The University of Chicago Press, [1932] 1996, pág. 26. 25 Schmitt dice: “la más extrema consecuencia de la enemistad en política”. Ibid, pág. 33. La traducción es mía. 26 Ibid, pág. 33. 27 Esto significa que, en caso de conflicto, el enemigo es la negación de la forma de existencia de uno mismo, por lo que se debe desconfiar de él y se le debe combatir, con el fin de preservar la forma de vida apropiada. Ibid, págs. 27, 32, 33. 28 Scheuerman, 1994, op. cit., pág. 20-29, Meinecke, 1983, op. cit. pág. 3. 30 Carl Schmitt, Political Theology, Cambridge, MIT Press, [1934] 1988, pág. 66.

La idea de soberanía se conecta de manera esencial con este concepto de la política. La decisión, el aspecto central de la política, al librarse de la razón, da lugar a la idea Schmittiana del soberano. Es más importante tomar una decisión que el hecho mismo de que ésta sea razonable. De esta forma, el soberano es la persona que toma tal decisión, sin ningún tipo de atadura. Sus decisiones están por encima y más allá de cualquier principio normativo. La soberanía es, de acuerdo con Schmitt, un concepto límite que en consecuencia debe estar referido a casos límite y no a casos rutinarios. El caso límite por excelencia es el estado de emergencia, la excepción al Estado de derecho. Esta no puede ser codificada y descrita a priori –salvo en un sentido meramente formal– por el ordenamiento jurídico vigente porque es impredecible, es un caso extremo que pone en peligro la existencia del Estado. Así, es precisamente la excepción la que hace que el concepto de soberanía sea relevante, pues el sistema jurídico no puede predecirla ni definirla a priori; el llamado a hacerlo es un poder supremo. Dicho poder se encarna en el soberano; “el soberano es quien decide sobre la excepción”31. Si las normas jurídicas son incapaces de encuadrar y regular la excepción, entonces la decisión sobre ésta no puede derivar de tales normas. El soberano es quien decide en una situación de conflicto cuál es el interés del Estado y qué debe hacerse para preservar el orden público. Es por ello que, siguiendo a Schmitt, la competencia del soberano es ilimitada pues el Estado de derecho no puede anticipar los detalles de la emergencia -el momento más decisivo de la política- ni tiene los medios para superarla. Lo único que el Estado de derecho pede hacer es indicar quién puede actuar en tal caso, nada más. En consecuencia, la decisión sobre la excepción no está sujeta a control alguno y tiene una relación paradójica con el derecho, pues está por fuera de este, pero se refiere a él de manera esencial porque señala sus límites, cuándo y dónde termina32. Para Schmitt, la excepción revela la esencia de la autoridad del Estado; por ello es más importante, y más interesante, que la norma: “la regla no prueba nada; la excepción lo prueba todo”33. Ahora resulta claro por qué Schmitt cree que el Estado de derecho

31 Ibid, pág. 4. 32 Por esto Schmitt considera que el soberano es un concepto límite: “Aunque permanece fuera del sistema jurídico vigente, de todas maneras pertenece a él, pues es él quien debe decidir si la Constitución debe ser suspendida en su totalidad”. Ibid, pág. 7. La traducción es mía. 33 Ibid, pág. 15. La traducción es mía.

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no es un aspecto central de la política; el ordenamiento jurídico descansa en la decisión, no en la norma34. Las críticas de Schmitt al Estado liberal no son solamente teóricas, sino también prácticas; él fue testigo de la crisis de las democracias liberales europeas después de la Primera Guerra Mundial, particularmente de la República de Weimar. Schmitt estaba convencido de que el parlamento, lejos de representar la voluntad popular, estaba controlado por grupos de interés antagónicos y bloques poderosos que representaban diferentes segmentos de una sociedad dividida, cuyo interés principal no era defender los ideales liberales35. De esta forma, Schmitt pensaba que las democracias de masas modernas habían hecho de la discusión pública y argumentativa, uno de los aspectos fundamentales del parlamentarismo, una formalidad vacía. La democracia no era cuestión de un debate público persuasivo, sino más bien un mecanismo para obtener unas mayorías con las cuales gobernar36. Así, el parlamentarismo pertenecía a la ideología liberal, no a la idea de democracia que podía ser lograda por otros medios. Inspirado por su concepto de lo político, Schmitt creía que la democracia descansaba en el principio de que “no sólo son iguales los iguales, sino que los desiguales no serán tratados de la misma manera. La democracia requiere, por lo tanto, primero homogeneidad y segundo –si la necesidad lo exige– eliminación o erradicación de la heterogeneidad.”37. Esto es, la eliminación del enemigo, del otro. Las concepciones de Schmitt de lo político, del Estado de derecho y del soberano conducían a un derecho totalitario, un sistema “jurídico” que abandona las ventajas y méritos del derecho formal moderno y que le da a las autoridades estatales el mayor poder posible para intervenir en todos los aspectos de la vida social y política cuando la situación

34 Schmitt define la soberanía estatal como el monopolio de las decisiones, no como el monopolio de la fuerza o del poder. Es así como la relación entre el Estado de derecho y el soberano es paradójica: aunque la decisión sobre la excepción tiene como punto de partida formal la norma -la Constitución reconoce la posibilidad de la excepción y establece quién puede declararla-, la autoridad soberana demuestra que para producir derecho (a través de decretos de emergencia), no debe basarse en éste ya que sus decisiones en un estado de excepción pueden ir más allá y aun en contra de las normas ordinarias. Ibid, pág. 13. 35 Carl Schmitt, The crisis of parliamentary democracy, Cambridge, MIT Press, [1926] 1985, pág. 6. 36 Ibid, pág. 7. 37 Ibid, pág. 9. La traducción es mía.

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lo requiera y de la manera en que sea necesario. Tales condiciones son interpretadas y definidas por el soberano. En la Alemania nazi estas decisiones eran tomadas por las autoridades nazis que representaban la voluntad del Führer. En Colombia, el Ejecutivo, por medio de decretos de excepción, es quien ha tomado tan cruciales decisiones. La teoría decisionista afirma que el derecho formal le debe dar paso a los decretos de emergencia del Ejecutivo y que las ideas de la supremacía parlamentaria y de la ley deben ser abandonadas. Schmitt asevera que el Presidente, quien es elegido directamente por el pueblo, expresa más que nadie la unidad política de la población. Así, el principio político de legitimidad plebiscitaria debe remplazar las concepciones liberales de legalidad y una forma de régimen centrado en un Ejecutivo elegido popularmente, debe ser adoptado. Tal régimen puede conquistar no sólo el fervor de la población, sino que también puede convertirse en una expresión auténtica de democracia y poder38. El caso colombiano, donde el Ejecutivo ha concentrado de facto el poder político, no está lejos del ideal de legitimidad plebiscitaria propuesto por Schmitt. El Presidente de la República, actuando como jefe de Estado y de gobierno, y legitimado por los votos de la población, concentra la acción política en sus manos. Durante la segunda mitad del siglo XX los diversos gobiernos han sacado provecho de la fragmentación y debilidad política del Congreso, y de la situación de violencia e inestabilidad del país, remplazándolo así en la toma de las decisiones políticas fundamentales. Por medio de un discurso que asegura que una acción política decisiva y sin ataduras es indispensable para superar la crisis, los diferentes gobiernos colombianos han usado y legitimado los estados de excepción como el instrumento clave para gobernar, mientras que la separación de poderes y el Estado de derecho quedan suspendidos. Pero la acción gubernamental difiere de su discurso. Como sugiere Kirchheimer, “mientras que la sociedad no sea capaz de resolver sus problemas sociales, la represión, la salida fácil, será siempre aceptada”39. Esta es una de las razones por las que los estados de excepción se han mostrado incapaces de doblegar a la violencia y los conflictos sociales. Aun más, la continua y extensa creación de normas de emergencia por parte del Ejecutivo se ha convertido en el camino al autoritarismo y ha servido de

38 Ibid, pág. 17. 39 Citado por Scheuerman, 1994, op. cit., pág. 168.


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justificación del accionar violento de los social y políticamente excluidos. Escépticos sobre las posibilidades de una democracia vacía como la colombiana, los excluidos abandonaron los mecanismos democráticos y optaron por la vía armada, expresando sus demandas políticas y sociales por medio de la violencia, que se mostró más exitosa. El conflicto armado colombiano es en buena medida, aunque no exclusivamente, resultado de la exclusión social y política y de la represión autoritaria a que han sido sometidos aquellos que disienten del sistema. Siguiendo a Schmitt, la política colombiana ha sido conducida, en buena medida, de la manera más extrema: por medio de la guerra. Así, las medidas represivas han sido dirigidas de forma constante contra los disidentes políticos y sociales, etiquetados como una amenaza para el Estado, como verdaderos enemigos, con el argumento de que ellos son la causa de la crisis social y política, en vez de su síntoma. En momentos en los que se percibe –y se usa– como una crisis democrática, surge la tendencia decisionista de manejar dicha crisis a través de un acción política de emergencia, esto es, dotando de un poder ilimitado al Ejecutivo quien ejerce dominación política –a través de medidas de fuerza, actos de guerra– bajo circunstancias extraordinarias. En consecuencia, los intereses sociales y políticos más poderosos ejercen una política basada en la fuerza con el fin de suprimir los “grupos indeseables” y de mantener su status hegemónico40. Este ha sido el estado de cosas en Colombia durante la segunda mitad el siglo XX. Un sistema político reducido y hermético, caracterizado por la distribución del poder y los beneficios que este conlleva, entre una élite, que optó por hacer política por medio de la guerra –a través de la normalización de la excepción– en vez de adelantar de una forma más integradora y menos de confrontación las reformas requeridas para estabilizar la tensa situación política y social. Aunque el discurso de la defensa de un Estado débil y en peligro es formalmente liberal, la lógica

40 En palabras de Scheuerman, “Schmitt respondió a la desintegración de la base social de la democracia y al declive concomitante de sus instituciones más esenciales (como el parlamento) transformando la emergencia en la pieza central de la teoría política. Sólo un régimen dictatorial, basado en la omnipresencia de la emergencia, podía garantizar la eliminación de grupos indeseables, como los partidos de izquierda y lo sindicatos obreros, que se habían constituido en una amenaza real del status de los grupos sociales y políticos hegemónicos”. Ibid, pág. 184. La traducción es mía.

y mecanismos del poder político son decisionistas 41; voluntas y no ratio. La democracia en Colombia se ha visto reducida a elecciones regulares, transferencia formal del poder y derechos formales de participación y elegibilidad. Pero este es un concepto vacío de democracia pues un verdadero debate público, una oportunidad real de expresar las opiniones y diferencias de los distintos sectores de la sociedad han sido, de hecho, coaccionados. El término democracia se ha banalizado; el origen democrático del sistema político colombiano ha sido presupuesto, más que demostrado. Su apertura frente a otras alternativas políticas, que han sido tradicional y violentamente excluidas, no es discutida en la esfera pública. Precisamente, la heterogeneidad de una sociedad contemporánea debería estar representada en el proceso formal de toma de decisiones; pero este ideal de las democracias contemporáneas no ha sido verdaderamente probado en Colombia, donde el excesivo y personalista poder de excepción en cabeza del Ejecutivo no puede representar los diferentes intereses sociales y políticos del país. De esta manera, son principalmente dos los factores que contribuyeron a la formación de un sistema jurídico veladamente autoritario en Colombia, durante la segunda mitad del siglo XX: de un parte, el excesivo y continuo recurso a los estados de excepción como mecanismo de gobierno. Semejante uso abusivo de la emergencia ha permeado todas las esferas de la vida social y política colombiana, y dado lugar a una cultura de la crisis y la excepción que justifica la confrontación y la exclusión como formas de hacer política. De otra parte, la discrecionalidad absoluta y libre de todo control efectivo del Ejecutivo para decidir sobre la excepción y el curso de acción que ha de ser tomado. El derecho “temporal” -que es una forma de no-derecho validada por el mismo ordenamiento jurídicoha remplazado al derecho formal propio del Estado de

41 Mauricio García y Rodrigo Uprimny ilustran de manera sugerente esta paradoja del Estado colombiano: un Estado débil que debe cumplir con funciones pacificadoras para alcanzar el monopolio de la violencia al mismo tiempo que debe cumplir con las promesas garantistas del Estado liberal, cuyo presupuesto básico es justamente lo que a Colombia le falta: la paz y el monopolio estatal de la fuerza. Así, los diversos pisos del edificio estatal colombiano deben ser construidos al mismo tiempo, a pesar de contar con unos cimientos inestables. Véase García Villegas, Mauricio y Rodrigo Uprimny, 2000, op. cit. Al respecto, también véase Orozco Abad y Gómez A., 1999, op. cit.

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derecho. Los principios y prioridades del Estado liberal son invertidos: la excepción se vuelve lo normal y el Estado democrático de derecho se vuelve excepcional. La política estatal se expresa en términos de destrucción del enemigo, no de su integración a la sociedad y de su sometimiento a las leyes.

A la búsqueda de un enemigo interno: el derecho como rehén de la guerra y el miedo Según Schmitt, une elemento indispensable de la soberanía es la unidad política. Así, son los enemigos internos, y no sólo los externos, y la posibilidad latente de la guerra civil lo que constituye un desafío potencial a la entidad política, pues la uniformidad y homogeneidad sustanciales son presupuestos clave de la fortaleza política del soberano42. En consecuencia, si el soberano identifica, de manera discrecional, un enemigo interno, debe eliminarlo en nombre del bienestar y la seguridad del Estado. Dado que es el soberano quien decide, bajo cualquier criterio, quién es el otro, quién representa una amenaza para el Estado, para la homogeneidad del poder político, cualquier disidencia o forma de oposición al régimen es un posible blanco del accionar político del soberano; ello tan sólo depende de que este decida que así sea. En Colombia, la lógica schmittiana del enemigo interno se ha infiltrado en el régimen político, particularmente por medio de los decretos de excepción expedidos por el Ejecutivo y de la autonomía de las Fuerzas Militares en el manejo del orden público y en el diseño y ejecución de la política de seguridad y defensa; todo ello con el fin primordial de alcanzar la estabilidad política a través de medios represivos. Bajo un contexto de violencia generalizada, donde el Estado no puede monopolizar el uso legítimo de la fuerza –otros grupos armados operan dentro del territorio y la criminalidad se apodera de las ciudades–, la población vive presa de un miedo constante pues es consciente de la fragilidad de su seguridad y sus derechos. Una forma simplista, y estratégicamente beneficiosa, de abordar este problema por parte del Estado consiste en reducir las complejas causas de los conflictos sociales y políticos a la existencia y el accionar de un enemigo interno. Esto es, individuos o grupos organizados de individuos cuyas actividades, en verdad

42 Schmitt, 1996, op. cit., págs. 32, 33.

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desestabilizadoras –pero no necesariamente en un sentido negativo– son transformadas por el discurso gubernamental en amenazas contra la seguridad y la existencia del Estado. Así, durante los sesenta y los setenta, el enemigo interno estaba conformado por los movimientos estudiantiles y de trabajadores. A lo largo de los ochenta y los noventa, los enemigos señalados por el Estado han sido los carteles de la droga –particularmente el de Medellín– y los grupos subversivos. A finales de los noventa el Estado, –en gran medida por la presión internacional–, ha identificado un nuevo enemigo: el paramilitarismo. Este tipo de discurso legitima la acción represiva del Estado y la concentración de poderes en cabeza del Ejecutivo, el cual saca provecho de los temores de la población –y los alimenta–, convenciéndola de que la decisión política más adecuada es la eliminación del enemigo, con el cual no cabe negociación alguna. Es así como se ha implantado un régimen de excepción caracterizado por la restricción de derechos y por poderes autoritarios en cabeza del gobierno. Pero tal régimen, presentado como una máquina para hacer la guerra contra los enemigos internos del Estado, termina por afectar a la población en su totalidad pues el Estado de derecho y las garantías que este ofrece a los ciudadanos son abandonadas en la práctica. De hecho, las motivaciones de los decretos que han declarado los distintos estados de excepción en las últimas cinco décadas se han caracterizado por la vaguedad y ambigüedad de su formulación –”perturbación del orden público”; “agentes desestabilizadores”; “acciones criminales”; “crimen organizado”; “actos perversos”; “la violencia que afecta a la nación”; “la existencia de grupos terroristas”–, de una manera tal que, aunque se pretende identificar enemigos internos particulares como los carteles de la droga, la guerrilla, los paramilitares, la delincuencia común, el crimen organizado, en la práctica, la acción represiva del Estado puede dirigirse contra un vasto número de conductas, situaciones y actores quienes caen presa de la maquinaria de la guerra sin que representen una verdadera amenaza para la existencia del Estado y la supervivencia de la sociedad; más bien, en muchos casos, tales sujetos son las víctimas de la marginalización social y económica y de los conflictos que esta acarrea. Así, la predeciblilidad y seguridad que debe ofrecer el Estado de derecho son derribadas por la lógica de la excepción. La normalización de la excepción ha dado lugar en Colombia a una idea muy restringida del Estado de derecho; una sociedad que vive presa del miedo acepta la limitación de


Guerra y derecho en colombia: el decicionismo político y los estados de excepción como respuesta a la crisis de la democracia

los derechos y libertades –particularmente de los otros– como una situación normal. La idea de que los poderes excepcionales en cabeza del gobierno son el único camino de salvación del Estado y la sociedad se vuelve predominante. García Villegas le da el nombre de constitucionalismo perverso43 a esta tendencia, la cual es responsable del abuso gubernamental de los estados de excepción que, a su vez, alimentan la situación de violencia generalizada en Colombia, pues las posturas en el interior de la sociedad se polarizan a través de la división esquemática entre amigos y enemigos, cuyas posiciones no se pueden reconciliar mediante una política integradora, y que alimenta los odios y la sed de venganza a través de la vía militar que se expresa no sólo en las acciones de este tipo, sino también a través del discurso mismo del Estado y de su accionar por medio de las formas jurídicas. Por ello no resulta casual que las autoridades estatales, particularmente las militares, construyan ante la opinión pública, gracias al poder de los medios de comunicación, una imagen particular de los grupos alzados en armas a los que combaten, tildándolos de “narcoguerrilleros”, “terroristas”, “narcoterroristas”, “bandidos” o “bandoleros”; todo lo cual aleja, por medio de un uso estratégico del discurso, toda posibilidad de establecer algún tipo de legitimidad en el origen de la lucha de tales grupos que éticamente permita negociar con ellos. Así, el enfrentamiento sin cuartel con el enemigo interno expande el ámbito de la guerra, llevándolo al discurso político y al campo jurídico, lo que produce, en términos de Foucault44, una ritualización de la guerra por medio del derecho. Los estados de excepción han sido transformados en un umbral que permite a los gobiernos colombianos moverse imperceptiblemente entre la democracia y el autoritarismo, de acuerdo con las necesidades políticas del momento. La posibilidad jurídica de decidir la excepción permite que los gobiernos llenen, a través del autoritarismo, el vacío de poder y legitimidad que debería caracterizarlos. De esta manera, los diferentes gobiernos colombianos han superado circunstancias políticas difíciles al crear dentro de la sociedad la engañosa representación de que un Ejecutivo decidido está

43 García Villegas, 1992, op. cit., pág. 362. 44 Foucault, 1995, op. cit., pág. 66.

tomando las decisiones correctas45. El autoritarismo velado del Estado colombiano se ha beneficiado del temor y la ansiedad de la población, un miedo que el Estado mismo ha creado y sostenido en gran medida a través del uso ilegítimo de la violencia. Como sugiere Neumann, los regímenes autoritarios tienen un principio energético, el del temor y la ansiedad. El miedo irracional es un soporte y un ingrediente esencial de todos los regímenes totalitarios el cual es explotado por aquéllos que detentan el poder, con el fin de garantizar la obediencia de la población sobre la que gobiernan. Las crisis políticas y las psicológicas se interrelacionan pues el totalitarismo se apoya en teorías conspiradoras esquizofrénicas y en la visión de un enemigo diabólico, poderoso y omnipresente46. Mientras que los conceptos de enemigo y de miedo constituyan el principio energético de la política, como sucede bajo los estados de excepción, la implantación de un verdadero sistema democrático está fuera de alcance. Como afirma Neumann, la libertad política es el principio energético de la democracia; la experiencia de la libertad es el mejor seguro contra el miedo y la ansiedad47. Por ello el recurso a la fuerza represiva del Estado debe limitarse al enfrentamiento de amenazas ciertas y claras contra el orden público; este no deben usarse como una forma de asegurar la conformidad ideológica con el régimen ni la homogeneidad de la sociedad, como sugería Schmitt. El acto estatal de castigar a los ciudadanos, acto violento, de fuerza, es una guerra civil en miniatura y por ello debe ser utilizado como un último recurso para resolver los conflictos que se presentan en la sociedad. El acto estatal de castigar refleja una sociedad envuelta en una lucha consigo misma y aunque a veces es necesario, no es más que un mal necesario. El castigo debe ser visto como una tragedia y como tal, debe evitarse al máximo48. En Colombia, una

45 Como dice Mauricio García, al referirse a la eficacia simbólica del derecho, muchas veces el discurso del derecho es mucho más eficaz que sus acciones. Así, muchas de las normas de excepción son promulgadas por el Ejecutivo no para que se cumplan, sino para crear dentro de la sociedad la representación de un gobierno fuerte que le ofrece seguridad, así esto sea una mera ficción. Véase Mauricio García Villegas, La eficacia simbólica del derecho. Examen de situaciones colombianas, Santafé de Bogotá, Uniandes, Facultad Derecho de la Universidad de los Andes, 1993. 46 Al respecto véase Neumann, 1968, op. cit., págs. 236-238; 250-277. También Erich Fromm, El miedo a la libertad, Barcelona, Paidós, 1991. 47 Ibid, págs. 152-188. 48 Al respecto véase David Garland, Punishment and Modern Society. A Study in Social Theory, Chicago, University of Chicago Press, 1993.

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expresión contemporánea de la razón de Estado ha operado a través del uso continuo de los estados de excepción, intimidando a los críticos, reales y potenciales, del sistema político, con lo cual se ha minado gravemente la apertura del debate político en el que se apoya la verdadera democracia y se ha convertido a la acción punitiva del Estado en su principal forma de expresión.

Conclusión Potencialidades del Estado de derecho en Colombia: el derecho contra la guerra Como se ha visto en las páginas anteriores, el Estado de derecho colombiano se ha convertido en rehén de la guerra. El uso desmesurado y libre de controles efectivos que hace el Ejecutivo de los estados de excepción ha puesto en evidencia la fragilidad de la democracia colombiana y la existencia velada de un Estado autoritario que usa el ropaje del liberalismo. Así, tanto en la Colombia de hoy como en la Alemania de la primera posguerra (que se asomaba al precipicio del nazismo), la democracia liberal era vista por muchos como una promesa incumplida e inviable. Sin embargo, y a pesar de las incisivas críticas de Schmitt a los regímenes democráticos de la primera mitad del siglo XX y a los ideales liberales en general, puede afirmarse, desde una concepción más pluralista e integradora de la política, que el problema de las democracias contemporáneas no se encuentra en el Estado de derecho como tal, sino en el hecho de que los beneficios de éste no han llegado a todas las clases sociales. El Estado de derecho sólo puede cumplir todas sus promesas bajo condiciones de justicia económica y social. Como afirman Neumann y Kirchheimer, al menos parte de las exigencias por la preservación del Estado de derecho debe mantenerse, aún en un mundo completamente diferente del que propició las ideas liberales sobre el Estado. Aunque ambos teóricos reconocen la seriedad de la crisis del Estado de derecho y del liberalismo político durante el siglo XX –crisis que también se percibe en el régimen colombiano contemporáneo–, ellos insisten en la potencialidad del inacabado e implícitamente subversivo universalismo del pensamiento político liberal y, en consecuencia, defienden y reformulan el ideal del Estado de derecho. Una sociedad verdaderamente democrática requiere un alto grado de regularidad y predictibilidad jurídicas con el fin de alcanzar una deliberación y una 42

acción políticas autónomas y libres de presiones. La realidad aplastante de Estados intervensionistas, donde el accionar del Ejecutivo marca el rumbo, en las democracias occidentales no debe ser razón suficiente para subestimar las virtudes del Estado de derecho liberal y su llamado por una acción estatal predecible y limitada. Los cambios sociales y económicos más radicales son compatibles con el Estado de derecho; aún más, los unos y el otro se necesitan mutuamente. La función primordial del Estado de derecho no es simplemente garantizar la estabilidad y predecibilidad del sistema económico y político, sino garantizar también un mínimo de libertad y equidad; ambas funciones son igualmente importantes. El Estado autoritario sólo asegura la primera de ellas; cuando los aspectos más progresivos del Estado de derecho entran en conflicto con los intereses económicos y políticos de las clases dominantes, aquél es abandonado de hecho, aunque sea mantenido formalmente. Y con el Estado de derecho también es abandonada una concepción de democracia que, en palabras de Sousa Santos, busca el equilibrio entre equidad y libertad, dándole prioridad al empoderamiento de los ciudadanos y al logro de la justicia social. Este tipo de democracia –que Sousa Santos denomina Democracia II para evitar juicios excesivamente valorativos–, se concibe a sí misma como el criterio final y más alto de la vida social moderna, razón por la cual afirma su prevalencia sobre el capitalismo libertario cada vez que se ve amenazada por él49. Bajo este modelo de democracia, aunque las reformas jurídicas son importantes, estas son tan solo parte de una mayor red de instituciones participativas y movimientos sociales organizados alrededor de un principio básico: “democracia primero, capitalismo después”50. Sin embargo, este no es el tipo de democracia reinante en el mundo occidental y globalizado donde el énfasis en la libertad económica, propio del capitalismo, es su rasgo distintivo. Es precisamente este tipo de democracia –que Santos denomina Democracia I– por el que la globalización está ejerciendo presión, particularmente en los países periféricos y semiperiféricos que son los mercados más prometedores para el capitalismo de los países centrales. Así, este tipo de democracia le da prioridad al valor de la libertad sobre el valor de la equidad. Dicha democracia

49 Boaventura de Sousa Santos, “Law and Democracy: (Mis)trusting the Global Reform of Courts”, en Jenson y Santos, 2000, op. cit., pág. 272. 50 Ibid, pág. 281.


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apoya una apertura de la sociedad que garantice el desarrollo de mercados libres y de la globalización económica neoliberal. Volviendo a sus raíces burguesas, donde la interdependencia de capitalismo y democracia es una premisa básica, la Democracia I ve al capitalismo como el criterio final y supremo de la vida social moderna y, en consecuencia, proclama la primacía de este, cuando es amenazado por las “disfunciones” democráticas51. La primacía y los resultados de tal concepción de la democracia en Colombia, particularmente en la década de los noventas con la apertura de la economía y la implantación del modelo neoliberal, son evidentes: crecimiento de la pobreza y de la desigualdad económica y social, corrupción desmedida, crisis económica, pérdida del control estatal sobre el territorio y fortalecimiento de la guerrilla y de los grupos paramilitares. La transformación constitucional y jurídica de Colombia, durante la década de los noventa, dio lugar a un enfrentamiento entre las concepciones de Democracia I y II. De una parte, la Constitución de 1991 tiene la potencialidad de hacer realidad los ideales de la Democracia II52. Pero los intereses políticos y económicos de los grupos dominantes de la sociedad colombiana –y de la creciente presión de intereses extranjeros del mismo tipo, producto de la globalización–, buscarán limitar tales transformaciones a una simple adaptación a la Democracia I. En Colombia, la imposición del modelo de Democracia I se ha valido también de la situación de conflicto político y social que se ha expresado principalmente a través de la violencia. La debilidad del Estado, aunada a las presiones propias de la globalización para que el país adapte sus sistemas económico y político a las necesidades del mercado internacional –donde capitalismo y democracia del tipo I son una combinación ideal para la visión hegemónica sobre el desarrollo económico–, han intensificado la relación paradójica que se da en Colombia entre democracia y autoritarismo, entre guerra y derecho. El conflicto de la sociedad colombiana se expresa así a través del enfrentamiento entre fuerza y derecho –determinado en buena medida por la imposibilidad del Estado colombiano de asegurar el monopolio legítimo de la violencia, prerrequisito indispensable del Estado de derecho–, entre el principio de legalidad y la soberanía

ilimitada. El caso colombiano es así una expresión dramática de la relación paradójica entre derecho y soberanía –pues el uno excluye a la otra–, dos elementos básicos del Estado moderno. Como anota Neumann, soberanía y Estado de derecho son irreconciliables porque la fuerza suprema y el derecho supremo no pueden ser alcanzados al mismo tiempo y en una esfera común. Schmitt lleva esta paradoja al límite al radicalizar la idea de soberanía ilimitada, la cual debe actuar más allá de los límites del derecho. Neumann cree, en cambio, que un proceso de democratización social y política permitiría la coexistencia –a manera de síntesis entre dos opuestos–, entre voluntas y ratio, poder y libertad. El derecho no es simplemente la manifestación del poder estatal; también representa el ideal de limitar dicho poder, “de hacer tolerable la autoridad estatal”53. Así, la solución no consiste en romantizar la violencia que acompaña la excepción política, como lo hace Schmitt, ni en priorizar la lógica de la razón de Estado –la cual parece guiar el uso de los estados de excepción en Colombia– donde el derecho ha sucumbido ante la fuerza al convertirse en un instrumento de esta. Una forma legal, –el estado de excepción–, ha sido usada, de manera paradójica, en contra de la integridad del orden jurídico y de la democracia. Esta es precisamente lo opuesto: un ejercicio razonable y controlado de la autoridad estatal a través de formas jurídicas; una estructura que intensifica la libre competencia de las diversas opiniones –para utilizar una expresión de Mill–, donde las minorías y las voces disidentes son integradas, no eliminadas. El monopolio estatal de la fuerza únicamente es aceptable, si el derecho formal lo apacigua. Las potencialidades del Estado de derecho para alcanzar transformaciones políticas y sociales no deben ser subestimadas –de la manera en que lo hacen teorías decisionistas como la de Schmitt– ni trivializadas, como lo hacen las tendencias globalizantes con el fin de fortalecer el capitalismo y la expansión de los mercados. Aunque la coherencia es siempre incompleta en el Estado de derecho y, en consecuencia, la toma discrecional de decisiones concretas –que no se pueden preestablecer de manera precisa– es inevitable, la importancia de este radica en la generalidad pluralista de sus orígenes y en su capacidad para limitar el poder estatal. Es así como la generalidad y abstracción de derecho

51 Ibid, pág. 272. 52 Al respecto véase Varios Autores, 2002, op. cit.

53 Scheuerman, 1994, op. cit., pág. 102.

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–ingredientes del Estado de derecho liberal clásico– deben ser repensados de una manera distinta. Como nos enseñan Kirchheimer y Neumann, la forma semántica general del derecho no es suficiente para lograr una sociedad democrática. La forma general y abstracta del derecho es compatible con Estados autoritarios. La legitimidad del derecho proviene, ante todo, de sus orígenes generales y participativos; este aspecto no debe ser ignorado. La búsqueda del consenso democrático debe ser localizada en el proceso político democrático y no en sus resultados formales. Una verdadera democracia se construye a partir del debate público, de participación política para todos y en condiciones equitativas y no por medio de la elección de un candidato. Una sociedad homogénea, aquélla con la que Schmitt sueña, no es solamente inalcanzable en el mundo contemporáneo donde las sociedades son la unión, –más o menos precaria–, de una variedad irreducible de grupos de individuos, sino que también es indeseable. La meta de la democracia no es la homogeneidad y el unanimismo; más bien es el respeto y la tolerancia de lo heterogéneo. A pesar de que el universalismo de la democracia debe enfrentar el problema del pluralismo y de los discursos inconmensurables, un primer paso necesario es reconocer, respetar y darle voz a tal diversidad. Este es precisamente el paso que Colombia no ha dado todavía. Una manera de intentarlo es por medio del establecimiento efectivo de un proceso que vigorice el debate público; el Estado de derecho es un mecanismo para garantizar este proceso. Ello no implica la desaparición de poderes discrecionales, inclusive los del Ejecutivo, pues ello no es posible ni deseable. El uso de poderes discrecionales no es en sí mismo una amenaza para la democracia. Lo que es verdaderamente peligroso es la excesiva discrecionalidad del Ejecutivo –y su tendencia a excluir la participación y las posturas alternativas en el proceso de toma de decisiones políticas– para afrontar las fracturas sociales y políticas que están en la base del conflicto armado colombiano. Tales fracturas deben ser resultas por medio de una política integradora, no excluyente, donde la división entre amigos y enemigos no dicte los términos del debate; más bien, este debe dejarse guiar por los imperativos del pluralismo de valores y la lealtad en su enfrentamiento54.

54 Al respecto véase Gustavo Zagrebelsky, El derecho dúctil, Madrid, Trotta, 2002.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 47-58

AGRESIÓN REACTIVA, AGRESIÓN INSTRUMENTAL Y EL CICLO DE LA VIOLENCIA Enrique Chaux*

Resumen En este artículo se analizan los mecanismos mediante los cuales la violencia en el contexto en el que crecen los niños(as), sea esta violencia política o común, puede llevar al aprendizaje de distintos tipos de comportamientos agresivos. Estos comportamientos agresivos, a su vez, pueden contribuir a la reproducción de la violencia en el contexto, formando así el ciclo de la violencia. En este artículo se analizan en particular dos trayectorias de este ciclo de la violencia, una relacionada con la agresión reactiva y otra con la agresión instrumental. Se muestra que la agresión reactiva –que surge como respuesta defensiva ante una agresión percibida o real– tiene dinámicas sociales, cognitivas y emocionales distintas a la agresión instrumental –que se usa como instrumento para conseguir un objetivo sin ninguna provocación previa. La agresión reactiva y la agresión instrumental también tienen orígenes distintos y predicen futuros comportamientos violentos diferentes. Diferenciar estos dos tipos de trayectorias permite proponer distintos tipos de intervenciones para romper el ciclo de la violencia. De esta manera se puede disminuir la reproducción de la violencia en los niños aún si la violencia política y la violencia común continúan presentes en nuestro contexto.

Abstract In this article the author analyzes the mechanisms by which violence in the context where children grow (either political or common violence) can promote the learning of different kinds of aggressive behaviors. These

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Ph. D. en Educación, Harvard University; Master en Educación, Harvard University; Master en Sistemas Cognitivos y Neuronales, Boston University; Físico, Universidad de los Andes; Ingeniero Industrial, Universidad de los Andes. Profesor e investigador, Centro de Investigación y Formación en Educación, CIFE y Departamento de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes. echaux@uniandes.edu.co La investigación en la que se basa este artículo es posible gracias a la financiación del Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología “Francisco José de Caldas” – COLCIENCIAS y al Observatorio de Ciencia y Tecnología. Agradezco también los comentarios de Graciela Aldana, Fernando Barrera, Sonia Carrillo, Ángela Torres, Elvia Vargas, Maria Cristina Villegas y de un(a) evaluador(a) anónimo(a), así como la invaluable colaboración de Juliana Arboleda, Angelika Rettberg, Claudia Rincón y Ana María Saldarriaga.

aggressive behaviors can contribute, at their turn, to the reproduction of violence in that context, thus creating a cycle of violence. The article analyzes in particular two trajectories of this cycle, one related to reactive aggression and the other with instrumental aggression. It is shown that reactive aggression – produced as a defensive response to a perceived or real aggression – has social, cognitive and emotional dynamics different than those of instrumental aggression – used as a mean to reach a goal without a previous provocation. Reactive and instrumental aggressions have also different origins and predict different future violent behaviors. Distinguishing between these two kinds of trajectories allows proposing different kinds of interventions to break the cycle of violence. In this way, it is possible to reduce the reproduction of violence in children even if political and common violence remain present in our context.

Palabras clave: Agresión, agresión reactiva, agresión proactiva, agresión instrumental, violencia, ciclo de la violencia, violencia política, violencia común, maltrato infantil, prevención de la violencia, educación, niños(as), adolescentes, Bogotá, Colombia.

Keywords: Aggression, reactive aggression, proactive aggression, instrumental aggression, violence, cycle of violence, political violence, community violence, child maltreatment, violence prevention, education, children, adolescents, Bogotá, Colombia

La mayor parte de la violencia en Colombia no está relacionada directamente con la violencia política. Más del 80% de los homicidios en el país, por ejemplo, no ocurren como parte del conflicto armado1. Sin embargo, es muy probable que nuestra violencia común, aquella que tiene que ver con las relaciones interpersonales o con la delincuencia común, sí tenga una relación indirecta con el conflicto armado. Diversos mecanismos pueden estar involucrados en esta relación entre violencia política y violencia común. Verbigracia, la violencia política puede estar promoviendo y facilitando el acceso de la población, en general, a la tecnología militar y a las armas, lo cual estaría contribuyendo al aumento de la violencia común2.

Instituto Nacional de Medicina Legal, Estadísticas de Hechos Violentos Enero-Diciembre de 2001, Bogotá, Centro de Referencia Nacional sobre la Violencia, 2002. 2 A. Villaveces, P. Cummings, V. E. Espitia, T. D. Koepsell, B. McKnight y A. L. Kellermann, “Effect of a ban on carrying firearms on homicide rates in 2 Colombian cities”, en Journal of the American Medical Association, JAMA, no. 283, 2000, págs. 1205-1209. 1

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Por otro lado, Mauricio Rubio3 ha mostrado cómo la violencia política contribuye al deterioro del sistema judicial del Estado, lo cual fomenta la impunidad y aumenta la probabilidad de que las personas recurran a la justicia privada para resolver sus conflictos, lo que contribuye a nutrir la violencia común. En este artículo exploraré otro mecanismo que puede estar involucrado en esta relación entre violencia política y violencia común: el aprendizaje de comportamientos agresivos y violentos por parte de niños y jóvenes que viven en contextos violentos. El ciclo de la violencia Diversos estudios han mostrado cómo muchos niños y niñas que presencian comportamientos violentos, o que viven en contextos violentos, reproducen esos comportamientos en sus relaciones interpersonales4. Bandura5 encontró que niños y niñas imitan espontáneamente los mismos comportamientos violentos que observan en adultos. Liddell6 y sus colaboradores descubrieron que niños sudafricanos que viven en comunidades relativamente violentas desarrollan, en promedio, más comportamientos agresivos que aquellos que viven en comunidades relativamente pacíficas. Esto fue particularmente cierto para aquellos niños con contacto frecuente con jóvenes mayores, es decir, para aquellos que tienen más oportunidades de aprender directamente de aquellos ya involucrados en comportamientos agresivos. Fry7 encontró que niños zapotecas en México que viven en comunidades en las cuales la agresión entre adultos es común y aceptada son, en promedio, más agresivos que aquellos que viven en comunidades donde la agresión es poco frecuente e inaceptada.

Todos estos estudios indican que niños que viven en contextos violentos tienen una mayor probabilidad de desarrollar comportamientos más agresivos que aquellos que viven en contextos más pacíficos8. Por su parte, otros estudios han mostrado que esos comportamientos agresivos son muy estables en la vida. Los niños más agresivos a los ocho años tienen una probabilidad mucho mayor de ser los más violentos cuando adultos9. Uniendo estos dos hechos se genera el ciclo de la violencia: los niños que viven en contextos violentos desarrollan con más facilidad comportamientos agresivos que tienen a su vez una alta probabilidad de convertirse en comportamientos violentos más tarde en la vida, contribuyendo así a la continuación de la violencia en el contexto (ver Figura 1). La violencia política en Colombia podría estar contribuyendo, a través de este ciclo, al aumento de la violencia común. Comprender bien los mecanismos detrás del ciclo de la violencia resulta fundamental, si queremos romperlo. Figura 1. El ciclo de la violencia. La violencia en el contexto aumenta la agresión de los niños y niñas. En muchos casos, los comportamientos agresivos de los niños y niñas se transforman en comportamientos violentos cuando ellos crecen, contribuyendo así a la violencia en sus contextos. Violencia en el contexto

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Mauricio Rubio, Crimen e impunidad: precisiones sobre la violencia, Bogotá, Tercer Mundo Editores - CEDE, 1999. Es claro que muchas variables de distintos niveles (individual, familiar y social, por ejemplo) influyen en el desarrollo de la agresión. En este trabajo se enfatizan los efectos de variables contextuales-comunitarias. Esto no se debe entender como un desconocimiento de variables de otros niveles. Albert Bandura, Aggression: A Social Learning Analysis, Englewood Cliffs, New Jersey, Prentice-Hall, 1973; Albert Bandura, D. Ross y S.A. Ross, “Imitation of film-mediated aggressive models” en Journal of Abnormal and Social Psychology, vol. 66, 1963, págs. 3-11. C. Liddell, J. Kvalsvig, P. Qotyana y A. Shabalala, “Community violence and young South African children’s involvement in aggression” en International Journal of Behavioral Development, no. 17, 1994, págs. 613-628. D. Fry, “Intercommunity differences in aggression among Zapotec children” en Child Development, no. 59, 1988, págs. 1008-1019.

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Los resultados de los estudios realizados se refieren siempre a aumentos en la probabilidad de desarrollar comportamientos agresivos. Esto quiere decir que crecer en un contexto violento no lleva, inevitablemente, al desarrollo de comportamientos agresivos, sólo aumenta el riesgo de que esto ocurra. Las explicaciones, por ende, no son deterministas. De hecho, es muy frecuente que niños y niñas que crecen en ambientes muy violentos logren sobreponerse a las dificultades y llevar una vida sana y pacífica, lo que se conoce académicamente como resiliencia (ver, por ejemplo, Joanne Klevens y Juanita Roca, “Nonviolent youth in a violent society: Resilience and vulnerability in the country of Colombia”, en Violence and victims, no. 14, 1999, págs. 311-322). L. R. Huesmann, L. D. Eron, M. M. Lefkowitz y L. O. Walder, “Stability of aggression over time and generations” en Developmental Psychology, no. 20, 1984, págs. 1120-1134.


Agresión reactiva, agresión instrumental y el ciclo de la violencia

Más que una agresión, diversos tipos de agresión Académicamente la agresión se ha entendido como la acción que tiene la intención de hacerle daño a otra persona10. Esta agresión puede ser física (cuando busca hacer daño físico a la persona), verbal (cuando se quiere herir a través de las palabras), relacional (cuando se busca hacerle daño a las relaciones que tiene la otra persona o al estatus social que tiene en su grupo), o de otras formas. Esta distinción en diversas formas de ejercer la agresión ha llevado a descubrimientos interesantes como, por ejemplo, que en muchas culturas, incluyendo la nuestra, la agresión física es más común entre niños mientras que la agresión relacional es más común entre niñas11. De otro lado, la consideración de distintos tipos de agresión, de acuerdo con sus funciones, parece dar mejores ideas sobre cómo prevenirla. En particular, parece fundamental diferenciar entre agresión reactiva y agresión instrumental. Agresión reactiva se refiere al uso de la agresión como respuesta ante una ofensa real o percibida. Es el insulto o el golpe con el que responde alguien cuando siente que otra persona lo ha herido. La agresión instrumental (también conocida como agresión proactiva), en cambio, no está precedida de ninguna ofensa. Es el uso de la agresión como un instrumento para conseguir un objetivo, sea éste recursos, dominación, estatus social o algo más. Es el niño que intimida a otros más pequeños e indefensos por simple diversión o porque así consigue que le entreguen algo12. También es un acto de agresión instrumental amenazar a otra persona con divulgar un secreto si acaso no hace lo que se le pide. En este caso sería una agresión instrumental relacional. Algunos autores han relacionado la agresión reactiva con un comportamiento de rabia impulsivo, motivado por un deseo de herir a alguien, como reacción a una frustración o provocación inmediatamente anterior13. Por otro lado, la

10 Ross D. Parke y Ronald G. Slaby, “The development of aggression”, en P. H. Mussen y E. M. Hetherington (eds.), Handbook of Child Psychology, vol. 4, Socialization, Personality, and Social Development, New York, Wiley, 1983, págs. 567-641. 11 K. Österman, K. Björkqvist, K. M. J. Lagerspetz, A. Kaukiainen, S. F. Landau, A. Fraczek y G.V. Caprara, “Cross-cultural evidence of female indirect aggression”, en Aggressive Behavior, no. 24, 1998, págs. 1-8. 12 Estos son ejemplos de matoneo, descrito más adelante en este documento. 13 Kenneth A. Dodge, “The structure and function of reactive and proactive aggression”, en D. J. Pepler y K. H. Rubin (eds.), The development and treatment of childhood aggression, Hillsdale, N. J., Erlbaum, 1991, págs. 201-218.

agresión instrumental ha sido asociada con un comportamiento premeditado, calculado y muchas veces carente de emociones14. Bushman y Anderson15 han señalado, sin embargo, que la agresión motivada por una reacción a una provocación (agresión reactiva) no es necesariamente impulsiva, y que la agresión como medio para lograr un objetivo (agresión instrumental) no es necesariamente a sangre fría y premeditada. Por ejemplo, la venganza puede ser un comportamiento controlado, premeditado, planeado y motivado por una reacción a una ofensa. Por otro lado, la agresión instrumental puede ser automática, como en el caso de un ladrón armado que espontáneamente se aprovecha de una oportunidad inesperada para robar a alguien16. Es decir, la agresión reactiva y la agresión instrumental pueden tener diferentes niveles de impulsividad y planeación. Esta diferenciación entre funciones de la agresión (reactiva contra instrumental) y nivel de control (impulsividad contra planeación) está todavía pendiente de exploración17. Varios estudios internacionales indican que la agresión reactiva y la instrumental tienen antecedentes distintos, predicen problemas distintos de violencia, difieren en términos de popularidad y están asociadas con procesos cognitivos y emocionales distintos. Estas diferencias, de nuevo cruciales para cualquier trabajo en prevención de violencia, son descritas a continuación.

Diferencias entre la agresión reactiva y la agresión instrumental Social, emocional y cognitivamente, la agresión reactiva y la agresión instrumental son muy distintas. Socialmente, los niños y adolescentes agresivos reactivos –pero no instrumentales– son, en general, rechazados, aislados y tienen un estatus social bajo en sus grupos. No tienen muchos amigos. En cambio, los que son agresivos instrumentales –pero no reactivos– aunque no son muy queridos por sus compañeros, sí pueden ser muy

14 Ibid. 15 B. J. Bushman y C. A. Anderson, “Is it time to pull the plug on the hostile versus instrumental aggression dichotomy?”, en Psychological Review, no. 108, 2001, págs. 273-279. 16 Ibid. 17 El proyecto de investigación dirigido por Chaux y descrito más adelante tiene en consideración estas dos dimensiones.

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admirados y temidos18. Pueden tener un nivel alto de popularidad y ser considerados líderes19. Es probable que tengan más amigos que también sean agresivos instrumentales y que entre ellos conformen grupos que tienen una buena probabilidad de convertirse en pandillas20. Estos estudios parecen indicar que mientras la agresión reactiva es rechazada socialmente, la agresión instrumental puede ser muy valorada. Las emociones parecen jugar un papel muy distinto en ambos tipos de agresión. La agresión reactiva está relacionada con dificultades para regular las emociones propias, especialmente la rabia. La agresión instrumental, en cambio, no tiene una clara relación con el manejo de las emociones. La persona que ejerce la agresión instrumental puede estar muy calmada en el momento de agredir a otros. Incluso el matonismo, que es una forma de agresión instrumental consistente en el acoso y la intimidación frecuente, durante un período prolongado de tiempo, por parte de una o varias personas más poderosas hacia otra más débil21, se ha relacionado con una cierta frialdad y sobre todo con ausencia de empatía y compasión por la víctima22. En términos cognitivos, también se ha encontrado que existen diferencias importantes entre ambos tipos de agresión. La agresión reactiva –pero no la agresión instrumental– parece estar relacionada con la tendencia a suponer que otras personas tienen la intención de hacer daño, así no haya ninguna información clara sobre las

intenciones de los otros23. Esto sucede, por ejemplo, cuando un niño se tropieza accidentalmente con otro y este último piensa que lo hizo a propósito, o cuando alguien ve a otros riéndose y piensa inmediatamente que se están burlando de él o ella. Este sesgo hostil en la atribución de las intenciones de los otros aumenta la probabilidad de responder agresivamente porque las personas tienden a pensar con mayor frecuencia que otros les están haciendo daño y sienten que deben defenderse. Por otro lado, la agresión instrumental –pero no la agresión reactiva– ha sido relacionada con la tendencia a pensar que la agresión es una manera efectiva de obtener beneficios24. Esto ocurre, por ejemplo, cuando un niño considera que siendo agresivo va a conseguir que otros no lo molesten o que amenazando con pegarle a otro va a conseguir que le devuelva un dinero que tenía prestado. Este sesgo positivo sobre la efectividad de la agresión está relacionado con la agresión instrumental porque las personas van a acudir frecuentemente a ella, si consideran que es un instrumento útil para conseguir lo que quieren. Las diferencias sociales, cognitivas y emocionales sugieren que la agresión reactiva y la agresión instrumental corresponden a fenómenos distintos que pueden estar relacionados con antecedentes distintos y pueden predecir distintos tipos de problemas futuros. Pueden corresponder a trayectorias diferentes en el ciclo de la violencia mencionado arriba. Los resultados de algunos estudios longitudinales25 recientes presentados a continuación apoyan esta hipótesis.

Orígenes distintos, futuros distintos 18 Los estudios internacionales indican, sin embargo, que la mayor parte de quienes son agresivos instrumentales también son agresivos reactivos. Son relativamente pocos los que son exclusivamente agresivos instrumentales. (ver por ejemplo, Mara Brendgen, Frank Vitaro, Richard Tremblay y Francine Lavoie, “Reactive and proactive aggression: Predictions to physical violence in different contexts and moderating effects of parental monitoring and caregiving behavior”, en Journal of Abnormal Child Psychology, no. 29, 2001, págs. 293-304). 19 Dodge, 1991, op. cit.; ver también P. C. Rodkin, T. W. Farmer, R. Pearl y R. Van Acker, “Heterogeneity of popular boys: Antisocial and prosocial configurations”, en Developmental Psychology, no. 36, 2000, págs. 14-24. 20 François Poulin y Michel Boivin, “The role of proactive and reactive aggression in the formation and development of friendships in boys”, en Developmental Psychology, no. 36, 2000, págs. 1-8. 21 Muchos estudiantes en nuestro contexto se refieren al matoneo como el “tenérsela montada a alguien”. 22 Dan Olweus, “Bullying or peer abuse at school: Facts and intervention”, en Current Directions in Psychological Science, no. 4, 1995, págs. 345-349.

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En uno de los estudios pioneros en este campo, Kenneth Dodge y sus colaboradores analizaron los efectos sobre el

23 Dodge y Coie, op. cit.; K. A. Dodge, J. E. Lochman, J. D. Harnish, J. E. Bates y G. S. Pettit, “Reactive and proactive aggression in school children and psychiatrically impaired chronically assaultive youth”, en Journal of Abnormal Psychology, no. 1, 1997, págs. 37-51; D. Schwartz, K. A. Dodge, J. D. Coie, J. A. Hubbard, A. H. N. Cillessen, E. A. Lemerise y H. Bateman, “Social-cognitive and behavioral correlates of aggression and victimization in boy’s play groups”, en Journal of Abnormal Child Psychology, no. 26, 1998, págs. 431-440; A. Shields y D. Cicchetti, “Reactive aggression among maltreated children: The contributions of attention and emotion dysregulation”, en Journal of Clinical Child Psychology, no. 27, 1998, págs. 381-395. 24 N. R. Crick y K. A. Dodge, “Social-information-processing mechanisms in reactive and proactive aggression”, en Child Development, no. 67, 1996, págs. 993-1002; Dodge et al., op. cit.; Smithmyer, Hubbard, y Simons, op. cit.; Schwartz et al., op. cit. 25 Es decir, estudios que siguen a las mismas personas durante un período prolongado de sus vidas.


Agresión reactiva, agresión instrumental y el ciclo de la violencia

comportamiento agresivo del maltrato infantil26. El estudio confirmó, en primer lugar, que quienes son maltratados físicamente tienen una mayor probabilidad de desarrollar comportamientos agresivos. Además, el estudio encontró que el maltrato físico también generó problemas en el procesamiento de información social como, por ejemplo, el sesgo hostil en la atribución de intenciones mencionado arriba, y que estos cambios cognitivos explicaban el desarrollo de la agresión física. En sus modelos, el maltrato físico dejó de esclarecer directamente el desarrollo de comportamientos agresivos una vez era tomada en cuenta su influencia indirecta a través de los cambios cognitivos. En otras palabras, este estudio encontró que el mecanismo mediante el cual el maltrato físico lleva a comportamientos agresivos es a través de sus efectos sobre el procesamiento de información social. El estudio de Dodge y sus colaboradores, sin embargo, tiene más relación con el desarrollo de la agresión reactiva que con el desarrollo de la agresión instrumental. La idea es que los niños que crecen en ambientes en los cuales son frecuentemente maltratados van a desarrollar modelos mentales de las relaciones sociales que incorporen ese maltrato27. Esos modelos mentales los van a llevar a interpretar cualquier situación como un nuevo caso de maltrato, así no haya suficiente información que lo confirme. De esta manera, es probable que respondan frecuentemente de manera agresiva porque piensan que de nuevo los están maltratando, así este no sea el caso. Es probable, sin embargo, que la agresión instrumental tenga otros orígenes. En cualquier caso, la agresión reactiva parece tener orígenes tempranos en el desarrollo de las personas. Un estudio longitudinal reciente encontró que aquellos niños y niñas que en su preadolescencia fueron identificados como agresivos reactivos ya tenían problemas de atención, hiperactividad, ansiedad y reactividad cuando tenían 6 años28. En cambio, aquellos que fueron

26 K. A. Dodge, J. E. Bates y G. S. Pettit, “Mechanisms in the cycle of violence”, en Science, no. 250, 1990, págs. 1678-1683. 27 Estos modelos mentales son similares a los modelos internos de trabajo identificados en la teoría del apego por Bowlby y Ainsworth; Mary D. S. Ainsworth, “Attachment and other affectional bonds across the life cycle”, en C. M. Parkes, J. Stevenson-Hinde y P. Marris (eds.), Attachment across the life cycle, New York, Routledge, 1991; J. Bowlby, Attachment and Loss, vol. 1, Attachment, New York, Basic Books, 1969.

identificados como agresivos instrumentales no presentaban ninguno de estos problemas cuando tenían 6 años. Esto sugiere la posibilidad de que la agresión reactiva esté relacionada con rasgos relativamente estables de la personalidad. La agresión instrumental, en cambio, parece depender de los incentivos del contexto (como se indica a continuación), lo cual la hace mucho más sensible ante los cambios en el ambiente. Como se mencionó antes, la agresión instrumental parece estar relacionada con una falta de empatía y compasión por las víctimas de la agresión, así como con una falta de sentimiento de culpa por haberle hecho daño a otros. Esto quiere decir que quienes usan frecuentemente la agresión instrumental probablemente no han tenido la oportunidad para desarrollar empatía o sentimientos de compasión o culpa al ver a personas que sufren. Es más, es probable que disfruten al ver a otros sufrir, especialmente cuando ellos mismos han causado ese sufrimiento. Algunas teorías sobre el desarrollo de la empatía y la culpa indican que los adultos contribuyen a este desarrollo al señalarles a los niños el sufrimiento de otros cada vez que, intencionalmente o no, ellos han causado este sufrimiento29. Sentirse mal por generar sufrimiento en otros se va internalizando hasta que el sentimiento de culpa aparece sin la necesidad de que un adulto le muestre al niño el mal que ha causado. Aunque un sentimiento de culpa exagerado es patológico y debe ser tratado, un poco de culpa anticipada parece ser necesaria para que alguien deje de hacer algo que haría sufrir a otros. Quienes usan frecuentemente la agresión instrumental parecen carecer de este sentimiento, por lo menos hacia ciertas personas o en ciertas situaciones. Por esta razón, es posible considerar que la agresión instrumental podría estar relacionada con una falta de guía o con abandono en los primeros años, o con una permisividad exagerada. Esta hipótesis, sin embargo, no ha sido explorada aún en estudios empíricos. Por otro lado, vivir en un ambiente en el cual sea común el uso de la violencia como un instrumento para conseguir objetivos contribuye al uso de la agresión instrumental.

28 Frank Vitaro, Mara Brendgen y Richard Tremblay, “Reactively and proactively aggressive children: Antecedents and subsequent characteristics”, en Journal of Child Psychology and Psychiatry, no. 43, 2002, págs. 495-505. 29 Martin L. Hoffman, “Varieties of empathy-based guilt”, en J. Bybee (ed.), Guilt and children, San Diego, Academic Press, 1998, págs. 91112.

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Como lo ha demostrado Bandura30, si los niños tienen oportunidades para observar a otros usando la agresión, es muy probable que imiten esos comportamientos. Si además, al imitar esos comportamientos obtienen lo que buscan y son premiados socialmente, es muy probable que reproduzcan frecuentemente esa agresión. Es decir, un contexto social en el cual la agresión es frecuente y es considerada legítima, efectiva para obtener lo que se quiere y valorada socialmente, es un contexto ideal para que los niños desarrollen la agresión instrumental. Esta depende en gran parte de los incentivos presentes en el contexto social. No sólo la agresión reactiva y la agresión instrumental parecen tener distintos orígenes, también parece que predicen distintos tipos de violencia. Un estudio reciente realizado en Montreal encontró que aquellos adolescentes hombres que a los 13 años eran considerados por sus profesores como los más agresivos reactivos tenían más probabilidad, a los 16 ó 17 años, de ser los que más ejercían violencia física contra sus parejas. En cambio, quienes eran considerados a los 13 años por sus profesores como los más agresivos instrumentales, tenían más probabilidad de ser quienes a los 16 ó 17 años ejercían más violencia física relacionada con pandillas y delincuencia31. Este estudio indica que mientras la agresión reactiva parece predecir violencia en las relaciones íntimas, la agresión instrumental parece predecir una violencia más relacionada con actividades de grupo como las pandillas. Los hallazgos de estos estudios longitudinales hacen pensar que el ciclo de la violencia en realidad podría consistir de dos trayectorias, una relacionada con la agresión reactiva y otra relacionada con la agresión instrumental.

Agresión reactiva y agresión instrumental en el contexto colombiano La agresión reactiva y la agresión instrumental están ambas presentes en el conflicto armado colombiano. Tanto las fuerzas armadas estatales como los grupos armados ilegales consideran, por lo menos en su discurso, que usan la violencia como una reacción defensiva ante la violencia ejercida por los otros. Las FARC surgieron de un movimiento de autodefensa campesina liberal32 y hoy en día todavía justifican su

30 Bandura, op. cit. 31 Brendgen et al., op. cit.

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lucha con argumentos principalmente defensivos33. Los grupos de autodefensas o paramilitares surgieron en gran parte como reacción contra los ataques por parte de grupos guerrilleros. Por otro lado, se puede considerar que los grupos involucrados utilizan la violencia como un instrumento para obtener cambios sociales, poder político o recursos económicos. Los niños que crecen en un contexto en el cual es frecuente la violencia política, por lo tanto, tienen muchas oportunidades para observar, entre los mayores, el ejercicio tanto de la agresión instrumental como de la agresión reactiva. Esto puede favorecer en ellos el desarrollo de ambos tipos de agresión. Observar entre los actores armados el uso de la violencia como un medio para conseguir objetivos, fomenta, por ejemplo, las creencias sobre la legitimidad y la efectividad de la agresión, lo cual favorece el desarrollo de la agresión instrumental. De manera similar, observar entre los actores armados el uso de la violencia como una reacción ante agresiones previas fomenta la creencia sobre la legitimidad de la venganza, lo cual favorece el desarrollo de la agresión reactiva. Cuando los niños y niñas que han aprendido uno u otro tipo de agresión crecen, algunos de ellos pueden terminar nutriendo la violencia común, así no se vinculen al conflicto armado (ver figura 2). Esta relación entre violencia política y violencia común a través del desarrollo de la agresión reactiva y la agresión instrumental sólo ahora se está empezando a explorar34. La agresión reactiva y la agresión instrumental también están presentes en la violencia común urbana. La mayor

32 Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales, y campesinos: el caso de la violencia en Colombia, Bogotá, Áncora, 1983; Jaime Zuluaga, “La metamorfosis de un guerrillero: de liberal a maoísta”, en Análisis Político, no. 18, 1993, págs. 92-102. 33 Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC-EP, “Planteamientos sobre la solución política negociada y temas sustanciales”, en La paz sobre la mesa, Bogotá, Cambio 16 - Cruz Roja Internacional, 1998, págs. 38-43; Manuel Marulanda, “Palabras de Manuel Marulanda Vélez, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC-EP, leídas por Joaquín Gómez: San Vicente del Caguán, 7 de enero de 1999”, en Hechos de paz V-VI: A la Mesa de Negociación, Bogotá, Presidencia de la República de Colombia, Oficina del Alto Comisionado para la Paz, 1999, págs. 265-273. 34 Enrique Chaux, Desenredando el desarrollo de la violencia urbana en Colombia: Agresión reactiva, agresión proactiva y el ciclo de la violencia, proyecto de investigación financiado por Colciencias, Bogotá, Centro de Investigación y Formación en Educación, CIFE, Universidad de los Andes, 2002.


Agresión reactiva, agresión instrumental y el ciclo de la violencia

parte de los homicidios urbanos en Colombia ocurren en relación con riñas, atracos o ajuste de cuentas35. Es posible que muchas de las riñas que terminan en homicidios pueden haber sido causadas por agresiones (reales o percibidas) iniciales que fueron respondidas por agresiones cada vez más violentas en un ciclo de escalamiento de agresiones reactivas. Los atracos, en cambio, son en sí agresiones instrumentales. Los ajustes de cuentas pueden ser venganzas (agresiones reactivas) o reflejar el uso instrumental de la violencia para obtener beneficios económicos o poder (agresión instrumental). De manera similar, se puede considerar que la violencia entre pandillas juveniles tiene tanto agresión reactiva (por ejemplo, por venganza frente a un ataque previo) como agresión instrumental (por ejemplo, por dominación territorial). Todo esto sugiere que los niños que crecen en un ambiente de violencia común en sus comunidades tienen también muchas oportunidades para observar y aprender de los mayores el uso tanto de la agresión reactiva como de la agresión instrumental. De nuevo, este aprendizaje puede favorecer el desarrollo de ambos tipos de agresión y, en el mediano plazo, contribuir a la reproducción de la violencia común (ver figura 2). Esta hipótesis sólo está empezando a explorarse36.

Como se sugiere arriba, la violencia política parece tener un impacto sobre la violencia común a través de diversos mecanismos, como, por ejemplo, el mayor acceso a las armas y la tecnología militar, o el deterioro del sistema de justicia. Es probable que estos mecanismos sigan contribuyendo al mantenimiento de la violencia común aún después de que la violencia política haya llegado a su fin, como parece ser el caso de El Salvador, Guatemala y Sudáfrica37. De la misma manera, es posible que el aprendizaje de la agresión reactiva y de la agresión instrumental pueda seguir contribuyendo a que la violencia común perdure, así la violencia política llegue a un fin (ver figura 3). En otras palabras, es posible que los efectos de la violencia política sobre la violencia común y sobre el aprendizaje de ambos tipos de agresión se mantengan aún después de que aquella haya llegado a un fin. Esto es, a menos que se haga algo por enfrentar los mecanismos a través de los cuales la violencia política contribuye a la violencia común. Como se ha propuesto aquí, uno de estos mecanismos es el ciclo de la violencia relacionado con el aprendizaje de la agresión. Los resultados presentados sugieren que para romper el ciclo de la violencia, se debe tener en cuenta tanto la agresión reactiva como la agresión instrumental.

Figura 2. De la violencia política a la violencia común a través de la agresión instrumental y de la agresión reactiva. La violencia política puede estar contribuyendo al desarrollo tanto de la agresión instrumental como de la agresión reactiva. Ambos tipos de agresión pueden contribuir a la reproducción de la violencia común, la cual, a su vez, podría contribuir al aumento de ambos tipos de agresión.

Figura 3. Los efectos de la violencia política en la violencia común y en el aprendizaje de la agresión reactiva y la agresión instrumental pueden mantenerse aún si la violencia política llega a un fin.

Violencia política 1

Agresión Instrumental

Violencia común 1

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Violencia política

Agresión Instrumental

Violencia común

Agresión reactiva

2

Agresión reactiva

¿Cómo romper el ciclo de la violencia? Los resultados de los estudios presentados en este artículo sugieren la existencia de dos trayectorias en el ciclo de la violencia, una relacionada con la agresión reactiva y otra

35 Alvaro Guzmán, “Observaciones sobre violencia urbana y seguridad ciudadana: Cali”, en A. Concha, F. Carrión y G. Cobo (eds.), Ciudad y Violencias en América Latina, Quito, Programa de Gestión Urbana, 1994, págs. 167-182; Maria Victoria Llorente, Rodolfo Escobedo, Camilo Echandía y Mauricio Rubio, “Violencia homicida en Bogotá: más que intolerancia”, documento de trabajo no. 4. Bogotá, CEDEUniversidad de los Andes, 2001. 36 Chaux, op. cit.

37 A. Rettberg (coord.), A. Camacho, E. Chaux, A. García, M. Iturralde, F. Sánchez, A. Sanz de Santamaría y L. Wills, Preparar el futuro: Retos del conflicto y el post conflicto en Colombia, Bogotá, Fundación Ideas para la Paz, Alfaomega Editores, Serie Libros Cambio, Universidad de los Andes, 2002.

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relacionada con la agresión instrumental. Separar conceptualmente estas dos trayectorias permite pensar en maneras distintas de romper el ciclo de la violencia. Entender los mecanismos que posibilitan la reproducción del ciclo de violencia ayuda a identificar puntos específicos de intervención. El ciclo de la violencia empieza en el contexto familiar, escolar y comunitario en el cual crecen los niños y las niñas. Con respecto al contexto familiar, en este trabajo se ha planteado que el maltrato infantil, el abandono y la permisividad exagerada pueden estar contribuyendo al desarrollo de la agresión reactiva y la agresión instrumental, respectivamente. En ese sentido son fundamentales los programas para la promoción del buen trato de los niños. Los niños deben crecer en ambientes en los cuales puedan recibir tanto cariño y seguridad que adquieran una visión del mundo en la cual puedan esperar que haya quienes se van a preocupar por ellos y en la cual los demás no necesariamente van a hacerles daño. Por otro lado, los niños deben crecer en ambientes en los que haya quienes puedan promover el desarrollo de la empatía y el cuidado por los demás, por ejemplo, mostrándoles cuándo sus acciones pueden beneficiar o afectar negativamente a otros. Con respecto al contexto comunitario, lo ideal es que tanto la violencia política como la violencia común disminuyan. Esto requiere políticas de otro nivel al analizado en este artículo (control de armas, por ejemplo). En cualquier caso, si la violencia política y/o la violencia común perduran en nuestras comunidades, aún hay puntos de intervención que pueden hacer que la reproducción de la violencia a través de las distintas trayectorias del ciclo de la violencia sea minimizada. En particular, hay mucho que se puede hacer desde el contexto escolar. La agresión reactiva se puede prevenir de distintas maneras en las escuelas. Como se ha señalado en este artículo, la agresión reactiva depende en gran medida de un pobre manejo emocional, especialmente de la rabia. Diversos programas educativos han mostrado maneras como los estudiantes pueden aprender a identificar sus propias emociones y a manejarlas constructivamente38. Los

38 R. J. Bodine y D.K. Crawford, The handbook of conflict resolution education: A guide to building quality programs in schools, San Francisco, Jossey-Bass, 1998; William J. Kriedler, Conflict resolution in the middle school: A curriculum and teacher’s guide, Cambridge, Massachusetts, Educators for Social Responsibility, 1997; Carol Miller Lieber, Conflict resolution in high school, Cambridge, Massachusetts, Educators for Social Responsibility, 1998.

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estudiantes pueden aprender, además, maneras asertivas (no agresivas) para responder ante ofensas de otros. La idea no es que no respondan ante las ofensas que reciben, sino que tengan estrategias efectivas y no agresivas para hacerlo39. Por otro lado, algunos programas educativos han logrado disminuir entre los estudiantes el sesgo hostil en la atribución de intenciones y otros procesos cognitivos que pueden favorecer la agresión reactiva40. Otra manera como se podrían fomentar estos cambios es a través de la promoción y la creación de relaciones constructivas entre los estudiantes por medio, por ejemplo, de grupos de trabajo cooperativo41. A través de estas relaciones los estudiantes pueden comenzar a reemplazar modelos mentales hostiles de las relaciones por modelos más positivos. Finalmente, a través de la educación se podría fomentar que las personas puedan aprender a perdonarse y reconciliarse en vez de buscar la venganza. Varios programas que buscan apoyar procesos de perdón y reconciliación en adultos han sido propuestos tanto a nivel mundial42 como a nivel colombiano43. La aplicabilidad de este tipo de programas a nivel escolar aún está por explorarse. La prevención de la agresión instrumental en la escuela puede llevarse a cabo de diversas maneras. Frente al matonismo se han desarrollado diversos programas

39 Kriedler, op. cit.; Lieber, op. cit. 40 Nancy G. Guerra y Ronald G. Slaby, “Cognitive mediators of aggression in adolescent offenders: 2. Intervention” en Developmental Psychology, no. 26, 1990, págs. 269-277. 41 D. Dishon y P. W. O'Leary, A guidebook for cooperative learning: A technique for creating more effective schools, Holmes Beach, Learning Publications, 1994; D. Johnson, R. Johnson y E. Holubec, Los nuevos círculos del aprendizaje: la cooperación en el aula y la escuela, Argentina, Aique, 1999. 42 R. D. Enright, S. Freedman y J. Rique, “The psychology of interpersonal forgiveness”, en R. D. Enright y J. North (eds.), Exploring forgiveness, Madison, Wisconsin, University of Wisconsin Press, 1998, págs. 46-62; M. E. McCullough y C. V. Witvliet, “The psychology of forgiveness”, en C. R. Snyder y S. J. Lopez (eds.), Handbook of positive psychology, London, Oxford University Press, 2002, págs. 446-458; E. L. Worthington Jr., S. J. Sandage, J. W. Berry, “Group interventions to promote forgiveness: What researchers and clinicians ought to know”, en M. E. McCullough, K. I. Pargament y C. E. Thoresen (eds.), Forgiveness: Theory, research, and practice, New York, The Guilford Press, 2000, págs. 228-253. 43 En Colombia, Leonel Narváez ha liderado a través del Departamento Administrativo de Acción Comunal de la Alcaldía de Bogotá el programa de Escuelas de Perdón y Reconciliación, ESPERE; El Tiempo, “Aprenda a perdonar”, Sección Bogotá, Sábado 31 de Agosto, 2002.


Agresión reactiva, agresión instrumental y el ciclo de la violencia

educativos a nivel mundial44. Estos programas buscan fomentar una conciencia sobre los problemas asociados con el matonismo, definir reglas y sanciones claras a nivel escolar contra este, despertar empatía y compasión hacia las víctimas, promover que las víctimas puedan tener amigos populares que disminuyan el desbalance de poder en sus relaciones con los demás, y proveer maneras asertivas (no agresivas) para que tanto las víctimas como los terceros observadores puedan frenar el matonismo. En efecto, el trabajo con terceros, observadores, es fundamental dado que, como se ha mostrado en este artículo, la legitimidad y valoración social de la agresión contribuyen de manera sustancial a la agresión instrumental. Otra manera como se ha trabajado la prevención escolar de la agresión instrumental es buscando influir sobre la conformación de grupos entre los estudiantes. Quizás el programa escolar que ha mostrado los mejores resultados en el largo plazo es el Experimento de Prevención de Montreal45. En segundo de primaria, cuando tenían 7 años, fueron identificados los niños que tenían más problemas de comportamiento agresivo en sus clases. Durante dos años seguidos, estos estudiantes hicieron parte de grupos de trabajo que se reunían semanalmente con otros niños no agresivos, con buenas habilidades interpersonales. Eran grupos de 4 a 7 estudiantes, en los cuales la minoría (1 ó 2) tenía problemas de agresividad46. El trabajo se centró en el

44 R. S. Atlas y D. J. Pepler, “Observations of bullying in the classroom”, en Journal of Educational Research, no. 92, 1998, págs. 86-99; William M. Bukowski, “Friendship and friend characteristics affect developmental trajectories in victimization during early adolescence”, Presentación en la Novena Conferencia del Society for Research on Adolescence, New Orleans, Abril de 2002; Olweus, op. cit.; Christina Salmivalli, Ari Kaukiainen, Marinus Voeten y Mirva Mäntykorpi, “Targeting the group as a whole: The Finnish anti-bullying intervention”, en P.K. Smith, D. Pepler y K. Rigby (eds.), Bullying in schools: How successful can interventions be?, Cambridge, U.K, Cambridge University Press, en prensa. 45 R. E. Tremblay, L. C. Masse, L. Pagani y F. Vitaro, “From childhood physical aggression to adolescent maladjustment: The Montreal prevention experiment”, en R. D. Peters y R. J. McMahon (eds.), Preventing childhood disorders, substance abuse, and delinquency. Banff international behavioral science series, vol. 3, Thousand Oaks, CA, Sage, 1996, págs. 268-298. 46 Este punto es crucial debido a que cuando son grupos de trabajo conformados solamente por los estudiantes más problemáticos el efecto es peor que no hacer nada; Margery E. Arnold, y Jan N. Hughes, “First do no harm: Adverse effects of grouping deviant youth for skills training”, en Journal of School Psychology, no. 37, 1999, págs. 99115.

desarrollo de habilidades interpersonales. Además, se trabajó periódicamente con sus padres. Comparado con un grupo control, se encontró una disminución significativa en pertenencia a pandillas y delincuencia inclusive 8 años después, cuando tenían 15 años. Es muy probable que este efecto del programa, a largo plazo, haya debido principalmente a la conformación de nuevos grupos de amigos47. Al pertenecer a grupos que no valoraban la agresión de la misma manera que ellos, es probable que hayan disminuido los incentivos sociales para el comportamiento agresivo instrumental. Todo esto indica que a través de la conformación de grupos de trabajo cooperativos en los que se desarrollen habilidades interpersonales y en los que los más agresivos sean una minoría, las instituciones escolares pueden disminuir el desarrollo de la agresión, en general, y de la agresión instrumental, en particular. Como se mencionó al comienzo del documento, crecer en un ambiente violento, sea éste de violencia política o de violencia común, puede favorecer el desarrollo de comportamientos agresivos en niños. En muchos casos, estos comportamientos agresivos se podrán convertir en comportamientos violentos cuando estos niños crezcan, contribuyendo así al ciclo de la violencia. Esto es, si no se interviene para cambiar estos procesos. La evidencia presentada en este documento sugiere que, en realidad, el ciclo de la violencia puede estar constituido por dos trayectorias, una relacionada con agresión reactiva y otra con la agresión instrumental. Entender la diferencia entre ambas trayectorias es crucial porque puede facilitar el desarrollo de distintos tipos de intervenciones para su prevención. De esta forma, será posible lograr que las nuevas generaciones no necesariamente reproduzcan la violencia que viven en su contexto. Romperemos así las distintas trayectorias del ciclo de la violencia colombiana.

Bibliografía Arnold, Margery E., y Hughes, Jan N., “First do no harm: Adverse effects of grouping deviant youth for skills training”, en Journal of School Psychology, no. 37, 1999, págs. 99-115.

47 Richard Tremblay, comunicación personal, abril de 2002.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 59-73.

MAGIA, BRUJERÍA Y VIOLENCIA EN COLOMBIA Carlos Alberto Uribe*

Resumen Este artículo discute la relación entre la magia, la brujería, la sanación y el conflicto social que se vive en Colombia. El argumento busca mostrar cómo una situación de conflicto y caos social ofrece un escenario privilegiado para el desempeño de lo brujesco, a partir del estudio de un caso clínico de enfermedad mental documentado de forma etnográfica. La magia y la brujería, se arguye, nos ofrecen una vía regia para adentrarnos por los vericuetos del sufrimiento, la renuncia y la culpa (el pathos) en nuestra cultura –esto es, de un camino analítico para explicar lo que Sigmund Freud denominara el “malestar en la cultura”. En la discusión, la patología familiar –especialmente en la familia antioqueña– recibe una atención particular.

Abstract This article discusses the relationship between magic, witchcraft, cure, and contemporary Colombian social conflict. Based on an ethnographic study of a clinical case of mental sickness, the argument seeks to show how a situation of social conflict and chaos offers a privileged scenario for witchcraft practices. Magic and witchcraft, it is argued, offer a via

* Licenciado en Antropología (Universidad de los Andes), M. A. en Antropología (Universidad de Pittsburg), Ph. D. en Antropología (Universidad de Pittsburg). Profesor titular del Departamento de Antropología, Universidad de los Andes. Agradecimientos: Estos materiales forman parte de la investigación “La violencia simbólica y la enfermedad mental: un enfoque etnopsiquiátrico” (financiada por Colciencias y la División de Investigaciones, Bogotá, de la Universidad Nacional de Colombia). En la investigación y en el caso clínico participó la Dra. Elena Martín, MD, profesora del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia. Una versión resumida fue presentada como ponencia en el IX Congreso de Antropología en Colombia (Popayán, julio de 2000) y en los Foros del Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales (Ceso) de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes (segundo semestre de 2001). Agradezco a los docentes del Departamento de Psiquiatría, Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia, su apoyo y guía, así como a los médicos residentes que entre 1996 y 1998 trabajaron conmigo en el proyecto. Agradezco también a José Gutiérrez y a Claudia Steiner por sus comentarios a versiones previas del texto. Deseo también agradecer a mis estudiantes de la Universidad de los Andes y de la Universidad Nacional. Todo error que aún contenga es por entero de mi propia responsabilidad.

regia for exploring the maze created by suffering, repression and guilt (the pathos) in our culture –i.e. an analytical road to explain what Sigmund Freud called “the malaise of civilization”. In the discussion, the social pathology of the family –especially of the antioqueño family– receives a particular attention.

Palabras clave: Magia, brujería, familia en Colombia.

Keywords: Magic, witchcraft, family in Colombia.

Ahora, cuesta abajo en mi rodada, las ilusiones pasadas yo no las puedo arrancar. Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá. (C. Gardel – A. Le Pera)

Los antecedentes La noticia apareció en El Tiempo del 31 de marzo de 1999, refundida entre los informes de matanzas, asesinatos, exilios de campesinos y escándalos de corrupción política. El titular hablaba de hechizos de guerra entre los paramilitares y los guerrilleros. Según su autor, campesinos, soldados, guerrilleros y paramilitares de las zonas del Pacífico, Urabá, Alto Sinú y San Jorge, la Sierra Nevada, los Llanos y el Cauca recurren al “rezo de los niños en cruz” para que las balas de sus enemigos no penetren sus cuerpos durante los combates. El procedimiento para lograr semejante protección mágica es simple. Al mediodía del Viernes Santo se debe sacar de un árbol una higa en forma de puño, que se implanta, después de hacerle una incisión en forma de cruz, en determinadas partes del cuerpo de un hombre –nunca de una mujer, según se aclara–. Rezado de esta forma, el guerrero está listo para su guerra y sólo la “contra” apropiada hará de él una víctima más de la contienda bélica. La noticia anterior no constituye un hecho aislado. En marzo de 2002, una revista habla de las protecciones mágicas que “blindan” al famoso comandante guerrillero Romaña. “Romaña –dice Semana– “tiene fama de ser un buen comandante entre sus subalternos. En el sector rural dicen que está rezado o que tiene pacto con el diablo y que por eso no le entran las balas”1.

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Revista Semana, Marzo de 2002.

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DOSSIER • Carlos Alberto Uribe

Los ejemplos de este tipo de informes que aparecen aquí y allá, entre el tráfago noticioso cotidiano, se podrían multiplicar. Tampoco es que constituyan materia de actualidad. Desde hace muchísimos años se habla de la relación entre magia, brujería y las múltiples violencias colombianas, así como del vínculo –más velado– entre brujas, arúspices, políticos, caballeros de industria y, miembros del “establecimiento” económico y social. Ya es un lugar común señalar la puntillosa religiosidad de los jóvenes gatilleros del narcotráfico en Antioquia, con sus escapularios, promesas y ofrendas ante el altar de María Auxiliadora, en Sabaneta2. Sus andanzas santas y no santas han sido materia de novelas, como todo este tema lo ha sido desde antes de La vorágine, de Rivera3. También el cine ha hecho de ellas el argumento de varias películas. Ello para no hablar de cómo los bandoleros y “pájaros” de las épocas de “la Violencia” recurrían a expedientes nigrománticos y a rezos para protegerse de la muerte o de las ánimas de los muertos4. Como esta “oración para hacerse invisible”, o del “Justo Juez”, que recitaban antes del combate los cuadrilleros de “Zarpazo” y “La Gata” que operaban en la región de Quimbaya, Circasia y Montenegro 5: Con tres te veo, con cinco te ato, la sangre te riego y el corazón te parto. Cristo, mírame y líbrame de todo mal... Ahí viene el enemigo. Oh, Justo Juez: si trae ojos, que no me vea; si trae manos,

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que no me toquen; si trae armas, que no me hagan daño. Santa Cruz de Mayo, a mi casa vas, líbrame de males y de Satanás. Amén...

Esta relación entre la política y lo sacro, entre la acción violenta, la guerra y la religión, no ha pasado desapercibida para algunos estudiosos del país. No podría ser de otra manera, dada su persistencia desde los tiempos de la llegada de los invasores europeos a este territorio. Si damos crédito a los cronistas de Indias como Cieza de León, esta amalgama se ha dado desde la época prehispánica, cuando un elemento de la guerra entre las “behetrías” y los señoríos de indios era el uso de los métodos de la violencia simbólica6. El sacrificio ritual de víctimas propiciatorias, la antropofagia y las guerras mágicas entre chamanes, todo ello en medio del culto a los muertos y a la muerte y del consumo de yerbas “que vuelven loco”, se extendía desde las costas hasta las alturas andinas de los incas. Cuando los torbellinos de las primeras conquistas se sosegaron, las actuales redes de la magia y la religiosidad católica empezaron a formarse sobre la base de los poderes mágicos de los “salvajes” derrotados. En esa conformación, desempeñó un papel protagónico el celo de los misioneros católicos, empeñados en extirpar todo vestigio de “idolatrías” prehispánicas. Idolatrías que nunca se extirparon del todo. Por el contrario, se transformaron y aunaron con las europeas en torno a los iconos de las vírgenes, santos patronos y demás personajes del panteón católico –todos instalados en sus santuarios, construidos las más de las veces sobre las ruinas de sus predecesores–. En la nueva trama, también se tejieron las fibras de la magia africana, transplantada a estas tierras en los barcos negreros, para conformar con los siglos ese abigarrado tejido cultural característico de nuestras sociedades

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Pedro Cieza de León, La crónica del Perú, 1ª. Parte, 3ª ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1962; Roberto Pineda Camacho, “Malocas del terror y jaguares españoles. Aspectos de la resistencia indígena del Cauca ante la invasión española en el siglo XVI”, en Revista de Antropología, no. 3(2), Bogotá, Universidad de los Andes, 1987, págs. 83-114. Carmen Bernand y Serge Gruzinski, De la idolatría. Una arqueología de las ciencias religiosas, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, pág. 137.


Magia, brujeria y violencia en Colombia

híbridas. Ya desde el siglo XVII, al decir de Carmen Bernand y Serge Gruzinski7, toda la América Hispánica mostraba una densa red “de itinerarios terapéuticos que unían a indios, mestizos, negros y españoles”. Porque esta eficacia mágica es, por sobre todo, un poder curativo. En nuestro suelo, los circuitos rituales de magia y curación datan de siglos. Todo el territorio está embebido de magia, hechicería, idolatría. Ninguna dosis de modernidad secularizante ha logrado (y quizá nunca logrará) destilar los filtros amorosos, las pociones y ungüentos, los rezos y conjuros, los entierros, “guacas” y “trabajos”, las cartas astrales y los cuarzos mediante los cuales diversos zahoríes buscan penetrar los arcanos de la incertidumbre, la enfermedad y la finitud humanas. De esta manera, todo el sur colombiano es el territorio de los chamanes y, entre ellos, los más reputados se encuentran entre los “indios salvajes” de las profundidades de la selva amazónica. Su vitalidad, focalizada en el consumo ritual del bejuco amazónico Banisteriopsis caapi o yajé, se extiende hasta las ciudades andinas colombianas y alcanza a una variada colección de creyentes de las más distintas procedencias sociales y de los más diversos oficios8. En las ciudades y campos del interior, estos poderes refuerzan los saberes de otros curanderos, sanadores, espiritistas, “psíquicos” y “médicos” que, con el favor de “santos” como los venezolanos José Gregorio Hernández y María Lionza, ofrecen sus promesas de redención a las víctimas del infortunio y del drama colombiano. La red se extiende allende nuestras fronteras. Éste es ya un verdadero circuito internacional de curación, como quiera que abarca a países vecinos como Venezuela y Ecuador9. La discusión siguiente de esta relación entre lo mágico, la sanación y la guerra, busca mostrar cómo una situación de conflicto y caos social ofrece un escenario privilegiado para el desempeño de lo brujesco. La brujería es el foro –según expresión de Jeanne Favret-Saada– de “lo que no se puede

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Carlos Alberto Uribe, “El yajé como sistema emergente: discusiones y controversias”, en Documentos del Ceso, no. 33, Bogotá, Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales (Ceso), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, 2002. Carlos Eduardo Pinzón, “Violencia y brujería en Bogotá”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, no. 16, Bogotá, Banco de la República, 1988, págs. 35-49; Carlos Eduardo Pinzón y Gloria Garay, Violencia, cuerpo y persona. Capitalismo, multisubjetividad y cultura popular, Bogotá, Equipo de Cultura y Salud, 1987; Michael Taussig, The Magic of the State, Nueva York, Routledge, 1998; Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación, Bogota, Grupo Editorial Norma, 2002.

decir de otro modo”10. Representa también una forma de adquirir poder en un contexto de desorden social: “la brujería nace de la desmesura, de la no conformidad, del conflicto, del rechazo a aceptar las restricciones propias de lugar que uno ocupa en la sociedad”11. La brujería, en fin, nos ofrece una vía regia para adentrarnos por los vericuetos del sufrimiento, la renuncia y la culpa (el pathos) en la cultura –esto es, de un camino para explicar lo que Sigmund Freud denominara como el “malestar en la cultura”12.

La parroquia La historia que sigue es la de John Fredy Botero Jaramillo, paciente que fue de la Unidad de Salud Mental del Hospital San Juan de Dios de Bogotá, y de su familia13. Su historia es similar a la narrada por el cronista Germán Castro Caycedo en La bruja. Coca, política y demonio14. La crónica que allí nos narra este autor es la historia de la salvación de Amanda, una reputada bruja de Fredonia, Antioquia, librada de las garras de la brujería gracias a los buenos oficios de la red de exorcizadores de demonios, comandada por Monseñor Alonso Uribe Jaramillo, después de que Amanda llegara a ser la consultora de cabecera de un Presidente de la República y del Gobernador de Antioquia, en sus dilemas del amor y del poder, así como de prestantes damas y caballeros de la sociedad nacional y regional. A la par, es la historia del ascenso y caída de Jaime Builes, un antiguo peón convertido en magnate del narcotráfico y quien regresara lleno de fajos de billetes de dólares literalmente a comprar a Fredonia, sólo para encontrar después su muerte en largas sesiones de tortura en los cuarteles de la policía federal en Ciudad de México. El caso de John Fredy, soltero, de 29 años y estudiante

10 Jeanne Favret-Saada, Deadly Words. Witchcraft in the Bocage, Cambridge y París, Cambridge University Press y Editions de la Maison Des Sciences de l’ Homme, 1980, pág. 13. 11 Georges Balandier, El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales, 2ª.ed., Barcelona, Gedisa Editorial, 1990, pág. 106. 12 Sigmund Freud, El malestar de la cultura, en Obras completas de Sigmund Freud, Tomo III, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1981 [1930]. 13 Este es un nombre ficticio. Todos los nombres propios de personas y de algunos lugares han sido cambiados para proteger la identidad de las personas que están involucradas en el caso. Asimismo, algunas circunstancias se han alterado sin cambiar lo sustancial de los hechos. 14 Germán Castro Caycedo, La bruja. Coca, política y demonio, Bogotá, Planeta Editorial, 1994.

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universitario fracasado, es también de brujería, narcotráfico y búsqueda de poder económico. En un plano superficial, se trata del familiar “rebusque”, ese jugar con los límites de lo que es legal y ético, según los cánones de una cierta moralidad –y de lo que no lo es–. Aunque, en verdad, estas cuestiones no atormentan al rebuscador, para quien la supervivencia, el “salir adelante”, es el nombre del juego. Pero hay aquí ingredientes adicionales. Uno de ellos es el de la enfermedad mental del protagonista. John Fredy vive con su padre, Pablo Elías Botero Jiménez, antiguo seminarista, y su madre, Solita Jaramillo de Botero, ambos antioqueños trasplantados a la capital de la República. En Bogotá tuvieron a sus dos hijos: John Fredy, el mayor, y Juan de Jesús, de 28 años, actualmente en una prisión federal de los Estados Unidos, en donde purga una condena de ocho años de cárcel por narcotráfico. Esta no es la primera unidad doméstica de don Pablo Elías. Antes de doña Solita vivió con doña Clemencia Velásquez Ángel, con quien tuvo a Marisleidys Botero Velásquez, hoy residenciada en la costa oeste de los Estados Unidos, y a John William Botero Velásquez, muerto por la policía de San Francisco, California, cuando fue sorprendido en el asalto de un pequeño mercado, armado –según dicen– de un revólver de juguete. Las circunstancias de la separación de Pablo Elías y Clemencia fueron dramáticas. Todo iba muy bien para la pareja. Tenían a sus dos hijos y eran propietarios de una cigarrería en el centro de Bogotá. Pero Clemencia comenzó a frecuentar a otro hombre, hasta que quedó embarazada. Pablo Elías no sospechaba la infidelidad de su mujer, sólo que alguien lo llamó por teléfono y lo alertó. Entonces la confrontó directamente y luego “la echó de la casa, sin dejarle llevar nada, ni darle su parte de la cigarrería” – afirmó doña Solita. Clemencia no tuvo más remedio sino irse con sus dos pequeños hijos. Aunque Clemencia salió de la casa de don Pablo Elías, no salió en realidad de su vida. Este último, por su parte, se dedicó sin medida al aguardiente para poder “olvidar” la infidelidad de la que fue su mujer. A Solita Jaramillo de Botero no le cabe duda de que las desgracias que hoy abaten su hogar son causadas por los maleficios que, en su contra, ha movilizado doña Clemencia. Entre las tristezas que destaca Solita están, en primer plano, la “locura” de John Fredy y la prisión de Juan de Jesús. La madre no cree que en realidad el hijo esté loco, y mucho menos sicótico, como dicen los psiquiatras. Tampoco ella parece darse cuenta de lo que se puede catalogar como su propia enfermedad mental. Hasta el punto de que uno queda con la duda de si no hubiera sido 62

mejor que ambos, madre e hijo, buscasen a la par el tratamiento psiquiátrico. Por el contrario, todo lo que ella parece dispuesta a aceptar es que a John Fredy se le meten a veces “angelitos” en la cabeza, que le empiezan a dar vueltas por “estar pensando pendejadas”. John Fredy la corrige y declara que en realidad no son angelitos, sino que él escucha voces que lo insultan durante sus “ausencias” en un “mundo imaginario”, donde él ha vivido desde que se convirtió en un adicto a la marihuana, la cocaína y el basuco. Todo ello por una mujer casada, Claudia Inés, “de la que me enamoré como un güevón cuando apenas tenía 17 años y que me enseñó a tirar como un verdadero gallo, en medio de unas empericadas y borracheras las berriondas”. Entonces añade que él cree que ella le hizo un “trabajo” con su propia menstruación, una magia amorosa, una “liga”, porque él no se podía zafar de ella, tan “encoñado” como estaba. Y tan aficionado a la droga con la que le pagaba sus oficios de distribuidor de “cosa” entre los burguesitos intelectuales y la gente del jet set político y la farándula, que frecuentaba los bares y discotecas de la zona de las Torres del Parque, el Village bogotano de aquel entonces. “Pero sabe una cosa –confiesa– a mí, en realidad, las mujeres me dan miedo por lo malas que son. Es que yo quedé como traumatizado después de esa vieja, y ahora sólo me gustan las mujeres extrañas, las relaciones raras”. Las relaciones raras de John Fredy van más allá de ésta con una mujer casada mayor que él, y quien a sabiendas del marido le “ponía los cuernos” con tal de que el negocio de la cocaína que manejaban, funcionara bien. Y es que las relaciones del muchacho con las mujeres, en general, son tormentosas. Para él todas las mujeres son putas y “por eso es que se va a acabar el mundo, como dice el Apocalipsis”. Planteamiento que remató con un “a las pocas mujeres buenas hay que bendecirlas”. Entre esas pocas mujeres buenas y benditas se encuentra en primer plano su propia madre, doña Solita Jaramillo de Botero. Lo cual da pie para pensar que aquello de los “traumas” de John Fredy con las mujeres tiene que ver ante todo con la madre, de quien no le gusta recibir caricias, “porque es que me toca como a una mujer”. “Y menos me gusta ahora que estoy tan gordo –prosigue– porque es que así como estoy me parezco a una mujer, con tetas y todo, una mujer dentro de un hombre, y entonces siento que es como mujer con mujer, y yo eso sí marica no soy. Por eso ahora no busco novia. ¿Qué tal que cuando esté con ella me vuelva más mujer?”. Aquí tenemos pues una complicada relación simbiótica entre una madre y su hijo enfermo, relación que debemos


Magia, brujeria y violencia en Colombia

entender con el fin de precisar cómo los delirios de John Fredy reflejan por igual sus propios conflictos y los de Solita. Las circunstancias en las que Solita conoció a su marido fueron extrañas. Resulta que el padre de Pablo Elías se murió en Medellín, y entonces él se desplazó desde Bogotá para asistir al velorio. Fue allí donde se inició el romance que habría de concluir en matrimonio seis meses después. Según Solita, su esposo era un hombre muy recorrido, un andariego. Además, era un hombre con mucha experiencia con las mujeres. Tanta que le ocultó a la señorita Solita Jaramillo que, en realidad, él era casado y con hijos. Todavía ella no se explica cómo se casó, a pesar de las advertencias de su propio padre, quien le decía que iba a sufrir mucho con él porque era muy “tomatrago”. “Pero yo no le hice caso y me vine para Bogotá a donde él” –se disculpa Solita. “Ya en Bogotá comenzó mi suplicio. Mi esposo era muy alzado cuando tomaba trago. Eso era que llegaban sus amigos a la cigarrería y comenzaban a tomar. Si yo me oponía, mi esposo me apartaba; si hasta me pegaba cuando estaba borracho. Pégueme y gríteme, y tome trago. Y yo, embarazada de John Fredy. Para colmos, la ex mujer de mi marido, la Clemencia esa, no dejaba de molestar y me mandaba a la Marisleidys para que viviera con nosotros porque mi marido no le reconocía la paternidad responsable, y en mi casa vivían también mi suegra, una nieta de ella, una sobrina de Pablo Elías y otra cuñada que se vinieron de Medellín. Y yo embarazada y atienda gente y gente y la vieja gritando desde la cama que dónde está el desayuno y joda y joda. Hasta que me puse brava y le grité que no jodiera más y ella empezó a gritarme y a empujarme hasta que resultamos peleando. Claro está que la vieja esa ya se murió. Yo no quise ir al entierro: ¿Será que hice mal?”. Solita no para de narrar sus desventuras. Son muchos años de tristeza guardados, sin nadie a quien confiarlos, excepto al Padre Herrán, “Porque es que cuando yo tengo un problema –confiesa– todavía voy a donde el Padre Herrán, tan bello él”. A confesarse con el Padre Herrán fue, pues, Solita después de las peleas con la suegra: “Entonces llego a la Veracruz y me encuentro con el Padre y le cuento que me quería separar, que mi suegra me la tenía montada, y el Padre comienza a consolarme, comienza a aconsejarme: «no, que mire mijita, no se separe, que un buen buey va para donde lo lleven; mire, váyase para su casa que yo voy a ofrecer la misa de cinco por usted y por su hogar». Total me quedé y eso fue un calvario”.

El calvario de doña Solita El calvario de la señora no sólo era por cuenta de Pablo Elías. Porque es que Juan de Jesús, su hijo menor, también ha puesto su cuota. Cuando tenía 17 años, su media hermana Marisleidys mandó por él para que se fuera a San Francisco. El muchacho pasó la frontera desde Tijuana, México, por el “hueco” que llaman, igual a como había pasado antes su hermana. Una vez en los Estados Unidos, Juan de Jesús empezó a estudiar, hasta que llegó su prima María Elena Botero y le entusiasmó para que se fuera a vivir con ella a Miami. Con la plata que le dio para el viaje, Juan de Jesús se fue, en cambio, para Nueva York a donde otros primos suyos, sobrinos de su madre. Uno de ellos moriría años después en Medellín, en un ajuste de cuentas entre mafiosos. En Nueva York, sus parientes le consiguieron un empleo de mesero en un restaurante donde ganaba muy bien. Luego conoció a un psicólogo gringo, un “viejo cacorro” según doña Solita, y quien vivía en compañía de otro sobrino suyo, John Wilmar Gallego, un “marica de profesión estilista”, para usar las propias palabras de la señora. Con ese par se fue a vivir Juan de Jesús. Hasta allá fue a visitarlo su madre, en su primer viaje para conocer los Estados Unidos. Con el tiempo, a Juan de Jesús le dio por regresar a Colombia. En Bogotá, empezó a frecuentar “malos amigos” con quienes vivía de parranda en los burdeles, en medio de ríos de licor. “La herencia del papá” –acotó Solita–. En uno de esos lances, Juan de Jesús terminó “emburundangado” y todas las “alhajas” de oro que llevaba puestas desaparecidas como por encanto. Casi se muere esa noche Juan de Jesús. Al otro día lo encontraron tirado en la calle, al frente de un cine, en Chapinero. En el ínterin, don Pablo Elías resolvió viajar a donde su sobrina de Miami quien, con su marido cubano, Julián Hermosillo, terminaron por involucrarlo en su negocio de transporte de cocaína desde la Florida hasta Filadelfia. Así, el padre resultó un buen día por la Interstate rumbo a esa ciudad, con una buena cantidad de “merca” encaletada en el carro. Julián estaba al volante, María Elena a su lado y él en el puesto de atrás, déle que déle, día y noche sin parar, mientras el cubano no cesaba de meter perica para no irse a dormir por el camino. Cuando llegaron a Filadelfia y ya la merca estaba bien guardada en una bodega que administraban, en palabras de Solita, “unos negros grandotes y miedosos”, Pablo Elías recibió su correspondiente comisión. No obstante, su hija Marisleidys se enteró de que su viejo andaba de “mula”, y entonces lo llamó desde San Francisco y le dijo “que no fuera bruto, que 63


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se fuera para donde ella, que esto y lo otro”. Pablo Elías no tuvo más remedio que hacerle caso a su hija, y así tomó un avión a San Francisco, para pasar en esta última ciudad una temporada larga y después regresar a Colombia. Juan de Jesús, mientras tanto, ya preparaba su segundo viaje para los Estados Unidos. Esta vez se suponía que iba de regreso para Nueva York, pero en cambio resolvió quedarse con su prima de Miami, su esposo y su hija Beatriz, casada con un tal Mauricio, quien después murió asesinado en otro ajuste de cuentas. No hay que hacer gran esfuerzo para sospechar qué quería allá: meterse al negocio de su prima y su familia, una organización que pertenecía al cartel de Pablo Escobar. Y empiezan los viajes por la Interstate, Miami-Filadelfia y vuelta otra vez, hasta que el muchacho empezó a escalar posiciones en el negocio. Ahora el hijo menor de doña Solita podía ostentar su nueva condición de “mafioso” exitoso marcada por su indumentaria engalanada con profusión de objetos de oro fino, como para ser fácilmente reconocido por los demás mortales. En esos trances, Juan de Jesús conoció a Jesusita Pérez, una mujer de 52 años, de Medellín, quien “como que conocía a Pablo Escobar”. Con el tiempo, terminó enamorado perdidamente de Jesusita, a quien el muchacho se refería como “la pelada” en sus periódicas conversaciones telefónicas con su madre. “Qué pelada, ni qué pelada, si era una vieja alta, firme, elegante, una vieja astilla mucho mayor que mi hijo. Es que yo la vi en Mayami cuando ya mi hijo estaba preso por segunda vez, antes de que lo enviaran a esa prisión federal en Texas en donde ahora paga cárcel, pobrecito”. De pronto, todo empezó a venirse abajo. Una noche llamaron a Solita para contarle que Juan de Jesús había caído en una redada en Filadelfia. En la misma operación policial fueron detenidos Jesusita, María Elena y su esposo Julián. A Juan de Jesús sólo lo tuvieron preso 15 días, pues la policía lo único que le encontró encima fueron mil quinientos dólares, que le decomisaron, junto con el pasaporte y la cédula. Él y su novia fueron dejados libres con la obligación de presentarse periódicamente en Filadelfia. La pareja decidió entonces regresar a Miami a reorganizar su negocio. Por lo demás, parece ser que Jesusita y María Elena se disputaban los favores de Juan de Jesús, por lo que al final ambas mujeres terminaron en una tremenda pelea por un hombre que casi podía ser su hijo. Para John Fredy la explicación del “encoñe” de su hermano es sencilla: “esa Jesusa algo le debió dar a mi hermano para tenerlo así junto a ella, igual a cómo me pasó a mí con Claudia Inés”. Con “liga” o sin ella, la vida de Juan de Jesús con Jesusita 64

no debió ser muy placentera. Solita no se puede explicar cómo pudo durar tanto tiempo su hijo con esta mujer (“por la cama”, intervino con autoridad John Fredy). Y es que Jesusita tenía al buen muchacho todo controlado, no lo dejaba llamar a Colombia, y lo que era más importante para Solita, “la astilla esa no le dejaba mandarnos a Colombia ni un peso”. Las cosas se vinieron abajo, en definitiva, cuando Juan de Jesús fue hecho prisionero por la policía la segunda vez, a finales de 1989. Ahí sí no le fue tan bien. Resulta que él y su novia llevaban un carro cargado con cocaína camuflada. Una patrulla los detuvo para una requisa y al registrar el vehículo, los policías encontraron quince kilogramos de perica. Juan de Jesús resultó asumiendo la mayor parte de la responsabilidad, al mismo tiempo que protegía a su enamorada. Tal gesto le valió al muchacho una condena mucho mayor que a su mujer, quien la pagó e inmediatamente regresó a Medellín a gozar del dinero que juntos tenían escondidos en su casa, una suma respetable de la que el joven amante no vio un solo peso. Mucho menos su familia. De contera, a los pocos días de que Juan de Jesús cayera preso en Miami, sobrevino la primera crisis sicótica de John Fredy. Al tiempo que todo esto sucedía, personas desconocidas comenzaron a llamar al hogar de los Botero Jaramillo en Bogotá, para decirles que si Juan de Jesús delataba a alguien en su juicio, el resultado sería que algún miembro de la familia aparecería muerto.

La curación de doña Solita Los acontecimientos anteriores tuvieron un efecto devastador para Solita, a quien le tocó enfrentar la crisis sin la ayuda ni el apoyo de su esposo. Entonces la señora comienza a narrar lo triste y deprimida que se puso. El único remedio que tenía para su tristeza era irse los lunes muy temprano en la mañana para el Cementerio del Sur, lunes tras lunes por más de año y medio. “Eso yo llegaba –explica Solita– me sentaba sólo al lado de una tumba que me gustaba mucho, yo ya ni me acuerdo quien era el muerto, y entonces le ponía flores y rezaba y rogaba por las almas de los muertos. Eso sí, cuando yo salía del cementerio me sentía muy tranquila. Por eso era que todos los lunes yo estaba allá”. Lo de esta afición por los muertos tiene más de un matiz. Porque ella no solamente le rezaba a su anónimo difunto, sino que asimismo le gustaba visitar a los muertos N. N. que Medicina Legal entierra en fosas comunes en el Cementerio del Sur. En sus propias palabras: “Es que usted no se imagina las cosas que yo veía en ese cementerio. Es que la gente sí es muy


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mala, ¡eh Avemaría, pues!, las cosas que hacían. Eso había regadas por todas partes fotografías con chuzos, ¡sí, fotos de hombres y mujeres con alfileres prendidos! También había muñecos y ropa interior de mujer y de hombre, ¡quién sabe untada de qué! Claro que con esas cosas yo no me meto. Yo no le hago mal a nadie. Pero es que yo sí vi cosas muy raras en ese cementerio”. En este punto, estamos ya en el terreno de la brujería, de la magia negra, como dice doña Solita. Todas las historias de las desventuras de la mujer, su marido y sus hijos, se adentran por los vericuetos de lo brujesco, en busca de ese hilo de Ariadna que las sacará del laberinto de su sinsentido. El tema que las articula es el maleficio que les hizo Clemencia Velásquez Ángel, a propósito de la traída de las cenizas de su hijo John William, muerto por la policía de San Francisco: Bueno, el caso es que cuando Clemencia se fue por las cenizas de John William a San Francisco, también trajo unas encomiendas de Marisleidys y de Juan de Jesús. De Marisleidys me trajo a mí un exprimidor de naranjas eléctrico, y a mi hijo y a mi marido unas medias y unas camisetas. Juan de Jesús me mandó un televisor pequeño, de esos portátiles, para poner en la cigarrería, y como él sabía que a mí me gustaba tanto fumar, me mandó también un cartón de cigarrillos. Lo que pasó es que yo empiezo a exprimir naranjas en la máquina esa y ese jugo sabía siempre muy amargo, y la exprimidora esa empezó a coger un color como café. No fue sino tomarme ese jugo, para que yo empezara a sentirme muy mal. Y este muchacho aquí se puso las medias que le mandó Marisleidys y cuando se las quitó para lavarlas, eso tenía un olor muy fétido. Pues yo que comienzo a fumarme los cigarrillos que me mandaron y empiezo a sentirme mal, a sentir un dolor muy fuerte en la boca del estómago. Después empecé a botar una espuma blanca por la boca. Para mí, esa Clemencia le echó algo a esos cigarrillos. Yo no tengo pruebas, no señor. Pero a mí nadie me saca eso de la cabeza. Porque yo era una persona muy sana y antes de que me dé más de cuenta, me cayó esa enfermedad en los ojos. Que los ojos los tenía todos como apichados, se sanaban un poco, pero vuelta otra vez a apicharse y nada que querían sanar del todo. Yo no tengo pruebas que esa mujer le echó algo a las encomiendas cuando las trajo junto con las cenizas de su hijo John William. Pero para mí que ella es una bruja bien bruja. ¡Pero es que la cosa no paró ahí! Yo tenía todos mis dientes enteritos, toda mi dentadura muy bonita. Eso después se me empiezan a caer todas las piezas. Y mi marido. Él, un señor

tan saludable. Después de esto que les estoy contando, él como que empezó a ponerse mal, como a perder el ánimo, a como no querer estar conmigo, ¡No, es que todo se empezó a derrumbar entonces, todo se nos vino abajo! Porque también empezaron a aparecer montoncitos de tierra negra frente a la cigarrería, esa cigarrería que era tan buen negocio. Claro que no éramos ricos, pero nos iba bastante bien. Porque también fue que aparecieron unos cucarrones bien feos debajo de mi cama. Todo fue que empezara a aparecer eso ahí y que el negocio se dañara y nos pidieran el local y entonces comenzaron los problemas económicos. Una semana después de que nos enviara la encomienda esa con Clemencia, cogen a Juan de Jesús preso en Mayami y lo meten a la cárcel ocho años. Para rematar, después de eso le viene la primera crisis a este niño, y es que él empieza con sus ausencias, y arranca a quejarse de que oye unas voces de esos ángeles que tiene en la cabeza. ¡Todo se nos vino encima, no ve, pues!

Los acontecimientos anteriores aclaran un punto central en esta narrativa de enfermedad y sufrimiento. Para Solita, las crisis familiares no se debían más que a la intervención mágica de otra mujer, rival en asuntos bien mundanos relacionados con ganar plata, tener éxito, “ser alguien”, en una palabra “progresar en la vida”. No hay en los párrafos anteriores ningún asomo de querer asumir como propias las opciones del comportamiento ni las acciones subsecuentes. Tampoco de reconocer los fracasos y los errores como productos del libre albedrío. En cambio, se acude a lo sobrenatural, a lo misterioso, a lo que está fuera del control de la voluntad humana. La brujería entra así a mediar en las relaciones sociales como el supremo árbitro que regula la rivalidad, la envidia y los deseos de venganza entre personas que comparten espacios sociales próximos. Y de paso, despoja a sus protagonistas del control de su propia vida, por cuanto todo en ella queda ahora sometido a fuerzas a las que tan sólo es posible tratar de propiciar, mas nunca controlar del todo. La brujería y la magia, además, proveen a sus adherentes los elementos interpretativos fundamentales de sus vivencias existenciales y les permiten acercarse en términos que resultan familiares por estar validados socialmente, a una comprensión de las situaciones “anormales” que enfrentan, y que quieren hacer aparecer como llenas de significado por su verosimilitud. Les aportan un discurso que se emplea, como en el caso de los Botero Jaramillo, en un intento heroico de domar el caos y la incertidumbre de la vida con el concurso de la palabra, del relato. Y en cuanto que estaba clara la intervención de lo brujesco en 65


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los asuntos de su familia, Solita no dudó ni por un instante en acudir a los mismos expedientes para contrarrestar la violencia simbólica que ella atribuía a su rival. Como quien dice, la brujería con brujería se combate, y de ahí las visitas a donde yacen los muertos –una búsqueda de la vitalidad que renueva la vida, en donde la vida misma cesa por la indiferenciación de la muerte–. Solita, sin duda, sabe más de lo que ella reconoce, de esas “porquerías” que se hacen en los cementerios. Solita recurrió asimismo a un experto curandero o “sanador” de Marinilla, Antioquia, don Jesús, “un viejito como de 82 años”. Tan pronto ella y su hijo John Fredy entraron al lugar en el que atiende en su residencia, un cuarto presidido por una gran imagen de Cristo en la cruz y “lleno de muchos libros como Biblias”, don Jesús los vio y les dijo: “¿Es que ustedes creen que están muy bien? Ustedes lo que están es muy mal”. Mal era lo que estaban, según el sanador por lo de la brujería, agravada con el “frío tan fuerte” que Solita cogió en sus incursiones por el cementerio. Así las cosas, se desencadenan los procedimientos usuales de curación para estos casos: los rezos y bendiciones, los pases con las manos por la cabeza, por el cuerpo, por los ojos, las aspersiones con agua bendita, los baños con yerbas medicinales, y sobre todo, “tener mucha fe en mi Dios, que mi Dios está en todas partes, que debemos confiar en su voluntad y en su ayuda”. Según Solita, después de su primera visita a donde el sanador de Marinilla ella se curó totalmente de los ojos. En cambio su hijo se demorará un poco más en curar, según advirtió don Jesús, “porque lo que le pasa a este muchacho es que todavía tiene mucho de ese «opio» que se le ha metido en el cuerpo”. Estas circunstancias motivaron que el tratamiento de don Jesús a los Botero Jaramillo se haya convertido en un asunto de varios años, sobre todo para derrotar la persistente acción brujesca a la que están sometidos. Para contrarrestarla, Solita dispone de varias “contras” que el sanador le ha suministrado: unos escapularios y, ante todo, tres botellitas con un agua bendita especialmente trabajada por don Jesús, y que le sirve a la señora para administrarse baños según una “fórmula secreta” que no se puede contar. “Sólo les digo que me tengo que bañar en la madrugada, primero un baño común y corriente, y después, desnuda en la puerta de la casa, me baño todo el cuerpo con el agua bendita que don Jesús me dio”. Finalizado el baño, es necesario hacer tres cruces y rezar tres credos, a la vez que la señora hace riegos en cada una de las tres esquinas de su cuarto, “dejando una esquina sin regar”. 66

Para reforzar al sanador de Marinilla, Solita acudió también a “donde los chinos” de la Corporación Internacional del Pensamiento Fang-Yeng. Según la señora, la Corporación se dedica a ayudarle a la gente a controlar su mente mediante unas oraciones especiales a la “reliquia” de la Mano del Señor de la Justicia (“¡Oh mano del Señor de la Justicia!/ ahuyenta toda desgracia y fatalidad/ de mi camino y de los seres que yo amo”) y a los ejércitos de arcángeles buenos del cielo, así como a ciertos exorcismos apropiados para sacar al Maligno del cuerpo y conseguir la felicidad y la bienaventuranza. Todo ello acompañado de ceremonias, como la “ceremonia de las trece monedas” para cambiar la suerte –”ayúdate que yo te ayudaré”, “a Dios rogando y con el mazo dando”–, y la meditación para lograr “viajes astrales”, tal como lo hacían en los antiguos templos taoístas y shintoístas “los grandes gurús, antes de dirigirse al altar de sus ofrendas”. A John Fredy no le convencen estos chinos con su mezcla de judeocristianismo y orientalismo –aunque lo de los “otros chinos”, esos del Tao del sexo y sus técnicas sexuales para no “venirse” tan rápido, sí que le interesaban. De hecho, el hijo se puso tan molesto con la madre, que finalmente se dio mañas para que ella renunciara a ir a la Corporación. Es que el malestar del muchacho enfrente de “estos chinos” tiene que ver con su delirio. Para él, ellos controlan la mente y las acciones de todo el bajo mundo de los sicarios y narcotraficantes, pero controlan asimismo la mente de los políticos, los comerciantes, en fin, de todo el mundo. Una gran conspiración de control mental, “una planeación subterránea” maléfica, que en su caso se manifiesta en querer estos manipuladores arrojarlo de nuevo a su “fondo psicológico depresivo”, donde los “angelitos” lo trataban de “güevón” y él siente que dentro de su propio cuerpo se gesta el cuerpo de una mujer.

Del mundo local a la aldea global Dentro de las ciencias sociales postestructuralistas, con su énfasis en el sujeto “actuante, pensante y sensible” –según la fórmula de Paul Ricoeur–, el estudio de los diversos procesos mediante los cuales los seres humanos conforman sus discursos sobre el mundo y sobre sí mismos se ha tornado central. El papel de la narrativa en la conciencia humana ha sido, por tanto, motivo de considerable interés. De acuerdo con Jerome Bruner, la principal finalidad del discurso narrativo es la creación de “mundos posibles”, especie de realidades virtuales que son comunicables intersubjetivamente porque quienes las crean y las aceptan


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comparten similares códigos culturales15. Así, las narrativas constituyen formas de mediación con las cuales los seres humanos negocian y renegocian significados. Para que una narrativa opere, requiere cuatro componentes gramaticales cruciales: primero, debe proveer un medio de enfatizar la acción humana, esa potestad de obrar en el logro de sus fines que tienen los seres humanos como agentes de sus actos. Segundo, requiere un orden secuencial que pueda ser establecido. Tercero, la narrativa debe contener sensibilidad frente a lo que es canónico, y lo que viola la canonicidad en la interacción humana. Y, finalmente, la narrativa debe aportar algo que se aproxime a una perspectiva del narrador, esto es, debe contener una voz. Para Bruner, esta forma de emplear el lenguaje, rica en posibilidades literarias, constituye una de las cumbres en los logros humanos, sobre todo en lo que hace a la cultura16. De otra parte, es casi un lugar común señalar la proclividad de los habitantes de este país hacia la narrativa, especialmente en su dimensión oral. Los colombianos somos narradores netos y natos, hábiles constructores de historias admisibles que corren de boca en boca, de padres y madres a hijos e hijas, con una especie de vida propia. Con estos relatos intentamos dar cuenta de lo maravilloso y sorprendente que nos asedia por doquier, de la tragedia y el gozo que, sin llamarlos, parecen dejarnos atónitos a cada instante. Los literatos llaman a esta cualidad el “realismo mágico”, una forma del ser en la que lo esperado y lo inesperado, lo absurdo y lo posible, lo verificable y lo verosímil se anudan de maneras insospechadas. Esta forma literaria no es más que un resultado de nuestro encantamiento mágico con la palabra, particularmente reflejado en la retórica política. En aquello que llamamos el “tráfico de narcóticos” encontramos buenos ejemplos de esta cualidad retórica. La escogencia errónea de la palabra “narcóticos”, esto es, “substancias capaces de producir sueño, sopor o embotamiento de la sensibilidad” (según definición de María Moliner17), es una buena muestra de ella. Es una escogencia errónea, porque la mayoría de los psicotrópicos del mentado tráfico producen efectos distintos de los de

15 Jerome Bruner, Realidad mental y mundos posibles, Barcelona, Editorial Gedisa, 1988; Acts of Meaning, Cambridge, Mass. y Londres, Harvard University Press, 1990. 16 Ibid. 17 María Moliner, “narcóticos”, en Diccionario de uso del español, Segunda edición, Madrid, Gredos, 1998.

inducir el sueño18. Pero el punto es otro: que la narcosis y el sueño nos remiten a la vida onírica, a esa vida nocturna de no vigilancia, en la que los seres humanos cuentan de forma velada sus “verdades” más ocultas, más sublimes y más ridículas. El sueño nos conduce a lo inconsciente, lo irracional, lo inesperado, a aquello que se resiste a la razón. En otras palabras, a lo “mágico” y a la “locura”, nociones cercanas al manido realismo mágico. Después de todo, ¿no solíamos llamar “mágicos” a aquellos involucrados en el tráfico? Quizás para señalar su carácter de taumaturgos del trópico, seres dotados de extraños poderes y protegidos también por extraños poderes, algunos lindantes con lo mágico y lo brujesco, con esa habilidad de alquimistas que transformaban todo lo que tocaban en oro (o en sangre)19. Una promiscuación de la realidad con los estados oníricos, en la que el “mágico” departía con la reina de belleza, el político, la actriz, el futbolista, el comerciante, el sacerdote y hasta con el capitalista en problemas de liquidez y con suficiente condescendencia como para que sus hijos o hijas casaderas “lavaran” linajes y fortunas en el sacrosanto efluvio de “la moral y las buenas costumbres”. Hasta que llegó la “guerra” contra el narcotráfico, patrocinada por los descendientes del Mayflower puritano. Y se revalidó la preservación del añoso nomos, de la ley, la costumbre y la convención. Esa normalidad de la vigilia y la razón, en contra de los avatares de los nuevos barones capitalistas de extracción humilde (como Jaime Builes), que entendieron los costos de oportunidad de su tráfico y de la ubicación geopolítica colombiana en un mundo que estrenaba “globalización”. Pablo Escobar descansa en su tumba, lugar de peregrinación de los humildes como Solita y su familia20. Los “mágicos” ya son extraditables y hasta “narcoterroristas” y su connubio con la “buena sociedad” se enredó. Aunque no paró la “magia” del capitalismo, ahora globalizado, con todo y sus fuerzas del mercado y su sabiduría y su mano invisible (sobrenatural y metafísica), reguladoras de las relaciones sociales (tal es la

18 Se excluyen de este planteamiento, por supuesto, los opiáceos. Uno de ellos, la heroína, forma parte desde la última década del tráfico de sustancias ilícitas en Colombia. Con todo, quiero señalar que el presente artículo se ocupa sobre todo de este fenómeno hasta el año de 1993, año de la muerte de Pablo Escobar, que marca el inicio del fin de los llamados “grandes carteles de la droga” 19 Salazar, 2001, op. cit., pág. 75. 20 Ibid.

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obnubilación de la estructura de la mercancía). Fuerzas que todo lo vuelven fetiche21. Hasta la revolución y la contrarrevolución, puesto que guerrilleros y paramilitares se financian y se “empoderan” con los dólares que deja el comercio de la cocaína y la heroína en esos mismos mercados internacionales. Cambian la droga por armas y vituallas para seguir la guerra, también alimentada por el pago de rescates y chantajes y la apropiación de tierras campesinas, cuyos dueños ahora exhiben pancartas como desplazados en las calles citadinas. Mágica mimesis del rebelde y del defensor, hombres (y mujeres) uniformizados en sus camuflados, y sus máscaras pasamontañas, machetes al cinto, botas pantaneras, sofisticados armamentos y equipos, e igual equipamiento para el terror del indefenso que no tiene más remedio que huir o morir. Después de todo, ¿quién puede distinguir a unos guerreros de los otros guerreros en el mare mágnum? Porque todos están protegidos por el mismo camuflado mimético, la misma máscara. Todos están rezados por la misma oración de “los niños en cruz” y cubiertos por igual pacto con el Diablo para que no les entren las balas. Así estaban blindados sus ascendientes, aquellos bandoleros rezados para hacerse invisibles. Todos son una copia que produce terror. Todos son imágenes especulares, más allá de sus retóricas ideológicas, que al proyectarse en la pantalla del terror, revelan “dobles monstruosos” atrapados dentro de un sistema de pensamiento delirante y paranoico22. Es, pues, en este vórtice de lo absurdo y lo posible, ratificado por el narcotráfico, en donde se sumergió la familia de Solita. Un vórtice sólo más agitado por la magia y la brujería que signaron su caída, su “cuesta abajo en la rodada”. Y que coadyuvaron para truncar –inexorables– sus esperanzas de una vida mejor, una vida de riquezas y de poder, es decir, de “respeto”. Un vórtice rubricado por la “locura” de John Fredy y el encierro de Juan de Jesús, merced a la envidia y la rabia de una antigua amante de su padre. Muchas realidades medio veladas, empero, quedaron expuestas en las historias de los Botero Jaramillo. Una de ellas, bien sobresaliente, muestra cómo la operación del llamado cartel de Medellín estaba montada sobre la base de una entrecruzada red de relaciones de consanguinidad y

afinidad, aunadas a vínculos primarios de vecindario o de paisanaje. Explicar esta operación implica, por tanto, entender el funcionamiento de la sociedad antioqueña y, en particular, de su epicentro regional, Medellín23. Los miembros del cartel compartían lazos familiares, de parentesco o de proximidad en sus proveniencias rurales o urbanas. Eran primos, tíos, sobrinos, hermanos, hijos, cuñados, yernos, nueras, en fin, parientes o vecinos del mismo barrio o vereda, que se conocían entre sí, desde mucho tiempo antes de entrar en el negocio, de manera temporal o definitiva24. De esta manera, la sangre y la alianza, así como la proximidad de orígenes espaciales y sociales, creaban recios retículos de gentes ligadas estrechamente. Cada retículo se tramaba con otro similar, de tal forma que al final se obtenía un tejido de “mágicos” que cubría todas las fases de la operación. Toda esta red conformaba algo similar a lo que el sociólogo Erving Goffman llamó una “institución total”25. Con esta noción, Goffman se refería a ciertas instituciones sociales cerradas y aisladas en razón de su tipo de actividad –hospitales psiquiátricos, cárceles, cuarteles y conventos, entre otros–. En ellas, en razón de que allí se concita por imposición gran parte del interés y del tiempo de sus protagonistas, se producen cambios radicales en la estructura del yo, de todos los involucrados. Y es que aunque el cartel de Medellín no tenía muros visibles, sí se protegía y separaba por medio del miedo, el terror y la violencia que se cernían sobre aquellos osados a contrariar sus códigos de honor, silencio y complacencia. Lo cual no es óbice para que entre una institución total, como un cartel dedicado al tráfico de sustancias prohibidas, y el resto de lo social se establezcan intrincados sistemas de comunicación merced a intersticios que la sociedad provee para el efecto, como importantes circuitos económicos que en más de un sentido buscan “lavar” dineros, honras y culpas, todo ello según una forma de religión católica como la antioqueña que permite limpiar cualquier pecado mediante el ejercicio de la caridad y el ritual. Visto desde otra perspectiva, este entrelazamiento puede ser pensado en términos consagrados por los teóricos de la llamada economía-mundo26. Estos intercambios únan los

21 Georg Lukács, History and Class Consciousness, Cambridge, Mass., The MIT Press, 1972; Taussig, 1980, op. cit. 22 René Girard, La violencia y lo sagrado, 2ª. ed., Barcelona, Editorial Anagrama, 1995, págs. 150-175; Mauricio Aranguren Molina, Mi confesión. Carlos Castaño revela sus secretos, Bogotá, Editorial Oveja Negra, 2001.

23 Guy Gugliotta y Jeff Leen, Kings of Cocaine, Nueva York, Harper & Row, Publishers, 1990, pág. 20. 24 Roberto Escobar Gaviria, Mi hermano Pablo, Quintero Editores, 2000; Salazar, 2001, op. cit. 25 Erving Goffman, Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1970.

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principios de competitividad y eficiencia de una economía capitalista avanzada, con solidaridades premodernas de familia y vecindario, que apelan a códigos de honor centrados en la fidelidad y el sacrificio, todo ello revestido de un fuerte culto a la madre, a la Virgen y a diversos representantes del santoral católico, nos muestran una conjunción entre la parroquia y la aldea global. Se trata de una simbiosis entre “mundos locales” –del tipo Fredonia, Antioquia, Medellín, Antioquia–, y el mundo global. Tal simbiosis, empero, no vio su concreción como un hecho enteramente nuevo y reciente en la historia. Por el contrario, esta conjunción de la parroquia y la economíamundo tiene antecedentes en el tiempo. De hecho, ella comenzó durante el siglo XVI, cuando, bajo la égida del naciente capitalismo, se empezó a gestar un nuevo orden económico y político en todo el globo27. Desde entonces, en sentido estricto no podemos hablar de tribus, comunidades, estados nacionales –en suma, de parroquias– como entidades aisladas y autosuficientes, sistemas sociales totales. En el caso que nos ocupa, hay una dimensión fundamental de estas interacciones de la economía-mundo: el contrabando principalmente por el Mar Caribe, desde Panamá hasta la Guajira, que afectó a todo lo que es hoy Colombia desde el siglo XVII. La extensión y la profundidad de este fenómeno fue tal, que se puede afirmar que el Virreinato de la Nueva Granada no era económicamente viable sin el contrabando de importación-exportación holandés, francés e inglés que, casi sin control entraba y salía por las costas caribes. Sólo un detalle: el trigo necesario para hacer el pan, tan preciado en la mesa colonial, era comprado por los ingleses de Jamaica, en casas comerciales norteamericanas de Nueva York y Filadelfia, que lo recibían de las plantaciones en Pensilvania, y luego era contrabandeado por ellos mismos en Cartagena con la complicidad de las propias autoridades españolas28. Pero lo que es más importante en el presente contexto es que el contrabando permaneció incólume en el tejido social durante todo el siglo XIX, y todavía hoy forma parte intrínseca de la vida económica y

26 Inmanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía mundo europea en el siglo XVI, 2ª ed., México, D.F., Siglo XXI Editores, 1976. 27 Ibid; Eric Wolf, Europe and the People without History, Berkeley, University of California Press, 1982. 28 Carlos Alberto Uribe, “El camino de Jerusalén (ensayo en tres actos)”, en Patrimonio, ¿qué patrimonio? Memorias del Seminario Internacional sobre Patrimonio Cultural, Bogotá, Instituto Nacional de Vías, 1997.

cultural del país. Tanto es esto así que se puede afirmar que el contrabando gestó las bases de desarrollo del narcotráfico. Además, quienes empezaron la exportación en grande de cocaína durante la década de 1970 “fueron también expertos contrabandistas localizados principalmente en Antioquia”29. Lo anterior no es una mera digresión. Pablo Escobar Gaviria antes que ser narcotraficante fue contrabandista. Antes de él, su propio abuelo, Roberto Gaviria, también fue un contrabandista residenciado en Frontino, Antioquia. En palabras de su nieto, Roberto Escobar Gaviria, más conocido como el “Osito”, el abuelo era el “más grande contrabandista de licor de la época”30. Su nieto, Pablo, hizo lo propio, gracias a que cambió su negocio de compraventa de carros viejos en Medellín, por el negocio de traer ilegalmente de Panamá cigarrillos, licor, electrodomésticos y ropa en grandes caravanas de camiones. Con el tiempo, Pablo saltaría del contrabando de cacharros al más lucrativo tráfico de pasta de coca desde el Perú, con destino a sus “cocinas” en Colombia, donde finalmente la trasformaba en cocaína para despacharla al norte. Pura magia. Pura alquimia de astutos hombres de negocios que trasformaban hojas de la planta sagrada de los amerindios, en polvos estimulantes para las privilegiadas narices de ejecutivos y hombres de negocios gringos. Pura ciencia oculta que conectó sin remedio mundos locales –la parroquia– con el mundo global. Y que, de paso, mudó sin atenuantes vidas como la de los Botero Jaramillo. Hemos recorrido un largo trecho desde que empezamos con las “locas” historias narradas en la Unidad de Salud Mental, por Solita y John Fredy. Y en un ir y venir incesante desde la experiencia cercana de nuestros protagonistas hasta la distante experiencia de mundos allende las fronteras (sin mencionar la distancia de conceptos como el de economía-mundo), vamos tejiendo la red mágica de lo canónico y lo no canónico, que ha arropado las historias de vida de dos seres próximos a nosotros. Se trata de una dialéctica de inclusión y de exclusión, de ese ir y venir desde lo local hasta lo mundial, en cuyo escenario debemos situar esta discusión sobre la magia, la brujería y la violencia. Es en ese escenario donde podemos comprender algo más de nuestra condición. Como, por

29 Andrés López Restrepo y Álvaro Camacho Guizado, “De contrabandistas a barones y traquetos: cambios en las estructuras de las organizaciones colombianas del narcotráfico”, artículo en prensa, sin fecha. 30 Escobar Gaviria, 2000, op. cit., pág. 13; Salazar, 2001, op. cit., pág. 37.

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ejemplo, las vicisitudes de lo que llamamos la familia en Colombia. Hace más de tres décadas que Virginia Gutiérrez de Pineda se ocupó de entender el mito básico de la familia en Colombia, puesto en su sitial incuestionado desde los tiempos de la hegemonía conservadora31. Un mito que nos hablaba de una ubicua familia nuclear monogámica, monogenésica y corresidente, el vínculo matrimonial santificado por el sacramento católico y sus relaciones internas pensadas en términos del modelo de la Sagrada Familia32. Como nos lo narra Hernán Henao: la decisión [de doña Virginia] de adentrarse en la gran investigación sobre la familia y cultura en Colombia (...) fue el resultado de su participación en el Seminario Latinoamericano de Sociología en donde se planteó el tema de la identidad en relación con los procesos de organización social en el continente. Virginia escuchó con sorpresa la afirmación de un representante oficial de Colombia, el doctor Rafael Bernal Jiménez, quien sostenía que la familia colombiana se afianzaba en el patrón hispánico y romano, señalándolo como exclusivo de la conformación social de la nación católica y apostólica, en la cual el vínculo era indisoluble y en donde “todos vivíamos como San José y la Virgen”33.

Frente a esta perspectiva, Gutiérrez de Pineda antepuso otro mito: existen diversos tipos de familia en Colombia, con diferentes funciones y dinámicas que se expresan de acuerdo con bases regionales y culturales distintas. Uno de tales tipos familiares es, precisamente, la familia antioqueña, a la que pertenecen los Botero Jaramillo. Esta familia paisa, que reconstruyera conceptualmente Virginia Gutiérrez, es tan mítica como lo era su figura antecesora por una razón fundamental: la Sagrada Familia continúa con mucho, como el paradigma familiar de la montaña. Que estos modelos familiares sean míticos no significa que ellos sean falsos. O que no se cumplan en el tránsito de la vida. Sólo significa que su constante actualización en la

31 Virginia Gutiérrez de Pineda, Familia y cultura en Colombia, 3ª. ed., Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1994. 32 Cecilia Muñoz y Ximena Pachón, La aventura infantil a mediados de siglo, Bogotá, Planeta Editorial Colombiana, SA, 1996. 33 Hernán Henao, “La familia hoy en Antioquia. Sus perspectivas para el año 2000”, en Perspectiva de la familia hacia el año 2000, Memorias del Simposio Perspectiva de la Familia hacia el año 2000, Confama, Medellín, Litobrasil, Ltda, 1990, pág. xxi.

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vida permite velar y distorsionar verdades que no se pueden reconocer de manera explícita. Según doña Virginia, la religión católica, la familia y la riqueza constituyen la trinidad básica que apuntala el complejo cultural antioqueño. Un poco como reflejo de aquella otra “trinidad bendita” de los frisoles, la mazamorra y la arepa, a la que le cantaba el bardo antioqueño Gregorio Gutiérrez González. El primer elemento está representado, desde luego, por una sólida clerecía omnipresente en el discurrir paisa, ante todo en el de las mujeres. Así, sacerdotes como el Padre Herrán son guías, consejeros, y proveedores de consuelo en las afanadas y dolientes vidas de mujeres como Solita, empeñadas en cumplir con sus obligaciones de esposas y madres, en “sacrificarse” en esta vida para ganarse la gracia eterna. Y en aguantarse a un marido “tomatrago”, maltratador, mujeriego y con frecuencia putañero, estereotipo al que se acerca Pablo Elías, y a unos hijos varones quienes, a pesar de corresponder en buena medida con la idea del “hijo calavera”, siguen siendo para sus madres inocentes muchachos víctimas de las malas compañías o de “mujeres de la calle”. Entre la “cucha” y el hijo se da siempre una relación estrecha, anaclítica, edípica. Como lo expresara gráficamente la psicoanalista Clarita Gómez de Melo: “(...) a los paisas les resulta difícil bajarse de la falda de la mama. Muchos de los asesinatos de los adolescentes, según dicen, eran para llevarle nevera a la cucha. A ningún hombre le saben los frisoles o la arepa de la señora como los de la mamá. Y las mamás son expertas en crearles culpa a sus crías, que siguen pegadas a la teta”34. En especial si se trata del hijo mayor como es John Fredy. No obstante, cualquier sacrificio femenino es válido si es por la “unidad familiar”, y por evitar el “qué dirán” si ellas se desvían de ese buen camino que como mujeres tienen señalado. De todas formas, ahí están los padrecitos Herrán para puntualizar los peligros del desliz que las aparte de la Virgen y las convierta en María Magdalenas. Como bien lo explica doña Virginia, a la madre paisa, la “reina del hogar”, se le contraponen, de cara a los hombres, especialmente a su marido, el burdel y la prostituta. Y así sucede (o sucedía) desde que sus hombres son hijos y después esposos. El apuro del padre y del hombre antioqueño es distinto. Su norte y éxito vitales son la acumulación de la riqueza. Él y

34 Gómez de Melo, en Lecturas Dominicales de El Tiempo, domingo 21 de abril de 2002, pág. 3.


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su familia son en cuanto tengan. Y en ese juego del tener, un juego cuyos escenarios son los de la calle, los de los negocios, los de la política, en suma, los de lo público, lo único que no se permite es el perder. Todo lo demás es válido: si se hace trampa o fraude, es que el hombre es muy ingenioso, muy hábil, un “hacha” o un “astilla” para los negocios. Si debe su fortuna a la trapisonda mercantil, al contrabando, a la coima, si se arriesga en ese sutil límite de lo que es lícito y no lo es, es que “sabe mucho”. Claro, no todos los padres y hombres de negocios son tramposos. Lo que pasa es que si lo son, pueden redimirse fácilmente mediante la caridad, las obras de beneficencia y de servicio público, como aquellas que solía hacer Pablo Escobar en sus tiempos de apogeo. Y si estas obras tienen el aval de la clerecía, mucho mejor. Porque es que la riqueza terrena sirve para ir consiguiendo la gloria eterna. Y además sirve para “lavar” la mancha del pecado –o del dinero mal habido. Porque “la plata hace milagros”. Pero hay más ahogos para estos hombres. Su posición frente a la mujer está marcada por una ambivalencia que genera ansiedad. Su idealización de la esposa buena y de la madre compite con la fascinación ante la prostituta. Como en los tangos, en los cuales la mujer aparece retratada bien como la candidata a ser la madre de los propios hijos porque es como la propia madre, bien como aquella de quien sólo se puede esperar la traición, el abandono, el desdén y el sufrimiento, porque es como un oscuro objeto de deseo, siempre evanescente por entre los oscuros cortinajes del lenocinio. En palabras de doña Virginia: El hombre antioqueño no puede desvincular de su vida ni separar de su íntimo yo la coexistencia de dos imágenes femeninas antagónicas, que conviven en extraña ligadura, comparten su acción y su vitalidad. Así, baraja indistinta y separadamente en cada momento, la estampa de la esposa con todos los valores de su status, la de la madre, la de la hija, la de la parienta religiosa y la de la prostituta, creándoles campos de acción delimitados dentro de su vida, pero seguramente de imprescindible vigencia funcional.35

35 Virginia Gutiérrez de Pineda, “La familia colombiana de hoy y la de las últimas décadas”, en Perspectiva de la familia hacia el año 2000, Memorias del Simposio Perspectiva de la Familia hacia el año 2000, Confama, Medellín, Litobrasil, Ltda, 1990, pág. 392.

Esta ruptura angustiosa entre la idealización romántica de la madre y la esposa, por un lado, y un ars erótica representada por la prostituta, del otro, ha marcado, pues, la vida del hombre antioqueño, tan reticente como es todavía a transformar su intimidad, por lo menos no en el grado en que lo han logrado sobre todo las mujeres de las capas medias y altas urbanas36. Además, siempre está latente en él el espectro del homosexualismo, al unísono atrayente y repelente. Y uno de nuestros protagonistas, el joven John Fredy, es un buen exponente de estos agobios. Sin embargo, las familias paisas han cambiado en las últimas dos o tres décadas. Hasta la propia Virginia Gutiérrez lo reconoció: “Parece ser que en la familia, la mujer es la fuerza del cambio, porque sobre ella pesan más las fuerzas que lo promueven y el hombre es más estático, porque también parece que es el más afectado en las transformaciones”37. Además, como escribió Hernán Henao, “la familia en Antioquia no es ni ha sido una y única en los casi quinientos años de existencia de la región”38. Todo apunta a que el trisagio bendito de religión, familia y riqueza se ha resquebrajado hoy, dada la aparición de fenómenos como la unión libre, el “madresolterismo”, el divorcio y la pérdida de la influencia clerical. Todo ello en el contexto de urbanización e industrialización y de la creciente participación femenina en la fuerza de trabajo, procesos a los que ha contribuido el tráfico de drogas prohibidas y sus secuelas locales. Una transformación que, entre otras cosas, ha hecho de la mujer antioqueña el prototipo de la seducción femenina y de las formas perfectas con la ayuda de la cirugía plástica y la silicona. Y es que no es gratuito que la moda de Medellín y las modelos paisas sean hoy consideradas por muchos (y ciertamente por muchas) como los modelos femeninos por excelencia en su versión de los massmedia. Asimismo, es poco lo que sabemos todavía de eso que llamamos la familia en Colombia. Quizá no sabremos mucho más mientras sigamos asidos al mito de la familia, y no miremos mejor las múltiples formas que asume la dinámica doméstica. Esto es, hasta que no dejemos de pensar tanto en la dimensión normativa, en lo jurídico que implica una noción como la familia y, en cambio, nos detengamos a

36 Catalina Reyes Cárdenas, “La condición femenina y la prostitución en Medellín durante la primera mitad del siglo XX”, en Aída Martínez y Pablo Rodríguez (eds. y comp.), Placer, dinero y pecado. Historia de la prostitución en Colombia, Bogotá, Aguilar, 2002, págs. 218-219. 37 Gutiérrez de Pineda, 1990, op. cit. 38 Henao, 1990, op. cit.

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investigar la miríada de posibilidades de configurar unidades domésticas a la mano para hombres y mujeres de carne y hueso. Al final de nuestro camino nos encontramos con que nuestros protagonistas principales, Solita y su hijo John Fredy, están atrapados entre los fantasmas culturales de la Sagrada Familia y los dictados de inclusión y exclusión que les marcaron el haber sido miembros de la “familia” de Pablo Escobar y sus secuaces. Si no entendemos la pertenencia simultánea de los Botero Jaramillo a estas dos familias, no podremos tampoco explicarnos el tejido de relaciones sociales en las que se inserta la enfermedad mental de los protagonistas, y que a la vez la promueve. Además aquí hay algunas claves importantes para explicar el pathos característico del malestar en nuestra cultura, un pathos que la magia y la brujería tratan, al parecer con poco éxito, de comprender y de curar.

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LA DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL: MATERIALIZACIÓN DE LA GUERRA FRÍA EN AMÉRICA DEL SUR* Francisco Leal Buitrago**

The Cold War, which seemed such an ever-present reality just a few years ago has now been relegated to history. The mighty armies that faced each other across so many borders in northern, central and southern Europe are now but shadows of their former selves. The navies which patrolled the seas have dispersed, and former enemy armies now spend more of their time on common exercises and in comforting each other about the glories that are gone. David Miller, The Cold War. A Military History.

Resumen El artículo estudia la forma en que el concepto de seguridad nacional fue convertido durante la guerra fría en la Doctrina de Seguridad Nacional, y la manera en que ésta fue aplicada a los países de América Latina bajo la influencia de Estados Unidos. Se destaca el papel de los militares en la aplicación de esta doctrina, así como la lucha contra el enemigo interno y sus implicaciones para la política de los países considerados.

La seguridad nacional se consolidó como categoría política durante la Guerra Fría, especialmente en las zonas de influencia de Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, este país rescató el uso político que la palabra seguridad ha tenido desde la antigüedad, para elaborar el concepto de “Estado de seguridad nacional”. Este concepto se utilizó para designar la defensa militar y la seguridad interna, frente a las amenazas de revolución, la inestabilidad del capitalismo y la capacidad destructora de los armamentos nucleares 1. El desarrollo de la visión contemporánea de seguridad nacional ha estado determinado por este origen y fue influenciado por la estrategia estadounidense de contención2. La ideología del anticomunismo, propia de la Guerra Fría, le dio sentido, y la desconfianza entre las naciones le proporcionó su dinámica. Con la generalización del uso de esta categoría política el plano militar se convirtió en la base de las relaciones internacionales3. Esta tendencia se manifestó a través de confrontaciones armadas y del intervencionismo de las grandes potencias en los países del denominado Tercer Mundo4. La seguridad nacional tuvo una variante en América del Sur: la Doctrina de Seguridad Nacional. Esta variante mantuvo la idea de que a partir de la seguridad del Estado

Abstract The article studies how the concept of national security was transformed during the cold war into the Doctrine of National Security, and the way in which it was applied to the countries of Latin America under the influence of the United States. The role of the military in the application of this doctrine is underlined, as well as the fight against the internal enemy and its implications for the politics of the considered countries.

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Palabras clave: Seguridad Nacional, Guerra Fría, América Latina, relaciones civilesmilitares.

Keywords: National Security, Cold War, Latin America, civilian-military relations.

Elaborado con base en Francisco Leal Buitrago, La Seguridad Nacional a la deriva. Del Frente Nacional a la posguerra fría, Bogotá, Alfaomega Editores-Universidad de los Andes-Flacso Sede Ecuador, 2002, Introducción y capítulos Uno y Seis. ** Profesor Titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

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Marcus G. Raskin, The politics of national security, New Brunswick, New Jersey, Transaction Books, 1979, págs. 31-34. La estrategia de contención “…pretendía lograr una modificación de la conducta soviética por medio de una combinación de disuasiones y recompensas”. George Kennan, quien elaboró el concepto de contención luego de la Segunda Guerra Mundial, lo resumió así: “contención prolongada, paciente pero firme y vigilante de las tendencias expansivas rusas”. John Lewis Gaddis, “Introducción: La evolución de la contención”, en Terry L. Deibel y John Lewis Gaddis, La Contención. Concepto y política, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1992, págs. 9 y 17. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial el factor militar tenía gran influencia en las relaciones internacionales, pero dentro de una perspectiva multipolar en la cual la política tenía mayor juego que durante la posguerra. “Los Estados Unidos tienden a considerar que su seguridad nacional entraña el mantenimiento de condiciones en el exterior que permitirán que la economía funcione adecuadamente -es decir obtener energía, materias primas y mercados necesarios para su prosperidad. El acceso a éstos ha sido por lo tanto incluido en la definición de los intereses vitales de los EE. UU. (...) El alcance y la manera en la cual han sido definidos los intereses norteamericanos han dado como resultado una política de intervencionismo recurrente.” Stanley Hoffmann, Jano y Minerva. Ensayos sobre la guerra y la paz, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1991, págs. 305 y 307.


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se garantizaba la de la sociedad5. Pero una de sus principales innovaciones fue considerar que para lograr este objetivo era menester el control militar del Estado. El otro cambio importante fue la sustitución del enemigo externo por el enemigo interno. Si bien la Doctrina de Seguridad Nacional ubicó como principal enemigo al comunismo internacional, con epicentro en la Unión Soviética y representación regional en Cuba, entendía que era a Estados Unidos a quien correspondía combatir a esos países. Los Estados latinoamericanos debían enfrentar al enemigo interno, materializado en supuestos agentes locales del comunismo6. Además de las guerrillas, el enemigo interno podía ser cualquier persona, grupo o institución nacional que tuviera ideas opuestas a las de los gobiernos militares. La Doctrina de Seguridad Nacional es una concepción militar del Estado y del funcionamiento de la sociedad, que explica la importancia de la “ocupación” de las instituciones estatales por parte de los militares. Por ello sirvió para legitimar el nuevo militarismo surgido en los años sesenta en América Latina. La Doctrina tomó cuerpo alrededor de una serie de principios que llevaron a considerar como manifestaciones subversivas a la mayor parte de los problemas sociales. Tales principios tuvieron diversas influencias y se propagaron y utilizaron de manera diferente en distintos lugares. Por ello la Doctrina no se sistematizó, aunque sí tuvo algunas manifestaciones claras, que sirven de base para definirla y entenderla. La Doctrina de Seguridad Nacional ha sido el mayor esfuerzo latinoamericano por militarizar el concepto de seguridad. Además, al ubicar el componente militar en el centro de la sociedad, trascendiendo las funciones castrenses, la Doctrina se convirtió en la ideología militar contemporánea de mayor impacto político en la región. Su

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Brasil fue el primer país en elaborar un concepto sobre seguridad nacional en América Latina con una ley de 1935, y luego, en los años cincuenta, con el trabajo del general Golbery do Couto e Silva, quien la definió como “aquella que busca asegurar el logro de los objetivos vitales permanentes de la nación contra toda oposición, sea externa o interna, evitando la guerra si es posible, o llevándola a cabo si es necesario con las máximas probabilidades de éxito.” Jorge Tapia Valdés, “La doctrina de la seguridad nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, en Juan Carlos Rubinstein (comp.), El Estado periférico latinoamericano, Buenos Aires, Eudeba, 1988, pág. 240. Sobre la visión estadounidense del comunismo como causa de la inestabilidad en América Latina y amenaza para la seguridad nacional, véase Lars Schoultz, National Security and United States Policy toward Latin America, Princeton, Princeton University Press, 1987, Capítulo 3.

importancia también radica en que se desarrolló por circunstancias ideológicas y políticas externas a la región y a las instituciones castrenses mismas. No cabe duda entonces de la necesidad de conocer más esas circunstancias, ya que han sido útiles para guiar el comportamiento militar más allá de las funciones que le son propias. La Doctrina de Seguridad Nacional es un fenómeno regional derivado de la influencia externa, pero con gran variación en sus manifestaciones particulares. A diferencia del viejo militarismo, la Doctrina de Seguridad Nacional –justificadora del nuevo militarismo– no se circunscribió a las sociedades donde se gestó. Afectó a las instituciones castrenses y a las sociedades de la región, aun a aquellas donde no hubo gobiernos militares. Naturalmente, las instituciones y sociedades más afectadas fueron las que crearon y aplicaron a plenitud la Doctrina de Seguridad Nacional, como es el caso de Brasil. Pero también fueron influenciadas instituciones militares que se mantuvieron subordinadas al poder civil y sólo acogieron de manera fragmentada las enseñanzas de esta doctrina, como sucedió en Venezuela y Colombia. Así mismo, hubo diferencias entre las instituciones militares de la mayor parte de los países de América del Sur y las del resto de América Latina. En general, los países suramericanos son más complejos y su ubicación geográfica tiene menor importancia estratégica. De hecho, en esta zona no ha habido intervención militar directa de los Estados Unidos. Estas y otras circunstancias condicionaron el efecto de la Doctrina de Seguridad Nacional en el proceso político de los distintos países del área. Con el tiempo, la Doctrina se convirtió en una especie de “razón social” o rótulo usado por variados sectores sociales para identificar, generalmente con connotaciones ideológicas y fines políticos, a una amplia gama de acciones llevadas a cabo por los militares de la región. Este rótulo ha servido para hacer denuncias públicas y privadas de acciones claramente criminales y de excesos dudosamente compatibles con las leyes o con las normas castrenses, pero también para descalificar prácticamente cualquier tarea militar. Con frecuencia, la Doctrina se equipara con arbitrariedades o violaciones de los derechos humanos cometidas por organismos militares, sin que medie explicación alguna de por qué tales acciones se ubican dentro de una definición doctrinaria. La mayoría de las referencias a la Doctrina parten de un supuesto conocimiento de su significado y rara vez se proporciona una aclaración adicional de lo que se entiende por este término. 75


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En los años ochenta, comenzó en América Latina el llamado proceso de redemocratización. Los gobiernos estadounidenses ya no creen que los regímenes militares sean necesarios, o siquiera tolerables en la región. Inclusive, buscan reducir la importancia de las instituciones armadas. Además, los retos subversivos han desaparecido casi por completo y el panorama militar ha variado de manera drástica. Por primera vez en más de un siglo, las dictaduras en el continente son casi inexistentes. No hay apoyo internacional al modelo militar, no hay soporte externo a los movimientos subversivos y las instituciones castrenses se encuentran en una especie de “crisis existencial.” Esta crisis se debe al cambio de las funciones políticas de las fuerzas armadas, particularmente a la tendencia a la desaparición de aquellas tareas ajenas a su papel profesional, al debilitamiento de las que les son propias y a la incertidumbre que todo ello ocasiona. Quienes ahora cuestionan el comportamiento político castrense en la región lo hacen generalmente desde una perspectiva distinta de la mera denuncia. Esta crítica constructiva concuerda con la necesidad de redefinición de las funciones militares tradicionales en el Estado contemporáneo creada por la crisis existencial mencionada. Pese a que no hay claridad sobre la relación que guardan estas inquietudes con la Doctrina de Seguridad Nacional, gran parte de las modificaciones que han sido planteadas tiene que ver con su legado. Este artículo consta de dos partes y define de manera histórica la Doctrina de Seguridad Nacional. La primera parte identifica los antecedentes, gestación, desarrollo y declinación de la Doctrina, mientras que la segunda se refiere a sus características básicas y a sus diferentes manifestaciones nacionales. El artículo culmina con un epílogo relacionado con los sucesos del 11 de septiembre en Estados Unidos y su vinculación con el fin de la Guerra Fría.

Etapas de la Doctrina de Seguridad Nacional Para comprender la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional” conviene dividir su desarrollo en cuatro etapas: antecedentes, gestación, desarrollo y declinación. La primera corresponde al militarismo suramericano del siglo XX, y en ella se aprecian factores que más adelante facilitaron el desarrollo de la Doctrina. La segunda etapa se caracteriza por la creciente influencia político-militar de Estados Unidos en América Latina, y se ubica entre los inicios de la Guerra Fría y la víspera de la Revolución Cubana. La tercera etapa, marcada por el nacimiento de movimientos insurgentes en la región y el desarrollo de un 76

militarismo de nuevo cuño, comienza con dicha revolución y continúa hasta la segunda mitad de los años setenta. La etapa final de declinación de la Doctrina se inicia con el gobierno del presidente Carter y el cambio en la concepción estratégica estadounidense, y se prolonga con el ascenso de los gobiernos civiles en la región hasta la finalización de la Guerra Fría.

Viejo militarismo Las raíces del militarismo suramericano de la primera mitad del siglo XX se remontan al siglo XIX. Entre ellas sobresalen el desarrollo simultáneo de las instituciones militares y los Estados nacionales, y la influencia ibérica y europea. El proceso de formación de los Estados nacionales en Suramérica durante el siglo XIX tuvo como común denominador la inestabilidad económica y la dificultad de integración social. Por lo general, las instituciones militares fueron más fuertes que las demás instancias estatales, lo que facilitó que se autoproclamaran como dinamizadoras de la economía e integradoras de la sociedad. Los militares creían que tenían el derecho a ocupar un lugar preeminente en la sociedad por sentirse forjadores de la nación al llevar a feliz término las guerras de independencia. Este sentimiento aún está vigente, al igual que la certeza de ser responsables de mantener la identidad nacional a través de la afirmación de sus valores básicos. La idea de que ellos son la salvaguardia de la patria y de que la manera ideal de servirla es por medio de la carrera de las armas también se remonta al siglo XIX. Su concepto de patria, como identidad territorial propia, lo equiparan al concepto de nación. De estas ideas se desprende que el último recurso que tiene la sociedad para salir de sus crisis es recurrir a la orientación de sus instituciones militares. Con el apoyo de esta ideología, el militarismo tradicional corrió parejo con la profesionalización militar, por lo menos hasta los años cincuenta del siglo XX. La fuerte tradición ibérica en América del Sur durante el siglo XIX planteaba como función militar la intervención en la política interna de los países. Esta tradición fue reforzada por la tendencia militar a influir en los asuntos civiles que resultó de la manera como se formaron los Estados nacionales en la región7. Estas características se complementaron, ya bien

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Brian Loveman, The Constitution of Tyranny. Regimes of Exception in Spanish America, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1994.


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avanzado el siglo XX, con la absorción de principios militares de la España franquista, como presupuesto doctrinario de la seguridad nacional. Ejemplo de ello son las enseñanzas de J. A. Primo de Rivera sobre la obligación militar de intervenir en política cuando aspectos “permanentes” y no “accidentales” de la sociedad están en peligro8. La diferenciación entre estas categorías corría por cuenta de las instituciones castrenses. Esta influencia ibérica sobre las fuerzas armadas suramericanas fue reafirmada por las nociones de defensa nacional ligadas a las doctrinas geopolíticas europeas de corte darwiniano del siglo XIX. Tales nociones, que no sufrieron cambios significativos con el nuevo orden internacional creado por la Segunda Guerra Mundial, hacían énfasis en la concepción orgánica del Estado, el carácter estratégico de los recursos naturales y las fronteras, y el conflicto potencial entre países vecinos, motivado por la competencia por el control del espacio y los recursos limitados9. Estos factores fueron básicos en la configuración del viejo militarismo y se proyectaron hacia el que emergió en los años sesenta y su justificación doctrinaria. En la formación de la geopolítica latinoamericana también estuvieron presentes concepciones como la de la “guerra total” del general alemán Erich von Ludendorff. En ella se enfatizaban los aspectos psicológicos y la visión monolítica de la sociedad, basada en la fuerza “anímica” del pueblo y la eliminación de la oposición10. Así mismo, la noción bismarckiana sobre el papel central del ejército en la unidad nacional tuvo influencia destacada en el papel central asumido por los militares en la orientación del desarrollo económico11. Todas estas semillas de las dictaduras militares suramericanas germinaron gracias a que cayeron en la tierra fértil de unas organizaciones sociales tradicionales, donde el juego político era ante todo privilegio de las élites. Y a diferencia de Suramérica, donde

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Tapia Valdés, 1988, op. cit., págs. 238-239. Jack Child, Geopolitics and Conflict in South America: Quarrels among Neighbours, New York, Praeger, 1985, Cap. 1; José Miguel Insulza, “La seguridad de América del Sur. Posible contribución europea”, en Carlos Contreras Q. (coord.), Después de la Guerra Fría. Los desafíos a la seguridad de América del Sur, Caracas, Comisión Sudamericana de Paz-Editorial Nueva Sociedad, 1990, pág. 95. 10 Antonio Carlos Pereira, “Aspectos totalizadores de la seguridad nacional”, en José Thiago Cintra (editor), Seguridad nacional y relaciones internacionales: Brasil, Serie Estudios CLEE, México, Centro Latinoamericano de Estudios Estratégicos, 1987, págs. 23-24. 11 Augusto Varas, La política de las armas en América Latina, Santiago, Flacso, 1988, pág. 48.

el viejo militarismo tuvo raíces en los ejércitos de la independencia, en Centroamérica y el Caribe el militarismo surgió de la ocupación militar de Estados Unidos.

Influencia político-militar de Estados Unidos La Guerra Fría surgió de la bipolaridad política e ideológica en que quedó dividido el mundo al finalizar la Segunda Guerra Mundial y de la competencia de los dos bloques mundiales por el control estratégico de las áreas geográficas. La rápida invasión militar y sometimiento político de los países de Europa Oriental por parte de la Unión Soviética en la fase final de esa guerra, aceleró la reacción de los Estados Unidos contra el comunismo. El Acta de Seguridad Nacional, promulgada en Estados Unidos en 1947, fue el principal instrumento para el desarrollo de la concepción del Estado de seguridad nacional. Esta ley dio al gobierno federal el poder para movilizar y racionalizar la economía nacional al involucrar a los militares en ella, preparándolos para la eventualidad de una guerra12. Por medio de esa ley se crearon el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), instituciones que establecieron un nuevo patrón para el Estado y la sociedad, en virtud del papel hegemónico que asumía Estados Unidos en el concierto político mundial13. Fue la ratificación formal de la Guerra Fría, que identificó a la Unión Soviética como el enemigo principal, a quien se consideraba responsable de las guerras anticoloniales y los procesos de cambio social del momento. Se determinó, además, que el medio para su control sería la aplicación del concepto de contención, mediante el cual se utilizaban los medios disponibles para evitar su expansión. Poco después apareció la concepción de guerra limitada –que excluye la confrontación atómica– como el instrumento principal del conflicto. La guerra de Corea, en la primera mitad de los años cincuenta, fue la concreción inicial de este tipo de enfrentamiento. El desarrollo institucional de la política estadounidense hacia América Latina facilitó el que se difundiera la concepción norteamericana de seguridad nacional. Comenzó así a gestarse lo que más adelante se conocería

12 Raskin, 1979, op. cit., págs. 32, 46 y 84. El Estado se concibe de manera autónoma, amenazado incluso por la misma sociedad de la que es en teoría delegatario. 13 Jose Comblin, The Church and the National Security State, Maryknoll, Orbis Book, 1979, pág. 64.

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como Doctrina de Seguridad Nacional. En 1945, los países del continente firmaron un conjunto de acuerdos conocido como Acta de Chapultepec. La Resolución Octava del Acta contemplaba la defensa colectiva del continente frente a la aún inconclusa guerra mundial. El “Plan Truman” de 1946, que propuso la unificación militar continental, concordaba con esa resolución. Ambas medidas fueron la antesala del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), firmado en Río de Janeiro en 1947. Este acuerdo fue clave para la unificación americana de la política militar, ya que implicó la integración de las instituciones militares de América Latina a un bloque bélico cuya dirección estratégica estaba a cargo de Estados Unidos. La creación de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1948 proporcionó el piso jurídico-político para que otros organismos, como la Junta Interamericana de Defensa –creada en 1942– y el Colegio Interamericano de Defensa (órganos de apoyo del Tiar), pudieran articularse en forma plena a la orientación estadounidense14. En 1950, el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense aprobó el Memorando 68, que formuló la estrategia militar internacional de los Estados Unidos. Dada su vinculación institucional con el país del Norte, América Latina quedaba cobijada por lo aprobado en ese documento. Restaba buscar una mayor homogeneidad en la organización y la tecnología militares. Los programas de ayuda militar bilaterales (MAP), ejecutados entre 1952 y 1958, fueron el punto de partida para que los ejércitos latinoamericanos se afincaran en la órbita tecnológica y operativa de Estados Unidos. En la misma dirección influyó la guerra de Corea, pues sus aplicaciones fueron usadas para desarrollar programas de información y entrenamiento para los latinoamericanos que adelantaron cursos militares en Estados Unidos. Esos programas se impartieron desde 1953, al amparo de la “Ley de defensa mutua” formulada dos años antes15. El entrenamiento militar de latinoamericanos en Estados Unidos y más tarde en la Zona del Canal en Panamá, contribuyó a la transferencia de la concepción norteamericana de seguridad nacional a los ejércitos de la región.

14 Isaac Sandoval Rodríguez, Las crisis políticas latinoamericanas y el militarismo, México, Siglo XXI Editores, 1976, págs. 162-163. Las instituciones panamericanas fueron el canal para la difusión de la ideología política estadounidense. 15 Ibid; Luis Maira, “El Estado de seguridad nacional en América Latina”, en Pablo González Casanova (coord.), El Estado en América Latina. Teoría y práctica, México, Siglo XXI Editores-Universidad de las Naciones Unidas, 1990, págs. 114-118.

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El modelo geopolítico estadounidense de la Guerra Fría se desarrolló sobre la base de la geopolítica clásica de origen alemán e inglés y se conjugó con la llamada teoría realista de las relaciones internacionales. Ese modelo parte de considerar un mundo anárquico, en el cual cada Estadonación es responsable de su propia supervivencia, al confiar sólo en sí mismo para protegerse de los demás. Plantea además la necesidad de mantener el statu quo como la situación más segura, tanto en el plano nacional como en el internacional. En este último plano, propende por el sostenimiento del orden jerárquico y las posturas hegemónicas16. La tutela hegemónica se justifica al considerar que la democracia sólo es posible en los Estados modernos. Por eso, sobre la base del modelo, se creyó necesario proveer seguridad a los regímenes de los países atrasados frente a la influencia de la Unión Soviética. El apoyo a las dictaduras militares fue la manera más expedita para la aplicación de estos principios. Los pocos gobiernos legítimos pero inestables de América Latina se dejaron llevar por la tutela estadounidense y abandonaron su función de orientar la política militar. No se percataron de los alcances de la concepción de seguridad que se había desarrollado en el hemisferio occidental después de la Segunda Guerra Mundial17. Al no darle importancia a la problemática militar, se desentendieron de conocerla: nunca analizaron la misión y las funciones específicas de las fuerzas militares, ni impartieron guías al respecto. Las clases políticas toleraron a los militares y les reconocieron su utilidad sólo en los momentos de conflicto. Se preocuparon de las “externalidades” del ejercicio del poder militar solamente cuando éste era explícito. Pero una vez que los militares dejaban los gobiernos se acababa la atención. De esta manera, el campo de la política militar de Estado quedó disponible y fue ocupado por las instituciones castrenses que estaban bajo la influencia del estado de seguridad de Estados Unidos.

Revolución cubana y política hemisférica Terminada la guerra de Corea y derrotado el Ejército colonial francés en Indochina, en 1954, se presentó una oportunidad para el desarme por medio de las

16 Juan Somavía y José Miguel Insulza, “Introducción”, en Somavía e Insulza (compiladores), Seguridad democrática regional. Una concepción alternativa, Caracas, Comisión Sudamericana de PazEditorial Nueva Sociedad, 1990, págs. 10-16. 17 Juan Rial, “Relaciones cívico-militares: Diálogo para el fortalecimiento de la democracia”, en Ibid, pág. 253.


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conversaciones de distensión de la Guerra Fría que se prolongaron hasta 1960. Sin embargo, al inicio de la siguiente década, durante el gobierno del presidente Kennedy, se revivió con fuerza el Estado de Seguridad Nacional. La manifestación principal de esta resurrección fue la política hacia Indochina: Estados Unidos ejerció control sobre Vietnam del Sur y buscó la conquista de la parte Norte. Al mismo tiempo, el triunfo de la revolución cubana en América Latina justificó la abortada invasión a Cuba, planeada por el gobierno de Kennedy en 1961. El episodio de los misiles soviéticos, en 1962, le proporcionó la dinámica final a un proceso mediante el cual la región latinoamericana ingresó en forma activa –aunque como actor secundario– al concierto de la Guerra Fría. El triunfo de la revolución cubana impulsó la formulación suramericana de la Doctrina de Seguridad Nacional. Ella sirvió de acicate para que se elaboraran teorías orientadas a explicar y dirigir procesos políticos de cambio que la contrarrestaran. Ejemplo destacado fue la llamada “teoría de la dependencia”, que fue una mezcla de neomarxismo con teorías de la Comisión Económica para América Latina de la Naciones Unidas, Cepal18. Su tesis más conocida plantea que la dependencia externa de la región es un factor negativo que apoya el subdesarrollo. Así mismo, fueron retomadas las doctrinas marxista-leninista y maoísta para legitimar la efervescencia de la rebeldía. A ellas se agregaron la propia doctrina revolucionaria cubana, enunciada principalmente por Ernesto Che Guevara y complementada por el francés Regis Debray19. Estas formulaciones proporcionaron argumentos para legitimar diversos movimientos armados en varios países de la región. Así floreció lo que puede denominarse la era revolucionaria de América Latina. Su fermento fue la sobreideologización de las juventudes de clase media y de numerosos grupos sociales a todo lo largo y ancho de una región que se consideraba destinada a orientar un proceso político de trascendencia universal. Pocos países

se salvaron de albergar en su seno movimientos guerrilleros que se dieron a la tarea de “liberar a sus naciones del yugo del imperialismo”. Cuba se constituyó en el punto de referencia obligado de las “vanguardias revolucionarias”, no solamente como modelo para seguir, sino también como centro de entrenamiento de cuadros guerrilleros. América Latina se convirtió entonces en el campo para enfrentar una subversión considerada en los medios castrenses como parte de la Guerra Fría. Además del viejo militarismo y la ideología político-militar estadounidense, los militares latinoamericanos acudieron a los principios desarrollados en Francia para confrontar los movimientos de independencia en Indochina y Argelia. Los franceses habían creado la “doctrina de la guerra revolucionaria” y tácticas de “contrainsurgencia”, elementos que fueron fundamentales para la elaboración doctrinaria y su aplicación práctica20. Sobre estas bases, los militares construyeron la Doctrina de Seguridad Nacional, que sirvió para legitimar un militarismo de nuevo cuño. El desarrollo de la Doctrina de Seguridad Nacional fue funcional a la política norteamericana hacia América Latina, ya que su planteamiento esquemático concordaba con el simplismo con el que Estados Unidos abordaba los problemas sociales de la región. Desde los años cincuenta, las políticas norteamericanas hacia América Latina estuvieron determinadas por una concepción mecánica de “inestabilidad” regional. El comunismo era percibido como la causa principal de la inestabilidad política, y ésta a su vez era considerada como la principal amenaza para la seguridad del hemisferio. A partir de los años sesenta, se añadió la pobreza como factor adicional a esa inestabilidad. Por eso la administración Kennedy diseñó dos remedios complementarios: la Alianza para el Progreso, contra la pobreza, y los programas ampliados de contrainsurgencia (Fuerzas Especiales del Ejército y Oficina de Ayuda para la Seguridad Pública), contra la subversión.21 A pesar de esta ampliación del horizonte, siguió primando la concepción maniquea que

18 Cepal, América Latina. El pensamiento de la CEPAL, Colección Tiempo Latinoamericano, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1969; Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, México, Siglo XXI Editores, 1969. 19 Ernesto Che Guevara, “La guerra de guerrillas”, en Escritos y discursos, Tomo 1, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, y Regis Debray, Revolución en la revolución, Cali, Editorial Pacífico, septiembre de 1968.

20 “No se hace una guerra revolucionaria con un ejército distribuido en divisiones; no se hace una guerra revolucionaria con una administración de tiempo de paz; no se hace una guerra revolucionaria con el Código de Napoleón”. Coronel Ch. Lacheroy, “La guerra revolucionaria”, en Biblioteca del Ejército, La defensa nacional, Volumen Nº 6, Bogotá, Librería del Ejército, marzo de 1962, pág. 307. 21 Schoultz, 1987, op. cit., págs. 11-20.

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consideraba los problemas sociales como parte de la conspiración comunista. De esta forma, se ignoraron las necesidades básicas del desarrollo y las aspiraciones de autonomía de las naciones. Además, se frenaron muchas políticas reformistas y se atentó contra los regímenes considerados de izquierda.22 A partir de la revolución cubana, Estados Unidos comenzó a utilizar la estrategia militar de “contención” en América Latina, cuyo componente central era la disuasión. Para “disuadir” se requería tener una alta capacidad militar y aliados regionales en la cruzada mundial contra el comunismo.23 Esta estrategia adquirió pleno cuerpo en 1962, con el problema de los misiles soviéticos en Cuba, ya que la capacidad militar estadounidense –y de paso sus aliados anticomunistas en el continente– lograron disuadir a la Unión Soviética de mantener sus misiles en la Isla. Desde 1947, el Tiar había establecido una división del trabajo de seguridad entre Estados Unidos y América Latina: aquella nación se preocuparía por el problema global y esta área por los conflictos internos de cada nación. Pero sólo en los años sesenta esta división adquirió sentido, cuando emergieron guerrillas en varios países de la región. Para los militares, la “guerra revolucionaria” se concretó como la estrategia del comunismo y el “enemigo interno” se constituyó en la amenaza principal. A fines de los años sesenta, se redujo la presión de la política norteamericana hacia América Latina. Ello

22 La mayoría de los golpes militares latinoamericanos en el siglo XX estuvieron avalados directa o indirectamente por los gobiernos norteamericanos. La intervención fue abierta en Centroamérica y el Caribe, y velada en Suramérica. Pero con la aparición de la Doctrina de Seguridad Nacional la intervención de los Estados Unidos se hizo más agresiva en esta parte del continente. Las encubiertas pero comprobadas ingerencias en los golpes militares de Brasil en 1964 y Chile en 1973 no fueron los únicos casos. Ya en 1969 el informe Rockefeller recomendaba como necesarias las dictaduras temporales, como medida para garantizar la seguridad continental, y aplicaba la teoría de la “construcción nacional”, como ayuda o sustituto para regímenes considerados débiles o no-operativos para contrarrestar el comunismo y consolidar el poder nacional. Todo esto concordaba con teorías en boga de la ciencia política norteamericana que planteaban que no se trataba de un ataque a la democracia en sí, sino a la “falta de preparación” de las nuevas naciones para el gobierno democrático. Tapia Valdés, 1984, op. cit., pág. 241. 23 Sergio Aguayo, Bruce M. Bagley, Jeffrey Stark, “Introducción. México y Estados Unidos: En busca de la seguridad”, en Aguayo y Bagley (comp.), En busca de la seguridad perdida. Aproximaciones a la seguridad nacional mexicana, México, Siglo XXI Editores, 1990, págs. 18-21.

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respondió, en buena medida, a la quiebra del sistema militar interamericano que confirmó la exclusividad de las fuerzas armadas en los asuntos internos de los países. Estados Unidos no logró el apoyo necesario a su reiterada propuesta de formación de una fuerza militar para las Américas, contraria a lo planteado antes en el Tiar.24 Durante la siguiente década y a raíz de la derrota norteamericana en Vietnam, la concepción del Estado de seguridad nacional y su táctica de “contrainsurgencia” fueron relegados discretamente a segundo plano.

Declinación de la Doctrina de Seguridad Nacional La distensión mundial de la segunda mitad de los años setenta se expresó en términos militares en una capacidad bélica altamente móvil y crecientemente tecnificada. Ello obligó a un cambio de orientación estratégica en Estados Unidos. En su nuevo esquema de defensa, las instituciones armadas latinoamericanas tuvieron poca participación, por no contar con personal capacitado para operar el armamento de última generación y porque los desarrollos tecnológicos bélicos dejaron a la región fuera de competencia. El Tiar perdió importancia militar y las ideas de conformar una fuerza militar interamericana pasaron al olvido. Con su preocupación por la violación de los derechos humanos en Latinoamérica, el gobierno del presidente Carter también contribuyó a quitarles peso a los militares. Pero al final de los años setenta, el tema de la seguridad nacional reapareció en la agenda internacional, debido al triunfo de la guerrilla sandinista en Nicaragua, la iniciación de la guerra civil en El Salvador y la reanudación de la Guerra Fría durante el gobierno de Reagan. Sin embargo, América Latina ya había perdido su importancia estratégica en el mundo. En los años ochenta, se hizo obsoleta la guerra como medio de resolución de conflictos entre las potencias, en contraposición con su proliferación tanto interna como internacional en el mundo subdesarrollado.25 Ante el conflicto en Centroamérica y la ruptura militar interamericana, los Estados Unidos crearon una modalidad complementaria al Estado de seguridad nacional para las áreas de conflicto del continente. La

24 Varas, 1988, op. cit., págs. 249-251. 25 Javier A. Elguea, “Seguridad internacional y desarrollo nacional: la búsqueda de un concepto”, en Aguayo, y Bagley, 1990, op. cit., págs. 76-82.


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denominada “guerra de baja intensidad”26 fue la nueva forma de intervención militar, creada cuando la Doctrina de Seguridad Nacional iniciaba su decadencia en el Cono Sur. Esta nueva forma de intervención marcó el fin del viejo militarismo en Centroamérica, abolido en Suramérica desde los años sesenta. El nuevo estilo de resolución de conflictos redujo los márgenes de negociación en la región en momentos de deterioro económico.27 Por otra parte, Estados Unidos intentó recuperar las relaciones militares bilaterales basadas en la definición de intereses de seguridad compartidos. Pero después de la guerra de las Malvinas en 1982, las instituciones castrenses de América Latina buscaron su propia definición estratégica. La crisis del modelo de desarrollo económico latinoamericano y el fin de la tutela militar de Estados Unidos durante los años ochenta facilitaron el proceso de desmilitarización de los gobiernos. Surgió así el llamado proceso de redemocratización en la región. Con él salieron a la luz pública los desmanes de los militares, en particular las violaciones de los derechos humanos. Este proceso acabó en gran medida con las prácticas de gobierno derivadas de la Doctrina de Seguridad Nacional y debilitó su ideología. Al finalizar la década, el inicio de solución de la crisis centroamericana completó el panorama regional; al tiempo que la crisis de la Unión Soviética, el derrumbe del comunismo y el fin de la Guerra Fría dejaban sin vigencia política la Doctrina. Sin embargo, persiste cierta inercia doctrinaria en las instituciones castrenses latinoamericanas, con distintos énfasis nacionales.

26 Michael T. Klare y Peter Cornbluh, “The New Interventionism: LowIntensity Warfare in the 1980s and Beyond”, en M. T. Klare y P. Cornbluh, Low Intensity Warfare. Counterinsurgency, Proinsurgency, and Antiterrorism in the Eghties, New York, Pantheon Books, 1988. En 1987, el presidente Reagan estableció el Comité para el Conflicto de Baja Intensidad, dependiente del Consejo de Seguridad Nacional. El término se deriva de la imagen que tiene el Pentágono del “espectro del conflicto”: Una división teórica del conflicto armado en niveles “bajo”, “medio” y “alto”, que depende del grado de fuerza y violencia. La guerra de guerrillas y otros conflictos limitados enfrentados con unidades irregulares se bautizaron como “conflictos de baja intensidad”. 27 En la guerra de baja intensidad se identifican seis “categorías de misiones” específicas: defensa interna frente al extranjero; “proinsurgencia”; operaciones de contingencia en tiempo de paz; acción contraterrorista; operaciones antidrogas, y operaciones de guarda de la paz. Michael T, Klare, “The Interventionist Impulse: U.S. Military Doctrine for Low-Intensity Warfare”, en Ibid, págs. 55-74.

Formulación de la Doctrina en América del Sur La creación de la Doctrina fue obra de unos pocos países suramericanos, especialmente Argentina y Brasil, y en menor grado y con posterioridad, Chile, Perú y Ecuador elaboraron versiones diferentes de las del Cono Sur, con tendencias desarrollistas.28 Los países del Cono Sur habían sido líderes de la profesionalización y la modernización de las instituciones militares en la región. En Brasil, la Doctrina sirvió para preparar y justificar el golpe militar de 1964 contra el gobierno populista de João Goulart, primer golpe exitoso promovido por esta ideología. En Argentina ocurrió lo mismo: la Doctrina sirvió para justificar el derrocamiento de dos gobiernos de distinto corte, uno radical en 1966 y otro peronista en 1976, y también para enfrentar a la guerrilla urbana de los Montoneros. En Chile, la doctrina ayudó a legitimar el golpe de 1973 que, según sus gestores, sirvió para evitar la revolución que intentaba adelantar el presidente socialista Salvador Allende. Ya en el poder, los militares chilenos ajustaron a su modo la Doctrina heredada de sus vecinos.29 En Uruguay, el golpe de 1973 encontró sus razones en la Doctrina de Seguridad Nacional y en la necesidad de enfrentar a la guerrilla urbana de los Tupamaros. Perú es un caso particular. El Centro de Altos Estudios Militares (Caem) formuló una variante desarrollista de la Doctrina, que legitimó el primer intento de golpe de la seguridad nacional en 1962 y, tras su fracaso, el de 1968.30 Este gobierno militar acabó con el férreo poder de la oligarquía en ese país, en contraposición con lo sucedido bajo las demás dictaduras. A su vez, Ecuador desarrolló una variante más parecida a la peruana que a las formulaciones argentina y brasileña.31 En el resto de países suramericanos, la influencia de la Doctrina fue más ideológica que operativa. El caso del Paraguay de Stroessner es particular y ajeno a la Doctrina. Se asemeja más al tipo de dictaduras de viejo cuño: al militarismo que caracterizó a Suramérica en la primera mitad del siglo y a

28 Henry Pease García, El ocaso del poder oligárquico. Lucha política en la escena oficial 1968-1975, Lima, Desco, 1977; Paco Moncayo Gallegos, Fuerzas Armadas y sociedad, Quito, Corporación Editora Nacional, 1995, págs. 103-116. 29 Genaro Arriagada, Por la razón o la fuerza. Chile bajo Pinochet, Santiago, Editorial Suramericana Chilena, 1998, capítulos 2 y 3. 30 Sobre los golpes de Estado, véase Instituto de Investigaciones Sociales de la Unam, Pablo González Casanova (coord.), América Latina: Historia de medio siglo, Tomo 1: América del Sur, México, Siglo XXI Editores, 1977. 31 Moncayo Gallegos, 1995, op. cit., págs. 162-169.

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los países centroamericanos y caribeños hasta comienzos de los años ochenta. Pero en la práctica asimiló principios doctrinarios, como cuando participó, en los años sesenta, en el Plan Cóndor, junto con las dictaduras de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y Bolivia, con el fin de exterminar a los comunistas.32 El primer análisis que mostró las novedades del fenómeno fue el elaborado por José Nun en 1966.33 Este trabajo proporcionó un punto de partida explicativo a través de su tipología de las grandes transformaciones de las instituciones militares. La última de ellas, la “revolución estratégica”, mostraba la inmersión militar latinoamericana en la Guerra Fría. Pero fue Luis A. Costa Pinto quien identificó por primera vez, en 1969, las características fundamentales de la emergente racionalidad militar que más tarde se llamó Doctrina de Seguridad Nacional.34 Para ello se basó en la observación de las dictaduras brasileña y argentina de los años sesenta. Su clasificación comprende tres grupos: el primero se refiere a las relaciones políticomilitares; el segundo, al orden institucional que racionaliza la intervención; y el tercero, a la nueva ideología institucional y sus consecuencias. La característica central del primer grupo (relaciones político-militares) es que los militares intervienen directamente, como corporación, en sectores de la vida nacional ubicados fuera del área reconocida como su actividad profesional específica. Costa Pinto señala que este tipo de incursiones militares en la vida pública responde a la inestabilidad política que crea vacíos institucionales, ideológicos y éticos. La corporación militar cree que es la única fuerza política organizada, por lo que actúa como la agencia integradora de la nación y no como una institución que debe ser integrada por ésta. Explica además que la relación entre las fuerzas armadas y las instituciones políticas depende principalmente de la debilidad y desintegración de estas últimas y mucho menos del arbitrio y poderío de aquéllas. Agrega que cuando las fuerzas políticas civiles pierden el control del poder, crean la imagen de la patria amenazada por el caos, lo cual

32 Sobre el viejo militarismo, véanse Edwin Lieuwen, Armas y política en América Latina, Buenos Aires, Sur, 1960, y Generales contra presidentes en América Latina, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1965; y John Johnson, Militares y sociedad en América Latina, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1964. 33 José Nun, “América Latina: La crisis hegemónica y el golpe militar”, en Desarrollo Económico, vol. VI, Buenos Aires, julio-diciembre, 1966. 34 Luis A. Costa Pinto, “Militarismo”, en L. A. Costa P., Nacionalismo y militarismo, México, Siglo XXI Editores, 1969, págs. 45-102.

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facilita la intervención de los militares. Finalmente, dice que hay un núcleo de civiles militaristas que ofrecen al sector castrense la ideología que requiere para justificar su ingerencia en la vida política. Dentro del segundo grupo (orden institucional), Costa Pinto señala que los gobiernos militares justifican la ocupación permanente del poder civil con razones ideológicas y demagógicas de salvación nacional. Añade que los militares no son llevados al golpe, como antes, sino que dan su propio golpe, por lo que se sienten victoriosos. Menciona que la tónica de la formación castrense contemporánea es eminentemente técnica, lo que hace actuar a los militares a semejanza de los tecnócratas civiles, presentándose como progresistas e incorruptibles en su papel de gobernantes. El último grupo (nueva ideología) es más variado. Costa Pinto identifica una “fantasiosa ideología de reaccionarismo totalitario”, caracterizada por la autoatribución por parte de los militares de la representación popular y del carácter de salvadores de la nación, el moralismo, el simplismo en los diagnósticos, el mecanicismo de las soluciones para los problemas de la sociedad, la negación del diálogo político, la visión catastrófica del cambio social y la revalorización del pasado. El militar de nuevo tipo se siente miembro activo de la lucha mundial en defensa de los valores y tradiciones de la “civilización occidental”. A la vez, percibe que debe salvaguardar la patria y la persona humana de amenazas como el comunismo, el materialismo y la corrupción. Los militares consideran además que la Guerra Fría no es un episodio transitorio, sino un hecho fundamental y permanente de la historia, y que la “guerra revolucionaria” o “guerra limitada” es una forma de agresión inventada por la Unión Soviética como medio para establecer el imperio comunista en el mundo. En consecuencia, enfrentar la guerra revolucionaria es la prioridad en función de la cual debe enfocarse todo lo demás. Todos los individuos y grupos que no acepten esa interpretación de las tensiones internacionales son considerados enemigos. Y contra los “enemigos internos” debe desencadenarse la llamada contrainsurgencia, que transforma la Guerra Fría en “guerra caliente” nacional. Administración y represión se vuelven entonces una sola cosa en los nuevos regímenes militares. Es decir, se administra la política sobre la base de la represión. Tal vez lo más importante para resaltar de este modelo de la Doctrina de Seguridad Nacional es el núcleo del que parte: la intervención de los militares como corporación en campos de la política ajenos a su actividad profesional. El


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ideal doctrinario es la “ocupación” de las instituciones estatales a través de un golpe de Estado. Solamente así era posible desarrollar a plenitud los principios de lo que en ese momento constituía una nueva racionalidad militar, llamada luego Doctrina de Seguridad Nacional. Para el caso de la influencia doctrinaria en países donde no hubo golpes de Estado puede señalarse que, si bien la “ocupación” militar de las instituciones estatales es el presupuesto básico para el ejercicio doctrinario, era posible realizar “ocupaciones” parciales del Estado, en el contexto de los gobiernos civiles. El tipo ideal doctrinario, en su formulación y ejecución, se presentó en Brasil y Argentina.35 Hubo diferencias en la conformación de los respectivos regímenes políticos, pero no en la esencia doctrinaria. En cambio, en Chile y Perú sí hubo variaciones en la doctrina. En Chile, la variación principal fue la alteración progresiva del sentido corporativo, debido al fortalecimiento de una dictadura personal. Su formulación doctrinaria fue escasa y dependió, por lo menos al comienzo, de la esbozada en Argentina y Brasil. En Perú, las variaciones fueron grandes. Hubo una formulación doctrinaria previa al golpe, paralela a la brasileña y argentina, pero menos autoritaria y abiertamente desarrollista. Antes que un congelamiento del statu quo, el gobierno militar promovió un proyecto de cambio social combinado con la eliminación práctica de la ideología anticomunista, para lo que contó con el apoyo de intelectuales de izquierda y fue independiente de la tutela estadounidense. En el resto de países el desarrollo de la Doctrina de Seguridad Nacional fue fragmentario, además de que no hubo una formulación original. El desarrollo fue parcial, inclusive donde hubo gobiernos civiles subordinados a los militares, como en Uruguay, o donde se presentaron golpes castrenses guiados por la Doctrina, como en el mismo Uruguay y en Ecuador. En Uruguay, aparte de la ausencia de formulación doctrinaria y no obstante la brutalidad de la represión, la tradición civilista de la sociedad limitó la duración y la penetración social de la Doctrina. En Ecuador, la utilización de la Doctrina fue fragmentaria y su orientación desarrollista fue semejante a la de su vecino Perú. En América Central, y en menor grado en el Caribe, más que un desarrollo de la Doctrina de Seguridad 35 Sobre las formulaciones doctrinarias, véanse General Golbery de Couto e Silva, Planejamento estrategico, Biblioteca do Exército, vol. 213, Comp. Editora Americana, Rio de Janeiro, 1955, y General Osiris G. Villegas, La guerra comunista, Bogotá, Librería del Ejército, junio de 1964.

Nacional, se adoptaron varios de los principios contenidos en la concepción norteamericana del Estado de Seguridad, en el contexto de la dominación política e incluso militar de los Estados Unidos.36 Ambas concepciones, la Doctrina de Seguridad Nacional y el Estado de Seguridad, coinciden en varios aspectos. No en balde la Doctrina se desarrolló bajo la influencia política e ideológica norteamericana. Las dictaduras de la seguridad nacional fueron la culminación de un proceso histórico en el que fue difícil consolidar las prácticas democráticas en la mayoría de los países de América Latina, por causa de las interferencias militares. Ese proceso fue parte del prolongado e inacabado camino de conformación de los Estados nacionales y de instauración de sistemas políticos eficaces. Las interferencias militares en América Latina están relacionadas con la subordinación de la racionalidad de acumulación a la reproducción social de privilegios y al fortalecimiento del poder político. Esta preservación de estructuras sociales tradicionales permitió que Alain Touraine afirmara que en América Latina el mantenimiento de los privilegios suele primar sobre la tasa de ganancias. En momentos de inestabilidad e incertidumbre, el golpe de Estado militar al servicio del statu quo garantizaba el mantenimiento de las relaciones de dominación y la exclusión social y política.37 El intervencionismo militar en América Latina no niega el apego ideológico y abstracto a las instituciones de la democracia occidental que ha caracterizado a esta región. Muchas intervenciones se han justificado en nombre de la democracia y la defensa de las instituciones y la constitución. Este comportamiento hace parte del carácter abstracto de respeto por la democracia, pues sólo así quienes proclaman estos principios pueden ser los mismos que los transgreden. La legitimidad de esta contradicción del Estado de derecho se apoyó en la tradición de los privilegios, que por momentos fue complementada con la legitimidad formal de la legalidad, que no es lo mismo que democracia. Como dice Rouquié, “La ilusión del universalismo jurídico encubre el particularismo de las relaciones personales y de fuerza.”38 De esta manera, las fuerzas armadas formularon la Doctrina de Seguridad Nacional dentro de un marco de

36 Edelberto Torres-Rivas, Crisis del poder en Centroamérica, San José, Editorial Universitaria Centroamericana, Educa, 1983; Instituto de Investigaciones Sociales de la Unam, 1977, op. cit., Tomo 2: México, Centroamérica y el Caribe. 37 Alain Rouquié, El Estado militar en América Latina, México, Siglo XXI Editores, 1984, págs. 41, 49 y 51. 38 Ibid, pág. 47.

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referencia ideológico que suponía la vigencia, como necesidad, de regímenes políticos de democracia representativa. Como explica Rial, “toda fuerza armada respalda el mismo tipo de orden en el cual se formó. No hay excepción histórica a esta regla. Aunque tenga fuertes desviaciones respecto al tipo ideal, seguirá defendiendo ese orden social en el que nació como institución.”39 Debido a su protagonismo en la gesta libertadora, los militares se consideran los creadores primero de la nación y luego del Estado. Para ellos, la nación es la patria misma, es decir, una forma abstracta de madre cultural y geográfica que sin ellos no existiría. Por eso no pueden ser parte de la nación, y tampoco del Estado, como entes subordinados. Consideran que el Estado tiene la función de guiar a la sociedad, de proporcionarle las directrices para su desarrollo y de protegerla de los peligros. Y a los gobiernos no los consideran administradores de las instituciones estatales sino su encarnación; por ello, quien gobierne es una especie de padre responsable de la sociedad. Para poder cumplir cabalmente con la función prioritaria de seguridad, el gobierno debe acumular en sus manos todos los recursos existentes: políticos, económicos, militares, sociales y psicológicos. Los militares, por considerarse los defensores de la nación por definición, creyeron necesario controlar el gobierno cuando percibieron que la seguridad nacional se hallaba amenazada. Esto sucedió cuando asociaron los cambios propuestos por algunas de las élites gobernantes con el comunismo. Esta ideología, y su mayor promotor, la Unión Soviética, eran percibidos por las fuerzas armadas como el principal enemigo dentro de su vaga noción de orden social, fundada en la civilización occidental, el cristianismo y la tradición. “La necesidad de un enemigo que diera sentido a la acción militar y que reforzara la identidad corporativa, fue llenada al descubrir que pueden llevarse adelante guerras de un nuevo tipo.”40 Se utilizó, entonces, la rígida lógica militar de la oposición “amigo-enemigo” para crear el concepto de “enemigo interno”, transformando al adversario político en enemigo. Sin lugar a dudas, el cambio militar contemporáneo más importante a nivel profesional fue la

39 Rial, 1980, op. cit., pág. 255. “La mayoría de la fuerzas armadas miran con recelo el régimen democrático, pero son socios obligados del mismo.” Ibid, pág. 264. 40 Juan Rial, “Los intereses de las Fuerzas Armadas de América Latina en sostener regímenes democráticos”, en Louis W. Goodman, Johanna S. R. Mendelson y Juan Rial (comp.), Los militares y la democracia, Montevideo, Peitho, 1990, pág. 370.

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sustitución del viejo profesionalismo de “defensa externa”, por el “nuevo profesionalismo de la seguridad interna y el desarrollo nacional”.41 Se justificaba, así, el golpe militar y la instauración del “terrorismo de Estado” como sistema de acción política. “[Este terrorismo] logra no sólo identificar y destruir al enemigo actual, y disuadir a los enemigos potenciales, sino convencer al ciudadano común de que su seguridad personal es función inevitable y obligada de su incondicionalidad frente al régimen.”42 Así, en esta guerra antisubversiva se dio prioridad al componente psicológico mediante la labor de inteligencia. Para ello se copiaron las instituciones estadounidenses del Estado de Seguridad Nacional diseñadas con este propósito, en particular las de “inteligencia”.43 Los servicios de inteligencia se militarizaron y policivizaron, y fueron ubicados, al igual que en el sistema nazi, por encima de la jerarquía que les corresponde en la organización institucional tradicional.44 De este modo, los métodos psicológicos, como la persecución, el hostigamiento, la detención arbitraria, la tortura y la desaparición, fueron prioritarios en esta guerra “irregular”. Fuera del incremento de la importancia relativa de los servicios de inteligencia, la Doctrina de Seguridad Nacional no implicó mayores cambios en la organización operativa militar. En general, en todos los países se mantuvo la organización tradicional para la guerra regular. En algunos casos se crearon unidades militares especiales para enfrentar fuerzas guerrilleras, pero fueron marginales, transitorias y, en buena medida, ceñidas a esquemas convencionales.

41 Alfred Stepan, “The New Professionalism of Internal Warfare and Military Role-Expansion”, en Stepan (ed.), Authoritarian Brazil, New Haven, Yale University Press, 1973. 42 Tapia Valdés, 1984, op. cit., pág. 249. La política se concibe como estrategia y forma de guerra interna. El sistema social es convertido en un “sistema bélico”, o sea, condicionado por la ideología de la guerra. Ibid, págs. 244-245. 43 “Al volcarse al campo interno los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas adquieren una dimensión diferente. Por la propia naturaleza de la tarea que se les asigna -detectar al enemigo entre los conciudadanos- adquiere un carácter deliberante. Deben juzgar dónde se traza esa delicada y fina línea entre quién es un enemigo, un ‘tonto útil’ o simplemente un ciudadano cándido. (...) los servicios adquieren una posición política.” Raúl Sohr, “Reflexiones sobre los ámbitos de la seguridad y la defensa”, en Documentos Ocasionales, no. 24, Bogotá, CEI, noviembre-diciembre de 1991, pág. 21. 44 Alfred Stepan muestra las características del sistema de inteligencia brasileño en comparación con el de Uruguay, Argentina y Chile. Rethinking Military Politics. Brazil and the Southern Cone, Princeton, Princeton University Press, 1988, Capítulo 2.


La Doctrina de Seguridad Nacional: materialización de la Guerra Fría en América de Sur

La conclusión principal que puede sacarse sobre la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina es que ésta fue, ante todo, un planteamiento ideológico y político que responde a una racionalidad mecánica y ante todo militar, que fue ejecutada por medio de golpes de Estado. Sus consecuencias han sido profundas y duraderas. La Doctrina ha sido un obstáculo para el desarrollo institucional militar (entendido como progreso). La distorsión que introdujo en las instituciones militares fue muy negativa, puesto que alteró los cánones profesionales y desvió los principios castrenses hacia funciones ajenas al quehacer militar. “Las fuerzas armadas del continente, desde el punto de vista profesional, se vieron envueltas en un proceso degenerativo.”45 El lastre doctrinario más notorio con que cargaron los procesos de la llamada redemocratización de América Latina fue la desviación profesional y la politización de las instituciones castrenses, no sólo en los países que procrearon la Doctrina de Seguridad Nacional, sino también en los que sufrieron sus efectos. Este lastre dificulta la tendencia de fortalecimiento de la sociedad civil frente al Estado y la necesidad de solucionar los innumerables problemas de integración social. Este es el máximo reto de la denominada democracia liberal, modelo vigente de Estado-nación. Es claro el contraste entre el pasado y las perspectivas del presente, pues hoy se busca concretar las relaciones internacionales de la región latinoamericana mediante el espíritu de interdependencia, cooperación e integración. Contraste y crisis plantean entonces la necesidad de redefinir con claridad las instituciones castrenses y sus funciones. Este ha sido uno de los principales desafíos de la democracia en América Latina desde el fin de la Guerra Fría.

Epílogo Con el fin de la Guerra Fría se creyó que llegaría una era de estabilidad, cooperación y menos amenazas a la seguridad mundial. También se pensó que la tendencia de disminución de la importancia de los Estados nacionales y su mayor interdependencia fortalecerían las decisiones multilaterales para beneficio de la humanidad. Esta visión se cumplió, en buena medida, para los países más prósperos y para la mayoría de sus habitantes. Pero para el denominado Tercer Mundo, la utopía de alcanzar su soberanía plena dentro de

45 Almirante (r) Armando Amorin Ferreira Vidigal, “Problemas de seguridad y defensa en América Latina en un mundo en cambio”, en Documentos Ocasionales, no. 24, Bogotá, CEI, noviembre-diciembre de 1991, pág. 9.

un nuevo orden mundial se derrumbó y la inestabilidad continuó marcando a sus sociedades. Renacieron antiguos conflictos de diferente tipo, como los regionales, los étnicos, los religiosos y los nacionalistas. Además, varias de las decisiones multilaterales que se tomaron fueron para realizar intervenciones en los países más inestables, con respaldos legitimadores como el de las Naciones Unidas. Surgió así, por ejemplo, el llamado derecho de injerencia, con pretensiones humanitarias. En este nuevo contexto, las amenazas a la seguridad se perfilaron como problemas sociales de orden trasnacional y no como conflictos entre los Estados. El narcotráfico, la corrupción, el terrorismo, la violación de los derechos humanos y la destrucción del medio ambiente son ejemplos de estas nuevas amenazas. Con ellas apareció la tendencia a la privatización de las guerras, principalmente en los países inestables, lo que proporcionó argumentos a teorías como la de los Estados inviables. De otra parte, Estados Unidos se erigió como el centro del poder militar universal, aunque hubo ensayos multilaterales de cooperación excepcionales, como el de la Guerra del Golfo, que respondieron más a razones económicas que a necesidades estratégicas. Así mismo, la prosperidad económica alejó aún más a los países llamados subdesarrollados de aquellos que basan su crecimiento más en la desregulación financiera internacional que en su gran capacidad tecnológica y productiva. La tensión entre quienes confiaban en la cimentación de la estabilidad y aquellos que veían en la incertidumbre el sello de la posguerra fría, duró poco más de una década. Los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001 generaron un punto de inflexión, en un momento en que el ciclo económico de prosperidad declinaba. “Ahora sí comenzó el siglo XXI”, “surge una nueva bipolaridad”, “terminó la fugaz posguerra fría”, “nace un nuevo desorden mundial”. Estas y otras expresiones similares mostraron que desde un primer momento se tuvo certeza de la trascendencia de las implicaciones de los acontecimientos ocurridos en Estados Unidos. Pero en esta fecha no comenzó una nueva era. Más bien, se definió de una vez por todas la posguerra fría. La incertidumbre que subyacía bajo la inestabilidad de muchos países, sobre todo después de que la tutela perversa de una u otra de las dos superpotencias fue abandonada, se extendió a las naciones que aún comulgaban con la visión de estabilidad y confiaban en una seguridad eterna resguardada por un gran desarrollo tecnológico que fortalecía a los organismos militares, policiales y de seguridad. Esta es la verdadera realidad del fin de la Guerra Fría, realidad que cobija, de diferentes maneras, a todos los países del mundo entero. 85


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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 88-108.

REFLEXIONES ACERCA DEL TERROR EN LOS ESCENARIOS DE GUERRA INTERNA Eric Lair*

Resumen Lejos de desaparecer con el fin de la Guerra Fría, las guerras están más presentes que nunca en el mundo contemporáneo. El autor muestra cómo se han transformado las confrontaciones violentas en el mundo, desde las guerras regulares del S. XIX a los conflictos armados de las últimas décadas, que incluyen conflictos armados internos, tendientes a la internacionalización, desvanecimiento de la diferencia entre combatientes y civiles, etc. Posteriormente estudia los fenómenos terroristas, su relación con el terror y con la guerra, para terminar hablando de la violencia y sus interacciones con el territorio.

Abstract Far from disappearing with the end of the Cold War, wars are livelier than ever in the contemporary world. The author shows how violent confrontations have been transformed in the world, from the regular wars of the 19th century to the armed conflicts of the last decades, which include internal armed conflicts tending to internationalization, fading of the difference between combatants and civilians, etc. Later on he studies the terrorist phenomena, their relation with terror and war, to end up talking about violence in its interactions with territory.

particular, han suscitado un número creciente de análisis 1. De manera singular o transversal, se han invocado la religión, las crispaciones étnicas y nacionalistas2, la idea de “nuevas guerras”3 y un supuesto “choque de civilizaciones”4 para dar cuenta de la dinámica de los conflictos5. Más allá de su diversidad, estos discursos tienen que ver “en filigrana” con cambios en las representaciones de la violencia. ¿Cómo interpretar esta efervescencia intelectual? Empecemos por recordar que la disuasión nuclear, inherente a la “Guerra Fría”, ha contribuido a instaurar una situación de no confrontación armada directa entre las grandes potencias y algunos de sus aliados6 a pesar de múltiples crisis y tensiones. De allí la tentación de hablar de “una larga paz”7, tras la experiencia traumática de los dos conflictos mundiales, en referencia a los años comprendidos entre las décadas 1950 y 1980 que delimitaron las grandes líneas de la “Guerra Fría”. En un tono algo provocador, se afirmó inclusive que la guerra estaba “muerta”8 subrayando la improbable ocurrencia de una conflagración militar de gran magnitud. La rivalidad “este-oeste” característica de la época, atenuó el imaginario brutal de la guerra, al menos en Europa y Estados Unidos, y favoreció las lecturas macro que menospreciaron la complejidad de los factores bélicos y sus manifestaciones desestructurantes en el marco de la descolonización (Indochina, Argelia, rebelión Mau-Mau en Kenya, África lusófona, etc.) o de luchas fratricidas por el poder nacional (ex Zaire, Chad, etc.). Estas lecturas tendieron también a analizar los diferentes conflictos

Palabras clave: Guerra, conflicto armado, terrorismo, terror.

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Keywords:

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War, armed conflict, terrorism, terror.

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Introducción A raíz del final de la así denominada “Guerra Fría”, los fenómenos de violencia colectiva, y de guerra en

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Profesor de relaciones internacionales, Universidad Externado de Colombia y Academia Diplomática de San Carlos. Correo Electrónico: laireric@yahoo.fr

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Sobre este tema, véase el numero temático de la revista Cultures et Conflits, no. 19-20, otoño-invierno, 1995. Michael Brown, Steven Miller y Sean Lynn-Jones (eds.), Nationalism and ethnic conflict, Cambridge, The MIT Press, 2001. Hasta la fecha, Mary Kaldor ha desarrollado la tesis más estructurada y estimulante en torno al postulado de las “nuevas guerras”. Ver Mary Kaldor, New and old wars: Organized violence in a global era, Stanford, Stanford University Press, 1999. Para una breve reseña crítica de esta obra, nos permitimos remitir a Eric Lair, Análisis Político, no. 45, enero-abril, 2002, págs. 105-107. Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, Barcelona, Editorial Paidós, 1997. Por razones de estilo, emplearemos sin distinción semántica las palabras “guerra” y “conflicto (armado)”. La guerra de Corea (1950-1953) constituye una clara excepción a esta afirmación. John Lewis Gaddis, The long peace: Inquiries into the history of the cold war, Oxford, Oxford University Press, 1987. Claude Le Borgne, La guerre est morte, París, Grasset, 1987.


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

internos complicados por la intervención de fuerzas o países extranjeros como si la violencia armada fuese un simple producto derivado del antagonismo bipolar (Vietnam, Angola, Afganistán, América Central, etc.). Es decir, que la historicidad local de estas guerras fue a menudo ocultada, y abandonada a unos pocos historiadores, sociólogos y antropólogos9, en beneficio de enfoques globalizantes. Una vez desaparecido el sesgo de la confrontación “esteoeste”, una plétora de analistas ha (re)descubierto los conflictos en toda su pluralidad. La guerra es de actualidad, no sólo en las mentes, sino también en los hechos. En desacuerdo con lo que expertos en relaciones internacionales esperaban al salir de la “Guerra Fría”, la configuración mundial no aparece, por el momento, menos bélica que en el pasado. Si bien es cierto que varias guerras encontraron una solución negociada en inicios de los años 1990 (Mozambique, Centroamérica, etc.), otras se han prolongado e intensificado desde entonces (Colombia, Sudán, etc.) al igual que se han detonado nuevos focos de enfrentamiento (Sierra Leona, Argelia, ex Yugoslavia, etc.). A la luz de lo anterior y en respuesta a quienes postulaban en los años 1980 que la guerra había muerto, podríamos replicar, sin caer en una visión “apocalíptica” del mundo10, diciendo que ésta tiene hoy un “brillante porvenir”11. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, perpetrados en Estados Unidos, cuyos efectos no cesan de influir en el sistema internacional12, no han infirmado esta aserción. Por el contrario, junto con diversos teatros de conflictos regionales, han evidenciado dos expresiones mayores de la violencia: la guerra y el terrorismo. Estos últimos han sido objetos de una abundante literatura que deja traslucir varias acepciones, a veces en detrimento de su inteligibilidad. Los numerosos comentarios acerca de los acontecimientos del 11 de septiembre han hecho aún más profusa, para no decir confusa, la definición del binomio guerra-terrorismo: por un lado, la calificación de “guerra” para caracterizar estos ataques no deja de

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Para un ejemplo de análisis detallado de la guerra contemplada “desde abajo”, véase Christian Geffray, La cause des armes au Mozambique: Anthropologie d’une guerre civile, París, Karthala, 1991. 10 Ver en este sentido, Robert Kaplan, “The coming anarchy”, en The Atlantic Monthly, no. 2, volumen 273, 1994, págs. 44-76. 11 Para retomar el título sugestivo del libro de Philippe Delmas, Le bel avenir de la guerre, París, Gallimard, 1995. 12 Ver al respecto Hugo Fazio Vengoa, El mundo después del 11 de septiembre, Bogotá, IEPRI-Alfaomega, 2002.

generar desconcierto por el carácter elusivo de sus actores y los medios utilizados; por otra parte, el “terrorismo” se ha vuelto el objeto, mal definido, de la retórica de numerosos Estados en conflicto cuyo propósito es deslegitimar política y jurídicamente el accionar de unos grupos armados no legales. Pero al mismo tiempo, estos atentados han ofrecido la oportunidad de volver a pensar las relaciones entre la guerra y el terrorismo para escenarios de violencia de menor mediatización, en especial los conflictos armados internos que privilegiaremos a continuación. En el umbral del siglo XXI, ¿cómo aprehender la guerra y el “terrorismo”? ¿Cuáles son las interacciones entre estas dos manifestaciones de la violencia? En este contexto evolutivo, queremos situar el presente artículo que pretende proporcionar herramientas para penetrar la opacidad de los conflictos armados de índole interna y del terror –noción preferida a la de terrorismo por razones que explicitaremos más adelante– en prioridad, con base en consideraciones relativas a los años posteriores a la “Guerra Fría”.

El horizonte fragmentado e incierto de las guerras internas

Guerras internas con dimensiones internacionales Muchos estudios realizados por los principales centros de investigación sobre la violencia armada apuntan a que las guerras internas dominan hoy el paisaje de la conflictivilidad. La “internalización” de los conflictos no es una tendencia exclusiva de la “posguerra fría”. Se remonta a los años cincuenta, como lo indican análisis cuantitativos según los cuales las dos terceras partes de las guerras habrían sido de carácter interno,13 desde esa época. Ciertos autores, entre los cuales figura el politólogo Michael Mandelbaum14, argumentan que el sistema internacional se halla en una fase de “desbelicización” interestatal en contraste con épocas anteriores. Evocan al respecto la tesis de una “obsolescencia” de la guerra entre mayores potencias. El declive relativo de las guerras entre Estados es el resultado de diversos parámetros complementarios.

13 Kalevi Holsti, The state, war and the state of war, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, págs. 21-22. 14 Michael Mandelbaum, “Is major war obsolete?”, en Survival, no. 4, volumen 40, invierno 1998/1999, págs. 20-38.

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Mencionemos de manera cursiva: los altos costos económicos y humanos de los conflictos; la globalización que densifica las redes de intercambios y los intereses en común; la difusión de los mecanismos y principios democráticos susceptibles de limitar los actos de agresión; las presiones diplomáticas y sanciones de índole política, económica o militar; los elementos de Derecho Internacional (Carta de las Naciones Unidas, Convenios de Ginebra de 1949 y Protocolos adicionales de 1977, etc.) que concurren cada vez más a restringir el uso de la fuerza armada entre naciones; por último, las operaciones armadas preventivas o punitivas, con valor disuasivo, llevadas a cabo bajo los auspicios de instancias internacionales15. A pesar de la rarefacción de los conflictos estatales desde hace unos cincuenta años, no suscribimos plenamente a la idea de una “desbelicización” de la guerra entre Estados en la medida en que sería precipitado anunciar su probable desaparición para las principales potencias (guerras llamadas “mayores”) y erróneo subestimar los “gérmenes” de enfrentamiento entre los demás países. En efecto, una breve mirada al panorama mundial de la violencia invita a ser más prudentes en la materia. Las tensiones fronterizas entre Pakistán y la India recuerdan las posibilidades de guerra entre fuerzas regionales. Por su parte, la intervención militar de Estados Unidos en Afganistán, lanzada en nombre de “la guerra contra el terrorismo” posterior al 11 de septiembre, es una ilustración de los escenarios de confrontación asimétrica16 entre países que presentan un alto diferencial tecnológicomilitar. Para concluir, el conflicto olvidado entre Etiopía y Eritrea, la guerra entre la República Democrática del Congo y los países limítrofes y las fricciones político étnicas entre Costa de Marfil y Burkina Faso son ejemplos de la eventualidad de las guerras interestatales en diferentes espacios17.

15 Para mayores desarrollos, el lector se referirá útilmente a CharlesPhilippe David, La guerre et la paix. Approches contemporaines de la sécurité et de la stratégie, París, Presses de Sciences Po, 2000, págs. 138-152. 16 Sobre esta noción, ver Barthélémy Courmont & Darko Ribnikar, Les guerres asymétriques, París, IRIS-Presses Universitaires de France, 2002, págs. 25-75. 17 Roland Marchal (“Interpréter la guerre en Afrique”, en Espaces Temps, no. 71-72-73, 1999, págs. 114-130) recuerda en esta perspectiva que la guerra entre Estados es de una gran actualidad en el continente africano.

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En paralelo al declive parcial de las confrontaciones interestatales, se han multiplicado los conflictos internos desde las luchas por la independencia en África y Asia hasta la “posguerra fría”. ¿Qué criterios permiten afirmar que los conflictos revisten dimensiones internas? Básicamente, se dice que muchos de los conflictos actuales son internos ya que la mayoría de los combates y de las acciones armadas (de cualquier naturaleza: masacres, atentados, etc.) se desarrollan dentro de la geografía política de un Estado nación. En segunda instancia, aunque los mercenarios “alimentan” a veces la dinámica de la violencia (Angola, Sierra Leona, etc.), estos conflictos oponen, principalmente, grupos de ciudadanos en armas procedentes de la misma comunidad política (tropas regulares, guerrillas, milicias, etc.), los cuales persiguen y defienden intereses eminentemente locales, regionales y/o nacionales. Resulta imposible detallar aquí las motivaciones y las lógicas de acción heterogéneas de los protagonistas armados. Contentémonos con observar que las guerras internas definen un sinnúmero de trayectorias individuales y colectivas de la violencia, la cual se ha vuelto un verdadero modo de vida para los combatientes. Si bien es cierto que las grandes ideologías han perdido su capacidad explicativa que permeó tanto la textura de los conflictos a lo largo del siglo XX, éstos no están exentos de aspectos políticos. Por su control socio territorial, sus medios de desestabilización de los espacios públicos y su intromisión en la administración de las localidades, los grupos armados intervienen permanentemente en las esferas políticas a imagen de lo que ocurre en Colombia con la guerrilla y los “grupos de autodefensa”. En otras palabras, las facciones en guerra no son simples delincuentes comunes animados por el lucro. Investigaciones recientes han resaltado, con certeza, la importancia de la economía en los conflictos18. La “polemología”19 en su conjunto enseña que la acumulación de recursos y medios es una preocupación central para cualquier actor bélico en su afán de lograr la perennidad y el crecimiento. Sin embargo, los aspectos económicos no pueden reducir y “agotar” la complejidad de la guerra. Detrás de las exigencias económicas, influyen

18 François Jean & Jean-Christophe Rufin (eds.), Economie des guerres civiles, París, Hachette, 1996. 19 Estudio de la guerra como la definió Gaston Bouthoul, Traité de polémologie: Sociologie des guerres, París, Payot, 1991.


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numerosas motivaciones individuales y colectivas: consideraciones políticas e identitarias, ciclos de venganzas, búsqueda de reconocimiento y ascenso social por vía de las armas, etc. Entonces, enfatizar en uno solo de los aspectos de la guerra –como la criminalización económica–20 es arriesgarse a hacer una presentación caricaturesca de la conflictividad21. La comprensión de los conflictos internos no se satisface de lecturas sectarias o generalizadoras; requiere estudios diferenciados y multidimensionales. Sin profundizar, precisemos en este sentido que las guerras internas presentan rasgos internacionales, más o menos pronunciados, que no se deben omitir así como una propensión a la apertura en un sistema internacional con ramificaciones cada vez más globalizadas. El tema del respeto a los Derechos Humanos, las intervenciones de mantenimiento de la paz auspiciadas por las Naciones Unidas, los tráficos ilícitos, los fenómenos de exportación de la violencia hacia el exterior, los desplazamientos forzados de población o aun las injerencias de los países extranjeros en los asuntos de un Estado en guerra participan, de hecho, en la internacionalización creciente de varios conflictos internos (Colombia, Angola, República Democrática del Congo y África del Oeste)22. Además, en algunos casos, parece complicado saber si el conflicto es interno o no. Por ejemplo, la desintegración de un Estado plural, como lo ilustró la ex Yugoslavia, no permite afirmar con seguridad que el conflicto que acompaña la descomposición de la comunidad política pueda ser irremediablemente catalogado de guerra interna, ya que puede ser aprehendido bajo el signo de una contienda entre nuevas entidades instituidas. Teniendo en cuenta esta diversidad de los procesos de violencia guerrera, surge el interrogante de saber cómo ubicar los atentados del 11 de septiembre contra Estados Unidos. La respuesta tampoco es fácil puesto que la denominación de “guerra” no deja de causar incertidumbre e inconformidad.

20 Paul Collier & Anke Hoeffler, On economic causes of civil war, Banco Mundial, 1998. Documento disponible en la página: www. worldbank.org [última consulta: diciembre de 2002]. 21 Es lo que demuestran los interesantes estudios compilados en la revista Politique Africaine, no. 84, diciembre, 2001. 22 Estos ejemplos africanos presentan una fuerte tendencia a la “internacionalización” de la guerra, la cual, en muchos aspectos, es más contundente que en Colombia donde este tema se ha vuelto recurrente.

Para sintetizar, supongamos que son constitutivos de una guerra con características inusuales, en primer lugar, por los medios de ataque usados (aviones comerciales) que se revelaron de un inmenso potencial destructivo. Además, no se conoce bien el perfil de los actores ni los motivos exactos de los atentados. Por ahora, los servicios de inteligencia han trabajado, en gran parte, por inferencias, partiendo de la información dispersa recolectada entre los capturados de la guerra contra los miembros de Al Qai’da (La Base), los principales sospechosos, y sus aliados de circunstancia, los talibán23. Los móviles de la violencia girarían, entre otras cosas, en torno a dos “misiones sagradas”: la defensa de la comunidad de los creyentes del Islam (la Uma) y la lucha contra la decadencia de los valores del mundo que se habría hundido en la ignorancia, el vicio y la ausencia de fe, es decir, en una era preislámica (jahiliya24). Por último, en su configuración, esta guerra encara a una superpotencia militar con una nebulosa de activistas que promueven un islamismo radical25 cuyos confines quedan inciertos. Articulada en redes multinacionales capaces de actuar en puntos geográficamente dispersos, Al Qa’ida simboliza las posibilidades de transnacionalización de la violencia (logística y escenarios) que diluye las fronteras entre los conflictos internos e internacionales. Debido a la diseminación de sus actores sin rostro bien identificable, la opacidad de sus motivaciones y sus métodos inauditos, estos ataques no cuadran con las visiones tradicionales de la guerra “convencional” (con repetición de los combates directos) o de tipo “irregular”. Rompen las fronteras entre lo doméstico y lo externo por su escaso anclaje territorial y su logística descentralizada (puntos de apoyo repartidos entre varios países y capacidades de acción ‘tous azimuts’). Los enfrentamientos futuros entre Estados Unidos y los miembros de Al Qa’ida dirán si los acontecimientos del 11 de septiembre auguraron una nueva era de guerras todavía poco

23 Para un análisis del régimen de los talibán (plural de talib: estudiante en religión), consultar Ahmed Rashid, Los talibán, Barcelona, Ediciones Península, 2001. Sobre las interconexiones entre los talibán y los integrantes de Al Qai´da, ver John Cooley, Unholy wars: Afghanistan, America and international terrorism, Londres, Pluto Press, 2002 24 Sobre esta noción ver por ejemplo, Farhad Khosrokhavar, Les nouveaux martyrs d’Allah, París, Gallimard, 2002, págs. 51-72. 25 El islamismo, que no es necesariamente violento, se aleja en ciertos aspectos de la religión del Islam aunque se estructura a partir de ella. Véase Nazih Ayubi, El Islam político: teorías, tradición y rupturas, Barcelona, Edicions Bellaterra, 2000.

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discernidas, como ya lo han sostenido de manera apresurada varios comentaristas, o si se puede seguir sosteniendo que constituyen “actos de guerra”, retomando la terminología de la administración del presidente G. Bush, ya que ésta supone, en su versión minimalista, una continuidad en la violencia y una mejor definición del enemigo. La alusión a los atentados cometidos en el territorio estadounidense ha hecho posible introducir un elemento fundamental para el estudio de la violencia colectiva y organizada, a saber la descentralización de la guerra.

Los procesos de descentralización de la guerra La descentralización de la guerra remite a contextos plurales. Aquí, haremos sobre todo referencia a la descentralización de los protagonistas de la violencia. Para poner en perspectiva la noción de descentralización de la guerra, es útil devolverse en forma sucinta al pasado. Como se sabe, los siglos XVIII y XIX fueron sinónimos de “institucionalización” acelerada de los conflictos. Entre otras cosas, este período contribuyó a regular ciertas confrontaciones entre Estados y a afianzar la diferencia entre los hombres en armas y los no combatientes. Esta “institucionalización” implicó también un proceso de centralización de las tropas, prolongando los esfuerzos de “ramificación” y jerarquización del reclutamiento ya perceptibles en la alta Edad Media26, por ejemplo. ¿Cómo se materializó dicha centralización? Burocratizando y profesionalizando los ejércitos bajo la autoridad de los Estados. Agregamos que este movimiento no fue sistemático ni lineal en Europa, tampoco en los demás continentes donde su huella no fue tan significativa. Pero fue sintomático de algunas transformaciones militares de la época27 y constituyó uno de los primeros pasos hacia la guerra “regular” moderna, consagrada a partir del siglo XIX con la consolidación, a veces violenta, del Estado nación. Varias tendencias centrípetas cuestionan hoy esta imagen de centralización de la guerra. Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos asistido a una progresiva

26 Nicholas Wright, Knights and peasants: The hundred years war in the French countryside, Suffolk, The Boydell Press, 1998, págs. 1-12. 27 Se trata de una dimensión de las famosas “revoluciones militares”, no únicamente técnicas, que dividen a los historiadores para saber cuándo empezaron y cuál fue su impacto sobre el “arte de la guerra” y las sociedades. Remitimos al respecto al libro sintético de Clifford Rogers (ed.), The military revolution debate: Readings on the military transformation of early modern Europe, Boulder, Westview Press, 1995.

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“desramificación” de las lógicas de violencia y a una atomización de los protagonistas armados, mal o no uniformados, con el activismo de grupos infraestatales (guerrillas, milicias, etc.), internacionales o transnacionales (Al Qa´ida, mercenarios, etc.). En las regiones donde nunca se han manifestado importantes fenómenos de centralización de la violencia, será más apropiado no hablar de descentralización sino de ausencia crónica de centralización de la guerra por parte de los Estados. Si las Fuerzas Armadas estatales no han perdido en totalidad su capacidad de hacer un uso efectivo de la violencia armada, se han visto paulatinamente desbordadas en el ejercicio de la coerción por agentes no estatales28. En algunas oportunidades, ellas mismas se privatizan (por falta de disciplina, faccionalismo político, nacionalista y étnico o intereses económicos29) y operan en la ilegalidad como se ha podido observar en Argelia, donde los militares han multiplicado las exacciones contra los civiles al igual que en Sierra Leona desde los años noventa y más recientemente en Costa de Marfil30. En Sierra Leona, país anglófono, la deriva personal y criminal de las tropas “regulares” ha sido tan patente que se ha creado la palabra “sobel”31 (contracción en inglés de “soldado” y “rebelde”), para indicar la frontera incierta de sus acciones que oscilan en permanencia entre la legalidad y la ilegalidad. Como factor adicional de complejidad: en Guatemala, Perú, Argelia y Sudán, la población civil ha tomado las armas, con o sin el apoyo del poder oficial, en repuesta a la presencia de grupos armados, ya sean oficiales o ilegales. Poco a poco, los civiles se han convertido en actores, aunque intermitentes, de la guerra, y los agentes de su difusión en el tejido social. En consecuencia, han venido

28 Yves Michaud, Violence et politique, París, Gallimard, 1978, pág. 66. 29 En algunos países, la pauperización y la autonomía financiera y logística de las tropas regulares son tan avanzadas que la depredación es una forma de sobrevivir y luego de acumular riquezas. Para subrayar la decadencia de varios ejércitos en África, se habla así “vagabundización” de las tropas regulares como si éstas fuesen simples grupos armados errantes. Ver por ejemplo, Kisukula Abeli Meitho, La désintegration de l’armée congolaise de Mobutu à Kabila, París, L’Harmattan, 2001. 30 Richard Banégas y Bruno Losch, “La Côte d’Ivoire au bord de l’implosion”, en Politique Africaine, no. 87, octubre, 2002, págs. 139161. 31 Jimmy Kandeh, “Ransoming the state: Elite origins of southern terror in Sierra Leone”, en Review of African Political Economy, no. 81, vol. 26, 1999, págs. 349-366.


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

borrando en la práctica las barreras jurídicas entre las nociones de actores armados y no combatientes. La descentralización concierne también a las víctimas de la violencia, las cuales se encuentran ante todo entre las poblaciones, en la mayoría de los conflictos, y no entre los combatientes armados. En una visión clásica, los enfrentamientos entre unidades armadas ocupan un lugar central en el despliegue de la guerra. Distintos teóricos subrayan que la idea de confrontaciones supone interacciones entre los beligerantes y una repetición de los combates en el tiempo y el espacio. Es decir, que en una acepción estricta, la guerra consiste en ciclos de acciones-reacciones en la violencia que busca la destrucción o la parálisis de la voluntad de lucha del enemigo. Ahora bien, los grupos en conflicto tienden a multiplicar los “centros de gravedad” de la guerra hacia las poblaciones no armadas sin que éstas respondan necesariamente de forma violenta a las agresiones. En esta perspectiva, las exacciones masivas contra las poblaciones en Ruanda, en 1994, y en la ex Yugoslavia no se enmarcarían exactamente dentro de los enfoques clásicos de la guerra32. Sin embargo, por la preponderancia de los ataques armados y el afán de eliminación o posesión del otro, expresados por los grupos violentos, pensamos que la noción de guerra es pertinente para remitir a estas dos situaciones de gran violencia. El hecho es que las modalidades de la guerra se han extendido y transformado en los últimos cincuenta años, lo que hace inciertas sus delimitaciones conceptuales. Para los beligerantes, ubicar a los civiles en el corazón de la lucha armada no es siempre fortuito o el fruto de furias descontroladas33. Releva también de estrategias de control, eliminación o desplazamiento. Tan es así que la guerra se libra, en muchas zonas, “contra los civiles” para parafrasear una expresión extraída de la literatura sobre los conflictos armados contemporáneos. Por controvertible que sea, la idea de “guerra contra los civiles”, trata de poner de manifiesto la sistematización de los ataques a la población, a veces sin considerar la edad ni el género. Decir que la guerra se lleva a cabo a costa de

32 François Géré y Thierry Widemann (eds.), La guerre totale, París, Economica, 2001, pág. 185. 33 Wolfgang Sofsky, Traité de la violence, París, Gallimard, 1998, pág. 165.

los civiles no implica que éstos sean obligatoriamente el fin último de la lucha armada o que se renuncie a la guerra contra el Estado34. El conflicto contra las instituciones estatales y las arremetidas contra las poblaciones no se excluyen sino que se fusionan o se suceden con inconstancia en el tiempo (Angola, Argelia, etc.) para proponer una trama explicativa sinuosa. En Colombia, por ejemplo, la guerra da cíclicamente la sensación de intensificarse contra el Estado (fuertes combates con la fuerza pública entre 1996 y 1998 y ola de amenazas a los alcaldes y concejales en el 2002), mientras que por su cotidianidad y su acentuación desde los años ochenta, las acciones antipoblaciones (secuestros, atentados, masacres, etc.) modelan la fisonomía dominante del conflicto, corroborando la fórmula de “guerra contra los civiles”. La imagen de “guerra contra los civiles” traduce una gran diversidad de situaciones conflictivas en las cuales la población es un “centro de gravedad” primordial. Esta extensión descentralizada de los actos bélicos hacia los espacios sociales altera entonces (sin anularla) la concepción de la guerra heredada de estrategas como el prusiano Carl Von Clausewitz35 (1780-1831) según quien las entidades armadas, y no las poblaciones, eran las fuerzas matrices y los principales blancos de los enfrentamientos. Fuentes de respaldo económico, político, moral y logístico, los pueblos son al mismo tiempo los medios y los objetivos, inmediatos o más lejanos, de las confrontaciones. Tienen además un valor militar para los beligerantes que se esconden entre sus gentes o las usan como escudos humanos durante los combates y las enrolan para aumentar sus efectivos. En estas condiciones, atacar a la población es a la vez una forma de acumular poderío y de debilitar al enemigo. Otros elementos, asociados con la dinámica armada en sí, explican la coacción contra las poblaciones. Para los grupos en conflicto, el enemigo parece estar por todos lados, disimulado en el tejido social. Éstos imponen representaciones binarias “amigo-enemigo” que impiden la

34 A diferencia de lo que plantea Eduardo Pizarro Leongómez, haciendo una crítica de la idea de “guerra contra los civiles”. Eduardo Pizarro Leongómez, “Colombia: ¿Guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra antiterrorista o guerra ambigua?”, en Análisis Político, no. 46, mayo-agosto, 2002, págs. 164-180. 35 Ver su obra mayor inconclusa, Carl Von Clausewitz, De la guerre, París, Editions de Minuit, 1955.

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neutralidad entre los civiles con el propósito de construirse una imagen del campo adverso (aunque pueda ser inexacta) y de reducir los factores de incertidumbre propios de la “atmósfera”36 de la guerra (Colombia, Argelia, Sierra Leona, etc.). La violencia necesita una imagen del enemigo para desplegarse, autolegitimarse y cohesionar al grupo armado. Por eso, cualquier individuo que no colabore es un sospechoso a priori y un objetivo potencial de la confrontación. Lo que significa que el espectro de definición del enemigo se esté dilatando cada vez más: la figura del soldado “regular” coexiste hoy con las facciones armadas privadas y los civiles, sin que se sepa siempre dónde se sitúan las fronteras entre estas categorías.

Las prácticas y modalidades de violencia armada A este panorama descentralizado de la guerra corresponde una atomización de las prácticas y modalidades de la violencia. Siguiendo los planteamientos de algunos analistas, los actores de los conflictos se habrían vuelto más violentos y cruentos, en particular con las poblaciones civiles, tras la disolución del antagonismo “este-oeste”37 un poco como si la “Guerra Fría” hubiese contenido los excesos de fuerza. Semejantes comentarios presentan lo que podríamos llamar “un defecto de análisis retrospectivo”: las consecuencias destructoras de la violencia de la época de la “Guerra Fría” son aminoradas con la intención de acentuar los aspectos cruentos de los conflictos actuales. Obviamente, es olvidar que la rivalidad “este-oeste” no puede ser eximida de excesos en el uso de la violencia y que los grupos armados dependientes de la ayuda externa de las grandes potencias no eran fuerzas “delegadas”38 disciplinadas y respetuosas del Derecho Internacional Humanitario o de los Derechos Humanos. Es más, todos los períodos de conflictos armados han conocido episodios de masacres39 y atrocidades, perpetradas contra los soldados y/o los civiles. No es inútil recordar que la violencia dirigida contra las poblaciones no es la exclusividad de la “posguerra fría”. La historia de la

36 Ver al respecto, Ibid, pág. 89. 37 Jean-Louis Dufour, “Un siècle belliqueux : Périodisations, comparaisons”, en Espaces Temps, no. 71-72-73, 1999, págs. 21-34. 38 Sobre el tema de las fuerzas “delegadas”, ver Jean-Louis Dufour & Maurice Vaïsse, La guerre au XXe siècle, París, Hachette, 1993, págs. 180-93. 39 Sobre la noción de “masacre”, ver las reflexiones de Jacques Sémelin. Jacques Sémelin, “Penser les massacres”, en Revue Internationale de Politique Comparée, no. 1, volumen 8, primavera, 2001, págs. 7-22.

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guerra abunda en hechos que van en este sentido, aunque apenas la historiografía se está interesando con dedicación en el tema de la victimización de las poblaciones en tiempo de conflicto. Refiriéndonos a ejemplos lejanos, basta pensar en las guerras de los cien años entre Inglaterra y Francia (entre aproximadamente 1337 y 1453) o de los treinta años en los territorios germánicos (1618-1648), las cuales son a veces consideradas como la antesala de los conflictos armados del siglo XX que generalizaron las agresiones armadas contra las poblaciones civiles40. Las dos conflagraciones mundiales, los movimientos de colonización violenta, la represión contra las aspiraciones independentistas al igual que las prácticas de crueldad de unos grupos armados en los conflictos alimentados por la confrontación “este-oeste”41 conducen a no extrapolar demasiado sobre el carácter supuestamente novedoso o recrudescente del uso de la violencia contra los civiles en la “posguerra fría”. En vez de indagar sobre la intensidad de la coerción armada contra los civiles, preferimos recalcar costumbres en las prácticas de la violencia sin pretender seguir enfoques culturalistas. Análisis recientes han constatado la abundancia de las armas en circulación y disponibles en los espacios en guerra42. El largo abanico de las armas determina en parte las prácticas de la violencia. Es indiscutible que la sofisticación tecnológica aumenta la precisión, el alcance y el poder de destrucción del armamento. No obstante, las matanzas en Argelia y Ruanda, donde se ha asesinado numerosas poblaciones con armas blancas, recuerdan que es posible eliminar a mucha gente en poco tiempo con artefactos rudimentarios. Lejos de los escenarios de guerra computarizada denominada “posmoderna”43, desde un punto de vista tecnológico, el no uso de armas de fuego y de larga distancia propicia la cercanía física entre el actor y la víctima de la violencia. Lo que abre la puerta a las sevicias corporales-psicológicas y a

40 Ver uno de los pocos trabajos colectivos sobre el tema, Mark Grimsley y Clifford Rogers (eds.), Civilians in the path of war, Lincoln/Londres, University of Nebraska Press, 2002. 41 Caso de la guerrilla de la Resistencia Nacional de Mozambique que se singularizó por sus métodos de violencia particularmente cruentos. Geffray, 1991, op. cit. 42 Jeffrey Boutwell y Michael Klare (eds.), Light weapons and civil conflict, Lanham/Boulder/Nueva York/Oxford, Rowman y Littlefield Publishers, 1999. 43 Chris Hables Gray, Post-modern war, Nueva York, The Guilford Press, 1997.


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

la tortura44 en una relación de frente a frente. Esta cercanía se enmarca a menudo en un fenómeno de proximidad más amplio entre las organizaciones armadas y las víctimas de la guerra. En Sudán, Argelia, Angola, la ex Yugoslavia o Colombia, la “internalización” de las dinámicas de guerra ha generado una proximidad bélica social, espacial, política, cultural, etc. entre las poblaciones y los protagonistas en conflicto que instrumentalizan en algunas circunstancias los efectos del terror para imponerse, como lo veremos más adelante. Se habla así de guerras entre “vecinos” o “hermanos” en referencia a estos conflictos que inciden en la intimidad de los lazos familiares y sociales y destruyen los espacios públicos del Estado nación. En las guerras de proximidad donde la sofisticación de las armas no es el parámetro primordial para comprender el desarrollo del conflicto, las prácticas de violencia se acompañan, en repetidas ocasiones, de una voluntad de infligir sufrimiento al enemigo. No se trata únicamente de eliminarlo, sino de posesionar y destruirlo moralmente, como lo ilustraremos a continuación cuando abordemos el tema del terror. El sufrimiento intencional puede sustentarse con representaciones “deshumanizantes” (animalización, satanización, etc.) e inferiorizantes que permiten justificar e intensificar el ejercicio de la violencia de masa45. Víctimas y actores de la guerra terminan comunicándose en la deshumanización en una espiral recíproca que busca deslegitimar al otro y negarle su identidad: las víctimas son descritas bajo los rasgos de animales e insectos repugnantes; los verdugos son asimilados a monstruos o bestias sin humanidad (ex Yugoslavia, Ruanda). Se manifiestan también formas de sufrimiento y deshumanización en los escenarios de conflicto que valoran la utilización de armas sofisticadas que favorecen la guerra blindada, aérea y computarizada. Por ejemplo, las poblaciones afganas y palestinas ven respectivamente a las tropas estadounidenses e israelíes como (super)fuerzas robotizadas casi inalcanzables con una inconmensurable capacidad de destrucción; por su parte, dichas tropas cuentan con la tecnología para evitar los contactos y crear

44 Para un ejemplo de política de la tortura como técnica de guerra, ver Raphaëlle Branche, La torture et l’armée pendant la guerre d’Algérie, 1954-1962, París, Gallimard, 2001. 45 Ervin Staub, The roots of evil: The origins of genocide and other group violence, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, págs. 100-108 en particular.

una distancia física y sicológica con sus víctimas que pueden ser así fácilmente asimiladas a unos blancos sin rostro humano46.

De la dificultad de aprehender el terror

El terror: trayectorias de una noción “nómada” El terror ocupa un papel “pivote” dentro del horizonte fragmentado de la guerra como lo veremos en la tercera parte del artículo. Pero antes de esto, es conveniente dibujar unos límites conceptuales alrededor de la noción maleable de “terror” que no se presta a una definición rígida. Con el pretexto de ser polisémica, la idea de “terror” no debe llevar a renunciar a cualquier principio de inteligibilidad. Al igual que la guerra, pertenece a las nociones recurrentes en ciencias sociales y políticas, las cuales parecen tener espontáneamente un significado. Pero a la hora de precisarlas, son de una inmensa inconsistencia. No obstante, intentemos darle unos fundamentos en un momento en que la retórica y el imaginario del terror se divulgan con una gran acuidad en diversos círculos académicos, periodísticos y políticos, a raíz de los atentados del 11 de septiembre. En una acepción psicológica o psiquiátrica que hemos excluido del presente estudio, el terror remite a un miedo extremo con repercusiones y secuelas discapacitantes (pérdida de memoria, alteración de las facultades auditivas o gustativas, etc.). En las situaciones de guerra, tanto las víctimas como los actores de la violencia sufren por ejemplo “terrores nocturnos” que son una de las expresiones de lo que los especialistas llaman el “síndrome postraumático”, es decir una reacción consecutiva a una “catástrofe” (acontecimiento) emocional (testigo de una muerte, víctima directa de atentados o torturas, etc.) provocada por un entorno hostil. En una configuración más política, el terror instituye una forma de miedo con efectos de control, parálisis y fragmentación sociales. Este enfoque fue conceptualizado en el año 1790, para designar la violencia desatada con el propósito de contrarrestar la ola de oposición a la Revolución Francesa47. La noción de terror fue entonces

46 Sofsky, 1998, op. cit. pág. 163. 47 Sobre la violencia societal precedente y consecutiva a la Revolución Francesa, remitimos a Jean-Clément Martin, Contre-Révolution et nation en France, París, Editions du Seuil, 1998.

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vinculada a una manera de gobernar48. Posteriormente, el terror ha experimentado variaciones semánticas y ha sido de un empleo repetido, incluso para determinar hechos anteriores a este período revolucionario. Acordémonos así de la epopeya de los grupos religiosos ismaelíes, también llamados “los Asesinos”, que asediaron parte de Irán y Siria entre los siglos XI y XIII49. A lo largo del siglo XX, el terror se manifestó en una multitud de situaciones conflictivas y fue poco a poco asimilado a una verdadera arma de guerra. Sin hablar del papel que tuvo en los dos conflictos mundiales, se singularizó en los movimientos de descolonización donde fue instrumentalizado como una técnica para lograr la independencia (Argelia, entre otros). También se evidenció en contextos de lucha separatista (País Vasco, Irlanda del norte y Sri Lanka) y confrontaciones internas de tipo revolucionario50 complicadas, o no, por el juego de la rivalidad “este-oeste” (Angola, Centroamérica, Perú, etc.). En los años sesenta, se agudizaron los actos de terror internacional con una fuerte connotación nacionalista y/o religiosa y con un anclaje territorial a veces más precario que en los casos ya citados, a imagen de la violencia cometida en nombre de las causas armenia y palestina. En paralelo, el terror se volvió un recurso privilegiado por los Estados (terror fomentado desde “arriba”), en particular autoritarios, para reprimir, intimidar y/o presionar a los pueblos (Myanmar, ex Zaire, etc.). En América Latina, fue una piedra angular de la guerra contra el “enemigo comunista” en los regímenes militares que implementaron la “doctrina de seguridad nacional” importada, con grandes variantes nacionales, desde Estados Unidos (Centroamérica, Argentina, Chile y Paraguay, ante todo). En la segunda mitad del siglo XX, la noción de “terror” también fue introducida en la teoría de las relaciones internacionales, ante todo en los escritos acerca de la disuasión nuclear. Por sus capacidades de aniquilación social, casi instantáneas que incrementan irremediablemente los costos de una confrontación, las armas nucleares han instaurado una situación de no agresión directa entre las grandes potencias y sus aliados. Con esta clase de armamento, el terror ha adquirido un alto grado de abstracción. En efecto, a excepción de los bombardeos estadounidenses destinados a obligar a Japón a poner fin a la Segunda

48 Isabelle Sommier, Le terrorisme, París, Flammarion, 2000, pág. 10. 49 Khosrokhavar, 2002, op. cit., págs. 45-47. 50 Sommier, 2000, op. cit., pág. 17.

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Guerra Mundial en Asia (terror persuasivo), el terror nuclear no ha sido hasta ahora “postevento” a diferencia de otras formas de violencia aterrorizante. La sola perspectiva de una deflagración atómica ha sido suficiente para impedir el estallido de una contienda entre potencias nucleares (terror disuasivo). En otras palabras, el terror nuclear con valor disuasivo no se ha fundamentado en el empleo efectivo de la fuerza, sino en su amenaza y cálculos acerca de su eventual uso que plantea la posibilidad de una destrucción mutua con el enemigo. Hoy, el concepto de disuasión nuclear no se ha desvanecido. Sin embargo, ha sido cuestionado por las probabilidades de proliferación, confrontación y atentados nucleares que se predican para el futuro, abriendo la perspectiva de nuevos escenarios de terror. Además, tras los atentados del 11 de septiembre y su hipermediatización, se ha asistido a una escalada de comentarios sobre la transnacionalización y los riesgos de terror asociados a las otras armas de destrucción masiva51. Estos ataques han puesto de relieve, de manera contundente, la vulnerabilidad de las sociedades confrontadas a unos enemigos descentralizados que tardan en mostrar su rostro y sus intenciones. El terror procedente del 11 de septiembre ha concurrido a nutrir y renovar las políticas de seguridad52 en el mundo de la posguerra fría que brilla por su propensión a producir riesgos sin amenaza manifiesta. Vinculando la idea de un sistema internacional inestable, peligroso y poco visible, analistas y hombres políticos han hecho del “terrorismo”, que es una técnica de lucha violenta, un enemigo. Cabe precisar que resulta problemático llevar a cabo una guerra contra una táctica sin haber identificado claramente a sus autores. Se hace la guerra contra enemigos, no contra formas de violencia difusas. Indudablemente, los discursos que han declarado la guerra al “terrorismo” están en busca de nuevas figuras adversas que son indispensables para elaborar estrategias de

51 Entran en esta clasificación, las armas nucleares, biológicas y químicas. Para una presentación de estas armas y su posible proliferación, ver por ejemplo Pierre Lellouche, Guy-Michel Chauveau y Aloyse Warhouver (relatores), Rapport d’information sur la prolifération des armes de destruction massive et de leurs vecteurs, París, Commission de la Défense Nationale et des Forces Armées, Assemblée Nationale-La Documentation Française, 2000. 52 Pierre Hassner, “L’action préventive est-elle une stratégie adaptée ?”, en Esprit, no. 287, agosto-septiembre, 2002, págs. 72-86.


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

defensa y seguridad. “Huérfanos” de la Guerra Fría, que había permitido identificar dos polos antagónicos, muchos países tratan hoy de reconstruir una figura del enemigo en un mundo multipolar con la retórica de la guerra “contra el terrorismo” y toman el riesgo de asociar y catalogar bajo la misma apelación (“terrorismo”) grupos armados y fenómenos de una gran heterogeneidad.

Algunos mecanismos de estructuración y difusión del terror Estas consideraciones genéricas no ayudan a contestar una pregunta aparentemente sencilla: ¿cómo se estructura y difunde el terror? En un plan colectivo, el terror traduce un estado de miedo exacerbado que acarrea a la vez, y de manera ambigua, sentimientos que pueden ir más allá de la parálisis y el rechazo, dado que son susceptibles de generar actos de venganza y rebeldía. En tiempo de guerra, el terror se conforma a partir de acciones violentas o su amenaza. Aquí, intervienen dos componentes fundamentales en la constitución del terror: la incertidumbre y la sorpresa53. La incertidumbre y la sorpresa son de distinta índole. Distingamos en primera instancia la sorpresa y la incertidumbre derivadas de la tecnología utilizada para distribuir la muerte y el miedo. Por ejemplo, los atentados del 11 de septiembre han sorprendido por los medios utilizados y han servido de pretexto para reflexionar en torno a la diversidad de los recursos tecnológicos, no necesariamente diseñados con fines bélicos, hoy a la disposición de los actores violentos que sorprenden por su ingeniosidad para procurarse o “inventarse” instrumentos de terror. Por extensión, dichos atentados han permitido especular sobre la diseminación y el uso futuro e incierto de las armas de destrucción masiva que estarían al alcance de grupos armados privados y de Estados54. Además de la incertidumbre y la sorpresa tecnológicas, el terror cuenta con el factor tiempo para conformarse y ser rotundo. El carácter imprevisible de las acciones violentas,

53 Sobre la importancia de estos dos parámetros en el desarrollo de la guerra moderna, véase la estimulante reflexión de Robert Leonhard, Fighting by minutes: Time and the art of war, Westport, Praeger Publishers, 1994. 54 Los países occidentales, entre los cuales Estados Unidos, temen en un futuro próximo la diseminación y el uso de armas biológicas y químicas cuyos procesos de elaboración son globalmente menos dispendiosos que para los arsenales nucleares.

concentradas o diluidas en el tiempo concurre a aumentar la sorpresa entre las poblaciones afligidas y a crear incertidumbre en cuanto a su eventual repetición. El juego temporal de estas dos variables (sorpresa e incertidumbre en el tiempo), se ilustra en la obsesión de seguridad patente entre los estadounidenses después del 11 de septiembre de 2001. Por último, queremos enfatizar en las dimensiones socio espaciales de la incertidumbre y de la sorpresa. El terror tiende a territorializarse fuertemente a medida que los grupos armados ejercen un control creciente y duradero sobre regiones o zonas habitadas. Ahora bien, la escenografía actual de la violencia demuestra que la territorialización del terror es cada vez más escasa y aleatoria, sobre todo por la movilidad de sus actores, lo que incrementa los niveles de sorpresa e incertidumbre. Se nota un distanciamiento, o un divorcio, entre la territorialización y la espacialidad del terror. Esta espacialidad se diferencia de un contexto a otro y según los actores de la violencia. Afinemos la argumentación con algunos casos. Para poner en perspectiva el terror en las guerras internas, señalemos que la selección de los blancos se efectuó con un referente espacial evidente en los ataques a Estados Unidos en 2001, aunque sus autores recurrieron a medios desterritorializados y se organizaron en redes flexibles. En una actitud de desafío de gran magnitud simbólica, los autores de los atentados procuraban golpear a los estadounidenses en sus centros políticos y económicos vitales y ponerlos en una postura de mayor inseguridad y vulnerabilidad ante el mundo. En los atentados sacrificios -que desarrollaremos más adelanteperpetrados por los palestinos en su combate contra Israel, son los espacios “vividos”55, preferiblemente civiles, los blancos de predilección escogidos por los candidatos a la muerte que libran una guerra de territorialización indecisa y precaria. En Irlanda del Norte o en España, las técnicas de “carro bomba” atestiguan también la desterritorialización de ciertas prácticas de violencia aterrorizantes desarrolladas por los grupos armados que no controlan significativas partes de las zonas donde operan. Las agresiones “metódicas” contra los cuerpos de las víctimas son un elemento adicional de desterritorialización del terror.

55 Noción de geografía social. Ver por ejemplo, Guy Di Méo, L’homme, la société, l’espace, París, Anthropos, 1991, págs. 116-211.

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Dentro del proceso de expansión de la violencia hacia los civiles, los cuerpos han sido marcados, desmembrados y maltratados con frecuencia, para causar sentimientos difusos de terror entre las poblaciones atrapadas en la incertidumbre y la sorpresa. Los cuerpos son, en este sentido, la prolongación y/o el sustituto de los territorios del enemigo que no se pueden atacar ni controlar con firmeza. Se han vuelto los espacios de proyección del terror que se inclina en muchos aspectos hacia la desterritorialización. Tras haber destacado la pluralidad de la incertidumbre y la sorpresa inherentes al terror, profundicemos en el análisis. El terror requiere mecanismos para estructurarse y circular en el cuerpo social con el fin de tener un efecto de “resonancia” y acceder al estatuto de violencia social. Reclama previamente teatralizar la violencia y presupone formas de destrucción y eliminación (primeros blancos) para luego afectar a otros grupos poblacionales56 (objetivos finales). Es decir, que necesita testigos y un amplio público para dispersarse en el tejido social. Todos los actos de violencia que atenten contra la integridad física y/o moral pueden originar terror que se inscribe en varios repertorios de acción y recorre múltiples caminos. Entre éstos, se destacan: los atentados, los asesinatos selectivos, las masacres, la tortura, las amenazas, el secuestro y los ataques a la infraestructura de un país. El terror se apoya en interacciones cotidianas y, en una época moderna de globalización intensificada, en canales de comunicaciones para diseminarse y encontrar un largo público. Dependiendo de la colectividad humana considerada, la receptividad al miedo no es uniforme ni total. La permeabilidad al miedo es sujeta a distintas variables. Citemos en desorden: la indiferencia y la costumbre de la violencia; la legitimidad y el respaldo popular de los actores armados; la creencia en las instituciones estatales para asegurar la protección de los ciudadanos; la cohesión social; y la capacidad de movilización y reacción de la sociedad civil. En resumidas cuentas, el terror solicita dispositivos comunicativos, donde los juegos de mediaciones, el poder de las imágenes y los rumores conforman la “atmósfera” de numerosas guerras, y se constituyen, por excelencia, como vías de transmisión del terror.

56 Sommier, 2000, op. cit., págs. 20-22.

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Terror y terrorismo: entre similitud y confusión ¿Cómo se articula entonces lo que se suele llamar el “terrorismo” con el terror? Cuando no es empleado como sinónimo del terror, el “terrorismo” corresponde en teoría a las tácticas o técnicas violentas que participan en la transmisión del miedo. A raíz de los atentados del 11 de septiembre, la palabra “terrorismo” ha irrumpido con fuerza en los discursos sobre la seguridad y el imaginario de la guerra. Su uso ha sido objeto de una inflación exponencial que hace del terrorismo una noción algo “vacía” de significado y particularmente problemática57. Sirve de manera genérica y equívoca para definir casi todas las situaciones de violencia armada. Además, desde la Segunda Guerra Mundial ha tenido un creciente tono negativo divulgado por las autoridades oficiales para deslegitimar a los grupos no legales que atentan contra su autoridad y sus intereses (Argelia en la descolonización, Perú con Sendero Luminoso, Colombia hoy, administración del presidente G. Bush en su lucha contra Al Qa’ida, etc.). A pesar de estas limitaciones iniciales, tratemos de aproximarnos a su núcleo conceptual. Aunque la frontera entre el terror y el terrorismo es eminentemente porosa y fluida, podríamos atrevernos a decir que el terror remite a una situación de miedo efectiva o planeada mientras que el “terrorismo” se refiere a los medios y registros de acción dinámicos que pueden encaminar a dicha situación. El terror no es irremediablemente el producto de tácticas que, en sus intenciones, pretenden difundir un miedo social, es decir del terrorismo. Es más bien el fruto de numerosas variables correlacionadas: magnitud de la violencia, “debilidad” psicológica de las víctimas, cotidianidad de los actos de coerción, etc. Explotando todos los mecanismos posibles de difusión del miedo y los factores sorpresa-incertidumbre ya mencionados, el “terrorismo” consiste en unas operaciones teatralizadas circunscritas en el tiempo y el espacio con efectos maximizadores o amplificadores sobre el tejido social. Con pocos recursos, el “terrorismo” aspira a tener un gran impacto psicológico (miedo) para crear importantes fenómenos de zozobra e inercia gracias a las redes de comunicación y las interacciones entre la población (papel de los rumores, testimonios, etc.). En los estudios militares, esta noción de maximización se

57 Didier Bigo, “L’impossible cartographie du terrorisme”, Dossier “Terrorisme”, sitio de la revista Cultures & Conflits. Texto disponible en: www.conflits.org [consulta: diciembre de 2002].


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

correlaciona con el principio de “economía de fuerzas” que no aboga por involucrar y agotar de una vez todos los recursos y medios de lucha disponibles58. Por el contrario, busca desgastar y debilitar al enemigo con técnicas, de terror por ejemplo, que saben “destilar” la violencia en el cuerpo social sin exponer demasiado ni comprometer muchas energías. Entonces, el “terrorismo” no es más que un mensaje expresado y valorizado gracias a formas de violencia que se exhiben deliberadamente en toda su brutalidad. Busca mediaciones59 que sean institucionales con el secuestro o el asesinato de figuras políticas, técnicas por intermedio de los sabotajes o antipoblaciones con las masacres y los secuestros masivos, por ejemplo. En vez de decir “terrorismo” deberíamos hablar de relaciones terroristas entre unos actores violentos y su entorno. Gracias a las mediaciones, los protagonistas del “terrorismo” (la desprestigiada Vulgata de los “terroristas”) quieren presionar, vulnerabilizar y paralizar parcial o totalmente a los gobernantes y a los pueblos. Los “terroristas” pretenden también anular, o por lo menos fragmentar, los lazos sociales y la solidaridad entre las poblaciones y el poder legal, demostrando que éste es incapaz de garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos (Colombia). Estos objetivos son parciales e intermedios ya que los “terroristas” persiguen otros fines políticos, identitarios y económicos, difícilmente descifrables para los observadores que se limitan a menudo a constatar las manifestaciones espectaculares de la violencia y los daños y sufrimientos que el terror implica. Sin embargo, esta presentación de las relaciones “terroristas” suscita varias objeciones e interrogantes. Por simplicidad, aludiremos a tres de éstos. Por un lado, hoy en día entran en la condición de “terrorismo” la mayoría de los actos coercitivos cometidos por los grupos ilegales sin que haya siempre debates de fondo sobre la validez de la noción en sí, ni una contextualización de la violencia. Por otra parte, las prácticas terroristas no logran sistemáticamente instaurar un miedo duradero, sino temporal y disperso. Es más, estimulan la movilización activa contra sus autores con la indignación, la ira, los ciclos vengativos y la represión militar por parte de las

58 El principio de economía de fuerzas ha sido explicitado, entre otros, por el Mariscal Foch, Des principes de la guerre, París, Imprimerie Nationale Editions, 1996, págs. 143-197. 59 François-Bernard Huyghe, “Cadavres dans le salon: Image, stratégie, terreur”, junio de 2002. Documento disponible en : www.strategicroad.com [fecha de consulta: octubre de 2002].

fuerzas del Estado. Por último, la calificación de “terrorismo” opaca a menudo las motivaciones de los grupos violentos que no quieren sembrar metódicamente terror ni paralizar los espacios sociales. En esta óptica, podemos preguntarnos si los responsables de las masacres en Argelia, Colombia o la ex Yugoslavia pueden siempre ser clasificados de “terroristas”. En estos escenarios de guerra, ¿prepondera la voluntad de inmovilizar e intimidar o más bien de eliminar a la población? De pronto, lejos de excluirse, estos móviles se suceden o se mezclan para explicar la trama de la violencia que origina fenómenos de terror circulares. Solo un análisis preciso de las estrategias y de las prácticas de la violencia permite dar elementos de respuesta a esta cuestión que discute finalmente la pertinencia de la noción. El hecho es que ante su banalización en los comentarios sobre la violencia de la “posguerra fría”, el terrorismo se ha desvalorizado en calidad de herramienta conceptual. Por lo tanto, preferimos volver a la idea, tal vez más estática, pero menos problemática de terror, que podemos desarticular en cinco ramas: la intencionalidad de los actos de terror correlacionados con fines (terror estratégico); los resultados de estos actos que, en los hechos, pueden diferir de las expectativas y de la utilidad esperada del uso de la coerción; las manifestaciones de un terror más atomizado y anómico60; los discursos oficiales que rodean la implementación del terror; y las percepciones del terror contemplado desde el punto de vista de las víctimas. Estos estratos de análisis son de cierta utilidad a la hora de indagar en las complejas interacciones entre las modalidades de la guerra y el terror.

Interacciones entre las modalidades de la guerra y del terror

La destrucción y posesión de los cuerpos El estudio de las guerras actuales recalca la importancia del cuerpo en las prácticas de violencia, y de terror en particular. En Angola, Argelia, Ruanda, Sierra Leona, Colombia y la ex Yugoslavia, la dispersión de los cuerpos de las víctimas ha tomado grandes proporciones, la cual no deja de interpelar al analista y se presta para interpretaciones divergentes. La exposición de los cuerpos en diferentes lugares públicos

60 Para el caso colombiano, ver Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Espasa, 2001, págs. 187-225.

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puede marcar a la vez el desprecio por la vida humana, la intensidad de las contiendas armadas, la rapidez en la ejecución de estas acciones que no permitieron llevarse y sepultar a los cadáveres o aún una estrategia que consiste en exhibir las víctimas a la sociedad (demostración de fuerza para intimidar). La simple vista de los cuerpos puede engendrar sentimientos de terror entre las poblaciones. No obstante, el terror producido en el tejido social no responde inevitablemente a estrategias implementadas por los grupos bélicos (desfase entre las finalidades de la violencia y sus repercusiones). Cuando el terror se enlaza con planes de parálisis del tejido social o de dominación, reviste intencionalidad, es decir, dimensiones estratégicas61, y se convierte en una herramienta de guerra. Se acentúan las funciones de teatralización y comunicación en la violencia, y finalmente su carga simbólica y comunicativa. La guerra y el terror confluyen para transmitir mensajes donde el reparto espacial de los cuerpos cumple con una clara labor de información en la violencia. Los cuerpos son así mutilados, desmembrados y deformados antes de ser exhibidos (Angola, Colombia, Liberia, Sierra Leona...) para tener un gran impacto en el tejido social. Considerando su valor estratégico (económico, político, moral, militar y logístico) ya destacado, las poblaciones se han vuelto los principales “centros de gravedad” de las confrontaciones y los blancos de las mediaciones violentas entre actores armados. Asaltar a los pueblos no es únicamente una estratagema de guerra para debilitar al adversario y acumular fuerzas difundiendo terror sino también una señal enviada al entorno. Por un lado, se trata de romper, prevenir e impedir las afinidades entre la población y el enemigo (terror represivo o disuasivo). Por otra parte, es cuestión de mostrarle al rival que es costoso seguir luchando e impensable ganar la guerra (terror intimidante y desmoralizante). En oposición con el arquetipo de guerra “trinitaria” (que hace una diferencia entre el poder político, el ejército y la población) pensada por Clausewitz entre los siglos XVIII y XIX cuando los soldados eran los mayores protagonistas y damnificados de los combates62, los grupos armados de hoy libran, en muchos conflictos, una guerra por cuerpos

61 La noción de “estrategia” ha sido desarrollada en numerosos trabajos en ciencias sociales. Ver por ejemplo, Michel Crozier y Erhard Friedberg, L’acteur et le système, París, Editions du Seuil, 1977.

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interpuestos entre las poblaciones. Pulverizan la “trinidad” de la guerra en la medida en que ataca a cualquier componente de esta trilogía, erosionando su cohesión. Parecen también aplicar el principio de “economía de fuerzas” al tratar de acumular poderío en detrimento del enemigo y de los civiles sin exponerse con exceso al fuego adverso y comprometer energías en confrontaciones directas seguidas. Cabe resaltar que las agresiones contra los cuerpos son a menudo la huella de estrategias de posesión y de demostración de fuerza. Se trata de destruir, dejando huellas y emitiendo un mensaje en el entorno. Las prácticas de tortura, por ejemplo, le quitan y niegan su identidad a la víctima con la brutalidad y el terror procedentes de la degradación psicológica y física del cuerpo. Los métodos de tortura pueden ser asimilados a procesos de sujeción y deconstrucción del otro63, obedeciendo a esquemas de control socioespacial que pasan a veces por una política de destrucción y eliminación masiva como lo desvelan la doble política de exterminación y desplazamiento interno llevada a cabo por el régimen “khmer rojo” contra la población en Camboya64 y la “cacería de hombres” organizada por los hutus contra los tutsis en Ruanda65. En una publicación anterior66, sosteníamos que los autores del genocidio rwandés de 1994 (poder oficial, milicias y campesinos hutus) se habían esforzado por contraer el tiempo de las matanzas con el objetivo de asesinar al mayor número de personas en pocas semanas. Recordando que este genocidio se alejó de la visión clásica de la guerra con una sistematización de las agresiones contra los pueblos tutsis, es importante recalcar que el terror no fue globalmente pensado como un modo de control colectivo estable y masivo. Para los autores de las matanzas, fue más bien un soporte a los actos de destrucción y “posesión” de

62 Tipo de guerra cuestionado por Martin Van Creveld, La transformation de la guerre, París/Monaco, Editions du Rocher, 1998. 63 Elaine Scarry, The body in pain: The making and unmaking of the world, Oxford, Oxford University Press, 1985, págs. 60-62. 64 Sobre el sistema de violencia y terror desarrollado por la administración “khmer rojo”, véase Ben Kiernan, Le génocide au Cambodge 1975-1979, París, Gallimard, 1998, en particular págs. 306-454. 65 Para una contextualización histórica del genocidio, remitimos a Gérard Prunier, The rwanda crisis 1959-1994: History of a genocide, Londres, Hurst y Company, 1995. 66 Eric Lair, “El terror, recurso estratégico de los actores armados: Reflexiones en torno al conflicto colombiano”, en Análisis Político, no. 37, mayo-agosto, 1999, págs. 64-76.


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

los grupos hutus, en un proyecto de aniquilación del otro (el terror permitió limitar los desplazamientos y amontonar a los tutsis antes de ejecutarlos, los puso en posición de inferioridad ante sus verdugos, etc.). Las víctimas, por su parte, vivieron durante semanas en un profundo estado de terror que fue una de las resultantes de la magnitud de la violencia y del “espectáculo” ofrecido por los cuerpos descuartizados y abandonados sin sepultura. Complementemos esta visión siguiendo el hilo conductor del terror. Ciertos estudios67 han demostrado que en algunas circunstancias –minoritarias– los hutus dejaron voluntariamente sobrevivientes para que relataran las masacres. De esta manera, los perpetradores de la violencia legaron una herencia del horror y del terror para marcar a futuras generaciones tutsis. Ilustremos este propósito con el tema de las violaciones. Al igual que en la ex Yugoslavia, la violación de las mujeres tutsis se transformó en un arma de guerra con una evidente “misión” aterrorizante. Se estima que unas 200.000 tutsis fueron violadas en esa época, a veces en público. La violación fue la oportunidad de aterrorizar al otro y humillarlo. Hizo parte de un proyecto de destrucción identitaria en una relación de “proximidad” o cara a cara con el enemigo: el cuerpo fue tratado y despreciado como si fuese un objeto o una figura de la animalidad; se buscaba alterar su integridad y deshumanizarlo. En varios casos, tras ser violadas, las mujeres no fueron asesinadas para que atestiguaran el terror que vivieron y se sintieran avergonzadas de haber sido penetradas y poseídas. Algunas de ellas fueron conscientemente dejadas embarazadas por los hutus. Embarazar por la fuerza a las mujeres actuó en un doble registro simbólico: la alteración y la purificación del otro. Los embarazos representaron una vía para afectar la descendencia de los tutsis y “purificar” al bando enemigo al introducir genes hutus en los cuerpos. Las prácticas sexuales forzadas tuvieron una función de guerra adicional ya que muchas mujeres violadas fueron contaminadas por el virus del sida. Las violaciones han sido entonces equivalentes a una muerte lenta para las víctimas cuando no fueron inmediatamente asesinadas después del acto sexual. Con embarazo o sin este, estas sevicias sexuales han sido un canal de transmisión de infección viral, de sufrimiento psicológico y corporal y de muerte entre generaciones.

67 Ver por ejemplo las investigaciones que se pueden consultar en el sitio: www. hri.ca [consulta: noviembre de 2002].

En todos estos aspectos, el terror se ha combinado con una variedad de sentimientos difusos y contradictorios (humillación, pérdida de identidad, impotencia ante la brutalidad de la violencia, ánimo de venganza, etc.) y se ha dilatado en el tiempo, creando continuidades entre el pasado, el presente y el porvenir de la población tutsi (terror capilar y circular). Para concluir sobre este parte acerca de la simbólica de los cuerpos, es menester señalar la importancia de los usos del terror en el interior de las organizaciones armadas y el papel desempeñado por las prácticas de antropofagia constatadas en varios conflictos internos (Mozambique, Angola, Sierra Leona, etc.). Los castigos corporales y los asesinatos intraorganizacionales, cometidos en presencia de los demás miembros del grupo, pretenden mantener una disciplina y una cohesión por el uso de la coerción y el terror. Remiten al cumplimiento de las reglas, a la administración de la justicia y al código de honor de las facciones armadas. En Mozambique, por ejemplo, la guerrilla de la RENAMO68, en pelea contra un gobierno de inspiración comunista, se distinguió en los años ochenta por recurrir a las prácticas de crueldad con el propósito de sancionar de forma ejemplar y aterrorizante las insumisiones y los intentos de deserción o aun de “integrar” a los recién reclutados. En cuanto a la antropofagia, surge en dos grandes contextos socio estratégicos bélicos. En primer lugar, ésta se asemeja precisamente a “ritos” de entrada que ambicionan estimular la integración de los combatientes a las filas de los grupos armados: forzar a los recién reclutados a cocinar y comer seres humanos, sobre todo sus familiares, permite de-socializarlos por el terror con el fin de debilitarlos emocionalmente y luego vincularlos a la organización. La idea radica en deconstruir el ámbito social y afectivo de los individuos para recuperar y acogerlos dentro de la entidad armada (terror con vocación inclusiva) que debe ser su principal espacio de socialización69 (procesos de socialización en la guerra precarios y efímeros ya que la amenaza de muerte es permanente). En otras oportunidades, se identifican conductas antropófagas impuestas por los actores violentos a la

68 Resistencia Nacional de Mozambique. Para un relato histórico de este grupo guerrillero y del conflicto armado en general (1976-1992), ver Malyn Newitt, A history of Mozambique, Bloomington, Indiana University Press, 1995. 69 El ejemplo de la guerra mozambiqueña fue elocuente al respecto, ver Geffray, 1991, op. cit., págs. 93-116.

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población o a sus rivales armados para romper su voluntad de lucha. Se trata de provocar una “catástrofe” traumática que hace intervenir sentimientos de terror, desolación, sufrimiento y autodesvalorización consecutivos al consumo de órganos humanos70. Semejantes acciones apuntan a conseguir la paz y la homogeneización de los territorios, o por lo menos a evitar la resistencia de los pueblos ante la imposición de un orden armado.

Las desapariciones forzadas de poblaciones En contraste con esta “orgía” de cuerpos, ciertas modalidades de la violencia se singularizan por la desaparición de éstos. A la abundancia sucede la ausencia de cuerpos, la cual propicia la incertidumbre, la sospecha, la desconfianza, la imposibilidad de entrar en luto y el terror. En la “Guerra Fría”, las técnicas de desaparición forzada hicieron parte del dispositivo coercitivo de los Estados latinoamericanos, por ejemplo, en su contienda contra el “enemigo interno comunista” (Chile, Argentina, Centroamérica, etc.). Por su carácter aleatorio y sorpresivo, las desapariciones abrieron el paso a la propagación de un terror a menudo fomentado desde “arriba”. A lo largo de esos años, el terror fue para los aparatos estatales un elemento de control social y de fragmentación de las redes de solidaridad. Con regularidad, las desapariciones forzadas coexistieron con otros modos de coerción y de terror como las amenazas, los desplazamientos de poblaciones, los asesinatos selectivos y las políticas de exterminación71, aunque en la Argentina de los años de la dictadura militar, los secuestros fueron tan sistemáticos que lograron dominar el panorama general de la violencia estatal72. Hoy en día, el terror asociado a las desapariciones coercitivas se inserta en la privatización y la descentralización de la violencia vigente en múltiples conflictos armados: se desinstitucionaliza. Las

70 Dejamos de lado los casos de antropofagia donde los consumidores se fortalecen mostrando que su violencia no tiene límites o absorbiendo la fuerza y la energía de sus víctimas. 71 Daniel Hermant, “L’espace ambigu des disparitions politiques”, en Cultures & Conflits, no. 13-14, primavera-verano, 1994. 72 Antonius C. G. M. Robben, “The assault on basic trust: disappearance, protest and reburial in Argentina” en Robben y Marcelo M. SuárezOrozco (eds.), Cultures under siege: Collective violence and trauma, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, págs. 70-101.

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desapariciones dan cuenta de las diversas modalidades de la violencia armada. Mientras se intensifican los mecanismos jurídicos y las presiones de toda índole para limitar y castigar los crímenes contra los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario, los métodos de desaparición forzada presentan la ventaja de ejercer la violencia sin llamar demasiado la atención de la comunidad internacional o de las opiniones públicas nacionales, a diferencia de las masacres, por ejemplo, que suelen ser más “espectaculares” cuando los cuerpos de las víctimas no son escondidos. Las desapariciones sirven distintos objetivos. Con frecuencia, son el preámbulo a la tortura que, además de someter al otro, permite obtener informaciones sobre el campo enemigo y quebrar su voluntad de lucha73. Allí, la violencia contra los cuerpos (tortura) se fusiona con los secuestros para definir los fundamentos de lo que los expertos en asuntos militares llaman la “guerra psicológica”74. A parte de su utilidad lucrativa con el secuestro de extorsión, la cual es central en la economía de guerra de los actores ilegales (el conflicto colombiano es ilustrativo al respecto), las desapariciones preceden también a las eliminaciones físicas perpetradas de manera insidiosa o, en una lógica más aterrorizante, son un conducto para atemorizar a sus víctimas directas y a sus parientes, antes de devolverles la libertad. A medida que se expande la confrontación, las desapariciones se convierten en modos de castigo en represalia al apoyo brindado al enemigo, o cumplen con una función preventiva para evitar que el adversario se beneficie de cualquier tipo de ayuda. Sabiendo que las desapariciones debilitan al enemigo sin dejar muchos indicios de violencia, esbozan un horizonte de guerra que se aleja de la idea clásica de los conflictos armados forjada desde Clausewitz y sus contemporáneos. Con la repetición de las desapariciones, se vela progresivamente el espectro de los combates (idea de “acción-reacción” en la violencia guerrera) omnipresentes en la literatura militar. En consecuencia, se priva, momentánea o permanentemente, de confrontación armada a los beligerantes, los observadores y la sociedad en su conjunto. Las desapariciones no dan una proyección

73 Ibid, pág. 71. 74 Sobre este tema, véase François Géré, La guerre psychologique, París, Economica , 1997.


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precisa de los teatros y de las dinámicas de guerra cuyos espacios de estructuración y reproducción resultan evanescentes. Además, las desapariciones hacen precarias las fronteras entre la vida y la muerte75. En un ambiente de terror difuso que explota la sorpresa y la incertidumbre, ¿cómo saber con certeza que los desaparecidos están muertos o vivos y quién será el próximo blanco? ¿Cómo anticipar e interpretar la violencia cuando sus agentes no tienen un rostro identificable y actúan en la sombra? En estas condiciones, la no-devolución de los cuerpos obstaculiza la rememoración de los desaparecidos. Queda difícil otorgarles el estatuto de “héroes” ya que no se tiene una representación exacta de las circunstancias de la muerte ni de la confrontación general. La desaparición contribuye a desfigurar la oposición armada y el imaginario que se forma alrededor del combatiente. Ahora bien, dicho imaginario es fundamental durante y tras la confrontación armada para comprender su trama. Alterar la imagen del combatiente es no sólo oponerse a la conmemoración de las víctimas de la guerra, sino también negar su existencia y minimizar la magnitud de lucha armada. En el período postconflicto, las desapariciones se vuelven un punto de debate fundamental en la reconstrucción de la memoria de la violencia. Para los familiares y los defensores de los desaparecidos, empieza una larga campaña por el reconocimiento del estatuto de las víctimas, combatientes o no, y la administración de la justicia76. Estas prácticas de guerra disimulada abarcan un largo espectro de definición del enemigo que se halla cada vez más entre la población civil (volvemos aquí a la noción de guerra contra los civiles). Sus autores explotan los efectos, teóricamente paralizantes y desmoralizantes del terror causado por la desaparición, no sólo contra los rivales armados, sino también contra sus familiares y compañeros. Es decir, que los secuestradores diseminan un terror circular que, por ejemplo, procuró dislocar el tejido social en Argentina y Guatemala en los años ochenta, y ambiciona tener efectos similares hoy en Colombia, en una dinámica de privatización de la violencia más palpable. Ante la “invisibilidad” de la guerra ocasionada por las desapariciones, se presenta la posibilidad de (re)introducir

75 Robben, op. cit., pág. 82. 76 El lector encontrará varias reflexiones en torno a los temas de la memoria, la celebración de los muertos y la justicia en las sociedades postbélicas en la publicación de Richard Werbner (ed.), Memory and postcolony, Londres, Zed Books, 1998.

elementos de teatralización de la violencia con agresiones aterrorizantes contra los cuerpos del enemigo y los espacios de sociabilidad (ejemplo de la descolonización en Argelia, Perú y Sri Lanka, en los años 1980-1990, etc.) cuyo impacto será analizado a continuación. En otras palabras, al terror “encubierto” que acompaña las desapariciones, responde a un terror-espectáculo heterogéneo que reivindica personificar y ostentar la brutalidad de la guerra, organizando juegos de comunicación en la violencia. Finalmente, vemos que las tácticas de desaparición forzada reflejan y nutren la configuración de algunas guerras contemporáneas (Argelia, Argentina, Guatemala, Perú, Colombia, etc.) donde el campo de confrontación es elusivo y la violencia capaz de emerger en cualquier momento y lugar.

Los espacios, blancos de la violencia: entre lógicas de territorilización y desterritorialización Para finalizar este estudio, queremos reflexionar acerca de ciertas dimensiones espaciales del terror. Muchos análisis han insistido en que la violencia y el terror conocen hoy procesos de desterritorialización77. De hecho, varias experiencias de violencia ya mencionadas no registran un fuerte anclaje territorial. No obstante, la escasa territorialización o su ausencia, no debe llevar a pensar que la violencia está exenta de aspectos socio espaciales. Ciertas prácticas violentas buscan la destructuración total o parcial del espacio sin que se denoten necesariamente una voluntad y una capacidad para ocuparlo, controlarlo y defenderlo con estabilidad78. Los bombardeos y los atentados a menudo perpetrados con explosivos son ilustrativos de lo anterior. Los ataques de artillería y aéreos (bombardeos) son uno de los símbolos de la guerra moderna: a lo largo del siglo XX, fueron usados en los procesos de descolonización (Indochina, Argelia, Vietnam, etc.), los movimientos separatistas (kurdos, bien sea en Turquía o en Iraq, etc.), las “rebeliones” armadas (Guatemala, Myanmar, Angola, etc.) así como en el marco de las confrontaciones interestatales (dos conflictos mundiales, Irak contra Irán, coalición contra el Irak de Saddam Hussein, etc.) y, más recientemente, en

77 En el caso colombiano, ver Pécaut, 2001, op. cit., págs. 227-256. 78 Para una diferenciación entre las nociones de territorialización y espacialización, el lector se referirá útilmente a los estudios copilados en Beatriz Nates (comp.), Territorio y cultura, Manizales, Artes Gráficas Tizan, 2002.

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la descomposición de la ex Yugoslavia y en la guerra olvidada entre Etiopía y Eritrea. En lo que concierne a los atentados, son tradicionalmente los artefactos privilegiados por las facciones que no tienen los recursos suficientes para enfrentarse de forma directa con el enemigo o que, por economía de fuerzas y por limitar sus pérdidas en combate, prefieren evitar una oposición directa contra las fuerzas militares regulares, estimadas superiores (caso de los grupos independistas y secesionistas en España, Irlanda del Norte, Sri Lanka, etc.). A veces recriminadas por ser técnicas de acción que cobran vidas por sorpresa entre las poblaciones, las modalidades de los atentados tienden a tener un asentamiento territorial particularmente débil aunque sus autores puedan sentirse los depositarios de una causa ideológica y/o representar ideales políticos y comunitarios con un evidente sustrato socio espacial: Irlanda del Norte, Sri Lanka, IsraelPalestina, etc. Abramos un paréntesis para decir que los mediáticos atentados del 11 de septiembre de 2001, excluidos del presente artículo, llamaron la atención por sus modalidades no territorializadas y descentralizadas. Pero sería equivocado alegar que el espacio no fue tomado en consideración por parte de sus perpetradores. Los espacios habitados o “vividos”, con su valor simbólico, fueron de suma importancia a la hora de seleccionar los blancos. La idea era golpear a Estados Unidos en su propio territorio (importancia estratégica y táctica del territorio pero sin voluntad de territorialización por parte de los violentos) y en centros de poder políticos y económicos neurálgicos, con la ambición de sacudir y humillar a la potencia estadounidense en una relación “asimétrica” entre un Estado poderoso y unos “nómadas” de la violencia. Los atentados suicidas cometidos contra Israel presentan también una propensión a la desterritorialización de la guerra con procesos de “valorización destructiva” de los espacios de vida. Expliquémonos: éstos son escogidos y “cotizados” para ser los lugares de concentración de la violencia armada con el mayor impacto posible sobre el tejido social israelí (efecto maximizador de los atentados, vehículos del terror). Es decir que, por lo general, los teatros y el tiempo de la violencia no son fortuitos. Sus actores eligen momentos y espacios de gran afluencia humana (cines, supermercados, calles concurridas, sinagogas, etc.), retenes y puestos militares enemigos para adelantar sus operaciones, aprovechándose de los factores sorpresa-incertidumbre. La violencia aleatoria y sin frente estable propuesta por los que se sacrifican en nombre de la defensa de una Palestina independiente del Estado hebreo 104

y del Islam contrasta con la territorialización y la segregación socio espacial impuesta por el poder israelí. La fluidez de la guerra de los palestinos choca contra un Estado constituido que quiere bordar territorialmente su autoridad y su seguridad. Aquí se mezclan en forma inextricable el terror paralizante e intimidante (de tipo estratégico: golpear para presionar al gobierno y a la sociedad y desolidarizarlos) y el anhelo de destrucción sin buscar sistemáticamente provocar miedo colectivo. En efecto, ¿cómo saber si los autores de los atentados aspiran más a generar terror que a provocar muertes? Estudiosos del tema dan elementos de respuesta a este interrogante79. Desde la segunda mitad de la década de los noventa, la guerra ha conocido un salto cualitativo y cuantitativo en una espiral de destrucción “exuberante”. Los atentados ya no son simplemente una vía privilegiada para obligar, bajo el terror, a los israelíes a aceptar la conformación de un Estado nación palestino. Marcan el desespero de unos activistas que, ante el incumplimiento de los acuerdos de paz y la no efectividad de un Estado árabe en Palestina, deciden huir de una realidad militar y sociopolítica desfavorable y sacrificarse matando a sus enemigos. En un imaginario de guerra complejo donde los ciclos de venganza y el honor alimentan la violencia, esta muerte sacrificial tiene una creciente connotación religiosa. Los sacrificios son un medio de escapar de una sociedad bloqueada con su cohorte de desilusiones y un camino para acceder al paraíso, prometido en el Corán80 a los creyentes que reivindican la defensa del Islam por vía de las armas81. En otras palabras, lo que en el exterior es un suicidio, equivale, para estos musulmanes, a una categoría heroica del martirio: el sacrificio mortífero. Los cuerpos de los ejecutantes y de las víctimas de la violencia son la encarnación de la (des)materialización y los campos de batalla de una guerra volátil. Producir muerte y terror con la diseminación de cuerpos desmembrados por las explosiones no es la continuación de una guerra interna con una fuerte base territorial (como en algunas regiones de la ex Yugoslavia, de suponer que esta fue una guerra de

79 Khosrokhavar, 2002, op. cit., págs. 173-220. 80 Libro sagrado del Islam. 81 Vale aclarar que el Corán no incita necesariamente a una defensa violenta del Islam. Existen una ética y unas condiciones, negadas por los grupos armados que se reclaman defensores del Islam, acompañando el uso de la violencia. Ver Jean Flori, Guerre sainte, jihad, croisade, París, Editions du Seuil, 2002, págs. 67-100.


Reflexiones acerca del terror en los escenarios de la guerra interna

naturaleza interna, y en Ruanda). Es la señal de una guerra con una territorialización, por ahora, casi imposible para los palestinos en la cual el terror se articula con estrategias de desgaste de la sociedad israelí, de demostración de fuerza efímeras (paradójicamente, y a diferencia de los que desaparecen como ya lo mencionamos, mostrarse en la muerte sacrífica es afirmarse en la violencia ante la sociedad israelí y animar a futuros voluntarios al martirio) y a proyectos de deconstrucción plurales: sacrificio de los voluntarios a la muerte, eliminación física y simbólica de los israelíes, erosión de la cohesión y de la confianza dentro de la comunidad política, social y religiosa de los judíos, etc. Más allá de estos aspectos “utilitarios”, uno se puede preguntar si la sucesión espacio temporal de los atentados no está creando también una violencia y un terror más prosaicos y anómicos que encierran cada vez más a los actores en conflicto en una guerra prolongada donde los fines y la solución negociada parecen inalcanzables y borrosos. En otros escenarios de confrontación, la violencia “recupera” elementos de territorialización. Por su configuración, sus atributos y sus funciones, los espacios geográficos pueden servir estrategias de conquista socio espacial, más territorializadas, que se inscriben dentro de lógicas económicas (zonas de riquezas indispensables para sostener el esfuerzo de guerra y acumular poderío), militares (corredores de movilidad, puntos de abastecimiento y descanso, etc.) políticas (tener influencia sobre la población para aparecer como un poder de facto local), o aún de referentes históricos y comunitarios glorificados y mitificados (espacios con una profunda carga emotiva: Kosovo para los serbios, por ejemplo). ¿Cómo territorializar la violencia? En primer lugar, ocupando momentánea o permanentemente los lugares de confrontación y las zonas circunvecinas (espacios en disputa o controlados por un actor armado). Lo cual implica un importante despliegue militar (aunque los francotiradores permiten controlar sectores geográficos y obstruir la circulación, destilando terror, a menor costo como lo evidenció la guerra de disolución del Estado yugoslavo), posibles enfrentamientos entre bandos antagónicos, lazos entre los grupos armados y la población y/o una administración del territorio por el terror u otros métodos menos coercitivos. Igualmente, la guerra se territorializa gracias a unos dispositivos armados de circunvalación (retenes móviles o estáticos, cordones de seguridad, etc.) que “fijan” las posiciones del enemigo (ciudades en el Líbano o la ex Yugoslavia) y/o la conducta de asaltos aterrorizantes (bombardeos, incursiones terrestres, etc.).

Los ataques a los edificios, los monumentos y la infraestructura pueden marcar una territorialización del conflicto como se observó durante las campañas de guerra urbana adelantadas en la ex Yugoslavia82 donde el empeño para desarrollar los combates adentro y alrededor de las ciudades fue tan significativo que se evocó la idea de “urbicidio” (Sarajevo, Srebrenica, Gorazde, etc.). Cabe añadir que se trataba más que todo de una territorialización precaria y de índole militar táctica. Pero, al mismo tiempo la guerra se desterritorializó por la eliminación y/o el desplazamiento de las tropas y poblaciones enemigas atemorizadas. Para los asaltantes, las incursiones “relámpago”, los disparos de los francotiradores y las técnicas de sitio con bombardeos privaron al enemigo de su base territorial y de sus espacios de vida pasados, presentes y futuros. Hubo una voluntad de desterritorialización que permitió erradicar la presencia adversa en varios teatros de guerra, y de manera simbólica aniquilar su identidad sabiendo que el territorio es el espacio o la base de construcciones individuales y comunitarias. Es decir que las estrategias de desterritorialización afectaron la memoria y la historia de sus víctimas, las cuales fueron además violentadas en sus cuerpos en operaciones de deconstrucción identitaria (violaciones, torturas, etc.).

Para no concluir… Este último ejemplo subraya y simboliza la importancia del espacio en las prácticas de violencia y de terror, las cuales se reparten de manera inextricable entre la territorialización y la desterritorialización, contribuyendo a hacer de la guerra un fenómeno polimorfo y opaco. Precisamente, este artículo ha intentado disipar esta impresión de opacidad que los analistas en cuestiones militares denominan “la neblina de la guerra”. En pocas líneas, no fue posible establecer un balance actual de la guerra en articulación con el terror con base en ejemplos precisos y detallados. El objetivo era más bien proponer elementos de reflexión transversales acerca de estas dos nociones cuyas manifestaciones inundan la historia cotidiana de numerosas colectividades humanas. Falta una caracterización (histórica, social, militar, etc.) más detallada de los países que viven en guerra bajo el yugo

82 Para una introducción al estudio de esta guerra analizada en sus dimensiones bosnias, ver Xavier Bougarel, Bosnie: Anatomie d’un conflit, París, La Découverte, 1996.

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del terror para sacar conclusiones diferenciadas sobre su respectivo papel en la evolución de las sociedades y un análisis del “terrorismo” asociado a los atentados del 11 de septiembre y sus consecuencias internacionales (caso que no quisimos hacer entrar en la categoría de guerra por motivos ya expuestos). Además, la guerra y el terror se mezclan a menudo con otros parámetros no analizados aquí como la simpatía con los actores bélicos o la indiferencia ante el sufrimiento de los afectados por la violencia. A pesar de estas limitaciones, vemos que la guerra y el terror se retroalimentan desde hace varias décadas dibujando una violencia societal pluridimensional y descentralizada que atomiza las esferas públicas. En muchos casos, el terror es un resultado de la violencia guerrera. También, éste puede preceder a la guerra cuando, por ejemplo, actos aislados o amenazas anticipan y permiten entrever una deriva de la violencia hacia la guerra. Más fundamentalmente, la guerra y el terror han convergido en el tiempo y el espacio ante todo a partir de los siglos XIX y XX mientras se van intensificando las exacciones contra las poblaciones. La guerra y el terror son la traducción y el motor de la “victimización” creciente de las poblaciones en las situaciones de gran violencia. ¿Acaso las guerras que se perfilan confirmarán esta tendencia mayor de la conflictividad moderna?

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 109-121.

TEORÍAS DE LA GUERRA EN MOLTKE Y LIDDELL HART

This article pretends to address the ideas of two important strategists, Moltke and Liddell Hart, as well as their contribution to war theory. Starting with general notions of strategy and military history, it describes the teachings of the two characters along with their biographies and the responses of their contemporary to their propositions.

estrategas, tácticos, analistas o politólogos de coctel o de tertulia que con citas de Alejandro, Sun Tzu, Aníbal, Napoleón y muchos otros, discurren sobre cuestiones que ni siquiera conocen. Creemos que estas razones, entre otras, son las que han motivado a la Revista de Estudios Sociales de la Universidad de los Andes a propiciar ensayos relacionados con algunas teorías de la guerra y con dicho fin se ha querido recordar a dos pensadores relativamente contemporáneos, Molkte y Liddell Hart que hacen parte de la indiscutible nómina de creadores de la estrategia moderna por el papel fundamental que tuvieron en el planeamiento y en la conducción de las operaciones militares dentro de los conflictos y situaciones que les correspondió vivir o por la decisiva influencia que ejercieron sobre el pensamiento militar durante los siglos XIX y XX. Con el ánimo de facilitar el desarrollo y la comprensión del tema, antes de entrar propiamente en éste, hemos creído conveniente hacer algunas precisiones no solo sobre la guerra, sino sobre otros temas afines, relacionados directamente con ella, como la estrategia, la táctica y la historia militar.

Palabras clave:

De la guerra

Gabriel Puyana García*

Resumen El artículo pretende abordar las ideas de dos importantes estrategas, Moltke y Liddell Hart, así como su contribución a la teoría sobre la guerra. Partiendo de nociones generales de estrategia e historia militar, se describen los legados de estos dos personajes junto con sus biografías y las reacciones de sus contemporáneos a sus planteamientos.

Abstract

Estrategia, táctica, historia militar, guerra.

La angustiosa búsqueda de una solución viable a nuestro prolongado conflicto interno, así como la compleja situación internacional ante la muy probable guerra con Iraq y en especial las incertidumbres surgidas a raíz de la tragedia del 11 de septiembre del 2001, a partir de la cual el terrorismo se afianzó como medio de expresión política y arma de destrucción masiva en el intento de cambiar el modo tradicional de las confrontaciones bélicas, son motivos más que suficientes para crear expectativas sobre temas que además de mantener su propia vigencia, hacen que mucha gente, con el indiscutible derecho de opinar, se interese por ellos y se sienta inclinada a exponer y sustentar sus conocimientos, ideas y conceptos. De ahí surge un considerable y espontáneo número de

Son muchas las definiciones que existen de la guerra, pero nos limitaremos a recordar estas dos de Clausewitz, uno de sus principales filósofos: • Es la continuación de la política por otros medios • Es un acto de fuerza para obligar al adversario al cumplimiento de nuestra voluntad1. Así, entendemos la guerra como el choque violento por medio de las armas entre dos o más naciones para dirimir sus diferencias cuando la política no logra encontrar soluciones pacíficas. También llamamos “guerra” a la confrontación violenta entre bloques antagónicos dentro de un mismo estado como fueron nuestras guerras civiles del siglo pasado. A este respecto, nos duele y nos desconcierta tener que usar este mismo término de “guerra” para referirnos a lo que hoy está viviendo Colombia, por cuanto la absurda como dolorosa, inútil e injusta tragedia que aqueja al país, es ante todo un desbordamiento delincuencial en el que unas minorías violentas masacran a gentes inermes, mediante procedimientos terroristas, estimuladas por las enormes ganancias del narcotráfico y bajo la motivación del lucro.

*Brigadier General (r).

1

Keywords: Strategy, tactic, military history, war.

Introducción

Carl Von Clausewitz, De la guerra, Barcelona, Labor, 1992.

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De ahí que su accionar criminal no pueda equipararse con el quehacer de los soldados, puesto que esos grupos ilegales muy raras veces combaten, sino que delinquen con la atrocidad y la sevicia de los forajidos. Con cuánta razón el General Rafael Uribe Uribe, al repudiar las acciones irregulares durante la Guerra de los Mil Días, expresaba: “No hay guerrilla que no degenere en banda de forajidos”. En el loable afán de que la guerra desaparezca de la faz de la tierra, con frecuencia caemos en ingenuidades que nos apartan de la realidad pero que no debemos ignorar. Generalmente se ha creído que la guerra la inventaron los militares; pero en realidad lo que ocurrió fue que los soldados nacieron de la infortunada necesidad de tener que hacerla, como de la imperiosa obligación de intentar evitarla. De ahí que creamos que la guerra la inventaron los políticos y posiblemente los comerciantes y que a los militares, a su vez, los inventaron para poder hacerla. Según Ortega y Gasset, la guerra no es un instinto sino un invento. Los animales la desconocen y es una institución humana, como la ciencia o la administración. Ella llevó a uno de los mayores descubrimientos en la base de toda civilización; al descubrimiento de la disciplina. Todas las demás formas de la disciplina proceden de la disciplina primigenia que fue la militar. Por ello el pacifismo se convierte en una nula beatería al pretender ignorar que la guerra, no obstante todo lo repudiable que tiene de por sí, es una genial y formidable técnica de la vida y para la vida misma. De Voltaire aprendimos que las bestias son superiores al hombre porque ignoran el arte de destruirse; de Tomas Hobbes que el hombre es lobo para el hombre, y esa ha sido la historia de la humanidad desde que el hombre apareció sobre la tierra. Con cuanta razón el filosofo español ya citado, nos advierte que “el hombre es solo una fiera con veleidades de arcángel”2. Hace unos años el Doctor Diego Uribe Vargas, en un artículo publicado en El Tiempo, transcribió una publicación de la Civilita Católica, Quaderno 3181, que a la letra decía: La historia humana es una historia de guerras intercaladas de breves períodos de paz, que más exactamente deberían llamarse treguas. Se ha calculado con cierta aproximación que desde 1496 antes de Cristo, hasta 1861 DC, es decir durante 3.357 años, 227 fueron de paz y 3.130 de guerra, o sea trece años de guerra por cada año de paz.

Y es de observar que esta investigación abarcó hasta 1861, cuando aún no había ocurrido la Guerra Civil de los Estados Unidos, la guerra franco-prusiana de 1870 y las dos guerras mundiales de 1918 y 1939, para no citar otras conflagraciones. Los griegos consideraron la guerra con un sentido fatalista y la explicaron como una fuerza inexorable del destino, y la paz como una tregua prolongada en el tiempo que permitía brevemente disfrutar de sus beneficios. Moltke, como lo veremos más adelante, se identificaría con esta concepción. Además debe tenerse en cuenta que después de la Segunda Guerra Mundial se han presentado más de 160 conflictos que han ocasionado un número mayor de 20 millones de muertos. El escritor alemán Arturo Schnitzler afirma que la guerra seguirá existiendo mientras haya hombres ambiciosos y con el poder para causarla (llámense Bush, Saddam Hussein, Gadafi, u otro cualquiera). Estos datos y comentarios no pretenden en ningún momento hacer la apología de la guerra; pero sí recordar que de los tres flagelos de la humanidad, la esclavitud, la peste y la guerra, este último sigue siendo el peor por su persistencia. Los dos primeros más o menos pueden haber desaparecido, pero la guerra sigue siendo un azote de Dios y una espada de Damocles que pende sobre los pueblos como también lo expresara Moltke. Pero no basta con odiarla como todos lo hacemos, empezando por quienes nos ha tocado padecerla, para que la paz pueda afianzarse como un regalo que generosamente los dioses nos otorgan. Como seres humanos debemos reflexionar sobre ella para que podamos dar nuestro aporte al propósito de evitarla o al compromiso de tener que afrontarla. En los días actuales se consideran muchas clases y tipos de guerra que resultaría largo enumerar. Las llamadas guerras revolucionarias, especialmente de tipo irregular, surgieron a raíz de las guerras de liberación que aparecieron después de la Segunda Guerra Mundial contra los imperios coloniales en la justa aspiración de esos pueblos sojuzgados y que por tanto fueron similares en su finalidad a las “guerras de emancipación” de los siglos XVIII y XIX de las antiguas colonias de Inglaterra y España en el continente americano.

De la estrategia y la táctica 2

José Ortega y Gasset, Obras completas, Madrid, Alianza Editorial, 1983.

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Como lo anota J. M. Collins en su libro “La gran estrategia”, la palabra estrategia significó originalmente


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“el arte de los generales”3 pero en la actualidad su significado se ha hecho mucho más amplio, pues no es exclusiva de los militares, ni tampoco de los conflictos armados. La llamada estrategia nacional se refiere a todos los poderes de la nación tanto en la paz como en la guerra y comprende los varios tipos de estrategias para alcanzar los altos fines nacionales del Estado y así se identifica una estrategia política, como también económica, psicológica, interna y externa y también militar. La suma de todas estas es la que se denomina la “Gran Estrategia” que se define como “El arte y la ciencia para emplear el poder nacional en el logro de los objetivos de la nación en todos los campos, combinando todos los medios posibles, como la diplomacia, las presiones, las amenazas, los subterfugios y las armas”.4 Dentro de este contexto la gran estrategia está estrechamente relacionada con la estrategia militar, pero son diferentes porque esta última hace parte de la primera. La estrategia militar definida “Como el arte para que la fuerza concurra a alcanzar las fines de la política”5, es la que busca la victoria por medio de las armas y está, por tanto, reservada a los militares, pero supeditada a la gran estrategia que es la que corresponde a los hombres de Estado. Dentro de la estrategia militar, existen también numeroso tipos en relación con la forma de aplicarse y así se habla de la estrategia secuencial y de la estrategia acumulativa y según al teatro de operaciones sobre el cual se ejerzan, deben distinguirse una estrategia de tierra, de mar o de aire, o la combinación de estas tres. Básicamente deben considerarse dos clases de estrategia: la estrategia directa y la estrategia indirecta, las cuales obedecen al mismo propósito que es el de doblegar la voluntad del adversario. En la estrategia directa, la fuerza física es el factor esencial. En la estrategia indirecta, la fuerza pasa a un plano secundario y en su lugar se da prelación a un hábil planeamiento que mediante acciones psicológicas y bajo y un decidido y eficiente liderazgo afecte gravemente la moral del contendor. La aplicación primaria del poder físico en forma directa predominó en los comienzos de la humanidad, pero a medida que pasaban los siglos fueron surgiendo estrategos que como Sun Tzu, Alejandro, Aníbal, Maquiavelo, Moltke,

Lenin y Liddell Hart, idearon nuevas formas para que la astucia y la agilidad del pensamiento pudieran sustituir a la fuerza y darle una mayor utilidad. La estrategia, como lo expresa el General André Beaufre, no puede considerarse como una doctrina única, sino “como un método de pensamiento que permita clasificar y jerarquizar los acontecimientos, para escoger los procedimientos más eficaces. A cada situación corresponde un estrategia partícula, pues una puede ser la mejor para una determinada coyuntura mientras que para otra puede resultar inadecuada o detestable”6. Si la estrategia tiene que ver con las altas concepciones de la maniobra en los teatros de guerra y está por tanto muy ceñida a las directrices de la política, a la táctica le corresponde la conducción de las tropas en el terreno para materializar y obtener mediante los combates, como parte integrante de la batalla, el éxito de las operaciones. De ahí que la táctica se considere como el arte mediante el cual los Comandantes de los cuerpos de Ejército y de las unidades subordinadas, Divisiones, Regimientos, Batallones y formaciones menores, convierten el poder de combate en acciones exitosas en los choques que libran contra las fuerzas de maniobra enemigas.

De la historia militar Uno de los más útiles, valiosos y trascendentales medios e instrumentos de la estrategia a través de todos los tiempos ha sido y seguirá siendo el estudio de la historia militar. Balk nos definió la importancia y la razón de ésta en los siguientes términos: “El objeto de la historia militar es el de enseñar a conducir la guerra con la experiencia ajena, porque la propia cuesta mucho, es difícil de cosechar y llega demasiado tarde”7. Esto, porque es a través de su estudio como podemos conocer los acontecimientos, analizar profusamente cada caso concreto, y del juicioso y objetivo análisis que lleguemos a hacer, deducir las enseñazas y los ejemplos dignos de seguir o de evitar según los resultados que de determinado suceso fueran obtenidos. Sin la historia militar no hubiera sido posible alcanzar el alto grado de desarrollo que ha tenido la estrategia a lo

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J. M. Collins, La gran estrategia, Buenos Aires, 1976. Ibid. Ibid.

7

André Beaufre, Introducción a la estrategia, Lima, Ed. Biblioteca militar del Oficial, No. 43, 1977. Citado en Juan Domingo Perón, Apuntes de historia militar, Buenos Aires, 1932.

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largo de lo siglos, por cuanto la historia no solo describe sino que sopesa, analiza, investiga, observa y compara las actividades bélicas, tanto en el orden material como intelectual, moral y físico. Además estudia no solo los hechos sino a sus conductores, los ejércitos, las circunstancias de tiempo y lugar, al igual que las doctrinas, los principios que fueron aplicados, la forma como se hizo y, en general, todos los factores. Aunque la estrategia es esencialmente diferente de la historia, es de ésta que recibe sus lecciones, las cuales cristaliza en principios, preceptos y normas que han de servir de base o de guía para la conducción de la guerra. Así mismo al facilitarnos el conocimiento de los Grandes Capitanes nos permite apreciar tanto sus virtudes como sus capacidades y sus fallas, para intentar descubrir el secreto de su grandeza, y procurar imitarlos para poder seguirlos aun cuando sea a distancias siderales. Así como la estrategia recibe mucho de la historia, también ocurre lo mismo con la táctica en cuanto a la aplicación de los principios y las formas de ejecución refrendadas en los campos de batalla lo cual constituye un significativo aporte que debe ser empleado dentro del límite de las circunstancias específicas y de las probabilidades. Al igual ocurre con la organización militar, por cuanto no existe materia relacionada con la guerra que no se beneficie con el estudio de la historia militar. Como lo veremos en el presente ensayo, tanto Moltke como Liddell Hart se distinguieron no solo por su consagración al estudio de los temas históricos, sino por la brillantez con que supieron dedicarse a la exposición de los mismos mediante sus reconocidas habilidades de escritores prolíficos, serios y consagrados a su extraordinaria labor. Entremos ahora al estudio de los dos personajes escogidos.

Helmuth Von Moltke Primero Otto Von Bismark con su gran fortaleza intelectual y moral y su extraordinaria visión de estadista y luego Von Helmuth Moltke en el campo de la guerra, bajo el cetro de Guillermo I de Prusia, vienen a ser los dos artífices de la unificación alemana en torno al reino de Prusia, la cual dará a esta nación el predominio de la Europa central, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, protagonismo que se prolonga durante el siglo XX y que a pesar de sus derrotas de 1918 y 1944, aun intenta ejercer dados su merecimientos, capacidades y grandes virtudes que ni los tremendos crímenes del nazismo lograron eclipsar. Como lo expresa Hajo Holborn, en el capitulo VIII del Tomo I de la obra Creadores de la estrategia moderna, (obra que 112

hemos utilizado preferentemente como fuente de información y de referencia para este ensayo) el poderoso Ejército Prusiano del siglo XIX, fue creado prácticamente por cuatro figuras estelares del arte bélico: Federico el Grande, Napoleón, Schanhorst y Gneisenau. El primero dejó el recuerdo de sus triunfos y de la resistencia en la adversidad y legó la enseñanza de que la vida de un ejército en tiempo de paz consiste en una ardua labor, por cuanto las batallas primeramente se deben ganar en los campos del entrenamiento. Pero realmente es el conquistador francés quien hace comprender a los prusianos el papel que la estrategia debe desempeñar en la conducción de la guerra, y son dos jóvenes oficiales, por cierto ninguno prusiano de nacimiento, quienes van a modelar el Ejército de Prusia, tomando como ejemplo el Ejército Francés moderno de Napoleón. De ahí que se deba aceptar que el genio francés es el segundo maestro, por cuanto después de la batalla de Jena, Schanhort y Gneisenau serán los encargados de adaptar al Ejército de Prusia a un nuevo tipo de guerra, cuyos métodos fueron consecuencia de los profundos cambios sociales y políticos de la Revolución Francesa. El ejército de Federico el Grande inicialmente estaba constituido por una fuerza de mercenarios aislada de la población civil que por un sentimiento del honor y de la lealtad de los oficiales de la nobleza era glorificado, mientras en los grados subalternos y en las tropas se mantenía su cohesión por medio de una disciplina férrea de carácter brutal. A los reformistas prusianos inspirados en el ejemplo francés les corresponderá introducir la conscripción universal pero manteniendo la clase junker en la oficialidad. En esta forma, el servicio nacional del pensamiento liberal existente en Francia y EE. UU., pasa a convertirse en Prusia en un recurso destinado a fortalecer el poder del estado absolutista. Esta conscripción se reglamenta en casi todos los países europeos, pero fuera de Prusia, dicha conscripción era solo para los pobres, pues a los ricos se les permitía hacer pagos en dinero y proveer reemplazos, mientras que en Prusia al no existir exclusiones para servir en filas, el ejército pasó a ser un ejército ciudadano, con los súbditos de un absolutismo burocrático. La nueva escuela de la estrategia prusiana creó su propio y más valioso instrumento de guerra, en el Estado Mayor General Prusiano que se convierte en el cerebro y centro nervioso del ejército. Sus orígenes se remontan a la década anterior a 1806, pero solo a partir de este año, cuando Schanhorst reorganiza el Ministerio de Guerra, se crea una división especial que asume la responsabilidad de los planes de organización, movilización, doctrina y


Teorias de la guerra en Moltke y Liddell Hart

adiestramiento en tiempos de paz. Como Ministro de Guerra, Schanhorst retiene la dirección de esta división, ejerciendo una fuerte influencia en el pensamiento táctico y estratégico de la oficialidad, a la que adiestra en juegos de guerra y en maniobras de Estado Mayor. Desde ese entonces a los miembros del Estado Mayor se les distinguió con un uniforme especial, con franja roja en el pantalón y al imponer el hábito de designarlos como Oficiales Ayudantes de las distintas unidades del Ejército, se logró extender el control y la influencia directa del Jefe del Estado Mayor General sobre todos los Generales y reparticiones del ejército. En 1821, el Jefe del Estado Mayor General pasa a ser el primer consejero del Rey en las cuestiones relacionadas con la guerra, mientras las funciones del Ministerio de Guerra quedan limitadas al control político y administrativo del ejército. Esta innovación permitirá que el Estado Mayor General tome la dirección de los asuntos militares, no solamente después de la declaración de guerra, sino en la preparación y en la fase inicial de esta. Moltke, al igual que sus predecesores y maestros Scharnhorst y Gneisenau, no era de Prusia, pues nació en una región vecina de Mecklemburgo, el 24 de octubre de 1800, donde su padre prestaba sus servicios como Oficial del Rey de Dinamarca. Hasta 1819 fue instruido como cadete danés y solo en 1822 ya como teniente, solicitó su incorporación al Ejército Prusiano. Los prusianos le hicieron reiniciar su carrera desde el grado más bajo, pero al lograr distinguirse fue admitido en la Escuela de Guerra donde adquirió especial interés por la física, la geografía y la historia militar. Su excelente cultura general y su habilidad en el dominio del idioma lo convirtió en escritor, un tanto anónimo pero brillante, y algunas veces escribió novelas para obtener ganancias que, incluso, le sirvieron para pagar su equipo de montar que le exigió su entrada al Estado Mayor y también para afrontar dificultades económicas familiares propias de la época, porque no obstante su título nobiliario, carecía de fortuna. En 1826 volvió por dos años a su regimiento y en 1828 fue destinado al Estado Mayor General al cual habría de pertenecer durante sesenta años, treinta de estos en la jefatura. Con excepción de los cinco años pasados como teniente en los ejércitos de Dinamarca y de Prusia, nunca prestó servicios con las tropas. Sin haber comandado siquiera una compañía, a la edad de 65 años asumirá virtualmente el mando de los Ejércitos Prusianos en la guerra contra Austria. De 1835 a 1839 como consejero del Sultán de Turquía tuvo alguna experiencia de guerra en la infortunada campaña

contra Egipto, en la cual el Comandante de las fuerzas turcas desatendió las recomendaciones del joven capitán y tuvo que vivir la guerra en la dura realidad de la derrota. En 1855, Federico Guillermo IV, lo nombró Ayudante de Campo de su sobrino el Príncipe Federico Guillermo, el futuro Emperador Federico III. Este nombramiento permitió que el padre del príncipe Guillermo I descubriera en Moltke las dotes que lo habrían de recomendar como futuro Jefe del Estado Mayor General y en 1857 cuando Guillermo I se convierte en regente de Prusia, Moltke es designado para dicho cargo. Antes de que la primera línea férrea se construyera en Alemania, desde 1840, Moltke comprendió la enorme importancia que habría de tener el transporte por tren, y sus escasos ahorros personales los destinó a la compra de acciones para la construcción del sistema ferroviario. De 1847 a 1850, tropas de diferentes naciones empiezan a emplear este medio y en 1859 cuando empieza la guerra con Italia, Moltke comprueba las ventajas del ferrocarril para la movilización y concentración de las unidades, puesto que las tropas pudieron ser transportadas seis veces más rápidamente que los ejércitos napoleónicos. Debido a la posición desfavorable de Prusia respecto de sus vecinos, Moltke declaró que la ampliación de la red ferroviaria era más importante que la de un sistema de fortificaciones fronterizas, por cuanto con el nuevo medio se podrían desplazar en no mucho tiempo grandes cantidades de tropas de una a otra frontera. Su claro concepto del juego de los factores estratégicos del espacio y el tiempo empieza a predominar en sus concepciones de un liderazgo agresivo y resuelto que buscará la ofensiva para obtener un triunfo rápido que haga la guerra lo más corta posible. De Clausewitz, Molkte aprendió que la guerra era el último recurso de la política y que por tanto ésta, como parte de “un orden mundial establecido por Dios e inseparable de aquel”, requería un “estadista que frenara, dirigiera e indicara al mismo tiempo la dirección de la marcha y los límites a los cuales debía llegar”, como lo observa Walter Goerlitz, en su obra El Estado Mayor alemán.8 Y es cuando aparece Otto Von Bismark como el estadista ideal que habría de lograr la unificación de Alemania para afirmar su dominio sobre la Europa central. Nunca más esta grandiosa combinación de un gran estratega como Moltke con un gran estadista de la talla de Bismark, volvería a repetirse en la historia de Alemania. De ahí que

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Goerlitz, El Estado Mayor alemán, Barcelona, Editorial AHR, 1954.

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Moltke, no obstante sus relaciones personales un tanto frías con el Canciller de Hierro, siempre obedeció las directrices de éste, pues como militar reconocía la prioridad que debía tener el estadista sobre los asuntos políticos. A raíz del Congreso de Viena de 1815, Alemania había quedado reducida a 38 Estados que constituían la llamada “Liga -alianza germánica”. En 1861, Guillermo I es proclamado Rey de Prusia y un año más tarde Bismark es nombrado Ministro de Estado del Reino. Con Bismark y Moltke, Guillermo I llevará a Prusia y más tarde a toda Alemania a la mayor época de gloria y de grandeza. Para lograr su unificación, Bismark conforme a su convicción de que la fuerza habría de prevalecer sobre todo derecho, entiende que las grandes cuestiones de la época no se resolverían con discursos y votos de mayoría sino con “sangre y hierro” y a raíz de esta política se le da el nombre de “Canciller de Hierro”. Y es él quien, con sus habilidades y argucias diplomáticas, se inventa tres guerras que le permitirán, mediante la victoria militar, lograr la unificación de su patria: la primera, en 1863, contra Dinamarca; la segunda, en 1866, en la cual vence a los austriacos en la famosa batalla de Sadowa y la tercera, en 1870, contra Francia a la cual derrota en las batallas de Wisemburg, Rezonville y Sedan, donde capitula el Ejército Francés, y su Emperador Napoleón III cae en poder de los alemanes; su Ejército rendido en Metz es hecho prisionero e internado dentro del territorio del enemigo. Con estas tres victorias, Prusia se eleva a la categoría imperial y es el 18 de febrero de 1871, en el mismo Salón de los Espejos del Palacio de Versalles que, tras la derrota del Imperio Francés, se proclama a Guillermo I, Emperador de Alemania. Para apreciar el genio militar de Moltke, veamos brevemente algunos de sus más trascendentales conceptos. En 1865 escribió: “La condición normal de un Ejército es su separación en cuerpos, pero es un error el agrupamiento de estos cuerpos sin un propósito muy definido. Como la concentración de todas las tropas es absolutamente necesaria para la batalla, la esencia de la estrategia consiste en la organización de marchas separadas pero llamadas a proveer la concentración en el debido momento”9. Después de la batalla de Sadowa, comprendió que resultaba mejor mover las fuerzas el día del combate,

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Edward Mead Earle, Creadores de la estrategia moderna, Tomos I y II, Buenos Aires, Escuela de guerra naval.

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desde distintos puntos para que se concentraran sobre el campo de batalla mismo y dirigir las operaciones de tal manera que una última marcha breve, desde diferentes direcciones, llevara al frente y a los flancos del enemigo. Este sería el propósito esencial de su estrategia. Entendió que la guerra era un instrumento político y aun cuando sostuvo que un comandante debía verse libre de la dirección efectiva de las operaciones militares, admitió que los propósitos y las circunstancias políticas podían modificar las estrategias en todo tiempo. Negó que la estrategia fuera una ciencia y que pudieran sentarse principios sobre los cuales debían elaborarse los planes de operaciones; consideró que cada situación debía ser definida “en función de sus propias circunstancias y que se debía contar con una solución en la que el adiestramiento y los conocimientos estuvieran combinados con la visión y el coraje”.10 Dio al estudio de la historia militar una especial importancia, pero insistió en que dicho estudio dependía de que la historia fuera analizada con el debido sentido de la perspectiva porque a pesar de su trascendencia, la historia no se podía identificar con la estrategia, la cual definió “como un sistema de recursos ad hoc; es algo más que los conocimientos, pues consiste en la aplicación de éstos a la vida practica y al desarrollo de una idea original adaptada a circunstancias continuamente cambiantes.”11 En contraste con la estricta disciplina prusiana, asignaba un interés muy especial al criterio independiente de todos los oficiales, llegando a expresar que “Una orden debe contener todo cuanto un comandante no puede hacer por sí mismo, pero nada más que eso”. Se mostró dispuesto a tolerar desviaciones de su plan de operaciones siempre y cuando el general subordinado pudiera obtener un importante triunfo táctico, pues consideraba que “la estrategia se somete en caso de una victoria táctica” y este criterio lo aplicó en las primeras semanas de la guerra contra Francia, cuando algunos de sus generales modificaron sus planes de operaciones mediante acciones temerarias que resultaron exitosas. La guerra contra Dinamarca, en la cual combatió al lado de Austria, no tuvo mayor importancia. La manera como supo corregir los errores del Mariscal Wrangel, lo hizo aparecer ante Guillermo I como el estratego circunspecto que sabía actuar con prudencia, y a partir de junio de 1866, el Rey

10 Ibid. 11 Ibid.


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dispuso que todas las órdenes del ejército debían darse por su intermedio, y casi incondicionalmente, el monarca acogió los consejos de Molkte, que a los sesenta y cinco años, prácticamente se convirtió en el Comandante en Jefe del Ejército Prusiano, ejerciendo esa función esencialmente profesional que no corresponde a la del Jefe de Estado, así se le quiera dar a éste el nombre de Comandante en Jefe, pues él no tiene ni los conocimientos, ni la experiencia, ni las aptitudes, ni las capacidades para comandar las tropas como lamentablemente ocurriera años después, para mal de Alemania, con Hitler y sus generales, lo cual contribuyó decisivamente a su derrota militar. También hoy en día, en las democracias de la mayor parte de América Latina, para reafirmar la indiscutible subordinación que las Fuerzas Armadas deben tener respecto del Presidente de la República, se ha optado infortunadamente por distinguir a éste con el título de Comandante en Jefe, función ésta que en realidad tendrá que delegar siempre en un profesional militar quien es el que está en capacitado para ejercerla. En la preparación y ejecución de la Batalla de Sadowwa, Moltke pudo demostrar con su estrategia que la llamada maniobra por “líneas interiores”, solo resultaba válida cuando se conservaba espacio, ganando así tiempo para derrotarlo y perseguirlo y luego volver sobre la otra fuerza a la cual solo se le mantenía en observación. La estrategia de Moltke se caracterizó siempre por su amplitud mental y por los cambios elásticos que acostumbraba hacer. Los triunfos sobre Austria, en 1866, y sobre Francia, en 1870, le dieron al Estado Mayor General una aureola de gloria casi mística. En 1857, cuando Moltke asumió su jefatura, había en este organismo solo 64 oficiales; en 1875, eran 135 y en 1888, cuando Moltke se retira, sus efectivos habían ascendido a 239, de los cuales 197 eran del Ejército Prusiano, 25 del de Baviera, 10 del de Sajonia y 7 del de Wuretenberg. En 1872, la tercera parte de los oficiales era de origen burgués y hasta se encontraba un judío. La escogencia de los miembros de este organismo desde antes de los tiempos de Moltke obedeció siempre a una demostrada idoneidad y eficiencia para su importante tarea. Uno de los principales rasgos característicos de este gran conductor, fue el sentido de la discreción y de la modestia, pues poco le interesó figurar y fue bien conocida su norma de que importaba más ser que parecer, que fue la forma ideal de trabajo preconizada por él, dentro de la más alta exigencia moral de que cada miembro del Estado Mayor debía dar su máximo rendimiento. Bajo sus sucesores, especialmente con Schileffen, esta actitud llegó a

convertirse en un principio: “Hacer mucho y destacarse personalmente poco”, o sea que el trabajo debía ser esencialmente impersonal, orientado solo a la máxima conveniencia de la institución. Ya en su avanzada senectud, el anciano general reconoció que el ideal de una guerra rápida y corta había sido solo una vana ilusión, pues el conflicto bélico pendía sobre el pueblo alemán como una amenaza constante para la cual se debía estar preparado siempre y que una vez comenzado, era difícil prever su fin, debido a que en él participarían las potencias mejor armadas, ávidas de mantener o por lo menos disputar el predominio de su poder sobre la Europa central. Su filosofía sobre la naturaleza y la necesidad de la guerra la resumió admirablemente en la carta que en 1880 enviara a Johann Kaspar Bluntschi, para avisar recibo de un manual sobre un proyecto de Derecho Internacional que se le había remitido en solicitud de su opinión. En uno de sus apartes decía: Primero, yo encuentro que el esfuerzo humanitario de oponerse al sufrimiento que viene con la guerra es altamente apreciable. Pero la paz eterna es un sueño y no ciertamente bello. La guerra es parte del orden mundial de Dios. Dentro de esta se despliegan las nobles virtudes de los hombres, el coraje, la renunciación, la lealtad al deber y la disposición al sacrificio ante el azar de la vida. Sin la guerra el mundo se hundiría en el pantano del materialismo. Además yo estoy completamente de acuerdo con los principios expuestos en el prefacio de que el progreso en la moralidad debe también reflejarse en el estremecimiento de la guerra. Pero yo voy más lejos y creo que es la guerra en sí misma y no en una codificación de la ley de la guerra, es lo que pudiera obtener este propósito.12

Naturalmente, Moltke se refería a la guerra entre Estados, en la concepción tradicional, caballeresca y romántica de la lucha clásica que libran los soldados y no a la lucha sórdida, aviesa, indiscriminada y cruel que hacen los forajidos mediante sus desbordamientos criminales, característicos de las guerras irregulares. El 25 de abril de 1891, cuando había sobrepasado sus 91 años fallece en Berlín en forma digna y apacible como fuera su meritoria existencia al servicio de su Ejército y de su patria. En la Jefatura del Estado Mayor, lo sucede el

12 Ibid.

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Conde Von Schlieffen, quien se hará famoso con su conocido plan, el cual llega a invertir las prioridades en los planes de defensa de Alemania dirigidos por Moltke, al dar la prelación inicial al frente occidental (contra Francia) y no al flanco opuesto oriental (contra Rusia), como lo había concebido su antecesor. Años más tarde con la muerte de Schlieffen, un nuevo Moltke sobrino del primero, enmarcado por el halo de su gloria y de su prestigio, llega otra vez a este cargo, que bajo la brillantez de su tío había convertido en leyenda no solo al Estado Mayor General Alemán, sino al nombre de “Motke” en quien se personificó la grandeza de su patria y de su institución militar.

Sir Basil Henry Liddell Hart Este brillante escritor, historiador, crítico y estratega militar, hijo del reverendo Henry Hart y de su esposa Clara Liddell, nace en Inglaterra, el 31 de octubre de 1895. Se educa en la Escuela de San Pablo y en el Colegio de Corpus Christi. El inicio de la Primera Guerra Mundial le hace interrumpir sus estudios en Cambridge. Entra al Ejército Británico y se recibe como Oficial del Regimiento de Infantería ligera del Rey, de Yorkshire. Toma parte activa en las batallas de Iprés y del Somme y es herido dos veces. Al final de la guerra, en el grado de capitán, su experiencia personal lo lleva al convencimiento de que la guerra es horrible y que escenas como las del Somme y Passchendale no debieran repetirse jamás. Esta convicción es la que en algunas ocasiones le hará asumir posiciones un tanto confusas cuando no contradictorias, al surgir como escritor y crítico militar que alimenta controversias dentro del debate que se abre sobre la conveniencia para su patria de optar por el ataque o por la defensa en la conducción de la guerra. En 1920, antes de su salida del Ejército escribe el Manual de Entrenamiento de Infantería. Una vez retirado del servicio en 1927, se ocupa como corresponsal militar en el Daily Telgraph de 1925 a 1935, luego pasa al London Times hasta 1939 y de este año a 1945 escribe para el Daily Mail. Pero además de su condición de periodista con su inmenso volumen de escritos y artículos sobre temas militares, se muestra al mundo con sus muy numerosos e interesantes libros, como uno de los más prolíficos escritores sobre la guerra y como versado historiador que con profundo criterio analítico estudia a los grandes conductores militares de diversas épocas, para desentrañar el secreto de sus éxitos y sustentar sus propias doctrinas. Al término de la Primera Guerra Mundial, el Ejército Británico se desmoviliza demasiado rápido y es reducido en 116

todas sus estructuras orgánicas con el pretexto de la difícil situación fiscal. Además, al igual que en Francia, se piensa equivocadamente: primero que la estrategia defensiva fue la que dio la victoria a los aliados, y que con los organismos internacionales (La Liga de las Naciones) la tragedia de la guerra pronto habría de desaparecer; de ahí surge un ambiente propicio al pacifismo que causa en estos países una actitud antimilitarista, fundamentada en el error filosófico que destacaba Ortega y Gasset de cometer la inmoralidad “de creer y hacer creer, que las cosas ocurren por el solo hecho de desearlas”, lo cual pesa gravemente sobre la responsabilidad histórica de los estadistas respecto al destino de sus pueblos. Sin embargo, para bien de Gran Bretaña en aquellos años aparece en el primera plana de los analistas de la posguerra el Mayor General J. F. C. Fuller, quien en 1918 fuera el Jefe de Estado Mayor del Real Cuerpo de Tanques y que con sus escritos, como brillante experto de estas materias, inicia una cruzada en defensa de la guerra mecanizada y blindada, teorías que poco interés despiertan en las esferas gubernamentales de su país y en el pueblo británico que después de sufrir más de 600.000 bajas en Francia, no quería saber nada más de guerras. Pero el General Fuller insiste, y el Capitán Liddell Hart se hace solidario con sus tesis y se une a sus esfuerzos, y con sus escritos y libros desde finales de la década del 20, empieza a proyectarse como el más convencido y prominente defensor de la guerra mecanizada mediante el empleo intensivo de unidades blindadas para que estas sean empleadas como fuerzas de choque independientes a fin de que penetren profundamente en el territorio enemigo, le corten sus abastecimientos y lo aíslen de sus mandos. Curiosamente sus ideas y propuestas reciben mayor acogida fuera de su patria y son sus adversarios potenciales quienes mejor sabrán aprovecharlas. Líderes alemanes como Erwin Rommel y Heinz Guderian leen sus libros y se convierten en alumnos aventajados de sus enseñanzas. Igual ocurre con los trabajos del General Fuller, de cuya conferencia sobre “Operaciones con Fuerzas Mecanizadas”, solo se editan 500 ejemplares en Gran Bretaña, mientras que en Alemania se reproducen 30.000 copias y otros cuantos millares en Rusia. De ahí saldrán los fundamentos de empleo de la Blitzkreig que serán motivo de admiración de las famosas Divisiones Panzer durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo paradójico fue que Liddell Hart se desempeñó durante 3 años, de 1937 a 1940, como Consejero personal del Ministro de Guerra inglés Leslie Hore Belisha, quien


Teorias de la guerra en Moltke y Liddell Hart

aunque parcialmente acogió algunas de sus sugerencias, no prestó la debida atención a sus recomendaciones, especialmente en lo relacionado con la necesidad apremiante de incrementar y modernizar las fuerzas mecanizadas y blindadas del Ejército Británico. Entre sus obras más conocidas de esa primera época deben citarse Una historia de la Guerra Mundial 1914-1918, (1934); Foch, el hombre de Orleáns; Sherman soldado realista americano; y El futuro de la infantería. Irving Gibson, en el capítulo XV de la obra Creadores de la estrategia moderna nos relata lo que significó para Francia y para Inglaterra el periodo siguiente al término de la Primera Guerra Mundial, sobre la ingenua creencia de que el peligro de una nueva guerra había sido conjurado para siempre y que por ello los posibles preparativos de orden bélico debían orientarse dentro de una estrategia defensiva. Para Francia esta idea pudo ser aceptable mientras ocupaba Renania, pero una vez que los compromisos internacionales la obligaron a dejar estos territorios, tuvo que fundamentar su dispositivo de defensa sobre sus propias fronteras. Esta circunstancia produce una actitud esencialmente pasiva que es la que va a llevar a la construcción de las fortificaciones de la Línea Maginot, dentro de la idea de la cobertura estratégica y a muchas otras medidas que como ocurre en Inglaterra, inciden perjudicialmente en la capacidad y preparación de las Fuerzas Armadas de estos dos países, como fue la reducción en el tiempo y en el número de los efectivos del Servicio Militar y la no modernización y mejoramiento de sus armamentos y equipos. En Francia la llegada de Clemanceau al gobierno reafirma la prioridad por la defensiva, la cual se consideraba que había sido el factor del triunfo en la Primera Guerra Mundial, cuando en realidad este se debió al apoyo de Inglaterra y de los Estados Unidos. También la figura legendaria de Pétain en Verdún contribuía a reafirmar esta equivocada apreciación y de ahí que surgiera una actitud despectiva hacia los militares que como De Gaulle y otros más exponían sus ideas sobre las necesidades de la Defensa Nacional, las cuales nunca fueron oídas por los gobernantes ni por los políticos de la época, ni por los mismos ciudadanos. En los apasionados debates de 1936 en torno al rearme del Ejército Británico, la Medalla de Oro para premiar el mejor de los trabajos presentados fue otorgada al Capitán J. C. Slesor, al sugerir una pequeña pero muy bien adiestrada Fuerza Mecanizada, correspondiendo estos planteamiento al sentir del pueblo británico que no quería

que un nuevo ejército de masa se comprometiera otra vez en Francia, lo que fue un signo característico del pensamiento estratégico que se hizo predominante. En octubre de 1937, Liddell Hart, como corresponsal del Times, publicó varios artículos en los cuales recomendaba que Inglaterra debía optar por la teoría de “la obligación, responsabilidad y riesgo limitados” y volver a su tradicional política de bloqueo y de guerra económica, de acuerdo con su muy buena capacidad marítima, y en cuanto al continente, se mostró partidario de una estrategia estrictamente defensiva, y en desarrollo de este criterio expresaba que a Francia se debería enviar únicamente una fuerza expedicionaria reducida, la cual se mantendría en retaguardia como una reserva estratégica de alta movilidad, teniendo en cuenta que (él también equivocadamente lo creyó) los franceses en la línea Maginot lograrían detener la irrupción alemana. Estas publicaciones motivaron una gran polémica. El generral francés Baratier envió al Times una protesta digna y firme en la cual criticaba la tendencia de Inglaterra a tratar de arrojar el peso de la guerra sobre sus aliados. Fue entonces cuando más se habló de que los ingleses siempre estaban dispuestos a combatir en el territorio europeo, hasta el último soldado francés. Otros escritores militares británicos, entre ellos el general Rowan Robinson, de la Escuela de Fuller, arremetieron contra Liddell Hart, rechazando con indignación sus sugerencias sobre una guerra pasiva y la proscripción del ataque. También el hábil crítico inglés, V. W. German, entró en la discusión y tuvo una visión profética cuando llegó a expresar que “los ingleses durante más de una década se habían adiestrado para tener fe en todo método concebible para ganar guerras, salvo el de combatir en las batallas y batir al enemigo”. Sin embargo, el verdadero portavoz del pensamiento británico siguió siendo Liddell Hart, quien identificado con las teorías de Fuller continuó defendiendo el tanque como el arma decisiva de la guerra, pero de ningún modo fue partidario de emplear en Francia las nuevas divisiones blindadas del Ejército Británico, sino de mantenerlas en el territorio metropolitano, como una reserva estratégica principal, con miras a ser empleadas en Holanda o en el Cercano Oriente. Más tarde cuando ya la guerra se hacía inminente, expresó que salvo unas tropas técnicas, no debía enviarse a Francia ninguna fuerza expedicionaria, porque una vez se destacaran las primeras tropas, se seguirían incrementado los requerimientos de estas y, por consiguiente, sus respectivas bajas. Posteriormente se aceptó que como máximo y solo para reforzar la moral de 117


DOSSIER • Gabriel Puyana Garcia

los franceses, debían enviarse hasta tres divisiones blindadas, pero a condición de que éstas no fueran empleadas en una campaña ofensiva, sino como reservas móviles de los contraataques y en estrecha cooperación con la Fuerza Aérea. Bajo el efecto de la Blitzkrieg en Polonia que demostró la eficiencia del ataque, Liddell Hart se mostró confundido, pero en un memorando escrito el 9 de septiembre de 1939, siguió insistiendo “en que la defensa era superior al ataque allí donde no se disponía de espacio suficiente para la movilidad”. Fue tan persistente en esta lamentable convicción de su doctrina que llegó incluso a sugerir que el gobierno hiciera una declaración en la cual renunciaba al ataque para combatir la agresión y de este modo evitar el ridículo en que se podía caer dada la compleja inactividad de los ejércitos aliados. No obstante las muy variadas posiciones disímiles, la política de Liddell Hart, no fue seguida y a principios de la guerra se envió una pequeña fuerza expedicionaria británica que como reserva estratégica permaneció muy detrás de la línea “Maginot”. Al iniciarse, en marzo de 1940, el avance alemán, el Ejército Británico fue destinado a cerrar la brecha de Lieja sin prestar atención a la selva de las Ardenas por cuanto Liddell Hart había considerado que por lo abrupto del terreno y la frondosidad de los bosques, el enemigo no operaría en esta zona a gran escala, pero fue donde los alemanes prepararon la ruptura frente a Sedan. Esta opinión fue compartida por los franceses y los belgas y resultó ser una tremenda equivocación. La marcha de Dunquerque vino a ser así una funesta consecuencia de la doctrina de la obligación, responsabilidad y riesgos limitados, basada en un tipo de guerra puramente defensivo, pero de la cual no se puede culpar solamente a Liddell Hart, puesto que él no fue el autor de esta doctrina, sino que como el publicista militar más destacado de Gran Bretaña injustamente se le identificó con ella. Esta doctrina fue producto de una gran complejidad de causas tanto en Inglaterra como en Francia que erróneamente la acogieron. Como bien lo recapitula el escritor Irwing Gibson ya citado. La doctrina de defensa de las dos grandes democracias occidentales de Europa no era producto de unos pocos hombres, políticos tímidos o expertos de estrecho criterio, sino el resultado de la orientación en el pensamiento nacional a la vez producto de una civilización superior que ha apartado a los timoratos del sacrifico de la guerra.

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Fueron las instituciones democráticas las que crearon las influencias pacifistas y la aversión general de los británicos y de los franceses de recurrir al arbitrio de la guerra en los casos de disputas internacionales.13

Además, la matanza que representó la Primera Guerra Mundial hizo que a priori se rechazara cualquier tipo de ideas ofensivas, como también las dificultades financieras, el desequilibrio social y las actitudes pacifistas propiciaron un medio en donde solo fue posible la discusión teórica, pero sin que surgiera la voluntad política para disponer los cambios urgentes que se apreciaban necesarios. Al respecto, Gibson agrega: Las instituciones democráticas están basadas en la voluntad de las masas. La masa resulta extremadamente lenta para cambiar de orientación cuando adquiere impulso; lentitud esta que algunas veces resulta fatal. Ahí reside la debilidad de la democracia, cuando se ve enfrentada por un enemigo resuelto y astuto. Sin embargo, si el cambio se produce a su debido tiempo, el impulso que la masa crea por la voluntad de vencer, tiene en una nación democrática recursos más profundos, debido a que las energías morales surgen de la convicción y no del apremio.14

Y para sustentar estas apreciaciones, transcribe algunos apartes del discurso de Winston Churchill del 12 de octubre de 1942, al apreciar la situación de la guerra, de los cuales reproducimos los siguientes fragmentos: Pero después de todo, la explicación no es tan difícil. Cuando pueblos pacíficos como el británico y el norteamericano que en tiempos de paz son muy descuidados con su defensa: naciones y pueblos sin zozobras ni sospechas que nunca han conocido la derrota, naciones desprevenidas, diré naciones descuidadas que despreciaron el arte militar y pensaron que la guerra era tan dañina que nunca más volvería a tener lugar. Cuando naciones como estas son atacadas por conspiradores bien organizados y poderosamente armados que durante años han estado planeando en secreto y exaltando la guerra como la mayor manifestación del esfuerzo humano, glorificando la masacre y la agresión y han estado preparados y adiestrados, hasta lo último que la ciencia y la disciplinas permiten, es natural que los pacíficos y desprevenidos deban sufrir

13 Irwin Gibson, en Ibid. 14 Ibid.


Teorias de la guerra en Moltke y Liddell Hart

terriblemente y que los malvados e intrigantes agresores tengan su parte de salvaje regocijo.

Pero más adelante continuaba: Este no es el final del cuento. Es solo el primer capítulo. Si las grandes democracias pacíficas pueden llegar a sobrevivir, los primeros y pocos años del ataque del agresor, otro capítulo tendría que ser escrito. Es a este capítulo al que nos referiremos a su debido tiempo. Será siempre una gloria para esta isla y este Imperio que mientras estuvimos luchando solos durante todo un año, ganamos tiempo para que la buena causa se armara, se organizara pausadamente y lanzara sobre los criminales las fuerzas asociadas unidas e irresistibles de la civilización ultrajada. En esto reside la fuerza inherente de una Democracia que puede perder muchas batallas pero que al fin gana la última.15

Estas trascendentales enseñanzas de Churchill expresadas tan elocuentemente, pueden resultarnos muy útiles, pero solo si aceptamos que ante la posibilidad de un conflicto bélico es preferible que desde un principio nos preparemos en la debida forma para afrontar esa guerra y no esperar a perder antes muchas batallas así la última pueda resultar victoriosa, porque nada puede asegurarnos que el triunfo siempre nos llegará al final, y porque si de nosotros pudiera depender debemos intentar ahorrarle a nuestra patria las “lágrimas, sudor y sangre “ (para usar las mismas palabras de ese gran estadista) que por la imprevisión, la falta de malicia y de decisión política de sus dirigentes tuvo que sufrir la nación británica. Pero volvamos a nuestro personaje: después de la Segunda Guerra Mundial, Liddell Hart escribe muchos otros libros, entre otros Los Generales alemanes hablan; Al otro lado de la colina, para lo cual entrevista a destacados jefes enemigos, entre ellos a los generales Guenther Bluementritt, Hasso Manteuffel, Whilheim Von Thoma, Kart Von Tippeelskirch y Gottharr Heirici. También edita los Papeles de Rommel, publica Los tanques (1959), Disuasión o Defensa, Una historia de la Segunda Guerra (1970). Además, escribe sobre la Guerra Fría analizando la importancia de las armas nucleares tanto por su posible empleo como por su enorme poder disuasivo en las confrontaciones futuras. En 1966, en reconocimiento a sus brillantes servicios, la

15 Ibid.

Corona Británica lo enaltece con el título de Caballero. Como anteriormente se dijera, fue su dura experiencia personal vivida en Francia, durante la Primera Guerra Mundial, la que le impulsó a buscar nuevos métodos que sirvieran para disminuir los altos costos de los sufrimientos de los cuales había sido testigo. En sus numerosos escritos enfatizó siempre el uso de la movilidad y la sorpresa, así como la importancia de la aproximación indirecta orientada a dislocar al enemigo a fin de reducirle sus medios de resistencia con menor atrición. De su muy fecunda producción histórica y literaria, la más destacada de sus obras fue la llamada Strategy: The Indirect Approach, (Estrategia: la aproximación indirecta), tema que empezó a desarrollar desde sus más tempranos artículos de prensa y en sus primeros libros, como se puede apreciar en el titulado París, o el futuro de la guerra y Las guerras decisivas de la historia; prácticamente fue de este último libro ampliado y corregido de donde salió su obra máxima que resultaría muy polémica por las controversias suscitadas. La teoría de la aproximación indirecta apareció inicialmente como una gran estrategia con la cual se pretendía persuadir al gobierno británico para que no volviera a participar en ninguna otra guerra continental en Europa, después de la Primera Guerra Mundial. La idea básica de la aproximación indirecta es la de detectar las debilidades del adversario, a fin de golpear su talón de Aquiles en forma muy rápida para asegurar una pronta y decisiva victoria que evite la confrontación directa que a lo largo de los siglos ha sido siempre muy cruenta y ha causado incalculables pérdidas de vidas humanas y de recursos materiales. Esta teoría recomienda como objetivo esencial golpear la moral del enemigo para obtener el derrumbe de su voluntad antes que confrontar sus Fuerzas Armadas. Su convicción en la superioridad de esta estrategia se evidencia desde el prefacio de su libro cuando expresa: Esta ha sido una ley de la vida en todas las esferas; una verdad de filosofía. Su cumplimiento se ha visto como una realización práctica en el manejo de cualquier problema donde el factor humano predomine y un conflicto de voluntades tienda a surgir de un fundamental asunto de intereses.16

16 B. H. Liddell Hart, Strategy: The Indirect Approach, London, New American Library, 1967.

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DOSSIER • Gabriel Puyana Garcia

Para la sustentación de su teoría en primer término se valió de una profunda investigación de la historia militar a partir del siglo V a. C., desde Alejandro el Grande en su guerra contra Persia, hasta la Segunda Guerra Mundial, a fin de sostener lo principal de su tesis que era demostrar que las guerras exitosas fueron las que se condujeron mediante este tipo de aproximación indirecta. Su enfoque despertó cierta controversia al criticar a Clausewitz por sus engañosas teorías que fueron las que condujeron a las aterradoras pérdidas de vidas durante la Primera Guerra Mundial, especialmente por el error de prescribir que la destrucción del poder enemigo debía ser uno de los principales fines de la guerra. Al respecto escribió: “Clausewitz no contribuyó con nuevas o progresivas ideas a la táctica o la estrategia. Él fue un codificador o compilador de pensamientos pero no creativo ni dinámico”.17 Consecuente con su criterio, en el libro llega a expresar una súplica dirigida a los gobiernos de Occidente, para que abandonen las teorías del mencionado pensador alemán y se cambien a la estrategia de la aproximación indirecta. Desde su punto de vista consideró que su estrategia era la ideal para manejar más apropiadamente amenazas como la de la guerrilla que pretendía poner en aprietos la moral del adversario como uno de los propósitos esenciales de la guerra. Sobre este particular Brian Bond, otro conocido crítico militar británico, repudió a Liddell Hart y sostuvo que éste había malinterpretado y distorsionado el pensamiento de Clausewitz. En la guerra, como en otras ciencias y artes, “nada hay nuevo bajo el sol”; para ello basta con observar que el libro de Liddell Hart refleja aspectos de los escritos de Sun Tzu. Así por ejemplo, mientras el primero aconseja: “Seleccionar la línea de acción menos esperada por el enemigo”, Sun Tzu había escrito: “Aparezca en los sitios donde el enemigo debe defender de prisa, y marche rápidamente para ubicarse en sitios donde no sea esperado”.18 Esta, su obra más conocida, fue publicada después de la década del 50, cuando ya se consideraba factible el uso de armas nucleares y de ahí su interés en influir en los gobiernos occidentales para que se decidieran por la aproximación indirecta en lugar de la directa que más se identificaba con el pensamiento de Clausewitz.

17 Ibid. 18 Sun Tzu, El arte de la guerra, Bogotá, Panamericana Ed., 2000.

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De todos los escritores y críticos militares contemporáneos fue Liddell Hart (fallecido apenas en 1970) quien ejerció y aún sigue teniendo una gran influencia en el pensamiento estratégico actual con sus doctrinas y teorías. Estas son dos de sus conceptos que más merecen ser tenidos en cuenta: • “La guerra es una ciencia que depende del arte de su aplicación”. • “El propósito del estudio militar el de mantener una estrecha observación y vigilancia sobre los últimos desarrollos técnicos, científicos y políticos fortalecidos por una segura comprensión de los principios eternos sobre los cuales los grandes capitanes han basado sus métodos contemporáneos, e inspirarse en el deseo de ir delante de cualquier Ejército rival, para asegurar las opciones futuras.”19

Conclusiones 1. Moltke en principio se identificó con la estrategia directa, pero su brillante liderazgo, como su extraordinaria inteligencia, manifestada en su flexibilidad para comprender y adaptarse a las circunstancias esencialmente cambiantes de la guerra, le permitieron adecuar sus concepciones y criterios a las complejas como diferentes situaciones que le correspondió afrontar y supo combinar todas la estrategias y tácticas que le sirvieron para obtener la victoria. 2. Von de Goltz, otro influyente pensador alemán en cierta forma alumno de Moltke, expresaría este axioma indiscutible: “Un país no se prepara para la guerra, sino para su propia guerra en particular”. 3. La premisa anterior debe fundamentar todo lo relacionado con los preparativos y con la conducción de una campaña militar, así como con la organización, el entrenamiento y las peculiaridades del estamento militar de un determinado país y, por tanto, para la formulación y cumplimiento de su estrategia adecuada a sus necesidades, sus medios disponibles y sus posibilidades. 4. Liddell Hart, por su parte, fue el más entusiasta promotor de la estrategia indirecta y su tesis basada en la investigación histórica le permitió demostrar que las guerras exitosas de los grandes capitanes fueron, casi siempre las que se condujeron bajo la modalidad de la

19 Liddell Hart, op. cit.


Teorias de la guerra en Moltke y Liddell Hart

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estrategia de la aproximación indirecta. Debido a su dolorosa experiencia de la Primera Guerra Mundial, quiso evitarle a su patria los altos costos de una guerra ofensiva y por ello se acogió a la política británica de la obligación, el compromiso y el riesgo limitado, la cual fue causa de los graves descalabros de los aliados en el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Paradójicamente, al mismo tiempo que propiciaba una estrategia defensiva para actuar en apoyo de Francia, fue el más convencido exponente de la importancia del tanque de guerra y del empleo masivo de las grandes unidades blindadas, dentro de un carácter esencialmente ofensivo; curiosamente, sus enseñanzas fueron desatendidas por su compatriotas y aprovechadas exitosamente por sus adversarios alemanes. La posible utilidad que estas ideas puedan tener para el análisis y comprensión de nuestro conflicto interno es muy relativa dado que las teorías y doctrinas de estos dos pensadores se refieren preferentemente a la guerra convencional y aunque muchos opinan que las leyes y principios de la guerra son de aplicación universal para cualquier tipo de conflicto, esto no siempre resulta cierto. En nuestro concepto, las guerras revolucionarias generalmente de tipo irregular, exigen unas leyes y principios específicos por la naturaleza sui géneris de esta clase de confrontación. A este respecto, David Galula, en su obra La lucha contra la insurrección20, afirma que además de representar las guerras revolucionarias casos excepcionales, la mayor parte de las reglas y normas aplicables a un bando no pueden serlo al otro. Y textualmente expresa: “En la lucha entre una mosca y un león, la mosca no puede asestar una golpe definitivo a su contendor, ni el león puede volar.” Aunque se trata de una misma guerra, surge la asimetría entre los dos oponentes y eso hace que las teorías que se aplican en uno, no puedan aplicarse en el otro. Intentar hacerlo –nos dice Galula– sería, como pretender “que una persona de estatura normal se pudiera meter dentro del vestido de un enano.”

10. De ahí que las estrategias, las tácticas y los procedimientos propios de la guerra convencional, así como las doctrinas y principios de su conducción, tienen que ser distintos y, por consiguiente, la guerra irregular debe tener sus propias leyes y principios acordes con su naturaleza sui géneris, que la hacen distinta de las demás.

Bibliografía Beaufre, André, Introducción a la estrategia, Lima, Ed. Biblioteca militar del Oficial, No. 43, 1977. Collins, J. M., La gran estrategia, Buenos Aires, 1976. Galula, David, Counter-insurgency Warfare, Pall Mall Press, London, UK, 1964. Goerlitz, Walter, El Estado Mayor alemán, Barcelona, Editorial AHR, 1954. Liddell Hart, B. H., Strategy: The Indirect Approach, London, New American Library, 1967. Mead Earle, Edward, Creadores de la estrategia moderna, Tomos I y II, Buenos Aires, Escuela de guerra naval. Ortega y Gasset, José, Obras completas, Madrid, Alianza Editorial, 1987. Perón, Juan Domingo, Apuntes de historia militar, Buenos Aires, 1932. Pijoán, José (dir.), “Bismark”, en Historia del Mundo, Tomo II- La Unificación de Alemania, Barcelona, Salvat Editores, 1978. Sun Tzu, El arte de la guerra, Bogotá, Panamericana Ed., 2000.

20 David Galula, Counter-insurgency Warfare, Pall Mall Press, London, UK, 1964.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 125-132.

LAS LIMITACIONES DE LA PAZ Juan Carlos Garzón*

Resumen El presente artículo pretende ofrecer algunas reflexiones acerca de las limitaciones de lo que se ha denominado "paz", centrándose en cuatro puntos que se han configurado como lugares comunes en torno de lo que podría ofrecer la terminación de la guerra: 1) la "paz" traerá consigo una disminución notable en los niveles de violencia; 2) la "paz" traerá consigo una disminución en los niveles de impunidad; 3) la "paz" dará paso al establecimiento de mejores condiciones económicas; 4) la "paz" traerá consigo un proceso de apertura de la democracia y un aumento en los niveles de participación. La metodología utilizada se centra en el análisis de estos cuatro lugares comunes en conflictos armados ya terminados, especialmente los casos de El Salvador y Guatemala, haciendo referencia a confrontaciones internas que tuvieron lugar fuera del continente como Angola y Liberia. Este artículo analiza algunas de las situaciones dadas en los niveles de violencia, la justicia, la economía y la participación política en un contexto de postconflicto. Se busca, a la luz de escenarios dados en otros países, planear las situaciones luego de terminada la guerra y afrontar la paz de manera realista y madura como un objeto deseable para Colombia.

Abstract The article tries to offer some reflections about the limitations of what is known as peace, it is focused on four points which have become common places about what could happen if the war ends: 1) peace will lower the violence’s rates; 2) peace will diminish impunity’s rates; 3) peace will create conditions for the economy to improve; 4) peace will open the democracy and participation’s rates will be higher. The methodology used focuses the attention on the analysis of these four common places in some armed conflicts already finished, specially the cases from El Salvador and Guatemala, also referring to internal confrontations taking place outside the continent, like Angola and Liberia. The article tries to think about some situations of violence, justice,

economy, political participation, in a post-conflict context. Finally, based on the other countries’ stages it shows the need to plan situations after the end of the war and to face peace, as a desirable end for Colombia, in a realistic and mature way.

Palabras Clave: Paz, postconflicto, Salvador, Guatemala, procesos de paz.

Keywords: Peace, post-conflict, Salvador, Guatemala, peace processes.

Alcanzar la paz se ha perfilado como la principal solución a la mayoría de los problemas por los que atraviesa la democracia colombiana, dentro de los cuales se presentan de manera prioritaria: la pérdida del monopolio de la fuerza y de la ley, la ausencia de condiciones para el desarrollo de la economía y la falta de canales de participación política. Sin embargo, al realizar un ejercicio comparativo con países en los cuales se ha dado por terminada la guerra, como el Salvador, Guatemala, Angola, o Liberia,1 se puede observar cómo, en principio, los procesos de negociación no conducen necesariamente a resultados positivos en la búsqueda de sus dos objetivos contingentes: a) cambiar los patrones de violencia (disminuirla); b) cambiar los patrones de representación política (ampliarla). Este planteamiento es igualmente válido al profundizar en los objetivos de un acuerdo de paz, ya que tomando temas como la mejora de las condiciones económicas y la puesta en marcha de la justicia, lo alcanzado en estos países es bastante limitado. Desde esta perspectiva, es posible afirmar que el significado de la "paz" en realidad sigue siendo restringido a su acepción negativa, es decir, ausencia de guerra, alejándose de visiones teóricas amplias como las planteadas por Adam Curle o Johan Galtung, quienes presentan esta noción como la presencia de "condiciones y circunstancias deseadas"2 o de "justicia social, armonía, satisfacción de las necesidades básicas, autonomía, diálogo, solidaridad, integración y equidad".3 Siguiendo las tendencias globales de las confrontaciones armadas, es claro que las guerras terminan,

1 * Politólogo de la Universidad Javeriana; Especialista en Teoría y Experiencias de Resolución de Conflictos Armados de la Universidad de Los Andes. Actualmente investigador del Observatorio de DD. HH. y DIH, de la Vicepresidencia de la República.

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En El Salvador los acuerdos de paz fueron firmados en 1992, en Guatemala en 1996, en Liberia en 1995 y en Angola 2002. Adam Curle, Making Peace, London, Tavistock Publications, 1971, pág. 15. Johan Galtung, Peace by Peaceful Means, London, Sage, 1996, pág. 281.

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OTRAS VOCES • Juan Carlos Garzón

es decir, que la "paz negativa" tienen lugar: según Roy Licklider, en el período de 1945 a 1993, de las 57 confrontaciones bélicas que finalizaron, 14 lo hicieron por la vía de la negociación y 43 obedecieron a una victoria militar de uno de los bandos.4 Lo que no resulta evidente –en gran parte por la carencia de estudios al respecto– es que la ausencia de guerra haya determinado el advenimiento de mejores condiciones sociales, políticas, económicas e incluso culturales, de las comunidades afectadas por estos conflictos. El presente artículo pretende ofrecer algunas reflexiones acerca de las limitaciones de lo que se ha denominado "paz", centrándose en cuatro puntos que se han configurado como lugares comunes en torno de lo que podría ofrecer la terminación de la guerra: 1) la "paz" traerá consigo una disminución notable en los niveles de violencia; 2) la "paz" traerá consigo una disminución en los niveles de impunidad; 3) la "paz" dará paso al establecimiento de mejores condiciones económicas; 4) la "paz" traerá consigo un proceso de apertura de la democracia y un aumento en los niveles de participación. La metodología utilizada a continuación se centra en el análisis de estos cuatro lugares comunes en conflictos armados ya terminados, especialmente los casos de El Salvador y Guatemala, y hace referencia a confrontaciones internas que tuvieron lugar fuera del continente, como Angola y Liberia (estos países se tomaron en cuenta básicamente para el apartado que trata del proceso de apertura democrática y el ascenso en los niveles de participación en las elecciones). Más que plantear un estudio comparado, este artículo busca reflexionar sobre algunas de las situaciones dadas en los niveles de violencia, la justicia, la economía y la participación política (primordialmente las elecciones), en un contexto de postconflicto. Se busca a la luz de escenarios dados en otros países, planear las situaciones luego de terminada la guerra y afrontar la paz de manera realista y madura como un objeto deseable para Colombia.

Primer lugar común: la firma de la "paz" traerá consigo una disminución notable en los niveles de violencia Uno de los objetivos contingentes de las negociaciones entre el gobierno y los grupos subversivos es cambiar los

patrones de violencia (disminuirla), de modo tal que los indicadores de homicidio desciendan y se establezca un entorno más "seguro". Bajo el presupuesto de que la guerra es la fuente primera de las muertes, la firma de los acuerdos va acompañada de la expectativa de que finalizada la confrontación, la tranquilidad reinará. Sin embargo, el nuevo escenario, antes que presentar una baja en los niveles de violencia, los aumenta e incluso los estimula, de modo tal que supera de manera sorprendente el panorama que lo antecedía. Lo que sucede entonces es que, si bien la violencia política, de hecho, baja notablemente, la violencia común se generaliza y aumenta. Esto se puede observar de manera explícita en los casos del Salvador y Guatemala. Como lo muestra Dinorah Azpuru, luego del proceso de paz en Guatemala, los niveles de violencia no experimentaron un descenso significativo; por el contrario, la violencia no política persistió, con un alarmante incremento del secuestro, el robo de vehículos y residencias, los asaltos en los buses y casos dramáticos de linchamiento público de los criminales5. Es evidente que la violencia política disminuyó, pero la violencia como fenómeno social ligado a la delincuencia común continuó presente. Solamente se modificaron los actores, los hechos y los intereses atrás de los actos. Así lo evidencian los datos del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, según los cuales en la Ciudad de Guatemala se registra un índice de 101.5 homicidios por cada 100,000 habitantes. Cifra que sitúa a la capital de este país como una de las ciudades más violentas del continente americano6, el cual tiene como tasa promedio 22,9 homicidios por cada 100,000 habitantes. Este mismo fenómeno se da en El Salvador: según datos difundidos por la Fiscalía General de la República, los homicidios ascendieron de 8.019 en 1996 a 8.281 en 1998 (cabe resaltar que durante los doce años de guerra civil, perdieron la vida como promedio 6.330 personas anuales). En 1998, seis años después de haber sido firmado el acuerdo de paz, este país se ubicó como el más

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Roy Licklider, "The Consequences of Negotiated Settlements in Civil Wars", en American Political Science Review, vol. 89, no. 3, (September 1995), pág. 684.

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Dinorah Azpuru, "Peace and Democratization in Guatemala: Two Parallel Processes", en Cynthia Arnson (ed.), Comparative Peace Processes in Latin América, Washington and Standford, Woodrow Wilson Center, 1999, pág. 120. Más alarmantes son los datos del interior de la República; poblaciones como Escuintla tienen un índice de 165 homicidios por cada 100,000 habitantes, luego le siguen, Izabal (127 x 100,000) Jutiapa (114 x 100,000) Santa Rosa (111 x 100,000).


Las limitaciones de la paz

violento de América Latina, aun por encima de Colombia. Este alarmante aumento en la cifras de homicidios puede ser explicado en parte por la mejora en el registro de personas asesinadas que se obtiene en un entorno de no conflicto armado, en contraposición al subrregistro presentado en una atmósfera de guerra. Sin embargo, hay factores que trascienden esta explicación como las nuevas condiciones para los excombatientes, la proliferación de armas en manos de los civiles y la incapacidad de los organismos de seguridad, los cuales incluso se han visto involucrados en la dinámica delincuencial. Para las personas que participaron en la confrontación armada, en cualquiera de los bandos, se presenta una nueva condición de supervivencia, la cual no siempre es garantizada tras la firma de los acuerdos.7 En este escenario, las prácticas de uso de la fuerza reciben un impulso derivado de la incapacidad de adaptarse a las nuevas condiciones: algunos excombatientes adoptan un modo de vida delincuencial que les garantiza no sólo la existencia de recursos mínimos de subsistencia, sino también un lucro generador de excedentes y de una economía ilegal. En este marco, la conformación de bandas y pandillas es común, así como la persistencia de la posesión de las armas como garantía de seguridad y de poder. Luego de la guerra, la recuperación del monopolio de la fuerza no es un asunto que se produzca de manera automática. Si bien el desarme es considerado en los acuerdos, no todas la armas son entregadas, muchas son comercializadas en el mercado negro y otras quedan en posesión de los excombatientes. Además de esto, la adquisición de armas por parte de los ciudadanos es frecuente en un entorno de inseguridad creciente. En el Salvador, según la información de la Policía Nacional, existen alrededor de 150.000 armas registradas que se encuentran en manos de civiles. Sin embargo, se estima que otras, más de 120.000 están en circulación

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Uno de los principales interrogantes en cualquier negociación de guerras civiles tiene que ver con la incertidumbre de los insurgentes en la situación posbélica. Es decir, si su vida, y las garantías para la misma van a ser cumplidas por el Estado. Por lo tanto, las partes pueden creer que su interés está en terminar la guerra, pero la incertidumbre frente a las garantías de su seguridad les lleva a continuar su lucha militar, véase Barbara Walter, Committing to Peace: The Successful Settlement of Civil Wars, Princeton, Princeton University Press. 2001; "The critical Barrier to Civil War Settlement", en International Organization, vol. 51, no. 3, verano 1997.

ilegalmente. En una ciudad como San Salvador, se estima que el 7% de los adultos tiene un arma de fuego, lo que equivale a 58.000 personas aproximadamente.8 En Guatemala, de acuerdo con estimaciones hechas por las propias autoridades del gobierno, hay 1.5 millones de armas en circulación sin el respectivo permiso de porte extendido por la oficina correspondiente. Además, hay 147.581 armas legalmente registradas.9 Las importaciones de armas muestran un incremento significativo. Para el año 1998, ingresaron legalmente al país 13.291 unidades, y para el siguiente año el número se incrementa en un 37%, llegando la cifra a 18.271 unidades. Más alarmante aún es la cantidad de cartuchos vendidos en los primeros seis meses de 1999. El consumo de municiones para esa fecha fue de 14.962.250 cartuchos, según datos del Departamento de Control de Armas y Municiones. Ante esta situación de inseguridad generalizada en un escenario de postconflicto, las fuerzas del Estado no han sido la mejor garantía para los ciudadanos indefensos. Un caso que ilustra esta incapacidad es la Policía Nacional Cívica (PNC) de El Salvador, creada a partir de los Acuerdos. La formación de este cuerpo implicó la disolución de la Policía Nacional, lo cual provocó que amplias zonas quedaran sin ningún resguardo en un período de casi un año, tiempo en el cual la PNC logró llegar a casi la totalidad del territorio– a pesar de la implementación de un cuerpo de policía transitorio insuficiente e improvisado–. Esta demora, complementada con la falta de recursos, dio lugar a una fuerza que no estaba preparada10 para afrontar el nuevo escenario y de la cual se han manifestado repetidas denuncias acerca del desempeño de sus funciones. Así lo muestra lo consignado en el escrito Justicia en El Salvador, una aspiración no cumplida: "La Policía Nacional Civil, ‘hija predilecta de los acuerdos de paz’, se ha ido desnaturalizando… varios agentes y mandos medios de este cuerpo se han visto involucrados en constantes actos delictivos. Se han descubierto relaciones de sus miembros con el crimen

José Miguel Cruz, Los factores posibilitadores y las expresiones de la violencia en los noventa, ECA, no. 588, Octubre de 1997. 9 Según datos del Departamento de Control de Armas y Municiones hasta junio de 1999. 10 De hecho en este nuevo cuerpo policial se dieron varios problemas en el reclutamiento de la fuerza. Tras la inoperancia en muchos casos de los oficiales novatos, fue necesario llamar a efectivos de la vieja guardia, que siguieron con las misma prácticas y vicios (esto sin contar con la incorporación de ex guerrilleros, la cual fue muy problemática). 8

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organizado, fabricación de pruebas, crímenes por encargo y protección institucional de los malos elementos, han sido las denuncias más constantes".11 Por todo lo anterior, es necesario reflexionar sobre la fórmula no guerra = disminución en los índices de violencia. Si bien es cierto que los conflictos armados internos implican un entorno de inseguridad en el cual la población civil se perfila cada vez más como objetivo prioritario de los actores armados, su terminación no implica necesariamente un entorno más pacífico. Es relevante resaltar en este contexto la disminución de masacres y el cambio cualitativo del Estado al pasar de una estrategia contrainsurgente de polarización a una de lucha contra la delincuencia común. Con estas consideraciones se hace imprescindible pensar en que la construcción de una sociedad que resuelva sus conflictos por medios diferentes de las armas, trasciende la firma de los acuerdos, siendo entonces necesario pensar en un nuevo escenario en el cual se le brinde oportunidades reales de subsistencia a los excombatientes, se cumplan las disposiciones de desarme y de no proliferación de armas ligeras, se tenga un cuerpo policial capaz de afrontar este nuevo contexto y se establezca un aparato judicial que disminuya la impunidad.

Segundo lugar común: la "paz" traerá consigo una disminución en los niveles de impunidad De manera general se ha llegado a establecer una relación entre la presencia de la guerra y altos niveles de impunidad e ineficiencia de la rama judicial. Bajo este presupuesto se ha llegado a pensar que un escenario postconflicto generará, por un lado, el esclarecimiento de los crímenes llevados a cabo en medio de la confrontación armada, acompañado por el enjuiciamiento de los victimarios, y por el otro, el establecimiento de la justicia como función primordial del Estado. A pesar de estos supuestos, la terminación de la guerra pocas veces trae consigo el enjuiciamiento de miembros de los grupos armados y la construcción de una eficiente maquinaria judicial. En los casos de El Salvador y Guatemala, tanto las Fuerzas Militares estatales como los grupos paramilitares y las organizaciones insurgentes, llevaron a cabo acciones violatorias de los derechos humanos e infracciones al derecho internacional humanitario, las cuales la mayoría de

11 Estudios Centroamericanos (ECA), Justicia en El Salvador, una aspiración no cumplida, San Salvador, 2001, pág. 1034.

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las veces, quedaron impunes en medio de la terminación de las guerras por la vía negociada. En El Salvador, como lo escribe Margaret Popkin12, el país se ha negado a tratar su pasado. A pesar del establecimiento de una Comisión de la Verdad que terminó sus labores en 1993, con la elaboración de un informe que dio cuenta de la investigación de 32 casos específicos (de 22.000 denuncias de hechos de violencia y más de 75.000 crímenes), las responsabilidades imputadas han sido mínimas, debido a la declaratoria de una amnistía general por parte del gobierno del Presidente Cristiani. Luego de terminado el informe por parte de la Comisión, el comando de las Fuerzas Armadas rechazó las conclusiones por completo y el Gobierno manifestó la imperiosa necesidad de analizar lo que se iba a hacer para borrar y olvidar el pasado. Ante la inoperancia de las instituciones de justicia, se creó un clima general de desconfianza que terminó quitándole peso a los intentos de reestructuración. La encuesta sobre delincuencia llevada a cabo por el IUDOP13 en 1993, reveló que, según la víctimas, sólo el 26.5% de las denuncias interpuestas por algún delito fueron investigadas. Además un reporte del Ministerio de Justicia muestra que en los años 1993 y 1994, más del 80% de los reclusos en el sistema penitenciario nacional carecían de condena.14 En Guatemala hubo una investigación limitada de los crímenes que se cometían ya que la función del poder judicial como ente de control fue inexistente, debido a que el Presidente y sus colaboradores nombraban a los magistrados y jueces. La independencia judicial no existió o fue un bien escaso. Con este contexto, como lo muestra Rachel M. McClearly15, la herencia de los años de confrontación armada fue un edificio judicial derruido, marcado por la corrupción y la doblegación ante los intereses de quienes manejan el poder por medios no democráticos. En el actual momento, la situación no ha variado mucho pese a los intentos de reforma que se han dado desde

12 Margaret Popkin, "La Amnistía salvadoreña: una perspectiva comparativa ¿se puede enterrar el pasado?", en Estudios Centroamericanos, año LIII, números 597-598, julio – agosto 1998, págs. 643 – 656. 13 Instituto Universitario de Opinión Pública, Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas". 14 Cruz, 1997, op. cit. 15 M. McCleary, "Guatemala’s Postwar Prospects", en Journal of Democracy, vol. 8.2, 1997, págs. 129 – 143.


Las limitaciones de la paz

1986. A pesar de que ahora ya no es el Presidente quien nombra a los magistrados, son los partidos políticos, el Congreso y los gremios los que deciden acerca de los cargos judiciales. Esta situación se dio paralelamente a la gestión de otro tipo de presiones diferentes de las tradicionales; Helen Mack hace referencia a esta dinámica de la siguiente manera: "en el seno del sistema judicial surgieron prácticas violatorias de la independencia judicial. La jerarquía de la Corte Suprema se ha convertido en una amenaza latente para los jueces independientes, en tanto el despido injustificado, los traslados y remociones arbitrarias, son comunes hoy en día y se erigen como nuevas armas que refuerzan los mecanismo de impunidad".16 La "Justicia", entonces, no ha sido un valor adquirido de primera mano tras la firma de los acuerdos de paz, y la formación de un aparato judicial capaz de mitigar la impunidad no ha sido alcanzada de manera inmediata en un entorno postconflicto. Los cambios son lentos y tardan en producir resultados, lo que no quiere decir que no lleguen a ser efectivos en algún momento posterior.

Tercer lugar común: la "paz" dará paso al establecimiento de mejores condiciones económicas Existe un consenso generalizado sobre la afectación que los conflictos armados internos producen en el desarrollo económico de los países, debido a sus efectos negativos en el capital físico y social, así como la alteración en las decisiones que los individuos toman sobre el ahorro, el consumo y la inversión, las cuales están marcadas por una desconfianza general. Desde la academia, las instituciones estatales y las organizaciones internacionales, se ha intentado medir el efecto que tiene la guerra sobre variables como la confianza, la incertidumbre, el gasto público, su nivel y asignación, así como en el déficit fiscal. A partir de estos cálculos se ha construido una visión general de que en un escenario de "paz", al no existir estos costos, se podría obtener un mejor desarrollo económico. Incluso se han hecho conversiones de los recursos que se gastan en la guerra a recursos que se podrían invertir en la paz. Sin embargo, este conjunto de suposiciones no consideran

16 Helen Mack, "El Salvador", en Alejandro Valencia Villa (Ed.), Verdad y justicia en procesos de paz o transición a la democracia, Memorias del Seminario Internacional, Bogotá, 1999, pág. 111.

factores determinantes como la existencia de programas de ajuste estructural y estrategias de transición de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, la persistencia de la deuda externa y su crecimiento, la dependencia que desarrollan los países bajo los programas de reestructuración y la falta de recursos. El alcance de la paz no implica la culminación del proceso de desacumulación de capital; la reactivación depende, en gran parte, del restablecimiento de las instituciones, la restauración del capital social, la repatriación del capital humano y financiero, así como la transición del viejo modelo a uno que esté fundamentado en la confianza. Para esto se necesita tiempo y recursos, los cuales no siempre están disponibles; en medio de las mesas de negociación, la comunidad internacional ofrece una serie de ayudas que buscan estimular a los actores en la búsqueda de la paz, sin embargo, una vez firmados los acuerdos, muchos donantes se retiran y disminuyen sus compromisos. Una variable importante por considerar es el gasto militar. Su reducción no significa de manera directa un mayor crecimiento económico al no constituir una garantía de la reasignación eficiente de dichos recursos. Incluso es arriesgado afirmar que una vez terminada la guerra, este rubro descenderá de manera constante.17 Respecto a la transición de la ayuda humanitaria a la reconstrucción, Mark Duffield hace referencia a la existencia de dos niveles en los noventa: por un lado, la ayuda oficial que se basa en programas de ajuste estructural, y por el otro, el desarrollo de una red de seguridad para hacer frente a las consecuencias de las guerras, que en la mayoría de los casos está en manos de organizaciones no gubernamentales.18 En este contexto se da una falta de coordinación entre el FMI y el Banco

17 Un buen ejemplo de esto lo constituye Guatemala. La Misión de Verificación de las Naciones Unidas en este país criticó a finales del año 2001 un aumento de más del 50% en el gasto militar, lo que viola los Acuerdos de Paz firmados en 1996. La Misión señaló su preocupación por la desnaturalización de la Ley de Presupuesto General aprobada por el Congreso para el año 2001 que asignó al Ministerio de Defensa 836.9 millones de quetzales, 105.2 millones de dólares, monto que se incrementó posteriormente en un 59% merced a varias transferencias de montos de otros rubros. Las cifras oficiales del ministerio de Finanzas Públicas, al 30 de noviembre demuestra que a la fecha el ministerio de Defensa ha recibido 1.330 millones de quetzales, 167.2 millones de dólares (para un incremento del 59% del presupuesto original). 18 Mark Duffield, "NGO Relief in war zones: Towards an analysis of the new aid paradigm", en Third World Quarterly, London, 1997.

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Mundial con diferentes ONG y organizaciones internacionales como la ONU. Álvaro de Soto y Graciana del Castillo, en un artículo titulado Obstacles to peacebuilding, describen los problemas de poner en práctica un programa de paz en El Salvador en medio de uno de estabilización del FMI: "El programa de ajuste y el plan de estabilización, por un lado, y el proceso de paz, por otro, nacieron y se criaron como si fueran hijos de familias diferentes. Vivían bajo techos distintos. Tenían poco en común, aparte de pertenecer, más o menos, a la misma generación".19 Es importante tener en cuenta este divorcio entre lo acordado en una mesa de negociación, lo pactado con los cooperantes y lo impuesto por los organismos multilaterales. En este marco es posible entender cómo, por ejemplo, un asunto como la deuda externa, que se encuentra al margen de los acuerdos, no sólo permanece, sino que sigue creciendo y ejerciendo una fuerte carga en las economías de los países. En El Salvador, la deuda externa pasó de 1.976 millones de dólares en 1993, a 3.148 millones, en 2001; en Guatemala pasó de 2.347 millones de dólares a 4.100 millones de dólares. Lo cierto es que es difícil construir una relación segura entre un escenario de postconflicto y un mayor desarrollo económico. En el caso del Salvador, por ejemplo, las cifras de la CEPAL demostraron que mientas el crecimiento del PIB durante la década de los ochenta (en plena guerra), registró un promedio de 0.4% decreciente, durante los años noventa (luego de firmados los acuerdos de paz) repuntó a un 4.4%. En ese momento algunos académicos y economistas presentaron estos indicadores como la muestra de que la paz afectaba positivamente la economía. Sin embargo, la desaceleración del PIB en 1996 (año en el que bajó al 1.8%) y las alarmantes estadísticas (a fines de 2000, el 80% de las familias no alcanzaba a cubrir el costo de la canasta ampliada de mercado, un 23% vivía en condiciones de miseria, y alrededor del 70% de la población económicamente activa estaba en la informalidad) terminaron por poner de manifiesto que el rumbo de la economía estuvo lejos de determinarse en la mesa de negociación, a pesar de todas sus buenas intenciones. Los argumentos anteriores señalan la dificultad de que los acuerdos de paz influyan de manera positiva en la

19 Álvaro De Soto y Graciana Del Castillo, "Obstacles to peace building", en Foreign Policy, primavera 1994.

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economía con unas transformaciones de gran envergadura. Es posible esperar algunos estímulos como la recepción de ayuda internacional (limitada), una mayor inversión o un mayor gasto social; factores que, al margen de los elementos macroeconómicos, no son suficientes para el establecimiento de mejores condiciones o para el replanteamiento del modelo por seguir. Cuarto lugar común: la "paz" traerá consigo un proceso de apertura de la democracia y un aumento en los niveles de participación Las elecciones se han configurado como el principal medio para incluir a los actores que se encontraban fuera del juego democrático y de legitimar la nueva dirección, así como las nuevas instituciones que surgen a partir los acuerdos de paz. Su puesta en marcha va ligada en la mayoría de los casos a difíciles circunstancias de desorden social, inseguridad general, miedo y desconfianza que se espera superar, una vez depositados los votos en las urnas. En este contexto, el proceso de apertura democrática depende en gran parte de la oportunidad que tienen los grupos reinsertados de participar activamente en el nuevo sistema político y del apoyo que reciban las disposiciones concertadas en la mesa de negociación. Es precisamente este el momento en el cual la incertidumbre juega un papel principal. Przeworski define la democracia como un proceso de "institucionalización de la incertidumbre, un proceso en el que todos los intereses son sometidos a la incertidumbre. En una democracia, por tanto, ningún grupo puede intervenir cuando los resultados de los conflictos perjudican sus intereses, tal como éste los percibe. Es precisamente este acto de enajenación del control de los resultados de los conflictos, el que constituye la esencia de la democracia".20 Bajo esta perspectiva, teóricamente, los actores del conflicto afrontan una transición bajo la confianza de que los resultados no irán en su contra, al diseñar pactos políticos explícitos o implícitos que proporcionen las garantías suficientes, sobre todo en el ámbito de las élites, para aprobar el cambio. Sin embargo, la realidad muestra resultados diversos en la construcción de un entorno de mayor participación. El examen de algunos casos sugiere que la elección en un espacio de postconflicto ha configurado direcciones

20 A. Przeworski, "Algunos problemas en el estudio de la transición a la democracia", en Schmitter y O`Donnell, Transiciones desde un gobierno autoritario, vol. 3, Buenos Aires, Paidós, 1998, pág. 92.


Las limitaciones de la paz

políticas e instituciones capaces de conservar la paz, sirviendo como un primer paso en el proceso de peacebuilding. Esta ha sido la situación en países como El Salvador y Guatemala. En casos como el de Angola, las elecciones precipitadas han renovado la confrontación armada. En otros países, incluyendo a Liberia, las elecciones fueron sólo un instrumento para terminar la guerra, con unos resultados limitados e incluso negativos en la búsqueda de la democratización. En este último caso, los recuerdos de siete años de conflicto y el miedo general determinaron la voluntad de los votantes y sus opciones, en julio de 1997. Muchos electores actuaron bajo la disposición de que si Charles Taylor, el líder más poderoso de este país, perdiera las elecciones, volvería a la guerra. La mayoría de liberianos, en este momento, escogió una salida calculada que probablemente promoviera la paz y la estabilidad, lo que permitió que Taylor legitimara el poder conseguido por la vía armada. En Angola, las débiles instituciones creadas para dar paso a la transición no construyeron ni la confianza ni las normas para establecer un camino real a la democracia. En 1992 se celebraron las elecciones con una participación masiva (10% de abstención). En ese momento, los 600 observadores de la ONU las declararon "libres y justas". El Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) ganó las legislativas con el 53.74%; La Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), con el 34.10%. Las presidenciales fueron más reñidas: Dos Santos, líder del MPLA, consigue el 49.57%, Savimbi, dirigente de UNITA, el 40.07%, y los otros candidatos, algo más del 2%. Dados los resultados, fue necesaria una segunda vuelta, pero Savimbi no reconoció los resultados, reemprendió la guerra y llegó a controlar el 85% del territorio. Por otro lado, en los casos en los cuales las elecciones fueron usadas para llevar a cabo los acuerdos y se logró desmilitarizar la política, como El Salvador y Guatemala, los procesos de paz tuvieron una repercusión positiva en la formación de un entorno más democrático, sin embargo su impacto fue transitorio en la medida en que los niveles de abstención regresaron a sus estados originales e incluso los sobrepasaron. En Guatemala, pasa del 30.7% en 1985, al 63.1% para 1996; en Salvador, pasa del 54.9% en 1989, al 61.4% para 1999. Un aspecto que hay que destacar es la presencia de divisiones internas que tuvieron lugar en el seno de algunos de los movimientos subversivos reinsertados y la incapacidad de adaptarse a las reglas de la arena

política.21 En El Salvador, los acuerdos de paz crearon las condiciones para que el FMLN (Farabundo Martí para la Liberación Nacional) se transformara en un partido legal. En 1994 participa por primera vez en las elecciones y obtiene 21 diputados y 15 gobiernos locales. En las elecciones del 16 de marzo de 1997, da un gran salto al ganar el gobierno de San Salvador y 53 alcaldías; al mismo tiempo obtuvo 27 escaños en el Parlamento de un total de 94. ARENA (Alianza Republicana Nacionalista), por su parte, obtuvo el triunfo de 161 alcaldías menores y sacó 28 disputados. Los avances electorales del FMLN hacían esperar una muy reñida contienda electoral con ARENA, en las presidenciales de marzo de 1999; sin embargo, crecientes contradicciones internas en el FMLN, que llegaron hasta el extremo de hacer contracampañas públicas contra los candidatos de la fórmula presidencial, así como un discurso político muy poco diferenciado de ARENA, crearon escepticismo y desconfianza entre los votantes. El resultado fue un triunfo holgado de ARENA con el 52% de los votos. Siguiendo los argumentos hasta aquí enunciados, queda en cuestionamiento el papel de los procesos de negociación de paz como una forma positiva de cambiar los patrones de representación política. Como muestran los anteriores casos, la puesta en marcha de elecciones incluyentes no garantiza una mayor participación, una consolidación de un entorno más democrático o la transición a la paz.

Conclusiones La firma de la paz no siempre produce los resultados esperados ni cumple las expectativas generadas por la negociación. A pesar de que la terminación de la guerra brinda un entorno positivo para la reducción de los niveles de violencia política, la consolidación de un aparato judicial eficiente que reduzca los niveles de impunidad, el mejor funcionamiento de la economía, así como la consolidación de una democracia abierta y participativa; todos estos elementos dependen de una serie de factores internos y externos no necesariamente vinculados a las negociaciones de paz. Los casos tomados en este artículo permiten observar

21 En 2000 cuando todo parecía indicar que el FMLN pasaría a ocupar la presidencia de la Asamblea Legislativa, luego de haber alcanzado la primera votación en las elecciones legislativas de marzo, la oficialista ARENA, tras una maniobra política logró conformar una mayoría que bloqueo las aspiraciones de esta ex guerrilla salvadoreña.

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OTRAS VOCES • Juan Carlos Garzón

cómo no se puede esperar que el país experimente transformaciones profundas y súbitas una vez firmados los acuerdos de paz. Las transformaciones, cuando se dan, son lentas y en algunas circunstancias inestables. En esta medida, las expectativas no cumplidas pueden dar lugar a frustraciones. La cuestión radica entonces en que no sólo se trata de lograr la desmovilización de los grupos armados y su reinserción a la vida civil. La paz concebida de esta forma tiene muchas limitaciones, al no implicar necesariamente un entorno más seguro, un aparato judicial capaz de mitigar la impunidad, mejores condiciones económicas o la consolidación de un entorno más democrático. Desde esta perspectiva, la consolidación de la paz está sujeta a un conjunto de decisiones que tienen que ver con la capacidad de planeación de un escenario postconflicto y la madurez con la que se aborden los diálogos. En este sentido la injerencia del Estado en la consolidación del monopolio de la fuerza, su disposición, como la de la sociedad civil de influir positivamente en el desarrollo de la justicia, la reconstrucción del aparato judicial, así como la generación de condiciones para la participación democrática son cuestiones fundamentales que hay que considerar.

De Soto, Álvaro y Del Castillo, Graciana, "Obstacles to peace building", en Foreign Policy, primavera 1994. Duffield, Mark, "NGO Relief in war zones: Towards an analysis of the new aid paradigm", en Third World Quarterly, London, 1997. Estudios Centroamericanos (ECA), Justicia en El Salvador, una aspiración no cumplida, San Salvador, 2001. Galtung, Johan, Peace by Peaceful Means, London, Sage, 1996. Licklider, Roy, "The Consequences of Negotiated Settlements in Civil Wars", en American Political Sciencie Review, vol. 89, no. 3, September 1995. Mack, Helen, El Salvador", en Valencia Villa, Alejandro (Ed.), "Verdad y justicia en procesos de paz o transición a la democracia, Memorias del Seminario Internacional, Bogotá, 1999. M. McCleary, "Guatemala’s Postwar Prospects", en Journal of Democracy, vol. 8.2, 1997.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 133-149.

REGULACIÓN Y CONTROL DE LA SUBJETIVIDAD Y LA VIDA PRIVADA EN EL CONTEXTO DEL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO1

Palabras clave: Violencia intrafamiliar, género, conflicto armado, vida privada.

Keywords: Intra-familiar violence, gender, armed conflict, private life.

Ángela María Estrada* Carolina Ibarra** Estefanía Sarmiento***

(…) mire yo, yo lo que digo es que el conflicto armado, o sea el conflicto armado en (el municipio), digamos en los sectores populares se metió a la cocina de las familias, se metió en la cama, se metió en el ser, se metió en el vestido, yo: atrevidamente digo que se metió tanto que no le dejó espacio a la familia y a la mujer para ella determinar eso que las mujeres eran en (el municipio) (…) yo digo que la mujer se dejó influenciar por la facilidad del instrumento, del instrumento que es el arma. (EINB4)2

Resumen En este texto se reproducen los resultados de un estudio sobre la violencia contra las mujeres en cuatro municipios colombianos, inscrita en el marco del conflicto armado. Se estudian tanto la violencia intrafamiliar como la violencia de género a través de los testimonios de las personas entrevistadas.

Abstract This text reproduces the results of a study on violence against women in four Colombian municipalities, inscribed in the armed conflict. Intrafamiliar violence and gender violence are studied through the testimonies of the people interviewed.

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Este trabajo se basa en el informe final de un estudio contratado por la Política Haz Paz de la Consejería Presidencial para la Política Social, con el apoyo de la Cooperación Japonesa – JICA. El estudio fue adelantado por un equipo bajo la dirección de la autora en el cual participaron Marcela Rodríguez Díaz, Profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana, como coinvestigadora, Carolina Ibarra y Estefanía Sarmiento, estudiantes de la Maestría en Psicología de la Universidad de Los Andes, como asistentes de investigación y Teresa Salazar y Diana Potes como auxiliares de investigación; éstas últimas estudiantes de pregrado en Psicología de la Universidad de Los Andes y practicantes en la Línea de Investigación Construcciones ético políticas de la subjetividad y la organización social, dirigida por Angela María Estrada. * Psicóloga, Magíster en Investigación y Tecnologías Educativas, Profesora Asociada en el Departamento de Psicología de la Universidad de Los Andes. Correo Electrónico: aestrada@uniandes.edu.co ** Psicóloga – Universidad de Los Andes, inscrita en el programa de Maestría en Psicología en la Línea de Investigación Construcciones ético políticas de la subjetividad y la organización social. Correo Electrónico: marta_ibarra60 @hotmail.com ***Psicóloga – Universidad de Los Andes, inscrita en el programa de Maestría en Psicología en la Línea de Investigación Construcciones ético políticas de la subjetividad y la organización social. Correo Electrónico: e-sarmie@uniandes.edu.co

Estas páginas dan cuenta de la teorización fundamentada3 que se logró en un estudio sobre Violencia intrafamiliar y de género contra la mujer en el contexto del conflicto armado, adelantado en cuatro municipios colombianos: Barrancabermeja (departamento de Santander), Puerto Asís (departamento de Putumayo), Santander de Quilichao (departamento de Cauca) y Turbo (departamento de Antioquia). En estos cuatro contextos urbanos, todos ubicados en diferentes zonas de conflicto, los paramilitares tenían, al momento del trabajo de campo, un control hegemónico sobre el territorio. La cautela necesaria indica que los resultados no deben generalizarse a los distintos actores armados que intervienen en el conflicto, no sólo porque las estrategias de acción de cada uno de ellos pueden variar según el grado de arraigo y la historia de vínculos que hayan construido con las poblaciones bajo su control, sino porque más bien parece deseable el claro señalamiento diferenciado y específico del accionar particular de cada uno de los actores armados.

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Las siglas con las cuales se identifican los testimonios incluidos en este artículo, corresponden a la clasificación del material de campo y buscan no sólo su adecuada catalogación, sino preservar el anonimato de nuestras informantes. Uno de los modelos de análisis cualitativo reseñados en la literatura científica. Véase Anselm Strauss, Qualitative Analysis for Social Scientists, Estados Unidos, Cambridge University Press, 1987; Anselm Strauss y Juliet Corbin, Basics of Qualitative Research. Techniques and Procedures for Developing Grounded Theory, Estados Unidos, Sage, 1998.

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OTRAS VOCES • Ángela María Estrada / Carolina Ibarra / Estefanía Sarmiento

Aunque cada de uno de los municipios integrantes de la muestra posee una dinámica histórica y social particular, fue una decisión consciente la búsqueda de tendencias generales y teóricamente más sólidas sobre las formas en que se afecta la vida cotidiana y la dinámica intrafamiliar bajo el influjo del conflicto armado. Por tal motivo, más que buscar una diferenciación territorial, la experiencia acumulada en cada municipio nutrió y ayudó a construir una teoría4 de un cierto nivel de generalidad, la cual en todo caso mantiene una tensión interna entre la pretensión de generalizar y las restricciones que impone el tamaño de la muestra5. Se espera que las interpretaciones concebidas puedan ser enriquecidas por nuevos trabajos que ahonden en las preguntas que guiaron la investigación. El estudio enfocó particularmente los efectos psicosociales de la dinámica del conflicto armado; esto es, los efectos sobre la subjetividad y la vida privada, en un claro esfuerzo por contribuir con una mirada desde la psicología social a

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Este estudio desarrolló un abordaje cualitativo que tuvo en cuenta los siguientes ejes en la construcción de su enfoque: una concepción de conocimiento que mantiene unos ideales emancipatorios, una perspectiva de género para el estudio de la violencia contra la mujer en contextos de conflicto armado, unos criterios metodológicos para el trabajo con mujeres que recurren a la metáfora de la conversación y el respeto por las participantes, y un modelo de análisis cualitativo que busca la construcción de una teorización densa a partir de las voces de las/los otras/os, con el recurso del software cualitativo NUD*IST. La trascripción del material de campo y su análisis sistemático siguiendo el modelo de la teorización enraizada (Strauss, 1987, op. cit.; Strauss y Corbin,1998, op. cit.) nos permitió ir construyendo un punto de vista fundamentado en la experiencia de las mujeres que superara la mera descripción, mediante un proceso de codificación progresivo que fue permitiendo la construcción de una red analítica cada vez más amplia. Se privilegió en cada municipio la palabra de las mujeres de distintas edades. El estudio contó con la participación de 47 mujeres víctimas de la violencia intrafamiliar y afectadas en diversos grados por la violencia política, la mayoría de ellas vinculadas y/o atendidas por organizaciones especializadas en la problemática. En el caso Turbo, se contó mayoritariamente con la presencia de mujeres viudas, algunas en situación de desplazamiento forzado y afro colombianas de procedencia rural. En el caso de Barranca se contó con la participación de mujeres líderes comunitarias, muchas de ellas desplazadas por la violencia política y cuyas familias de origen o ellas mismas tienen una historia de migraciones en muchos casos vinculadas a los procesos de colonización propios de la región. En el caso de Santander de Quilichao todas las mujeres participantes fueron indígenas pertenecientes a resguardos indígenas del Cauca. Finalmente, en el caso de Puerto Asís se contó con la participación de mujeres, algunas de ellas en situación de desplazamiento y/o con historias familiares de migración articuladas a los procesos de colonización; algunas más eran de origen indígena.

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la comprensión más amplia de las dinámicas del conflicto. Sin desconocer la importancia de los factores estructurales del conflicto armado en Colombia, pero aceptando, tal como lo señala Pécaut,6 que ellos no solo han perdido fuerza explicativa, sino que no son suficientes para comprender su complejidad, el estudio genera un espacio de interlocución necesario y reclamado por muchos autores desde la psicología social. El lugar epistemológico desde el cual se articuló la propuesta de investigación es el construccionismo social en psicología social y particularmente la propuesta de Kenneth Gergen7 sobre la crítica cultural y la construcción de nuevos mundos a partir de la amplificación de las voces de los/as otro/as. Se trata de avanzar procesos de teorización que señalen e interroguen lo tomado por dado en la cultura, así como amplificar las voces de aquellos tradicionalmente al margen de las elaboraciones científicas. Sin duda, este es un esfuerzo pionero en un país que requiere un compás para aceptar y tolerar, por parte de los investigadores que tradicionalmente han estudiado el fenómeno de la violencia desde ópticas macrosociales. Desde un punto de vista teórico, la violencia política, en muchas de sus principales variantes, comparte con la violencia intrafamiliar dos factores que les son comunes: por un lado, la violencia física y emocional, es perpetrada por agentes cuya responsabilidad es la protección social y legal, el cuidado y la preservación del orden y la predictibilidad en las vidas de las víctimas. De otro lado, la transformación del carácter del rol de protector en perpetrador tiene lugar en un contexto discursivo en el cual se niegan o falsean tales cambios. Los factores mencionados coadyuvan en los efectos devastadores y de largo alcance que tienen sobre las víctimas. Además, antes que ser específicos de una forma de violencia particular, borran los límites entre las violencias micro y macro, lo cual permite abarcar un amplio espectro de situaciones.8

6 7

8

Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Espasa, 2001. Kenneth Gergen, "Toward Intellectual Audacity in Social Psychology", en Robin Gilmour y Steve Duck (eds.), The Development of Social Psychology, Estados Unidos, Academic Press, 1980; Kenneth Gergen, "Toward a Postmodern Psychology", en Steiner Kvale (ed.), Psychology and Postmodernism, Gran Bretaña, Sage, 1992; Kenneth Gergen, "Toward Generative Theory", en Kenneth Gergen (ed.), Refiguring Self and Psychology, Estados Unidos, Darmouth, 1993. Carlos E. Sluzki, "Violencia familiar y violencia política. Implicaciones terapéuticas de un modelo general", en Dora Fried Schnitman, Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad, Argentina, Paidós, 1994, págs. 351-370.


Regulación y control de la subjetividad y la vida privada en el contexto del conflicto armado colombiano

En este marco general, comprender la especificidad de la violencia contra las mujeres, implica comprender y hacer visibles la imaginería cultural que la legitiman y mantienen, así como las formas específicas de afectación, evidenciadas en las narraciones de las propias mujeres. Así pues, es posible aceptar que existe una violencia de género (contra las mujeres), cuando nos encontramos en presencia de actos violentos cometidos contra ellas por su condición de tales. Se trata, pues, de formas de violencia ejercidas empleando estrategias que vulneran la identidad sexual o por razón de ella, tales como violaciones y ataques sexuales, entre otros. También se refiere a los actos violentos cometidos contra mujeres por no apegarse a normas sociales restrictivas. En el marco del presente artículo, la violencia de género se asume principalmente como sinónimo de lo que investigadoras como Eva Giberti y Ana María Fernández9 denominan "violencia invisible", para hacer referencia a los dispositivos de la cultura mediante los cuales se producen y reproducen las subjetividades prescritas en la matriz de relación entre los sexos, en el marco de unas relaciones de poder que delimitan el ejercicio y subordinan el estatus de los roles propios de cada uno de los géneros, legitimando formas de subordinación, discriminación y ejercicios de control de la subjetividad que incluyen actos de violencia física y emocional. Hacer visibles las construcciones culturales, en las cuales parecen sustentarse unas formas de apropiarse de la libertad de las mujeres por parte de los varones, constituye una clave orientadora para generar políticas de transformación cultural que posibiliten crear y consolidar otras representaciones, como pilares de patrones de relación no marcados por la violencia. Tales construcciones culturales nos llevan a considerar la violencia de género, no sólo en su dimensión de soporte simbólico de la violencia intrafamiliar, sino también como ejes para interpretar el espectro de violencias cruzadas que afectan nuestro porvenir como nación. La violencia de género contra la mujer se ejerce en contextos macro y micro; en este último caso se articula una forma particular de violencia contra la mujer, la "violencia intrafamiliar". Dado que la familia se configura como una institución social cuidadora y protectora de sus miembros, cualquier forma de abuso físico, emocional,

9

Eva Giberti y Ana María Fernández (comp.), La mujer y la violencia invisible, Sudamericana, Argentina, 1992.

económico o sexual que ejerza cualquiera de sus miembros sobre otros, es considerada como violencia intrafamiliar. Dentro de este tipo de violencias, tiene sentido resaltar el abuso sexual como una de las principales manifestaciones de la violencia contra la mujer, dado que ésta representa un principio de dominación masculina mediante el sexo.10 Así pues, en distintos ámbitos de vida social puede tener lugar lo que se denomina "violencia contra la mujer" la cual será entendida como: cualquier acción o conducta basada en su género, que cause muerte, daño, sufrimiento físico, sexual o psicológico de la mujer, tanto en el ámbito público como privado. La violencia contra la mujer incluye la violencia física, sexual y psicológica que tenga lugar dentro de la familia o en cualquier otra relación interpersonal, que comprende, entre otros violación, maltrato y abuso sexual; que tenga lugar en la comunidad y sea perpetrada por cualquier persona o sea perpetrada o tolerada por el Estado o sus agentes donde quiera que ocurra.11

Dispositivos culturales sustentadores de violencia En la búsqueda de más amplios marcos explicativos para el fenómeno de la violencia intrafamiliar en el contexto del conflicto armado, abordamos el análisis de los dispositivos culturales sustentadores de violencia en las subculturas particulares incluidas en el estudio. Se trataba de visibilizar esos mecanismos complejos que configuran los regímenes de poder que sostienen unos patrones de relación dentro de los cuales se produce y reproduce la subjetividad. En otras palabras, de ampliar la comprensión sobre la base de sentido al cual se articulan las nuevas prácticas de los actores armados, facilitando su accionar. La complejidad que les es propia, obedece a que los dispositivos no son acciones o procesos puntuales, sino una imbricada red de imaginarios y representaciones anclados en las estructuras de sentido que sustentan la vida diaria, de formas de actuar e interactuar en la cotidianidad y de

10 Jorge Corsi, "Una mirada abarcativa sobre el problema de la violencia familiar", en Violencia familiar. Una mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social, Buenos Aires, Paidós, 1994; Haz Paz, "Manual operativo. Política nacional de construcción de paz y convivencia familiar – Haz Paz", Bogotá, inédito, 2002. 11 Esta definición se encuentra en el Artículo 1 de la Declaración Oficial de Naciones Unidas acerca de la caracterización del abuso de género.

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tecnologías propias de la autorregulación de la subjetividad. Por otro lado, buena parte del poder regulador que los caracteriza proviene de su invisibilización al convertirse en significados naturalizados en las culturas locales. Para el caso particular, los dispositivos involucran una diversidad de operadores en las siguientes dimensiones: • Imaginarios de género; es decir, evocaciones de género que legitiman la violencia intrafamiliar y la violencia contra la mujer, en tanto naturalizan concepciones sobre lo femenino y lo masculino, sujetándolas a posiciones de poder diferenciadas y diferenciadoras. • Pautas o patrones de socialización de género, concebidas en este caso como el conjunto de prácticas y comportamientos diferenciados o atribuidos, o ambas cosas, a niños y niñas en las relaciones padres-hijos o entre los miembros de la familia (incluyendo los comportamientos violentos).

Imaginarios de género Los imaginarios sobre los géneros y sobre las relaciones entre ellos, hacen parte central de los dispositivos con los cuales se regulan las subjetividades, al sustentar los lugares de poder y de no poder asignados a cada uno de ellos. Aunque se trata de producciones sociales, mantienen su vigencia en la conversación al atribuirle el índice de lo real.12 De hecho, se convierten en los límites reales de la construcción de la identidad personal. El poder regulador de tales representaciones proviene de la naturalización que realizamos de ellos en las prácticas sociales. Al naturalizarlos, los imaginarios operan en la estructura profunda de nuestra identidad personal;13 es decir, se incrustan de manera inconsciente como límites de la propia autonarración, delimitando lo posible para la identidad femenina, la masculina y las relaciones de pareja, entre otras. … los derechos de nosotras las mujeres son respetarlos primeramente a ellos, saberlos tratar con buenas palabras, y obedecerles a ellos. Tampoco, si ellos dicen que se tiren por

12 John Shotter, "El papel de lo imaginario en la construcción de la vida social", en Tomás Ibáñez García (coord.), El conocimiento de la realidad social, Barcelona, Sendai Ediciones, 1989, págs. 135-155. 13 Rom Harré, "La construcción social de la mente: la relación íntima entre el lenguaje y la interacción social", en Ibid, págs. 39-52.

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un barranco tampoco, verles que cosas les corresponde obedecer, y por lo menos si el hombre les llega borracho, no le digan nada, espérenlo al otro día, que esté sano y bueno, porque si ustedes lo torean es como ir a torear a un avispero, ustedes van y lo tocan y las avispas se torean y ahí mismo van y las pican, así mismo son los borrachos, a pesar de que todo borracho no es lo mismo, sino que se hacen los borrachos. (GFMP)

Pautas o patrones de socialización de género La pregunta por las formas de relación entre la violencia intrafamiliar y el conflicto armado exigió caracterizar, en primer lugar, los patrones de interacción intrafamiliar más arraigados en la cultura. A partir de ahí se podría abordar la pregunta sobre cómo se transforman tales patrones ante la presencia de actores armados que inciden en el orden privado. Los patrones de relación autoritarios, abusivos y caracterizados por el vacío y la distancia emocional hacen parte de la interacción tradicional de nuestras familias, aunque existen modelos de socialización de género claramente diferenciados y diferenciadores. En efecto, mientras que a los varones se les asigna una mayor libertad para actuar y decidir, sobre las mujeres se ejerce un control minucioso de su comportamiento y se limita severamente su ejercicio y vivencia de la libertad para elegir elección. De esa manera, ellas se vuelven dóciles y se recluyen en el ámbito privado. … pues en la infancia mía, a mí me da mucha tristeza porque, si uno como niño que está empezando a conocer la vida quiere ser como abierto, que le den la oportunidad a uno de brincar, saltar y jugar... y sentirse amplio. A pesar que me levanté debajo del matrimonio pero mi papá era, como se dice vulgarmente ahora, muy machista, entonces sentimos restricción; o sea, yo no sé si yo, y lo siento a nivel de mis hermanas, o sea él nos levantó como con mucho carácter. O sea todo nos lo impedía… si llegaba un grupo familiar, una visita a la casa, de una vez nos mandaban como a encerrarnos, no nos daban participación como niños. No, no jugábamos, así con otras personas, sino era por allá como montañerito. Y llegaba la gente, nos fuimos levantando que llegaba la gente y uno era asomadito, así por la rendija pa´ ver. Alcancé a entender desde muy niña que era como un machismo, y mi mamá sumergida ahí a lo que él dijera, pues él era el todo… mi papá era como el todo, como machista,


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como imponente; y nosotros no tuvimos como esas salidas, como de sentirnos alguien en la vida, sino que era todo restringido, a pesar de que vivía en propiedades, tenía sus propiedades él, su finca y nosotros empezamos a mirar que no nos hacia falta ... pues como alimentación comida no, pero lo demás si, como ropa, esas cosas que, y él era -, vendía dos tres animales, se iba a vender y a andar con mujeres por allá, y uno como niño ahí sumergido. Queríamos salir a estudiar a adelante, y todo era como al esfuerzo de mi mamá y de nosotras mismas… desde niña, alcancé como a ir sintiéndome tímida, como encogida, como amarrada. MRD: ¿tenías hermanos varones? M4: sí, con mis hermanos era esa cosa también. Era como muy machista con mis hermanos; los trataba así, como indiferente, como dos hombres desde muy niños, tú por ahí yo por acá y quizás eso (llanto) MRD: ¿eso era triste, era doloroso? M4: sí, ellos (salen a esta hora de la vida perdiendo muchas cosas) ((habla entre llanto))(9)MP: tranquila, tranquila: MRD: ¿recuerdas a tu mamá? ¿Cómo era la relación con la mamá? M4: ella era como apacible, muy sencilla, muy cariñosa, ella nos quería como hijos como darnos lo mejor, como: sí nos atendía, nos trataba con esa amabilidad. Pero a mi papá nunca; no nos podíamos acercar como hijo con un padre así, abrazarlo, acariciarlo no; él a toda hora estaba con nosotros como que aparte, aparte, como un particular… (GFMT2)

El autoritarismo y el vacío emocional, que se perciben en el testimonio anterior, como patrones de relación alcanzan, no obstante, niveles de afectación tanto en hombres como en mujeres. En efecto, el aprendizaje impositivo y acrítico de normas morales contribuye a que falten competencias para la tolerancia, la deliberación y el respeto, y por el contrario genera ese tipo de obediencia con la que la persona no desarrolla la capacidad de hacerse cargo de sus actos. Tales aprendizajes facilitan la inserción de estructuras militaristas como las que imponen los actores armados en el contexto del conflicto.14 Lo anterior se considera en muchos casos un asunto del pasado, totalmente superado. Sin embargo, es la condición en la que se está desenvolviendo actualmente la vida de muchos hombres y mujeres en distintas regiones de nuestro país.

14 Elizabeth Lira y María Isabel Castillo, Psicología de la amenaza política y el miedo, Chile, ILAS, 1991.

En el ámbito privado, el autoritarismo, que reproduce en el sujeto la sumisión y la obediencia sin criterio y actitudes intolerantes e irrespetuosas con la diferencia, es una condición estructural que facilita la inserción de un ejercicio militarista de control sobre la vida cotidiana. Eso se corresponde en lo público con la ausencia de la institucionalidad y la falta de una real inclusión como ciudadanos y ciudadanas, circunstancias que abren el camino a la intervención social de los actores armados ilegales.

Tres poderosos patrones Llaman poderosamente nuestra atención algunos patrones de relación de las familias. En primer lugar, los altos niveles de violencia física que caracterizan las relaciones de control y disciplina de los padres sobre los hijos. Es la violencia que también los varones ejercen sobre sus compañeras, en lo que parece configurar un ejercicio de la masculinidad que afirma el sometimiento y la obediencia que esperan aquéllos de éstas. Entonces los golpes son como cotidianos... se vuelven cotidianos. Como que no cuestionan... así vivía mi mamá y así me decía que era mi abuela, y así es mi vecina ... o sea no se genera esa oportunidad como de cambiar, de hacer algo para que esto no se siga dando. Además que también el otro motivo para seguir manteniendo la violencia intrafamiliar es que "ay... y si yo me separo entonces ¿mis hijitos que (…) Sí, por la dependencia económica y por la autoestima tan baja, piensan y sienten y actúan como tal, de que no son capaces de vivir solas y asumir su vida solas. (…) Pero también esa dependencia afectiva "si me quedo sola…ay no", que hace que se mantenga la violencia. (…) De niñas ya interiorizaron ese aprendizaje de que la mujer es la víctima, la que soporta <que pena pues, que sepan mis vecinas que hay problemas, porque es mejor no aumentar los problemas> (…)Y también pues, a veces mi mamá me daba la razón, pero igual también, como mamá tradicional <ay, pero entiéndalo, compréndalo, pobrecito; mire que es que es por el trabajo, mire, está muy agotado, entonces eso lo hace así agresivo, sea llevadera, (…) usted por qué entonces va a fracasar> (EIMB)

En segundo lugar, prevalece un aprendizaje en las mujeres que se da desde muy temprana edad y se mantiene durante su juventud: en la relación padres/hijas o padrastros/hijas, ellas aprenden a pertenecer a otro y a ser objetos sexuales disponibles. En muchos casos, los celos y los comportamientos posesivos que exigen sumisión aparecen 137


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en el marco de las expresiones de amor y protección, en un contexto en el que la sexualidad masculina se representa principalmente como abusiva e incontinente. ...Ella misma [la madre] nos hacía interiores así, con unas franjas amarradas, hasta muy bueno porque después, una vez trataron de violarme, y luego al tener esos interiores que ella me hacía con una lona, una tela dura, pues sí que eso, el muchacho bregó y bregó a partirme, y me tapaba la boca y no pudo violarme porque ese interior fue muy resistente... (GFMT2)

En efecto, la vida de muchas niñas y jóvenes es una lucha casi permanente por evitar el abuso y los delitos sexuales que pretenden cometer padres, padrastros y familiares masculinos cercanos. Al tiempo, el maltrato que éstos ejercen se desenvuelve, como ya se dijo, en un ambiente de prevención ante posibles delitos sexuales que puedan cometer otros hombres. Muchas de ellas no logran este objetivo y sus historias quedan marcadas por dolorosos y repetidos episodios de abuso sexual. … una vez, ya estaba yo más grandecita, una tía mía se enfermó, que eso es algo que a uno nunca se le olvida… y mi mamá me mandó para que la acompañara; estaba enferma pero no era como nada grave, porque ella andaba y todo, que fue la primera noche que fui a dormir allá. Entonces cuando nos fuimos a acostar: yo le conté que me iba a dormir, entonces ella [la tía] me dijo que con ella, y yo le dije que por qué con ella, que ahí había una hamaca, que yo dormía cómoda en la hamaca, entonces ella me dijo que no, que con ella, entonces ella se acostó y me acosté yo, y entonces ya se acostó el marido en la misma cama. Entonces… pues yo antes de 11 años, pues yo era inocente, inocente porque yo nunca había visto: mi mamá nos trataba muy bien y yo nunca le había visto malos ejemplos a mi mamá, entonces cuando al rato yo siento que me están bajando el calzón y yo siento como una cosa muy templada por acá, entonces yo enseguida dije "tía vea a este señor"… Pero después entonces cogió y "que estáte quieto, que no sé que", le dije, entonces yo otra vez me quedé: cuando el señor otra vez bregando a: pues yo nunca había visto un hombre desnudo, ni nunca sabía cómo un hombre pues: y yo sentía algo como tan templado, como tan que se me estaba metiendo por entre el calzón y entonces me levanté, y a esa hora me iba a venir para mi casa. Entonces ella me alcanzó me dijo que no y me colgaron la hamaca y entonces ya yo me acosté en la hamaca. Entonces al siguiente día yo le dije que yo me venía para mi

casa, que yo me venía para mi casa, entonces ella me dijo que no "tu eres bobita, mira ve, si él te sigue insistiendo, …dile que si te da 300 pesos", si: entonces yo le dije que no, yo le dije que no, entonces ella me dijo "que no, que a mí me sucedió así, que no se que"… y: como antes la virginidad se cuidaba tanto entonces mi mamá le hablaba a uno de la virginidad y mi mamá me decía mucho a mi, y me enseñaba, y me decía que no se vaya a dejar tocar de un hombre, y que los hombres eran abusadores y todo. Ella sí le enseñaba todo a uno…(GFMT2)

No obstante, lo más crudo de ese panorama y que llama más la atención es que las estrategias que se trazan para prevenir los abusos implican la aceptación, en muchas formas, de este patrón de relación como culturalmente inevitable, así como la sexualidad masculina que lo viabiliza. El tercer patrón de relación que nos alerta es la carencia de afecto, que las mujeres señalan en las conversaciones como una marca dolorosa en su historia y que parece convertirse en un asunto que estructura sus proyectos personales. Es frecuente que las mujeres, a partir de esa carencia, expresen su intención de no reproducir aquellos patrones que consideran negativos de su historia familiar (su deseo de dar afecto a los hijos, independiente de que sean hombres o mujeres, por ejemplo) y de lograr para sus hijos metas de desarrollo no alcanzadas por ellas (las aspiraciones educacionales para la siguiente generación, entre otras cosas). (…) Y él era como que nos ponía barreras, el nunca consentía que nosotros no le fuéramos a abrazarlo, nunca, él nos traía lo que nos traía y -Dios los bendiga hijitospero era así de lejitos. A él no le gustaba acariciar un hijo, seguro es que así no lo habían criado a él, o que mi mamá se pusiera a acariciar un hijo tampoco. –PC: eso antes era falta de respeto. MU1: –si, seguro así lo habían criado a él, o así es porque todavía vive, y con los hijos míos nosotros jugamos, y nos pellizcamos, y mi papá me dice que yo no me hago respetar, yo le digo cuando -jugamos es una cosa y cuando no jugamos es otra. (GFMP)

Articulación entre el conflicto armado y los escenarios cotidianos La regulación y control que del orden social y de la vida privada están ejerciendo los paramilitares en los municipios


Regulación y control de la subjetividad y la vida privada en el contexto del conflicto armado colombiano

estudiados tiene, por supuesto, una incidencia directa en la subjetividad. Como se mencionó inicialmente, este análisis se realizó asumiendo una perspectiva de género, lo cual se traduce en un ejercicio que hace visible los efectos diferenciales del accionar de los actores armados sobre la subjetividad de hombres y mujeres, niños y niñas, y, por consiguiente, también en los ejercicios e interacciones cotidianos entre estos y estas.

Vulneración de las mujeres jóvenes A medida que avanzaba el análisis del material etnográfico, las mujeres jóvenes emergieron como uno de los grupos sociales más vulnerables en el contexto del conflicto armado. Por tal razón hemos decidido dedicarles un parágrafo especial, con el ánimo de llamar la atención sobre su crítica situación de vida, así como sobre las consecuencias que para el sostenimiento de la familia y la socialización primaria puede llegar a tener el drama humano de las nuevas generaciones de mujeres. El contexto de sentido tradicional particular de las subculturas en las cuales tiene lugar la socialización femenina, y los dispositivos de género culturales tratados en la parte inicial de este artículo, constituyen un terreno muy propicio para nuevos y más violentos ejercicios autoritarios, toda vez que en el proceso de socialización femenina, las mujeres jóvenes son educadas para ‘perder su voz’. En otras palabras, en el proceso de socialización han aprendido a no consultar ni tomar en cuenta sus sentimientos, sus sueños, sus deseos, como criterios cruciales en las decisiones de pareja: …Otra cosa, por ejemplo a uno le llama la atención cuando uno llega acá, es que aquí las niñas, las muchachas, o sea, las muchachas del común digámoslo así, no aspiran por ejemplo a estudiar, a ir a una universidad, no... aquí muchas de ellas aspiran a conseguirse un [hombre con empleo de prestigio social en la comunidad] que las mantenga; y eso ha hecho carrera aquí. Entonces las niñas, esta cosa de ser amante de un [hombre con empleo de prestigio social en la comunidad] les da estatus, les da seguridad y además les da solución a otros problemas que tienen, económicos y de todo. Esto: esto es muy propio de la industria de acá.. –Además que esto es apoyado por las mismas familias. O sea, se: se hace amante, y a su vez, el no sólo la mantiene a ella, sino a la familia de ella. Eh: comprándoles una casita en ese sector, una casita puede valerle dos millones; él los puede: los puede: dar ¿si? Y: y como dotarla y darle estudio a su hermanito menor y ayudarle al papá de la china,

subcontratarlo con proyecticos pequeños que tenga la empresa y en fin… (GFNB)

Seguramente la falta de oportunidades de empleo y las dificultades económicas, inciden en esta forma de entrega de las hijas al patriarcado por parte de los padres, quienes estimulan y aprueban una formación de sí mismas desde la dependencia y el establecimiento de acuerdos de pareja motivados en cuestiones prácticas y fundamentalmente económicas, no sólo para la joven que establece la pareja, sino para su familia: la vulnerabilidad a la cual quedan expuestas las mujeres que participan en un pacto de esa naturaleza, como se puede sospechar, es enorme. Tal es el contexto cultural al cual se articula la manipulación de las jóvenes por parte de los actores armados: Y ahora en este momento ellas [las jóvenes] se acuestan con ellos [los paramilitares], o sea mientras yo me acuesto con él, las otras cuidan. Ellos de pronto le darán alguna plata o alguna propina por eso, para que no cuenten y para que no digan. Uno de esos casos llegó a [una institución competente], y la niña dice que no, que ella le dice que la dejen, porque a ella le gusta, porque su mamá nunca se la pasa en la casa y ella puede hacer lo que quiera y además tiene el apoyo de los paracos así le peguen… (GFNB)

Resulta comprensible que ante la ausencia de voz y de espacio que hemos visto en las mujeres jóvenes, el hecho de obtener respaldo para llevar a cabo un ejercicio de autoridad y control sobre los adultos de la comunidad, constituya una estrategia compensatoria mediante la cual estos actores armados manipulan la población, aprovechando las propias fragilidades culturales: Sí, algunas las tenían [los paramilitares] como amantes, que las llevaban de la mano, se las llevaban en las motos, –esas niñas eran de ahí del barrio. –Sí, muchas de ellas reaccionaron después, porque muchas de ellas tenían maridos guerrilleros, o que de una u otra forma andaban con la guerrilla, ellas reaccionaron. Y muchas de ellas les tocó que irse de [el municipio]… –Ahora lo que uno sí ve es que en este problema de violencia, la mujer ha sido muy utilizada a nivel sexual, y ella misma ha colaborado a que se (agrave) la situación… (GFNB)

La colaboración que brindan las mujeres jóvenes a los actores armados o su participación en estos grupos no persigue ningún interés político o participativo por parte de ellas, pues sus actividades como miembros de estas 139


OTRAS VOCES • Ángela María Estrada / Carolina Ibarra / Estefanía Sarmiento

organizaciones se reducen a la prestación de servicios domésticos: En cambio la mujer más nueva la más joven, ella sí se involucró en ese mundo pero de otro modo, yo diría que siguió siendo radical, que era una de las cosas que uno veía en mucha niña guerrillera y que ve en mucha niña paraca, son radicales, son fuertes. Eh: yo, por ejemplo, en este momento observo mucho una niña paramilitar que se mueve en el sector, y me da fastidio verla en una moto 175 repartiéndole la comida a los muchachos paramilitares, tú le ves la estructura del cuerpo, tú le ves el pantalón overol, y yo sé que es una niña bachiller, yo sé que es una niña, yo sé que es bachiller, me consta, es alumna mía, eh: yo sé que estudió en el Sena algunos cursos de contabilidad, y yo la veo como la sirvienta de los paracos, eh: no la veo ejerciendo ese liderazgo que las mujeres más viejonas de [el municipio] asumimos y jugamos frente a los hombres. (EINGB).

Integrarse de alguna manera a los grupos armados no es la única forma a través de la cual las mujeres jóvenes buscan reivindicación y respeto en sus contextos sociales; el establecimiento de vínculos afectivos con los guerreros pertenecientes a alguno de los grupos armados, también es un medio para alcanzar un estatus social concreto en sus comunidades, dotado de una voz autoritaria que se hace escuchar; es decir, pasan de ser mujeres desapercibidas a ser mujeres con prestigio social: Y por las condiciones de pobreza, pero también yo digo que a la niña ser la novia del guerrillero le daba también un estatus social, que ella no se lo tenía propuesto, ni lo ha luchado, ni lo ha construido, pero ser la novia del comandante paraco, o ser la novia del soldado, del cabo, antiguamente del guerrillero, le daba un estatus social en el barrio que ella ni lo había bregado, ni lo había luchado, ni se lo había propuesto, sino que le apareció, y: que la posicionaba a ella como la fulana, pues casi la subcomandante. (EINB)

Además de lo ya señalado en relación con el control y la regulación de la subjetividad femenina, los paramilitares están ejerciendo su sexualidad con las mujeres jóvenes en el marco de relaciones de intercambio de servicios (en las cuales ellas reciben dinero), al tiempo que las mujeres establecen un círculo de complicidad con los actores armados. No es difícil sospechar que las jóvenes descubran que su cuerpo y su sexualidad tienen un valor de 140

intercambio que les asegura unas prebendas y les posibilita acceder a otra forma de relación con el actor violento, del cual se derivan unos aprendizajes de feminidad. La moralidad de estos actores más que doble tiene múltiples caras: para cada situación parecen articular una lógica de bolsillo. Mientras que disciplinan el cuerpo y la sexualidad femeninas en el contexto público y familiar, no tienen inconveniente en prostituir a las mujeres jóvenes. con facilidad yo digo que la niña de 15 para adelante, eh, la niña se acuesta con el actor armado con mucha facilidad... hasta dónde porque le guste no sé, yo lo que sí me atrevo a decir es que el actor armado garantiza el bienestar de la niña, entonces para mí: ese tipo de prostitución existe es en ese sentido, en que si ella lógicamente se acuesta con este actor armado hoy, pero este se lo llevan él no va a cargar con ella, entonces ¿qué hace esa niña? Pues se acuesta con otro actor armado, o sea con otro tipo de: digamos del mismo ejército, y si a ese lo rotan o se muere, pues ella consigue otro, ¿ya? – Y ella acostándose con ellos ¿qué garantiza?– Ella garantiza la comida, de pronto el arriendo de una casa, de pronto un celular para ella, pantalones, camisa, de pronto ir a una discoteca, ser una niña atendida en una discoteca con un botella de whisky, de brandy, ¿si? (EINB4)

Otra situación, que al igual que las anteriores pone a las mujeres jóvenes en situación de riesgo, es la vivida por aquellas que intentan mantenerse al margen de cualquier tipo de vinculación con los actores armados y resisten someterse a la manipulación o a la seducción del poder de los guerreros: Ellos las asedian tanto tanto, que aquí hay un número de bastantes niñas desplazadas eh: porque no quieren estar con los paramilitares, como antiguamente no quisieron estar con la guerrilla. Y aquí hay la hija, un caso muy reconocido en [el municipio], la hija de un periodista que fue como candidatizada para ser reina aquí de [el municipio], una niña físicamente muy: hermosa, unas facciones muy: delicadas, había un guerrillero enamorado de la niña y se la montó y se la montó, y la niña corrió, dicen que la niña corrió, corrió y corrió y alcanzó a meterse a la parroquia, y un sacerdote se le paró al guerrillero, y el guerrillero le dice " padre tranquilo, hoy no me la comí pero otro día será", y el papá se vio obligado a irse con toda su familia por salvar su hija. Pero hoy en día ha sucedido eso con los tipos de las autodefensas, exactamente igual, es que, es que es fiel copia ( ). O sea, yo también tengo entendido que hay muchas


Regulación y control de la subjetividad y la vida privada en el contexto del conflicto armado colombiano

niñas de las iglesias evangélicas, que son niñas que han ganado ( ), son mujeres (frías), (garbos bien largos), sin pintarse y que ellos dice me gusta esa, y se la montan y se la montan, y alguna niñas han tenido que desplazarse debido a ese tipo de situaciones. Esa es otra razón de desplazamiento, yo tengo entendido también que, bueno que algunas niñas de tanto asediarlas ellos, de tanto asediarlas, de tanto molestarlas, pues ellas acceden a estar con ellos, pero no quiere decir que vayan a permanecer con ellos, ¿si? Porque primero ellos no la quieren para permanecer con ellas, sino para darse el lujo de: yo ya me comí a fulana, tal cosa y ese tipo de cosas, pero no quiere decir que él tampoco la esté buscando para que sea su compañera permanente, ¿ya? sino simplemente por el capricho del tipo armado, que tiene el poder, tiene el cinto, y se la monta a la niña y la obligan a eso. ...al paraco en un momento determinado, si él es el comandante y escoge la niña más bonita, y: a veces por lo general a los tipos les gusta la niña más juiciosa del barrio: o sea tampoco pues es que les guste la más degenerada, o la más loquita, ni la que viva por ahí no, eh: lo hacía la guerrilla antiguamente y lo hacen los paramilitares, el soldado de pronto ese sí le gusta como las 60, 90, 60 (EINB4).

Como ya se mencionó, parecen existir unas condiciones culturales que facilitan la intervención del actor armado. En este caso, parece existir una larga tradición de socialización femenina por la cual las mujeres aprenden que sus proyectos de vida se viabilizan a través de los varones. Podría decirse que las jóvenes aprenden a silenciar su voz pues no encuentran un espacio social propio. Este problema, que no es exclusivo de la dinámica del conflicto armado en Colombia, ha sido puesto de presente por el equipo de trabajo de Carol Gilligan15, el cual ha venido desarrollando modelos de análisis de discurso y estrategias de intervención para recuperar la voz de las mujeres jóvenes. Sin duda que el terrorismo y el autoritarismo que aplica este actor armado en sus relaciones con la sociedad civil hace parte de los factores que determinan los modos de

15 Elizabeth Debold, Marie Wilson e Idelisse Malavé, La revolución de las relaciones madre hija, España, Paidós, 1994; Jill McLean, Carol Gilligan y Amy Sullivan, Between voice and silence. Women and girls, race and relationship, Estados Unidos, Harvard University Press, 1995.

relación que las mujeres jóvenes establecen con los paramilitares. En circunstancias tan extremas de falta de libertad, así como de opciones culturales y materiales, es fácil que ellas concluyan que lo mejor que se puede hacer es establecer el patrón de relación que vulnere menos, aunque por supuesto, tales patrones hagan parte de un círculo de terror que en algún momento acaba por vulnerarlas. La intervención de los actores armados en la vida de las mujeres jóvenes puede tener un impacto definitivo en la orientación de sus proyectos de futuro, toda vez que ellas se encuentran consolidando sus caminos hacia la vida adulta. En el testimonio que se recoge a continuación, una madre expresa el repudio y el dolor que experimenta a causa de la intervención paramilitar en la vida de su hija: Yo lo digo porque a mi hija fue sacada por ellos [los paramilitares], porque la madre de un muchacho que supuestamente era novio de mi hija, y ella que era gustosa de que el hijo hiciera de mi hija, me echó los paracos, y me la sacaron de la casa. .Cuando ya fue vuelta nada y todo eso, ella rodó de vecina en vecina, y de casa en casa, pero después de un año que ella se fue de la casa y haberla [de]vuelto: dañarle el estudio, dañarle todo, porque ella estaba haciendo octavo, le faltaban quince días para salir del estudio, ella me abandonó el octavo. Y ahora pues ha regresado, y yo he decidido darle una nueva oportunidad; ayer fui y di vueltas para volverla a poner a estudiar pero ya a ella prácticamente le dañaron su vida, entonces yo creo que eso no es justo, hay ley para unas cosas. Si un muchacho viene y se saca una muchacha y de repente no fue del agrado de ellos entonces sí vienen y hacen, pero cuando vienen y sonsacan una pelada y la entregan así:… (GFNB)

La intervención de los actores armados sobre las mujeres jóvenes también se ejerce como una estrategia militar para desestabilizar al enemigo. Todos los actores armados están asesinando a las mujeres jóvenes por sus vínculos (afectivos o emocionales) con el enemigo y a ellas se las victimiza como parte de las estrategias de guerra. Cada actor armado intenta regular el conjunto de varones de los cuales es lícito enamorarse: –algo que fue para mi muy doloroso, que me tocó vivirlo en [un municipio]. Eso fue la guerrilla. Ustedes saben todo lo que hacen. Niñas: hubo por lo menos 5 asesinatos, si no fue más, de muchachas de 15, 16 años porque la una era novia de un militar o porque hablaba con el policía, y uno decía, 141


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por qué no las sacan si es que creen que son sapas, que dijeron: hagan que se vayan pero cómo las matan. Las mataron así, casi en las narices nuestras…Por allá en [una organización] hablaban de que no había derecho al amor –que le dicen a uno de quien enamorarse y de quien no enamorarse – si entiendo bien, en su momento la guerrilla mató a estas mujeres por los vínculos con policías: a muchachas, mujeres jóvenes y ahora los paras hacen lo mismo en los vínculos con: sí? – no se no tengo la evidencia, yo se que mucha gente ha muerto o ha salido sólo por sospecha de que han sido colaboradores, pero yo no tengo la certeza, no he tenido la experiencia. [A] esta muchacha la mataron porque era novia de un guerrillero, yo no he tenido esa experiencia. (GFNB)

Legitimación del modelo del guerrero en la socialización de los niños y la familiaridad de la infancia con la muerte. Es indispensable destacar el impacto que la militarización de la vida cotidiana tiene sobre la vida y los procesos de socialización de los niños y las niñas, en estas regiones del país. La presencia de los actores armados ilegales está acompañada de la imposición de normas y estrategias de control, pone al alcance de sus manos tentadores proyectos de vida militarista, al tiempo que los hace testigos involuntarios de la muerte violenta. Como se aprecia en el siguiente testimonio, implantan también un horario límite aceptado para la permanencia de menores en las calles y exigen su vinculación a un centro escolar. No sólo se refieren a las exigencias normativas, sino también a las sanciones que se aplican ante su incumplimiento. Si los menores exceden el límite de la hora establecida, o no asisten a un plantel educativo, son retenidos. Como se mencionó anteriormente, la falta de un referente de contraste cultural está generando una estructura de significados que dista mucho de la expresada en nuestra constitución. …los grupos armados, las AUC … dan reglas morales de convivencia, el manual…muchas cosas de: horarios, de los sitios de diversión, hasta qué hora pueden estar funcionando, hasta qué hora pueden estar los niños en la calle, y los que no están estudiando: o sea es obligación que en las escuelas estén; si no están, entonces ellos también los recogen. (GFNB)

El siguiente fragmento muestra el análisis de una maestra, en el cual se hace explícito hasta dónde los niños, las nuevas generaciones de varones, están construyendo su 142

subjetividad con base en el modelo del guerrero. La pertenencia específica a un grupo parece no ser relevante. Lo importante es el modelo masculino de ganador que se ha legitimado en la cultura: "quien mata era el que ganaba…" Se trata de un modelo que basa su poder en el porte de un arma, el uso de prendas militares y en la afiliación a un grupo armado: –a mí lo que me llama la atención es que en la escuela de los niños cuando estaba la guerrilla, o sea realmente los niños jugaban armados, quien mata era el que ganaba, cuando uno les hacia que dibujaran a ustedes qué les gustaría ser: entre un grupo de 30 niños que teníamos, pero de pequeños, un niño dibujaba un carro, una niña un vestido de enfermera, como los vestidos de enfermera. Y los demás pelados. Vestido de militar. Pero no puedo decir que eran soldados, ni guerrilla, sino que querían ser militares, querían estar armados. Y las niñas lo que más sostenían era la venta de pescado y empanadas eso hacían sus mamás; o sea, entre sus aspiraciones los niños que había ahí solamente había una niña que quería ser enfermera y un niño que dibujó un carro, era de los que quería tener plata para ir a una club (risas), pero nunca encontré en tres años que hicieran algún (****)…, recién que llegaron los paracos, un día una chiquita: la chiquita la familia era desplazada de un sitio por allá de [un municipio], una chiquita que era bastante tímida no habla mucho y entonces "profe, profe", "¿qué le pasa?", "mire que ese niño me esta diciendo paraca". Y entonces yo le dije: "eso qué es", dijo "no esos que andan en la moto, tiene celulares y yo no soy de esas profesora, no soy de esas" (risas). O sea, pero ella sí entendía que eso era un apodo y que no estaba bien…" (GFNB)

Los modelos de masculinidad vigentes en las culturas locales estudiadas están perdiendo opciones restringiéndose a una militarización de la identidad vacía de todo significado político. La opción de la guerra comienza a instaurarse como eje articulador de una subjetividad masculina, cuyos actos demostrativos, como se sabe, necesarios en el ejercicio de la masculinidad16, son representados como la aniquilación de los otros: ser un varón es ganar en la confrontación armada. Entre tanto, como ya se anotó, la feminidad tradicional, ligada al servicio y por ende al trabajo doméstico, continúa reproduciéndose.

16 David D. Gilmore, Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad, España, Paidós, 1994.

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No obstante lo anterior, se encuentran algunas referencias a motivos personales que expresan los niños para aspirar a convertirse en guerreros. La venganza, que según se afirma, es una de las principales motivaciones que sostienen el conflicto armado en Colombia, aparece muy claramente en el testimonio de una mujer, al describir el comportamiento de su hijo (7 años), quien fue testigo del asesinato de su hermana mayor por parte la guerrilla: Mi nombre es [nombre], vengo desplazada de [una vereda]. De allá nos toco con mi marido: o sea, mi caso es bastante triste. Así poco me gusta recordarlo: o al mismo tiempo no se, no, es duro, salí de por allá.. Nos sacó la guerrilla, me mataron una hija y llegamos aquí. –¿y qué edad tenía tu hija? –diecisiete años; tengo un bebecito de ella, el niño tiene un añito. Nosotros propiamente nos sacaron el 4 de septiembre. Primero me sacaron a mí, no me dieron tiempo a nada, me sacaron, y después perdimos todo. Teníamos una finca, teníamos un negocio en un caserío, la casa, y mi hija pues: como la guerrilla me dijo que ella se quedara, que yo me saliera, pues yo me salí. Pensé que no me la iban a matar y mentiras nos engañaron y me mataron mi muchacha. Ahí si salimos todos, dejando todo lo que se llama todo, se nos quedó la finca, se nos quedó la casa… perdimos todo. Sí, el niño [su hijo] dice "voy a matar a todo[s] los que sean guerrilla, los voy a matar con dos pistolas", le dice al nene [su nieto], "no nene, los dos vamos a pelear", yo le digo que los señores esos ya están muertos y él dice que no… –Sí, yo le digo que no vamos a matar a nadie, que vamos a mirar de frente, que es mejor trabajar, y luchar, y cuidar al nene, ¿y sabe qué hace el pequeñito de un año? El otro le enseñó a decir "’ta ta ta’", y el otro cae al suelo… (GFMP).

En efecto, la cercanía de los niños y las niñas con la muerte, así como los traumas que están acumulando con ese tipo de experiencias, plantea cuestionamientos profesionales y éticos muy serios, en torno a la capacidad de respuesta y la responsabilidad que le cabe a los científicos sociales, ante la aguda problemática de la acumulación de traumas infantiles. A continuación se recoge en su totalidad un testimonio que deja ver la experiencia de una mujer cuya vivienda colindaba con un lugar escogido por los paramilitares para llevar a cabo ajusticiamientos, experiencia que se volvió cotidiana en la vida de sus hijos. Ella, aunque le faltan categorías para nombrarlas, sabe que su hijo menor sufrió un impacto emocional muy profundo que seguramente tendrá enormes secuelas en su vida futura, las cuales ella apenas intuye:

Pero usted sabe como siempre así uno a veces: mira las consecuencias de que el pueblo (viva en un) problema de violencia, tanto en el hogar como en la calle, y a mí me da miedo que por allí a veces ¡se forman esas balaceras! de la gente que van a: yo primero me estaba enfermando ahí, por eso donde yo vivo... llevaban a la gente a matar ahí... enseguida. ¡Es que saber que llevan a una persona y que la van a matar ahí! El corazón se le: los niños se me estaban enfermando, el niño que tiene diez años, ellos miraban que llegaban en la moto y decían "van a matar, van a matar", decía y salíamos todos a mirar, ni porque los miraran no los mataban, y cuando de pronto "¡pa, pa, pa!", –¿ahí en la casa de los vecinos? –sí, ahí mataban hasta cuatro o cinco en el día. Porque nosotros llamamos, y pusimos y la presidenta del barrio habló y los llamamos a ellos [paramiliatares] y les dijeron que no hicieran eso, que no hicieran ese mal, que habían muchos niños que miraban y yo les dije que habían niños y miraban y que ellos se estaban enfermando, que no hicieran ese mal –¿qué enfermedades les están dando a los niños? –¿Ahora? Les están dando ese… –cuando pasaba eso, le[s] daba como nervios ¿no? Por ejemplo a mi hijo le daba nervios de mirar que: iba corriendo a mirar, usted sabe que un niño es curioso, mataban a alguien y el niño iba y miraba eso, todo[s] ensangrentado[s] y botados en el suelo, y se ponía a llorar y "¡ay mami, lo mataron, probrecito y está abriendo la boca!" y a él le daba nervios y él se ponía a llorar. ¡A mi me daba un pesar! Yo cerraba las puertas y ponía la grabadora o el televisor a mil, para que no se oyera[n] los disparos, porque ya se estaban enfermando los niños de eso, de tanta violencia que iban a matar ahí cerquita. Mi niño, más que todo mi niño pequeño, y él de ver esas cosas, él también cogía esos palos y los armaba y él jugaba a "que lo voy a matar". Y yo le decía "eso es malo, eso no se debe jugar así". Yo a ellos nunca les compré un juguete de pistola, o de algo así de violencia, porque no me gustaba, y él miraba y él armaba esos palitos y le ponía una cosita encima y salía a jugar con todos los niños, así a la guerra, así que el uno se mataba y se caía el palito y todas esas cosas y yo le dije "papito así no juegue; yo les compro otras cositas para que juegue". ... yo a veces me iba a trabajar ¿no?, me iba a la empresa a trabajar y él se quedaba con el hermanito, y claro mataban a esos señores por la tarde y él se iba a mirar y cuando yo llegaba por la tarde y decía "yo mire un muerto, y eso estaba feo, y lo mataron esos paramilitares, lo mataron, lo mataron, él también quiere que yo lo mate". Así hablaba, ¡ay Dios mío! "papito, no hable así, porque eso es feo hablar así" No, ¡pero por qué tiene[n] que venir a matar 143


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esos señores aquí!, ¿será que les ha hecho algo? él salía: una vez él salió, venía esa gente de matar, y él salió con el palito y a hacer "pa, pa, pa, pa"; los amenazó con el palo, y pasaron tranquilos. Se fueron porque como vieron que era un niño que estaba con un palito que los estaba amenazando: Yo ¡uy Dios mío se van a regresar y aquí nos van a acabar! (risas de otra participante)." (GFNP)

Sumado a lo anterior, una situación que puede hacerse muy presente en la vida de los niños es el reclutamiento por parte de alguno de los grupos armados que operan en el país. A continuación se reproduce el testimonio de una mujer campesina en situación de desplazamiento, quien en una narración dramática nos cuenta cómo, teniendo unas condiciones materiales, sociales y culturales de vida muy satisfactorias, se vio en la encrucijada de salir huyendo para evitar el reclutamiento de su hijo mayor de catorce años, por parte de la guerrilla (FARC). Las estrategias de reclutamiento, calificables de tácticas de seducción, hacen pensar en lo que significa para un muchacho de cierta edad la oportunidad de realizar el modelo del guerrero y ponen límites muy concretos a la idea de vinculación voluntaria. Al momento de la entrevista la mujer se encontraba casi en la indigencia junto con su esposo y sus cinco hijos e hijas: … –De repente, cuando se oyeron los rumores que la guerrilla [estaba] por ahí por esa quebrada, pero cosa que a nosotros no nos importaba llegara quien llegara, nosotros estábamos nosotros. Resulta que de pronto un miembro de la junta se enroló con ellos, y de pronto usted sabe que en la junta siempre es tremendo… Lógico les abrieron las puertas, ellos de una vez llegaron, se apoderaron de la escuela, y para tal día una reunión y listo. … Yo salí para afuera, y resulta que había uno de ellos, y tenía todos los muchachitos rodeándolo, y según él, les estaba dando clase a los niños, y a mí a esa hora sí me dio nervios, a mí me dio miedo, para qué voy a decir, y ahí caían los dos hijos míos varones, y en esas de repente cuando, yo no sé, el hijo mayor como que me miró y como que le dio como miedo yo no sé, como así como sorpresa, y él se retiró, y el otrico no, el otrico ya estaba ahí y él en chaques, el [guerrillero], les colocaba la gorra, al otro le pasaba la pañoleta, a otro le pasaba el fusil, no sé qué tanta pendejada le[s] hacía, y el niño mayor mío me miró y yo le hice así tantico y el niño se me vino y entonces le dije "¿ustedes qué están conversando?", " Nada", me dijo él así, "nada". …Quedé yo con el mediano entonces me dijo mi niño "¿mamá quiere que le cuente una cosa?", y le dije "¿qué 144

me vas a contar?" Y me puse a lavarle la ropa y entonces él me dijo "mamá, pero no le vaya a decir a [el hermano mayor] porque me agarra a coscorrones en la cabeza, mire mamá, es que [el hermano mayor] se va a ir a la guerrilla. Un día que se vaya para la escuela y no le va a decir nada, y cuando a la tarde no vuelva". Me entra una cosa mujeres de por Dios... Yo no hallaba que hacer, si gritar o llorar, si llamarlo, si no llamarlo, pues es el pretexto más fácil para él, se va para la escuela y no vuelve… Yo le dije "¿mi amor y cuándo, y por qué se va a ir?" No que dizque porque "¿se acuerda del día:" pues del día que yo les contaba, "ese día el señor [guerrillero] nos estaba diciendo, que allá, que ustedes eran muy pobres, que no tenían plata y que no, si acaso sus papás les dan hasta quinto de primaria, y después de ahí para estudio: para dónde. Sí, donde nosotros van a acabar el bachillerato, van a coger la universidad, si ustedes quieren una carrera la escogen, y en cambio allá sus papás, qué les van a dar. Ahora otra cosa más; su papá va al mercado y si acaso un manguito y les parten de a mitacita para todos. En cambio donde nosotros, si ustedes se quieren comer una caja de mangos se la come[n], toditica y nadie les dice nada, y ustedes allá, ustedes comen lo que ustedes quieran y no lo que les estén mandando" –¿Cuántos años tenía tu hijo? –catorce años. …Pero vea, al niño más pequeñito a él le trajimos cinco muditas de ropa, al niño grande, al que les cuento el mayor, a él le traje dos camisas y un pantalón, y en una chuspita porque no trajimos maleta para que no dijeran que era que no, y nos vinimos. A mi nadie me dijo váyase, me desocupan. Pero ya estando aquí me mandaron cierta persona, que hiciéramos el favor que si queríamos estar con vida que no volviéramos por allá, me mandaron razón. A mi nadie me dijo, sino por salvar a mis hijos, y ellos [guerrilleros] piensan que fue el esposo mío. Ellos no se imaginan que fui yo, y ya hay chismes, de que él [esposo] era paramilitar, que andaba en moto, y ese es el comentario por allá; él ya no vuelve. El desplazamiento mío fue como sencillo pero fue real...A los días yo le pregunte al hijo "¿verdad que tu te querías ir?" y me decía "no mentira y lloraba" Hoy en día yo le digo "¿verdad que te querías ir?" y me sabe decir "si mamá yo me quería ir pero yo no le dije para que no llorara" (GFMP).

La familia y la mujer como unidades estratégicas de acción y manipulación por parte de los actores armados La movilización, por parte de los paramilitares, de un paro armado en contra de la creación de una zona de despeje


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para el ELN es particularmente ilustrativa de la manipulación que de la familia y las mujeres están haciendo estos actores. En ese episodio, la población civil fue objeto de fuertes medidas de coerción para participar, empleando como unidad de presión a las familias, el control de la población se logró gracias a la participación de mujeres jóvenes que habían establecido con los miembros de este grupo armado vínculos de pareja: Lo mismo las jovencitas se le arrimaban a (****) y todo, por ejemplo cuando hicieron la toma al no despeje, las que mandaban, las que tenían el control eran esas culicagaditas, – decían que un miembro de cada familia tenía que ir obligatoriamente allá, –y el que no iba, iban y lo sacaban a la fuerza, y lo tenían en cuenta y eso era una serie de amenazas. Por ejemplo yo intenté no bajar, pero dije: o sea, porque yo había atravesado una crisis en ese tiempo y yo dije "yo no bajo, ¡que vamos a bajar a celebrarles!, yo no voy a bajar". Y llegaron a mi casa y "usted qué, cuántos miembros son en esta casa", dije "son cuatro hijos todos menores de edad y yo soy la única que trabaja para ellos". "La necesitamos para que baje". "Yo no voy, yo no puedo bajar tengo que ir a trabajar por mí: dónde trabajo: donde hay un trabajo que le den permiso". "Obligatoriamente le tienen que dar el permiso", dije "bueno yo voy ahorita, a eso voy: voy a pedir el permiso". Y yo fui y me escondí donde mi mamá, y como a la medía hora me llegó otro donde mi mamá, y fue tanto que me siguieron hasta que tuve que ir. Al llegar allá la sorpresa fue mucha, una pitoncitas le decían a uno "¿y usted qué, por qué no había bajado, usted quiere jugar con nosotros?"… (GFNB)

El impacto de la presencia de los paramilitares sobre la vida de las mujeres y sus familias, tanto en lo privado como en lo público, es enorme. Vale la pena señalar que la irrupción absolutamente arbitraria e impuesta mediante el ejercicio de la fuerza en el espacio íntimo del hogar, constituye una vulneración del derecho a la intimidad que por supuesto afecta de manera muy profunda a la familia, generando fuertes tensiones que no parecen encontrar un lugar distinto de elaboración que el propio fuero íntimo: A ver, en un cambio de mandos que hubo, del mismo personal… les han prohibido estar en grupo, estarse metiendo a las casas, se están prohibiendo muchas cosas que intentaron hacer en un principio cuando entraron. Ellos llegaban y se le metían a uno: se entraban a las casas, y quién les iba a decir salgan, y no podía decir nada porque eran ellos, ¿cierto?… (GFNB)

La manipulación de las mujeres como colaboradoras, y las tensiones personales que esto suscita, se aprecian en el siguiente testimonio: …y ellas son las que más sirven para llevar información –exacto, ellas son las que llevan y traen. – cuando: usted dice que va ir mañana a [una organización], por ejemplo, a ellas el problema que tuvieron de la casa allá en [un barrio] y todo, a ellas la forma de hacerle seguimiento de ver qué pasa con ellas no era ellos los que iban, eran las mujeres que iban allá a pedir cosas –o sea enviaban espías a [una organización]. –Pero una forma muy simple, por ejemplo [una organización] tiene becas para los hijos de las familias de las mujeres de ahí que son con [una entidad de apoyo], entonces iban a pedir becas para sus hijos, pero para ver: dónde estaba ubicada, son las mujeres. A uno lo que le da tristeza en este conflicto que vivimos, que la mujer juega un papel pero no sabe, no es consciente cómo lo está jugando. Entonces esta siendo utilizada; no se si se siente utilizada: Ella siente es que esta sobreviviendo, que es una manera de poder hacer frente a su familia; o sea, no son tan conscientes de la utilización que se les da. "Es que yo tengo que buscar como vivir" –es una forma de vivir. –Usted porque está haciendo el análisis, pero ellas no lo sienten así. –Es muy difícil planear este tipo de vida… (GFNB)

Fueron particularmente sugerentes los análisis que las mujeres participantes en el estudio nos aportaron en torno a las diferencias que ellas experimentan en el influjo a la vida cotidiana bajo el anterior dominio de la guerrilla y ahora bajo el paramilitar. Adicionalmente, las participantes analizan las transformaciones que a lo largo del tiempo ha tenido el accionar de los paramilitares: …–yo lo que encuentro es que la guerrilla no vinculaba: por lo menos me atrevo a decir, que no vinculaba la familia; los paracos sí ¿me entiende? Había una participación del hombre en la guerrilla, pero no de la mujer y los hijos en la guerrilla. ¿Por qué puede ser eso? Porque el trabajo en la guerrilla es más clandestino, porque tiene más riesgos de que sea público porque el gobierno y el Estado no lo permiten, ahora en los paracos sí hay la permisividad de los otros, entonces eso facilita que la mujer y los hijos participen. –Lo que tú estás diciendo es: estamos hablando de tres actores armados estamos hablando de guerrilla, de paracos, pero también estamos hablando de ejército y policía, de Estado; ellos también han tenido comportamientos distintos… frente a la guerrilla y frente a 145


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las AUC. –no, la policía y el ejército frente a la guerrilla de no dejar actuar, y de la policía frente a los paracos sí es dejar actuar, es vía libre –por eso hay menos riesgo de que la familia esté, de que la mujer participe. En cambio, que con la guerrilla era más difícil no digo que no hubiera, [no] me atrevo a dar datos yo creo que [una organización] sí tienen datos de eso, lo de las mujeres. Uno aquí encuentra que incluso a veces ella es la que más participa de la gasolina, la cicla y la gasolina, la mujer es la que anda con los chinos, mientras que usted antes no lo veía tanto así, era mucho más delito, no era que no existiera pero era más escondido. –y la guerrilla no permitía que los niños estuvieran allí, porque el niño que viera que los padres le dieran esa libertad de estar ahí en la gasolina les daban una fuetera y llamaban a los padres, y les decían - no queremos, no queremos nada de niños en el chimbre -, mientras ahora usted ve a la familia completa. –Por eso le digo, la diferencia ahora es [el] núcleo que quieren tocar, no les importa, por ejemplo cuando ellos hacen la repartición de quienes les toca qué día la gasolina, con que vaya un miembro de la familia no importa quien vaya. Con los otros no pudieron organizar eso, eran unos los favorecidos, los que a ellos les daba la gana también poner. Estos pareciera que dijeran: hay más amplitud porque ellos tenían menos problemas, en cambio a los otros les tocaba más oculto, más clandestino… (GFNB)

Como puede verse, la intervención de los actores armados que controlan los territorios urbanos de los municipios incluidos en el estudio, utilizan a la familia y a las mujeres como espacios y sujetos privilegiados para lograr sus propósitos. La magnitud de las tensiones personales que parece suscitar al interior de la familia, apenas pueden intuirse. La cooptación de la conciencia ética de las mujeres, enfrentadas a la necesidad de sobrevivir, está acumulando una pérdida de libertad moral devastadora a nivel familiar y social. La participación de los niños en las actividades de supervivencia de la familia, controladas por un actor armado paralegal, también está generando un contexto de socialización en el cual la concepción de un orden normativo basado en la legitimidad de un orden social se ha erosionado. La normatividad vigente, militarista e impuesta por las armas, aniquila la posibilidad de experimentar la libertad mínima necesaria para la construcción de una conciencia ética a nuevas generaciones de colombianas y colombianos, que al no contar con una historia que les permita contrastar un antes y un después, carecen de un referente para evaluar el significado de la pérdida de libertad como una brutal 146

vulneración a sus derechos fundamentales.

Instrumentalización de la violencia intrafamiliar a través de los actores armados En un contexto cultural con una tradición de violencia intrafamiliar tan marcada como la que se ha expuesto en estas páginas, no sorprende que la intervención de los actores armados, en el espacio íntimo de las familias y las relaciones familiares, haya alcanzado la intermediación de los conflictos internos, tanto de pareja, como del conjunto de las relaciones familiares. En efecto, es posible afirmar que la intervención de los actores armados se ha articulado a los patrones tradicionales de violencia intrafamiliar, instrumentalizándola, escalando su intensidad y militarizando las relaciones intrafamiliares: … un problema muy grave en las comunas es que a la menor pelea, problema, o de vecinos, o de hogares, el uno le echa al otro a las autodefensas, "¡Ah pues yo le voy a echar las autodefensas!". Y van y lo buscan, y no sólo al marido, al vecino, al que tenga el problema; es decir, la autoridad… (GFNB)

En el proceso de lograr un control hegemónico sobre los territorios (al contar con la cohonestación de las fuerzas armadas), las estrategias de los paramilitares van cambiando a través del tiempo. Esto apareció como constante en todos los municipios presentes en la muestra. Las estrategias incluyen un control normativo de lo público y lo privado que tienen un impacto directo sobre la cultura. Su intervención sobre la regulación de la convivencia es directa. Tal regulación, en lo privado, termina convirtiéndose en una forma de violencia intrafamiliar mediatizada por la intervención del actor armado. Uno de los conflictos de la vida privada que, según las participantes, están dirimiendo los paramilitares es la infidelidad en la vida conyugal. Es importante tomar en consideración que la forma de dirimir los conflictos es mediante la aplicación de sanciones que vulneran los derechos de las personas. Sanciones tales como la tortura –amarrar a la mujer acusada–, el escarnio público –exhibirla desnuda, amarrada y con un letrero que dice "le soy infiel a mi marido"–, así como obligarla a la limpieza de calles y sitios públicos y trabajos domésticos de toda índole –lavar ropa y cocinar para la tropa–, hacen parte de la intervención en los conflictos de pareja. Llama la atención en el siguiente fragmento cómo existe aparentemente una representación que hace sinónimos el


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diálogo como estrategia de resolución de conflictos, con la idea de "aplicar correctivos". En otras palabras, el diálogo hace referencia a cualquier modo de comunicación mediante el cual cada quien logre el efecto deseado en el otro o la otra: … de que de ellas: en relación a la forma de vida en el hogar y en su relación con el marido, cuando hay infidelidad o algo, ellos [paramilitares] las castigan. –¿infidelidad de la mujer hacia el hombre y del hombre hacia la mujer también?. –Igual, igual eso entran los dos, pero lo que a uno le llama la atención es que al ver ese tipo de reglas. Yo lo digo porque lo han dicho las mamás o los papás de la escuela, la gente siente que ellos sí vinieron a poner orden, y que permiten el diálogo, entre comillas: que lo permiten, sí? "ve, con ellos sí se puede dialogar, con ellos sí se pueden hacer correctivos". –Por ejemplo hay una [mujer] que: por ejemplo la sacaron a ella, la amarraron le pusieron una cartulina escrita por detrás "le soy infiel a mi marido", y la pusieron a caminar por el barrio… (GFNB)

Estos actores armados también están interviniendo de manera directa en los conflictos padres - hijos, asumiendo la delegación de sanciones por parte de los padres. Las expresiones "se los echó", o "echarle a alguien los paramilitares" quiere decir que un padre o madre solicita su intervención y delega en ellos la resolución del conflicto, la cual, como se ve, se representa exclusivamente como castigo o sanción. Como se analizará detalladamente más adelante, estos hechos son indicios muy claros de la penetración que están logrando los actores armados en la conciencia moral de la ciudadanía, como agentes con autoridad para intervenir en la vida privada y la pérdida de competencias para el ejercicio del agenciamiento en el abordaje de los conflictos privados: Cuando son las niñas, por ejemplo, las niñas de la escuela, la escuela de nosotros no está encerrada, entonces los niños, los que son de la jornada de la tarde, en la mañana, se paran cuando están en recreo. Un día, una mamá fue y se los echó, y los cogieron, y se los llevaron a que barrieran todo el barrio, los cogieron de ahí. Un sitio donde botaban la basura, entonces los pusieron a limpiar todas las calles de ahí. (GFNB)

Los problemas en las relaciones padres - hijas jóvenes, por ejemplo, particularmente en familias recompuestas en las cuales es esperable que la autoridad sea un asunto que se negocie, hecho siempre complejo y lleno de tensiones, encuentran en este contexto formas muy violentas de

delegación militarizada que erosionan los vínculos familiares. La sanción violenta por parte del actor armado sobre las hijas es un hecho cuya causalidad se atribuye socialmente en primer lugar, al comportamiento de las propias jóvenes. Delegar la resolución del conflicto pone en evidencia la incompetencia de los padres y madres y la necesidad de un tercero externo que en este caso actúa la violencia intrafamiliar, militarizando la relación padres - hijos: En el [un barrio] hubo varios casos de niñas que: tienen padrastros y por no querer hacerle caso a los padrastros, pasaban mucho tiempo en la calle porque las mamás trabajan durante el día. Entonces la autoridad son los paramilitares, entonces las mamás los buscan para que les ayuden a controlar estas chinas o si no se les forma el infierno. Entonces claro ellos van a las casas, ¡las castigan horrible! Hoy me tocó ir a una escuela donde la niña lloraba (*** *** ***) justo porque sus (pies) le dolían muchísimo, claro, los tenía muy adoloridos (******): unos correazos impresionantes, rajados con sangre, porque le pegaron. Eso de todas formas no le sirvió a la niña, porque, de hecho, hace que esté más agresiva, que esté más en la calle, que se vaya contra la mamá y contra su padrastro, también porque fueron ellos los que permitieron eso. (GFNB)

Las tradiciones sociales que facilitan la acción violenta: hacia una crítica de la cultura. Profundizar en los influjos y las dinámicas del conflicto armado sobre el fenómeno de la violencia intrafamiliar y de generó contra las mujeres, nos exigió y ofreció la oportunidad de caracterizar las estructuras de sentido propias de las tradiciones culturales que mantienen la legitimidad y nutren nuestra identidad personal. Abordar la incidencia del conflicto armado sobre la dinámica familiar y cotidiana de localidades fuertemente afectadas por ese flagelo, implico adentrarnos en un análisis de las estrategias culturales específicas para poder estructurar y diferenciar la subjetividad. La noción de dispositivo cultural17, nos pareció util para comprender las estrategias complejas mediante las cuales no solo se estructura la subjetividad, sino que se entiende, ademas, que al ubicar lugares diferenciados de poder o no poder, se legitiman ejercicios que exacerban la dinámica interaccional violenta.

17 Angela María Estrada, "Ejecuciones de género en escenarios escolares", en Carmen Millán de Benavides y Angela María Estrada (eds.), Pensar (en) Género. Teoría y práctica para nuevas cartografías del cuerpo, Bogotá, CEJA, 2002 (en prensa).

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OTRAS VOCES • Ángela María Estrada / Carolina Ibarra / Estefanía Sarmiento

El analisis de las estrategias culturales para la producción de la subjetividad desde una perspectiva que reconstruya los imaginarios de ge_nero y los relacione con las pautas o patrones de socialización, permite articular la violencia invisible propia del orden simbólico de la cultura con las prácticas violentas que se activan en los procesos de socialización. Lo anterior ayuda a comprender la dialéctica que opera entre estas dos dimensiones y los mecanismos de producción y diferenciación de la subjetividad. Los procesos de socialización de género que se articulan a la imaginería del mismo tipo, son tan generalizados y están tan naturalizados en la cultura, que parece legitimo y sensato afirmar que los actores armados son en primer lugar, o en el orden de su subjetividad, una construcción posible en el contexto de nuestra cultura, hijos de esta tierra que ha invisibilizado una incompetencia cultural para expresar el afecto y establecer vínculos afectivos profundos y que se ha habituado a que se vulneren los seres humanos en la dinámica intima de la familia. El influjo del conflicto armado, y más concretamente el accionar de los paramilitares en las localidades bajo su control, como se ha analizado, está basado en marcar el cambio buscando suscitar el terror y legitimarlo en el nuevo territorio mediante su injerencia en los conflictos de la esfera íntima, militarizando los patrones de interacción familiar tradicionales, los cuales involucran ancestralmente dinámicas violentas. La intervención paramilitar en la dinámica familiar y local trae algunas consecuencias funestas tales como el escalamiento de la violencia física y la militarización para resolver los conflictos interpersonales, familiares y de pareja. Adicionalmente, lesiona los recursos psicológicos y sociales para la resolución autónoma de los conflictos, requisito deseable en una sociedad moderna, en la cual la intervención del Estado en la vida privada sea la excepción y no la constante. El control de la vida privada, que como parte de la legitimación de su presencia en el ámbito municipal ejercen los paramilitares, penetra las dimensiones más íntimas y personales de la subjetividad. Mediante actos simbólicos de control de la ciudadanía y divulgación de sus propios códigos normativos (que eufemísticamente denominan ‘manuales de convivencia’), al tiempo que generan una normatividad paralela que deslegitima el marco constitucional vigente, contribuyen a reproducir la imaginería de género, toda vez que coadyuvan al disciplinamiento del cuerpo y la sexualidad femeninos y establecen límites muy estrechos a la transformación de un modelo masculino cultural y emocionalmente desgastado. 148

Tal ejercicio no solo reifica y actualiza la imaginería de género que naturaliza la violencia intrafamiliar e interpersonal, sino que a través de la intervención paramilitar, se escalan los niveles de violencia física con los cuales se tratan los conflictos privados, propios de las relaciones de pareja y de las relaciones padres – hijos. Se legitima así, una lógica militarista en el ámbito de la vida privada que mina los recursos morales, sociales y emocionales de las personas. Bajo su influjo, y concretamente mediante el poder del terror que suscitan, la población se ve forzada a cederles a los actores armados un espacio de legitimidad en los recodos más íntimos de la vida familiar y personal. Las contradicciones propias del control de los espacios cotidianos por parte de los paramilitares, se articulan de manera particularmente perversa en la vida de las mujeres jóvenes y en la de los niños y las niñas. La familiarización de la infancia con la muerte y la carencia de la experiencia cultural del referente de un orden político diferente, ejercen un poder socializador altamente distorsionante en las nuevas generaciones. Legitimar el modelo del guerrero como el modelo de masculinidad vigente en las subculturas estudiadas, es un factor que contribuye a garantizar la perpetuación tanto de patrones de interacción violenta, como de la guerra en sí misma, toda vez que la potencia masculina es significada por el ejercicio armamentista, el único al cual las nuevas generaciones de varones parecen atribuir credibilidad y eficacia. Las niñas, por su parte, preparan su identidad como futuras compañeras de los guerreros. Otros efectos de más amplio espectro social como consecuencia de la presencia de un actor armado como los paramilitares en el ámbito local, apuntan al trastocamiento del orden moral de la cultura. Aunque también arraigada en una historia de ilegalidad, la presencia de los paramilitares mina los recursos morales de la población, puesto que se demanda la tolerancia a la ilegalidad y exige su cohonestación como mero mecanismo adaptativo. Es posible afirmar que las estrategias de terror (masacres, desapariciones selectivas y castigos físicos crueles, entre otras), mediante las cuales los paramilitares logran incrustarse en la subjetividad de los pueblos bajo su control, constituye una estrategia devastadora de los recursos morales y psicológicos de las personas, quienes mediante la búsqueda de formas adaptativas a ese régimen de terror, ceden un espacio de legitimidad a los actores armados en la estructura profunda de su personalidad. A partir de los análisis emergentes y de las consideraciones hechas, este artículo aspira a contribuir al fortalecimiento de


Regulación y control de la subjetividad y la vida privada en el contexto del conflicto armado colombiano

una perspectiva crítica sobre nuestra cultura, particularmente en lo atinente a los patrones de interacción propios de la vida privada caracterizados por desenvolverse, no solo en contextos violentos, sino también a través de acciones violentas, de naturaleza física y psicológica, con el fin de buscar alternativas para su transformación, en procura de nuevas condiciones para la convivencia. Con este fin, recurrimos a una sólida base disciplinar anclada en la psicología social construccionista, que adopta un punto de vista cultural para la comprensión de la dinámica psicosocial humana en los contextos particulares que le son propios y de los cuales emerge su sentido y parte su reconstrucción a nivel subjetivo. Se trató de una mirada psicosocial que sin reduccionismos buscó aportar interpretaciones para ampliar la dimensión explicativa sobre aquellos de nuestros patrones culturales que facilitan y reproducen la acción y la interacción violenta en los escenarios cotidianos propios de la vida privada y pública.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003

LA ONU Y LA “GUERRA EN IRAQ” Fernando Cepeda Ulloa*, Armando Borrero**, Arlene Tickner***

1. ¿Cuáles serían las posibilidades reales de las Naciones Unidas frente a situaciones de conflicto internacional luego de la guerra en Iraq? ¿Cuál podrá ser su radio de acción propio? Fernando Cepeda Ulloa: La ONU es un organismo político. La legalidad internacional, en casos significativos, o sea, aquellos en los cuales están envueltos los Estados con derecho de veto o aquellos que tienen una innegable importancia en el sistema internacional (Japón, Alemania, India, Brasil, por ejemplo) se acomoda a los consensos predominantes y, claro está, a los unánimes. En el sistema internacional todavía el poder prevalece sobre la legalidad. No siempre, pero sí en casos cruciales. Dos situaciones revelan muy bien esta situación: la intervención de la OTAN, con el liderazgo de los Estados Unidos en Kosovo, se realizó sin el consentimiento del Consejo de Seguridad. Pero estaba el consenso trasatlántico: Estados Unidos, Canadá, Europa. Rusia estaba en desacuerdo. El asunto pasó casi desapercibido. En el caso de Iraq, no hubo ese consenso predominante. Ni siquiera el de los miembros del Consejo de Seguridad que carecían de veto. Entonces funcionó el mecanismo de la "coalición de los voluntarios" y la legalidad no se despreció, simplemente se construyó un argumento basado en las resoluciones anteriores referidas a Iraq. Aquí había un alto grado de disenso entre los Estados con derecho de veto y otros países importantes. La controversia pública fue más encendida que en el caso de Kosovo. Así, pues, la pregunta se enmarca en este contexto. Y la respuesta esta implícita en el párrafo anterior. Si hay un consenso predominante o unánime en cuanto a una intervención militar, la ONU recupera su papel que no es autónomo sino dictado por los países que la integran; y en

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Doctor en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional, Profesor de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes. ** Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. *** Ph. D. en Relaciones Internacionales, Profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

los casos de paz y guerra, determinado, principalmente, por los países con derecho de veto. Así ha ocurrido en el pasado: Iraq, l991-92, Corea, 1950. En otros, simplemente, la ONU no se ha dado por enterada o "deja hacer, deja pasar". Los ejemplos son innumerables. Recordemos algunos: las acciones de Estados Unidos en Guatemala (l954), Bahía de Cochinos (1961) Republica Dominicana (l965) Granada (1983); la de la URSS en Afganistán (1979); la de Argentina en las Malvinas (1982); la de Iraq en Kuwait (l990) para mencionar tan solo unos cuantos. ¿Entonces? Es bien claro que no ha existido un marco legal eficaz que regule la guerra o las intervenciones armadas. Ni creo que lo ocurrido ahora fortalezca ese débil régimen. Mucho menos en tiempo de terrorismo. Y menos aun en presencia de la Doctrina Bush sobre los ataques preventivos, que va en abierta contradicción con la letra de la Carta de la ONU. ¿Pero cómo someter a la decisión de otros las prevenciones y temores de una nación sobre su seguridad? ¿Y, sobre todo, cómo aspirar a que la única superpotencia sobreviviente someta la preservación de su seguridad a la voluntad de otros? ¿Es eso realista después del 11 de Septiembre? El mundo está experimentando cambios formidables. La estructura de poder internacional es hoy bien diferente a la de l945. Y como escribió Hans Morgenthau, el derecho internacional es "una ideología del statu quo". Las relaciones entre poder y derecho son más claras en la vida internacional que en la política doméstica. Y las nuevas nociones de Intervención Humanitaria, derecho de intervenir, deber de intervenir y la más reciente, "la responsabilidad de proteger", referidas al papel de la comunidad internacional ante las crisis humanitarias, replantean las concepciones sobre la no intervención. La práctica nos irá diciendo cuál es el papel de la ONU. Y no las interpretaciones convencionales de la Carta. Armando Borrero: Las Naciones Unidas enfrentan la mayor crisis de confianza en sus 48 años de historia. La guerra de Iraq hizo patente lo que se perfilaba desde tiempos atrás con la incapacidad de la ONU para establecer su autoridad en el conflicto del Medio Oriente y con los fracasos en Somalia y en los Balcanes. Las intervenciones norteamericanas en Haití y en Panamá prefiguraban otro proceso, el de la creciente unilateralidad estadounidense. La guerra de Iraq desnuda los procesos que desata la lógica del poder cuando un Estado nacional supera, de manera abrumadora, el poder de los demás, no sólo en un entorno regional sino en una escala planetaria: es muy difícil sujetar su voluntad de decisión en un esquema multilateral. 153


DEBATE • Fernando Cepeda / Armando Borrero / Arlene Tickner

El papel de la ONU después de Iraq es muy incierto. La reconstitución de la confianza no se logrará sin un acuerdo nuevo sobre las reglas del juego, pero un acuerdo tal no es fácil, toda vez que requiere de una reforma del Consejo de Seguridad, tanto en su composición como en sus funciones, y de una renuncia clara de las potencias, especialmente de los Estados Unidos, a la actuación unilateral. Mientras tanto, el capítulo VII de la Carta, que autoriza la utilización de la fuerza, será un "papel mojado". Los últimos intentos de la ONU por resolver conflictos armados han sido muy reveladores: en los Balcanes fue imposible llegar a un acuerdo sin el liderazgo estadounidense. Ni siquiera Europa (gigante económico pero enano político) pudo movilizar voluntad y capacidad política para superar un conflicto que le atañía como ninguno otro, en los últimos tiempos. El desafío a la autoridad de las Naciones Unidas puede ser un daño irremediable a su capacidad para intervenir, proyectar credibilidad y establecer acuerdos. No significa necesariamente el fin de las intervenciones de la Organización, pero el papel que pueda desempeñar seguramente se limitará a misiones de protección humanitaria en conflictos marginales. Allí donde se jueguen intereses importantes para la superpotencia o para una de las alianzas clave del mundo desarrollado, el papel de la ONU sólo puede ser secundario, complementario o legitimador de decisiones tomadas en otros ámbitos de poder. La lección de hoy es clara: si no hay un orden político vigoroso, no puede haber tampoco un orden jurídico valedero. El orden de las Naciones Unidas surgió de un mundo con una gran necesidad de un orden establecido, porque el desorden era sumamente peligroso, podía significar la guerra nuclear. Hoy se asiste a la ausencia de un orden político y se han renacionalizado las exigencias de la seguridad. En este contexto, el orden jurídico puede llegar a ser una mera utopía. Arlene B. Tickner: Los alcances y las limitaciones operativos de instituciones como las Naciones Unidas ante problemas de conflicto e inestabilidad en el mundo se explican, no sólo en función de la guerra en Iraq o la guerra mundial contra el terrorismo, sino también a partir de la configuración del orden internacional de la posguerra fría. Según algunos estudiosos del tema, las instituciones internacionales constituyen el vehículo principal por medio del cual las relaciones de poder y las visiones dominantes del mundo se canalizan dentro del sistema mundial. Las instituciones internacionales legitiman las ideas hegemónicas en términos ideológicos 154

en la medida en que éstas se presentan como perspectivas de aceptación universal, al tiempo que encarnan aquellas reglas de juego que facilitan la expansión del orden hegemónico. De esta forma, absorben y amortiguan posibles tendencias contra hegemónicas. Como dijera el teórico crítico Robert Cox, "la hegemonía es como una almohada: absorbe golpes, pero tarde o temprano el oponente descubrirá que es cómodo descansar sobre ella". Una de las funciones centrales de la ONU a partir de los años noventa ha sido la administración del llamado "nuevo orden mundial" a través de la naturalización de ciertos valores "universales", así como la adopción de nuevos mecanismos de condicionalidad política y nuevas formas de intervención militar. Estos últimos se aplican en función de los principios vectores del sistema actual, entre ellos, la democracia, los derechos humanos, las causas humanitarias y el libre mercado, y, luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre, el antiterrorismo. Dado que entre las grandes potencias existe un amplio consenso acerca de la importancia de dichos valores para la preservación de la paz y el orden mundiales, la aplicación colectiva de presiones y sanciones económicas y políticas para que el resto de la "comunidad internacional" se acoja a ellos se ha tornado mucho más efectiva en la actualidad. Por otro lado, el uso "justificado" de la fuerza ante situaciones de conflicto obedece crecientemente a la necesidad de defender los principios señalados en aquellos casos en los que éstos son transgredidos. De hecho, un breve recorrido por las principales intervenciones multilaterales en el período de la posguerra fría – la primera Guerra del Golfo Pérsico (1991), Somalia (1992), Haití (1993), Ruanda (1994), Bosnia (1995), Kosovo (1999) y Afganistán (2002) – deja entrever que entre las razones que los miembros del Consejo de Seguridad han aducido para justificar sus acciones priman la defensa de los derechos humanos y las crisis humanitarias. En la medida en que Estados Unidos aspira a ser el baluarte de este orden, la capacidad de acción de la ONU ante situaciones críticas de conflicto se circunscribe en gran medida a la voluntad estadounidense, máxime ante problemas estratégicos de la agenda global. Sin embargo, si bien la nueva doctrina de la diplomacia preventiva que ha formulado la administración Bush ha llevado al gobierno estadounidense a afirmar que ante potenciales amenazas a su seguridad nacional éste actuará con o sin el beneplácito de la ONU, la guerra en Iraq, antes de marcar la defunción de esta institución, ejemplifica su importancia para la legitimación de las acciones bélicas.


La ONU y la guerra en Iraq

Luego de que Washington violara la normatividad internacional y que muchos países condenaran la guerra por su carácter ilegal, los tradicionales aliados de Washington, entre ellos Alemania y Francia, han celebrado su decisión de tratar el tema de la reconstrucción de Iraq dentro de la ONU. Con ello, lo que parecía ser el final de las Naciones Unidas en tanto actor internacional ha dado lugar a una situación progresiva de normalización.

2. ¿Qué doctrina sobre la “guerra justa” se perfila y se valida después de los acontecimientos, de las justificaciones y de las conductas de los diferentes gobiernos que de una u otra manera tuvieron que ver con la “guerra de Iraq”? F. C.: Enmarcar la política en postulados éticos es un ideal que jamás debe relegarse. La guerra es una monstruosidad. Es una falla descomunal de la capacidad del ser humano para resolver sus desacuerdos. Por ello hablar de "guerra justa" es algo que, en principio, choca con los más altos ideales de la humanidad. Pero como en el mundo estamos, esa expresión parece sintetizar lo que tenemos de racionales e irracionales, de bondad y maldad, humanismo y crueldad. San Agustín y Francisco de Vittoria, entre otros, sentaron las bases de esta doctrina. Hoy diríamos que la Carta de la ONU definió el tema en un Principio que encuentra antecedentes en Conferencias y Tratados (el más conspicuo el Briand - Kellogg de l918) y que produjo una ruptura histórica en la actitud de las naciones frente a la guerra. Se trata de la prohibición del Articulo 2(4): "Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas". Clarísimo, pese a los intentos de algunos tratadistas de darle un significado menos absoluto. El terrorismo ha dado lugar a la Doctrina Bush que considera que no se debe esperar un ataque para responder en uso de la legítima defensa, como lo autoriza el Art. 51 de la Carta de la ONU. Frente a una declaración de guerra contra todos los norteamericanos –soldados o civiles– porque se les considera "infieles", se está desarrollando una nueva teoría sobre la guerra justa, a la cual se le podrían encontrar antecedentes, y que se expresó en un documento suscrito por sesenta intelectuales estadounidenses con el título: "Para qué estamos peleando" y que fue respondido por 120 intelectuales saudíes. Michael Walzer, el autor del libro

clásico sobre las guerras justas e injustas, lo firma, al igual que Jean B. Elshtain, la autora del que es hoy el libro que fija los lineamientos de la nueva concepción de la "guerra justa contra el terror", (ese es el título de su libro recientemente publicado por Basic Books que lleva este subtítulo: La responsabilidad del poder americano en un mundo violento). La carta de los intelectuales americanos contiene los elementos básicos de la nueva teoría. Ella sostiene que los movimientos violentos y radicales designados como terroristas se oponen a un principio fundacional del mundo moderno, la tolerancia religiosa, así como a los derechos humanos fundamentales, en particular, la libertad de conciencia y religión, y que deben ser la base de cualquier civilización orientada hacia el florecimiento del ser humano, de la justicia y de la paz. Quienes asesinaron a 3000 personas el 11 de septiembre –afirma este manifiesto–, que no tienen un deseo diferente al de volver a cometer esta atrocidad y, por lo tanto, constituyen un peligro claro y presente para todos los pueblos de buena voluntad en cualquier parte del mundo. Su comportamiento es un ejemplo puro, añaden los intelectuales, de una agresión desnuda contra vidas humanas inocentes, un mal que amenaza al mundo y, por lo tanto, es claro que se requiere el uso de la fuerza para eliminarlo. Y con mayor precisión afirman: "en el nombre de la moralidad humana universal, y totalmente conscientes de las restricciones y los requerimientos de una guerra justa, nosotros apoyamos a nuestros gobiernos y nuestras sociedades en la decisión de usar la fuerza de las armas contra ellos". Y, más adelante, para concluir: "Esperamos que esta guerra, al detener un mal global que no tiene límites, puede aumentar la posibilidad de una comunidad mundial basada en la justicia". El debate continúa. Es evidente que la denominada "Vieja Europa" tiene una aproximación diferente al tema. Y que basada en su experiencia histórica, la de numerosas guerras, y estimulada por los éxitos que las nuevas formas de cooperación y diálogo han tenido en la creación de un espacio europeo constituido por enemigos que se percibían como irreconciliables, piensan que estos métodos –y no la guerra– le abren al mundo el camino de una "paz perpetua" al estilo kantiano. Este es el debate planteado en ese pequeño libro que ha causado furor en Europa, llamado Del paraíso y el poder, de Robert Kagan. En todo caso, sea como fuere, sigue siendo muy válido el pensamiento de Walzer cuando dice para cerrar su libro que "las restricciones que se establecen a la guerra son el comienzo de la paz". 155


DEBATE • Fernando Cepeda / Armando Borrero / Arlene Tickner

A. B.: Un concepto de guerra justa se aleja en el contexto mencionado. En el pasado el problema se postergó: la cuestión de la justicia fue reemplazada por la cuestión de la legitimidad. En el sistema de Estados nacionales, el llamado orden de Westfalia, una guerra podía reputarse como injusta, en el plano de la ética, pero no se discutía el derecho a hacerla por parte del Estado que la iniciaba: era legítima. La anarquía hobbesiana del orden internacional quiso ser superada en el siglo veinte por las organizaciones internacionales al estilo de la Sociedad de las Naciones y la actual ONU. Apareció una noción positiva de la calificación de "agresor" y la posibilidad de sanciones para el mismo, incluso mediante el uso de la fuerza. Se echa de menos el orden de Westfalia. Hoy, las guerras sutiles, desnacionalizadas, sin sujeción al derecho, caracterizadas por la malignidad y el terrorismo, relegan la sujeción de la guerra a unas reglas mínimas de humanidad. Las debilidades de los Estados impiden la existencia de sujetos colectivos de derecho. Las asimetrías de poder acaban por validar los métodos perversos como posibilidad única de justicia para quienes no tienen la fuerza convencional. El débil se arroga el derecho de usar lo poco que está a su alcance: los métodos terroristas. En un panorama tan desolador, no queda más camino que volver a la Carta de las Naciones Unidas y rescatar al Estado Nacional como detentador responsable de la fuerza, para que la guerra, siempre mala, pueda ser por lo menos transparente en actores y métodos. A. T.: La adopción de nuevos dispositivos de condicionalidad y control por parte de instituciones internacionales como la ONU, así como las potencias mundiales, ha facilitado la representación de los conflictos bélicos de la posguerra fría como guerras justas. El carácter virtuoso y justo de éstos se desprende precisamente de su declaración en nombre de los imperativos de la civilización occidental democrática. Para ello, los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental. Precisamente, la guerra "justa" o "virtuosa" es aquella guerra virtual que CNN empezó a transmitir desde la primera Guerra del Golfo Pérsico. Son varios los factores que han posibilitado la construcción mediática de guerras que, como afirma Jean Baudrillard, no son guerras en realidad sino el simple simulacro de éstas. La instantaneidad de la guerra --su transmisión televisiva en

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tiempo real– altera dramáticamente el significado de ésta, obstaculizando la consideración ponderada de sus antecedentes, causas y consecuencias. En la medida en que la compresión del espacio-tiempo les niega a los acontecimientos bélicos su significado original, la guerra mediática se vuelve una guerra virtual o simulada. Por último, la espectacularidad de las imágenes bélicas, además de su orquestación según un guión previamente elaborado, facilita su asimilación acrítica como cualquier otro programa de televisión, performance o película. Al referirse a la primera Guerra del Golfo Pérsico, un analista de los medios afirma "pagamos, fuimos al teatro, nos reímos, lloramos, la película terminó y una hora después nos habíamos olvidado de ella". Las guerras virtuales hacen uso, además de los elementos señalados, de una combinación de imágenes y discursos que las legitiman ante la opinión pública internacional en términos de su virtuosidad. El carácter higiénico y humanitario de las guerras mediáticas, las cuales se transmiten sin sangre, sin muertos y con un mínimo de daños materiales visibles, tiende a confirmar su legitimidad. En el caso específico de la guerra en Iraq, uno de los momentos que más impacto causó fue el derrumbe de una inmensa estatua de Saddam Hussein de su pedestal por una muchedumbre que celebraba su liberación por parte de los países de la coalición estadounidense. Jürgen Habermas, al hacer alusión a esta imagen, sugiere que a pesar de la ilegalidad de la guerra en términos del derecho internacional, la eliminación del "mal" en el mundo con un mínimo de costos – un mensaje determinante que la imagen proyecta -- se convirtió en justificación suficiente El control sobre las imágenes de la guerra, el cual va orientado a convencer a los espectadores de que la acción bélica tomada es necesaria, decisiva e invencible, se complementa con la utilización de otras herramientas de tipo discursivo. No es gratuito, por ejemplo, que todas las intervenciones militares que Estados Unidos ha coordinado en la posguerra fría se hayan clasificado con nombres que aluden a su carácter loable: Justa Causa, en el caso de Panamá, Restauración de la Esperanza, en Somalia, Justicia Infinita, en Afganistán, y en la guerra más reciente en Iraq, Operación Libertad de Iraq. La alusión frecuente a conceptos como "bombas inteligentes" y "daños colaterales" tiende a reforzar lo justo y limpio de dichos operativos.


Revista de Estudios Sociales, no.15, junio de 2003, 159-162.

RESPUESTA AL DEBATE 14 : GUERRA CIVIL Carlo Nasi*, William Ramírez Tobón**, Eric Lair***

Carlo Nasi: Haré dos breves comentarios a las respuestas de mis colegas publicadas en el número anterior de esta revista. Estoy en desacuerdo con la aproximación del profesor Lair, que da a entender que es inadecuado caracterizar al caso colombiano como “guerra civil”. Aunque mis propias respuestas explican las razones del desacuerdo, quisiera agregar lo siguiente. Por una parte, es muy difícil encontrar ejemplos de conflictos violentos intraestatales donde –parafraseando a Lair– la población civil “toma las armas para enfrentarse entre sí y con el Estado”, o donde las poblaciones tengan “protagonismo y centralidad en las dinámicas del conflicto”. Dada la escasez de referentes empíricos, el término “guerra civil” tendría poca utilidad analítica, si se toma en ese sentido. Además, la forma en que Lair emplea el término “guerra civil” no especifica un umbral de inclusión ni el tipo de participación de los civiles. ¿Cuántos civiles tienen que tomar parte en las acciones armadas para poder hablar de una verdadera “guerra civil”? ¿Basta con un cuarenta por ciento? ¿Se requiere de la totalidad de la población civil? ¿O algún intermedio? En cualquier caso, ¿cómo se justifica un porcentaje y no otro? ¿Se requiere que los civiles participen en combates o basta con que contribuyan a la dinámica del conflicto en calidad de informantes o simpatizantes? Dados estos problemas y ambigüedades, yo me inclino por utilizar el concepto “guerra civil” para identificar genéricamente a distintos tipos de guerras internas en contraste con las internacionales. Por supuesto, luego de plantear la categoría general de “guerra civil”, se puede especificar si se trata de una guerra étnica, religiosa, de guerrillas y demás. Pero lo que quiero enfatizar es que el grado de involucramiento de los civiles en la dinámica de cada conflicto es una variable que vale la pena estudiar empíricamente. Si, en cambio, se vuelve un elemento constitutivo del concepto mismo

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Ph. D. en Ciencia Política, Universidad de Notre Dame. Director de Especializaciones del Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes. ** Sociólogo e historiador. Director del IEPRI Universidad Nacional. *** Profesor de relaciones internacionales, Universidad Externado de Colombia. Profesor Academia Diplomática San Carlos.

de guerra civil, el rol de los civiles se presume y ni siquiera hay que hacer el esfuerzo de investigarlo. Por otra parte, considero que la noción de “guerra contra los civiles” utilizada por Lair (y aparentemente tomada de Pécaut) es innecesaria y confunde los términos del debate. Es una noción que pretende innovar en el lenguaje a partir de una práctica que se observa en Colombia. Ello, sin embargo, desconoce que autores como K. J. Holsti han planteado que el terror en contra de los civiles es una característica básica de las “guerras civiles” contemporáneas. Es decir, la victimización de civiles no es algo que diferencie a Colombia de las guerras que han padecido países como Perú, El Salvador, Guatemala, Sierra Leona, y tantos otros. ¿Para qué introducir un término nuevo si se refiere a una práctica común a muchas guerras intraestatales desde la Segunda Guerra Mundial –e incluso antes–? La innovación terminológica tiene otro inconveniente, que es exagerar el carácter sui generis del conflicto en Colombia, lo cual nos deja sin puntos de comparación. Por eso yo prefiero acudir a términos más convencionales tipo “guerra civil” o “guerra de guerrillas”, que son perfectamente compatibles con el uso de estrategias de terror en contra de la población civil. Frente a los planteamientos del profesor Ramírez me queda una inquietud. Ramírez da a entender que si en Colombia hay una guerra civil, las negociaciones de paz pueden llevar a transacciones en materia del proyecto de Estado y de la sociedad. Por el contrario, si no hay “guerra civil” y los actores armados son simples aparatos criminales, se pregunta Ramírez, ¿qué paz se puede construir? Aunque esta pregunta es importante, quizás Ramírez mantiene una dicotomía un tanto artificial entre “guerra civil” y “empresa criminal”. Así sea cierto que el conflicto armado se ha degradado en las últimas décadas, no hay que olvidar que la guerra siempre ha sido en cierta medida una empresa criminal. Al margen de las justificaciones ideológicas, religiosas o de otra índole, las guerras casi siempre han conllevado una depredación de recursos y propiedades, así como toda suerte de actos criminales por parte de los grupos armados (piénsese en el rol histórico del botín de guerra, la violación de mujeres en territorio enemigo, como práctica común, etc.). ¿Afecta esta criminalidad el tipo de paz que se puede construir en Colombia? Sin lugar a dudas. Pero no comparto del todo la alarma que manifiesta Ramírez de cara al futuro. Los grupos armados en Colombia siempre han mantenido un discurso. Por mentiroso que parezca (o 159


DEBATE • Carlo Nasi / William Ramírez Tobón / Eric Lair

sea) frente a los hechos, el discurso de los actores armados se ha utilizado para justificar la violencia. Es decir, los grupos armados nunca han aceptado cometer actos de violencia por gusto o simple codicia. La violencia la han justificado en función de algo más, como atacar a la injusticia, avanzar hacia una mayor equidad, o redimir la patria. Lo importante aquí es que los grupos armados están amarrados por su propio discurso, así sus actos sean criminales. Si llega a haber negociaciones de paz, los grupos armados no pueden simplemente hacer caso omiso de las justificaciones discursivas que han empleado para hacer correr tanta sangre durante tantos años. De ahí que la agenda de paz probablemente incluya asuntos de interés público y no solo prebendas particulares para los grupos armados. William Ramírez Tobón: Tres preguntas nos fueron planteadas a Carlo Nasi, Eric Lair y a mí, en el debate sobre la guerra civil publicado en el número anterior de esta revista. En la primera de ellas: ¿considera usted que el conflicto armado que experimenta el país es una guerra civil?, Nasi y yo coincidimos en una respuesta afirmativa. En mi caso, ya había propuesto a mediados del año 2.000 que tal como lo señalaba Peter Waldmann, “no existe el o solo un prototipo de guerra civil, sino que el concepto abarca un amplio espectro de posibles fórmulas o soluciones”1. Con esta cita quería advertir sobre la fácil postura de quienes sobre la base de dos ejemplos históricos, las guerras norteamericana y española, se permiten generalizar el carácter central de las guerras civiles como la división de la sociedad, a la manera de un gran pastel, en dos únicos y palpables pedazos. En cuanto a Lair, opuesto a definir nuestro conflicto armado como una guerra civil ya que ello “sería caucionar la banalización del término y no otorgarle mayor contenido conceptual”, empieza por recordar en su respuesta que la idea de “guerra civil” es “particularmente polisémica”, lo cual se presta a “interpretaciones divergentes e inclusive imprecisas”. Lo curioso es que Lair cae en la tentación de alimentar tal polisemia al acuñar su propia definición (guerra civil parcial o forzada para la población), sin renunciar a la alternativa de adherir a otra noción, esta vez de sus colegas académicos franceses, la cual, pese a

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William Ramírez Tobón, "Violencia, guerra civil, contrato social", en Varios autores, Colombia cambio de siglo. Balances y perspectivas, Bogotá, IEPRI- Planeta, 2000, pág. 46.

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su refinamiento verbal, société prise en otage, configura un nuevo reduccionismo dentro de la lógica del pastel al partir el escenario del conflicto en dos partes altamente desiguales: un noventa por ciento de sociedad civil como víctima y un diez por ciento de aparato de guerra como victimarios profesionales. A propósito de esa partición tan desigual de la carga del conflicto, vale la pena recordar que con el tiempo transcurrido, un poco más de tres años, desde que en el medio académico colombiano se formalizó la discusión sobre la guerra civil, ya es evidente que dentro de este debate se mueven hipótesis y conclusiones que por sus efectos estratégicos en el campo de las representaciones político-militares desatan variadas resistencias ideológicas. Dentro de estas, sobresale la renuencia a reconocer que el conflicto armado colombiano es un enfrentamiento entre ciudadanos, para lo cual se deforma la realidad de la violenta fragmentación de nuestra sociedad con nociones dentro de las cuales la guerra aparece diseñada y ejecutada por actores sin sustento social, simples máquinas de guerra que terminan por convertir al conjunto de la sociedad civil en un rehén de su aparato bélico. Las consideraciones anteriores nos remiten a la segunda pregunta del cuestionario sobre qué implicaciones políticas puede tener el calificar de guerra civil al conflicto actual, pensando concretamente en su confrontación y solución. En este punto, Carlo Nasi plantea implicaciones apenas marginales mientras que para Eric Lair el carácter de guerra civil “deja pensar” que se pueden identificar “con certeza distintos polos antagónicos (con) un fuerte respaldo entre la población”, visión esta que si bien “se aproxima en muy pocas ocasiones a la realidad local “, no tiene validez como generalización. Para mí, por el contrario, la índole de guerra civil es una condición fundamental para reconocer y preservar el sentido político no solo de la actual confrontación, sino también de las negociaciones finales como puertas para abrir la reconstrucción de la sociedad colombiana. No es que la guerra civil deje o haga pensar en fuertes respaldos de la población a los actores armados, sino que ella, independientemente de la masa de apoyo, le da a estos un irrecusable carácter social derivado mucho mas del énfasis confesional y la centralidad política de sus proyectos de Estado (para su conservación, reforma o desmantelamiento), que de los índices cuantitativos de su apoyo poblacional. En efecto, el apoyo y colaboración de los civiles a los actores armados no define la naturaleza de la contienda, sino que, como bien lo dice Kalyvas, llega


Respuesta al debate 14: Guerra civil

a ser “un componente del conflicto” y cambia y se redefine según el curso de la guerra y de sus formas de violencia.2 Finalmente, respecto de la tercera y última pregunta, (“¿qué importancia tiene el factor militar frente a otros medios que se utilicen para confrontar esta guerra?”) yo supuse que siguiendo la secuencia del tema, la respuesta debería condicionarse al reconocimiento o no de una guerra civil en Colombia. No lo entendió así Carlo Nasi que explica el factor militar dentro de los términos generales de la lucha por el poder en un conflicto armado. En cuanto a Eric Lair, su respuesta parte del aserto de que “el factor militar es primordial para comprender la trama de la guerra en Colombia”,de lo cual se sirve para hacer nuevos intentos de definiciones elusivas de la guerra civil (“guerra prolongada”, “guerra total interna”) o para consignar una curiosa terminología táctico-militar (“emboscadas oblicuas”, “persecución aérea y elusiva del enemigo”) que, como él mismo lo dice, muy poco tienen que ver con la configuración general del conflicto. Así que, concluye Lair, la guerra se desplaza hacia los ámbitos políticos y económicos y termina por inscribirse “en un conflicto de representaciones donde cada uno de los grupos armados aspira a ser depositario de la defensa del pueblo”. Sin embargo, y de lo que quizás él no es consciente, es de que ese conflicto de representaciones no se da únicamente en el campo de lo simbólico, sino que le da cuerpo a una de las realidades fundamentales de la guerra civil en Colombia: la de que las opuestas representaciones sobre la “defensa del pueblo”, es decir sobre lo que deben ser el Estado y la sociedad civil en los proyectos de país, están personificadas y acreditadas formalmente por unos actores bélicos que reivindican su crítica de las armas como la única crítica social posible y efectiva dentro de un orden de profunda inequidad. Si, como se deduce de lo anterior, la guerra civil confiere, de hecho, un estatuto político a los actores de la contienda, es claro que el factor militar es uno de los medios, pero no el único ni el principal, para confrontar el conflicto armado. La guerra civil niega tanto el aniquilamiento físico como el político de los contendientes ya que el proyecto vencedor solo puede, para reconstruir la

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Stathis Kalivas, "La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teoría", en Análisis Político, no. 42, enero-abril del 2001, págs. 4 y 10.

convivencia, asegurar un nivel de hegemonía indispensable que le permita integrar socialmente una masa significativa de grupos e individuos tras la tarea de reconstruir el tejido de leyes y normas indispensables para el funcionamiento de la sociedad. La guerra civil, por su propio carácter, implica la salida negociada (ya sea en el caso de transacciones sin derrota militar, o en el de una eventual capitulación) como la única forma de encarar la finalización del conflicto según protocolos de tipo jurídico asimilables por el ordenamiento básico institucional. En fin, esto de la importancia de la definición de “guerra civil” respecto de posibles consecuencias políticas, militares y jurídicas en el campo de la comprensión y regulación del conflicto colombiano no es, como algunos lo dicen, un asunto abstracto o una viciosa complacencia intelectual, sino la vía más adecuada para comprender y regular nuestra conflagración nacional Eric Lair: A la luz de las respuestas de los profesores C. Nasi y W. Ramírez en el número anterior de esta revista, la reflexión acerca de la idea de “guerra civil”, empleada para caracterizar la situación bélica en Colombia, es la que más se presta a debates. En desacuerdo con estos dos estudiosos de los fenómenos de violencia, pensamos que la calificación de “guerra civil” plantea una serie de interrogantes no resueltos y contribuye, inclusive, a generar cierta “opacidad” alrededor de la naturaleza de la guerra que azota hoy al país. Nuestra reticencia inicial a recurrir a la tesis de la “guerra civil” procede en gran parte de la dificultad de sus defensores para precisar las fronteras de una noción, cuyos confines quedan inciertos, a partir de ejemplos históricos comparativos. En una perspectiva moderna, W. Ramírez sugiere con certeza que esta categoría de conflicto se enmarca dentro de los límites del Estado-nación (aunque pueda tener crecientes dimensiones internacionales), y opone de manera violenta actores políticos y sociales que desarrollan lo que podríamos llamar un “imaginario de guerra colectivo” potencialmente desestabilizador para la cohesión de la sociedad. Por estimulante que sea, este enfoque no discute lo suficiente el papel de la civitas, es decir la comunidad de los ciudadanos, en el desarrollo de la dinámica conflictiva para comprender lo que se entiende por “civil”. Ante la necesidad de profundizar en esta dirección, C. Nasi afirma que no se trata de “[...] atribuirle al concepto de “guerra civil” una extensa lista de propiedades [...]” y da la impresión de satisfacerse de la acepción 161


particularmente evasiva propuesta por Peter Wallensteen para quien una guerra civil es un conflicto armado de índole interna que causa al menos mil muertes al año (sin que se explique el porqué de semejante delimitación cuantitativa), pretendiendo que dicha definición ha sido aceptada por amplios círculos académicos. Ahora bien, la referencia a la “guerra civil” no ha suscitado consenso sino controversias e inconformidad en ciencias sociales y políticas, más allá del caso colombiano. Desde la Segunda Guerra Mundial, y en especial al salir del antagonismo “este-oeste”, se ha cuestionado paulatinamente su valor heurístico a medida que se iban multiplicando y diversificando los conflictos armados intraestatales. Historiadores como Dimitri Nicolaïdis, Nicole Loraux, Jean-Clément Martin o aún Gabriele Ranzato han puesto en evidencia los “usos y abusos” y las ambigüedades de esta expresión genérica que abarca contextos de una gran heterogeneidad y merece aclaraciones. Si no intentamos darle mayor contenido conceptual, la noción puede remitir a cualquier guerra interna sin que se sepan cuáles son sus rasgos específicos que la singularizan entre otras. El riesgo es entonces banalizarla, quitarle toda “utilidad” científica por el largo espectro de situaciones bélicas contempladas y, finalmente, “oscurecerla”. Por eso, siguiendo algunas consideraciones de los autores mencionados antes, proponemos una visión estricta o “clásica”, articulada en torno a la participación de la población en el conflicto. En complemento de los criterios enunciados por W. Ramírez, la contribución masiva del pueblo al esfuerzo de guerra, con procesos de división y polarización claros del tejido social en distintos bandos, nos parece un parámetro fundamental constitutivo de las “guerras civiles”. Por supuesto, es menester agregar que esta participación no es totalmente espontánea y voluntaria ni exenta de prácticas de terror por parte de los beligerantes como lo recuerda C. Nasi. Además, habría que explicitar el alcance de la participación poblacional (motivos, modalidades, fluctuaciones en el tiempo y el espacio, etc.) para dibujar una tipología de las “guerras civiles”. Sin embargo, a diferencia de C. Nasi, consideramos que estos criterios elementales han sido inherentes a varias contiendas armadas, y no casi exclusivamente a las guerras de “secesión” estadounidense y española de los años treinta. Pensemos al respecto en la participación significativa de la población en la trama conflictiva, en:

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China, en la época de la lucha entre nacionalistas y revolucionarios; Colombia, durante la “Violencia”; Nigeria, a finales de la década 1960 y el Líbano, entre 1975 y 1992, sólo por citar ejemplos recientes. Al igual que otros escenarios bélicos actuales, el conflicto colombiano se distancia de esta mirada a la “guerra civil” por falta de grandes referentes compartidos entre los protagonistas armados y la mayoría de la población y por la proliferación de actos coercitivos destinados a obligar al pueblo a tomar partido en la confrontación (apoyo popular precario y versátil). De allí, nuestra inclinación por la idea de una “guerra civil forzada” o de una “guerra contra los civiles”. Argumentar que Colombia vive una “guerra contra los civiles” no debe interpretarse en el primer sentido de la palabra. Esta expresión no significa que se haya abandonado la guerra contra el Estado o que las poblaciones sean sistemáticamente eliminadas. Quiere más bien traducir el hecho de que la población se ha vuelto el principal, pero no el único, “centro de gravedad” del conflicto. Ésta es simultánea o sucesivamente el objetivo y el medio de una guerra multidimensional y compleja en la cual los beligerantes procuran debilitar al enemigo o acumular fuerzas, sin agostarse en largas campañas de combates directos. Para concluir, cabe preguntarse si esta reflexión no conduce en filigrana a indagar también en la dinámica militar de la guerra, la cual ha sido poco analizada hasta hora, para ver en qué condiciones se puede esbozar un proceso de negociación involucrando a todos los actores armados. “Reconocer la guerra para construir la paz”, en alusión al título de un libro publicado por la Universidad de los Andes, hace algunos años, podría ser uno de los principales retos de la sociedad colombiana en un momento en que se han alejado las perspectivas de una solución negociada al conflicto. Se requieren contribuciones.

Bibliografía Ramírez Tobón, William, “Violencia, guerra civil, contrato social”, en Varios autores, Colombia cambio de siglo. Balances y perspectivas, Bogotá, IEPRI- Planeta, 2000, pág. 46. Kalivas, Stathis, “La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teoría”, en Análisis Político, no. 42, enero-abril del 2001, págs. 4 y 10.


Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 165-167.

LA GUERRA FRÍA EN RETROSPECTIVA* David Miller Traducción de Laura Quintana**

El único gran fantasma que perseguía a los líderes políticos y militares durante la Guerra Fría era la guerra nuclear, y era una amenaza que influenciaba cada decisión de algún significado. Igualmente, era una amenaza que sólo unos cuantos entendían, y un asunto acerca del cual se pronunciaban un sinnúmero de absurdos. Tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia ensayaban, regularmente, en sus ejercicios, el uso de armas nucleares tácticas, tratándolas como cierta forma superior de artillería. El hecho era, sin embargo, que de haberse usado una sola arma nuclear se habría creado una situación completamente nueva. Y como no se conocía ningún método para realizar explosiones nucleares clandestinas, se debió suponer que cuando la primera arma fuera usada no habría habido duda de lo que habría sucedido. Esto fue previsto por el estratega de la Guerra Fría Hermann Kahn, quien, en los primeros días de una guerra nuclear potencial, describió la situación así: Una vez la guerra ha comenzado, ninguna otra línea de demarcación es tan clara de inmediato, tan santificada por la convención, tan ratificada por la emoción, tan baja en la escala de violencia, y –tal vez lo más importante de todo– tan fácilmente definida y entendida como la línea entre usar y no usar armas nucleares... A pesar de que la distinción entre una guerra nuclear y una guerra no nuclear tiene sus defectos, desde un punto de vista técnico, posee un significado funcional o utilidad que trasciende cualquier cuestión meramente técnica.

Esto fue escrito en la década del 50, pero continuó siendo válido durante toda la Guerra Fría, y en eso consiste el peligro de las armas nucleares tácticas.

Armas nucleares tácticas Las discusiones acerca de la remoción de fuerzas nucleares de alcance intermedio tomaron algunos años, pero una vez

estas armas fueron suprimidas bajo el tratado INF, todas lo fueron. Estas discusiones no cobijaban a las armas nucleares de corto alcance en campo de batalla, pero una vez la Guerra Fría terminó, también éstas fueron excluidas por mutuo acuerdo y sin que ninguna de las partes se preocupara por las formalidades de un tratado. Así, el presidente Georg Bush anunció, el 27 de septiembre de 1991, que todos los Lance norteamericanos y los obuses de artillería nuclear serían eliminados, incluyendo aquellas cabezas nucleares que habían sido suministradas a los aliados. Esto fue seguido, rápidamente, en octubre 5 de 1991, por un anuncio del presidente Gorbachev, quien afirmó que todos los proyectiles nucleares soviéticos, las minas nucleares terrestres y las cabezas nucleares de mísiles no estratégicos (Frog, Scud y SS-21), serían destruidos también. El proceso fue ratificado por el grupo de planeación nuclear de la OTAN, que declaró, el 18 de octubre de 1991: "Continuaremos, por tanto, fundando en Europa fuerzas nucleares subestratégicas, actualizadas y efectivas, pero consistirán solamente en una aeronáutica de doble capacidad". Restaba sólo Francia, pero en 1992, el presidente Mitterrand anunció, primero, que la disponibilidad de todas las fuerzas nucleares de su país había sido reducida y, luego, que había decidido desmantelar, por completo, los regimientos de plutonio; esto último ocurrió en 1993. Las armas nucleares estratégicas crearon dos tipos principales de dificultad. Primero, de haber sido usada una sola de ellas, el umbral nuclear habría sido traspasado. Segundo, habría sido extremadamente difícil distinguir entre armas tácticas y estratégicas. El Pershing II norteamericano, por ejemplo, tiene un alcance de 1,800 Km –suficiente para alcanzar objetivos dentro del límite occidental de la Unión Soviética –mientras que el SS-12 soviético, con una trayectoria de 900 Km, hubiera podido alcanzar objetivos en el sureste de Inglaterra o el este de Francia desde puntos de lanzamiento al este del Elba. Francia, la Unión Soviética y el Reino Unido habrían considerado esos golpes como estratégicos. Se daba, por tanto, –posiblemente e, incluso, como algo inevitable–, el peligro real de que la parte que lanzara armas nucleares habría podido clasificarlas como tácticas, en tanto que éstas habrían conducido a una irremediable guerra nuclear global.

Conflicto bélico nuclear * Miller, David, The Cold War: A Military History, St. Martin’s press, 1999. ** Filósofa de la Universidad de los Andes, Estudiante de la Maestría en Filosofía, Universidad Nacional.

Había una escuela de pensamiento, particularmente en los Estados Unidos, que consideraba que “el conflicto bélico 165


DOCUMENTOS • David Miller

nuclear” (esto es, un conflicto prolongado en el que se usan armas nucleares) sería posible. Sin embargo, resulta altamente cuestionable que las fuerzas militares hubieran podido continuar luchando, por largo tiempo, bajo condiciones nucleares. Ciertamente, no resulta improbable que la lucha se hubiera vuelto imposible y que, por lo menos, algunos elementos de las fuerzas militares sobrevivientes, de ambos bandos, habrían dejado de funcionar como organizaciones militares razonables. Uno de los rasgos de las armas nucleares de campo de batalla era que su uso hacía parte de cada ejercicio considerable de campo, de la OTAN, en los 70 y los 80. El patrón acostumbrado fue que el ejercicio se desarrollara continuamente hasta un clímax que a su debido tiempo llevara a la “descarga nuclear” y al lanzamiento de las armas nucleares de campo de batalla. Los oficiales y las tropas siempre acogieron esto, pues la experiencia mostró que era la señal más cierta de que el ejercicio concluiría en las siguientes dos o tres horas. Así que, la situación de encontrarse bajo un ataque nuclear prolongado no sólo no formaba parte de los ejercicios, sino que parecía que quienes los planeaban la consideraban simplemente inimaginable.

Los planes Resulta poco pertinente intentar calcular si alguno de los planes tácticos o estratégicos realizados por cualquiera de los dos bandos habría sido o no exitoso. Una de las mayores lecciones que se pueden derivar de un estudio de historia militar es que, mientras pocas batallas han procedido de acuerdo con el plan de los generales o los almirantes, la mayoría de ellas, y, virtualmente, todas las guerras, no lo han hecho. El mayor problema al tratar de predecir el posible progreso de las batallas o las campañas es que el resultado de cada evento constitutivo debe ser decidido antes de avanzar a considerar el siguiente evento. Pero llegar a tales decisiones implica una serie de juicios acerca de cómo los diversos participantes podrían haber reaccionado. Por ejemplo, uno de los eventos considerados por el libro The Third World War [La Tercera Guerra Mundial] era un ataque soviético, que usaba un SS-17 ICBM, sobre la ciudad británica de Birmingham, que quedaba completamente devastada. En el libro, la respuesta por parte del Reino Unido y los Estados Unidos (con la aprobación de Francia) consistió en el lanzamiento de cuatro armas SSBN, dos por cada país, dirigidas hacia la ciudad soviética de Minsk. Aunque tal escenario no es totalmente imposible, sí parece 166

improbable. Esto no significa que los autores del libro se hubieran equivocado al considerar un primer golpe “demostrativo” por parte de la Unión Soviética, seguido por una respuesta del mismo tipo por parte del Reino Unido y los Estados Unidos; sólo significa que los autores tuvieron que presuponer una secuencia de acciones y reacciones en la Unión Soviética y, subsiguientemente, en Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos que en la realidad de ningún modo habría sucedido, o si acaso de una manera completamente distinta. Así, es simplemente imposible estimar si los planes de ataque soviéticos descritos en este libro hubiesen resultado exitosos, o si las defensas convencionales de la OTAN, descritas en capítulos precedentes, se hubiesen sostenido, bien enteramente o bien, en parte. Así mismo resulta imposible predecir si ambos bandos hubieran autorizado la descarga nuclear y, en ese caso, dónde y bajo qué circunstancias. Durante el debate público sobre armas de radiación intensiva, por ejemplo, el presidente Jimmy Carter declaró: La decisión de usar armas nucleares de cualquier tipo, incluyendo armas de radiación intensiva, quedará en mis manos, no en las manos de comandantes de teatro local. La decisión de cruzar el umbral nuclear sería la decisión más angustiosa que tendría que hacer cualquier presidente. Puedo asegurarles que estas armas, es decir, armas de radiación intensiva de bajo rendimiento, no harían esa decisión más fácil.

Sería fácil sugerir, juzgando a partir de sus actuaciones en otros hechos, que el presidente Ronald Reagan habría podido estar más preparado para expedir ordenes de ir a la guerra o para la lanzar ICBM, que el presidente Jimmy Carter, y que la primer ministra Margaret Thatcher habría estado más dispuesta a lanzar el SLBM británico que el primer ministro Harold Wilson. Pero es imposible apreciar cómo cualquiera de los cuatro habría podido comportarse, si hubieran sido forzados a enfrentar la terrible realidad. También es debatible si los soviéticos habrían usado armas nucleares. No hay duda de que las fuerzas soviéticas consideraban las "armas de destrucción masiva" como una parte integral de su doctrina operativa, y que sus planes adoptaban su uso en un estadio bastante temprano. Esto no quiere decir, sin embargo, que las habrían usado de hecho; en efecto, ya que ellos habrían atacado presumiblemente a Europa occidental para capturarla intacta, en lugar de invadir una tierra yerma por la acción nuclear, se podría sostener que tenían todo incentivo para


La Guerra Fría en Retrospectiva

no usarlas. Así, si su perspectiva de éxito en una batalla convencional parecía buena, ellos bien podrían haber renunciado públicamente a su uso, forzando así a la OTAN a seguir su ejemplo o a ordenar “primer uso”. Igualmente, no hay duda de que, por lo menos en público, la OTAN consideraba las armas nucleares de campo de batalla o como una respuesta razonable a un “primer uso” de la Unión Soviética o, por lo menos, como un último recurso en vista de una inminente derrota convencional. Adicionalmente, Occidente tenía planes de usar un pequeño número de armas nucleares en demostración de su capacidad.1 Los planes franceses también incluían un golpe pre-stratégique, que era efectivamente un golpe “demostrativo”. Como siempre, sin embargo, el hecho de que esos planes de contingencia hubieran sido preparados no significaba que hubieran sido implementados. Dos factores que habrían sido de importancia contundente eran tiempo y comunicaciones. Los líderes se habrían encontrado bajo la presión más intensa para tomar decisiones de las cuales dependía la suerte de su país y –esto no es dramatizar exageradamente– la del mundo. No sólo se habrían tenido que tomar tales decisiones, sino que habrían tenido que tomarse en corto tiempo. Si los Estados Unidos o bien la Unión soviética hubieran detectado un golpe estratégico, masivo, en curso, entonces, descontando el tiempo para que las noticias alcanzaran las autoridades del comando nacional y para que una decisión subsiguiente de un contra-ataque fuera transmitida (y verificada) a tiempo para ser efectiva, posiblemente diez minutos, al máximo, habría sido el tiempo disponible para tomar una decisión. La historia humana contiene muchos ejemplos de armas nuevas –desde hace tanto, arcos, pólvora, artillería, ametralladoras, gases químicos, aviones, y proyectiles– que han sembrado terror en el enemigo, pero no han prevenido un conflicto subsiguiente. Hasta, precisamente, las armas nucleares. Las armas nucleares eran capaces de ocasionar más víctimas y más daño en minutos que lo que se alcanzó a lo largo de los seis años de la Segunda Guerra Mundial.

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Grandes ciudades como Detroit, Birmingham, París y Leningrado habrían quedado yermas sólo por un arma 1 MT sobre cada una; megalópolis desparramadas como la más grande, Londres, o la alemana Ruhr, habría podido requerir hasta seis. Sin embargo, como se mostró en los primeros capítulos, las dos superpotencias poseían suficientes cabezas nucleares no sólo para devastarse entre ellas, sino también a otros países. Ambos bandos en la Guerra Fría parecieron darse cuenta de que un conflicto entre ellos habría escalado, con seguridad, de uno convencional a uno nuclear, lo hubiera pretendido así o no el agresor original. Consiguientemente, no perdieron la cabeza, y por cuarenta años mantuvieron la carrera armamentista dentro de los límites de la razón– exactamente. El resultado de la Guerra Fría, por cierto, parece haber sido más propicio para la OTAN que para el pacto de Varsovia, por lo menos a corto plazo, pero el hecho de que hay un largo plazo por considerar es un tributo a hombres de buena voluntad, juicio coherente y buen sentido, de ambas partes. En verdad, se dieron momentos en la Guerra Fría en los que alguien, de un lado o del otro, consideró que un ataque habría sido una apuesta valiosa, pero cuando ello sucedió, colegas de buen sentido los refrenaron. Aún cuando una guerra en Europa central hubiera sido luchada con armas convencionales, el conflicto habría sido, en extremo, sangriento para ambos bandos, con un nivel de devastación que, de lejos, habría excedido a cualquier otro visto antes. Es probable que no ocurrió por la existencia de armas nucleares, la incertidumbre acerca de si serían usadas o no y la certeza de que de haberlo sido, habría resultado, con toda probabilidad, un cataclismo. Así que, a pesar de sus críticos, las armas nucleares tuvieron su utilidad, después de todo. La última palabra, como de costumbre, pertenece a Sun Tzu, quien afirmó: "Ganar ciento un victorias en ciento un batallas no es el colmo de la destreza. Someter al enemigo sin luchar es el colmo de la destreza."

Los planes de contingencia de Berlín ciertamente incluían uso “demostrativo” de armas nucleares – véase capítulo 32.

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Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 171-172.

NEW URBANISMS MOSTAR: BOSNIA & HERZEGOVINA Richard Plunz, Mojdeh Baratloo y Michael Conard (Eds.), New York, Columbia books of architecture (cba)/Studio Works 6. MSAUD New urbanisms 3. Columbia University Graduate School of Architecture, Planning and Preservation Fernando Viviescas M.*

El objetivo fundamental de la guerra es la destrucción de lo construido: vida y cultura y, en consecuencia, del ámbito físico en el cual ambas (y sus correlatos) se desarrollan, esto es, el espacio. De allí deriva la natural contradicción existente entre la guerra y la arquitectura y (por ese camino) el urbanismo, aunque o (justamente) porque tanto la confrontación armada como la edificación, son procesos artificiales, es decir, provenientes exclusivamente de la acción sistematizada de los hombres. De allí también proviene el sentido histórico y político que tiene la consolidación de una cultura urbanística y arquitectónica en una sociedad: ella significa la capacidad que tiene dicho conglomerado para contrarrestar el predominio de las tendencias destructivas naturales en el interior de los conglomerados humanos y/o para reaccionar y eventualmente subsanar, mediante la reconstrucción, los efectos de su materialización.

* Arquitecto – Urbanista, profesor de la Universidad Nacional.

La consciencia de esa cultura permitió que prácticamente desde el inicio de la confrontación desatada en la antigua Yugoslavia, una vez se disolvió el estado socialista, se adelantaran procesos que luego, cuando terminaron los enfrentamientos, permitieron abocar el proceso de reconstrucción de sus ciudades y por ende de la sociedad; y es ella lo que da contexto a la publicación New Urbanisms Mostar: Bosnia & Herzegovina, producido en 1998 por la Escuela de Arquitectura, Planeamiento y Preservación, de la Universidad de Columbia de Nueva York.

contemporaneidad para que estos desarrollos espaciales contribuyan a propiciar y a potenciar la vigencia de la ciudad hacia el futuro en un contexto no solo postsoviético y posguerra, sino en una perspectiva de sostenibilidad.

Se trata de un pequeño aunque hermoso libro en el cual se exponen de manera sintética los resultados de cinco proyectos urbanísticos –dirigidos por los arquitectos y urbanistas Richard Plunz, director del programa de Maestría en Arquitectura y Diseño Urbano (MSAUD, por sus iniciales en inglés) de esa universidad norteamericana, Mojdeh Basratloo y Michael Conard– desarrollados por los estudiantes de dicha Maestría como guías para la reconstrucción de Mostar, emblemática ciudad de la región, y para propiciar en ella la reunificación de bosnios y croatas que han mantenido en la misma una absurda confrontación por siglos.

Así, se ubicó un proyecto en el sur de la ciudad, el South Housing Development, no solo para darle marco al Centro Histórico y aprovechar las tendencias de crecimiento de la ciudad y la topografía, sino para subsanar los problemas de infraestructura. Y se abocaron ideas para potenciar la posibilidad de la integración cultural, de un lado, rediseñando hitos urbanos de la urbe y aprovechándolos como núcleos catalizadores de desarrollos ampliados: el antiguo Bulevar, la Estación de Trenes, construida hacia finales de la década de los años sesenta, y la reactivación económica; y, de otro, pretendiendo posibilitar estrategias urbanas como llenar vacíos del entramado de la ciudad con programas de vivienda que prohíjen la integración étnica (el Front Line Project) y desarrollar el comercio y la industria sostenible mediante la renovación urbana del sector del puente sobre el Río Neretva (el Bridge Project).

Partiendo de un gran respeto por el patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad y de la región, dado el significado cultural que tiene este legado en una confrontación que basa mucho de su devenir en la cuestión ancestral y étnica, el desarrollo de los cosmopolitas grupos de urbanistas formados en la MSAUD trató de introducir los problemas por resolver en el contexto del cambio de siglo y la

Aunque la idea no es construir los cinco proyectos al tiempo, el ejercicio se desarrolló de tal manera que teniendo en consideración toda la ciudad, se presentasen cinco opciones para iniciar las labores de reconstitución del entramado urbano y la base para su reconstitución económica y social.

Conscientemente, se dejó sin tratar el problema del Centro Histórico y por ello no se tocó el emblemático Stari Most, puente que fue construido en le siglo XVI y cuya voladura por los 171


LECTURAS • Fernando Viviescas M.

croatas, el 9 de noviembre de 1993, prácticamente desató el interés internacional por atender la reconstrucción de la nueva ciudad (no sólo los alumnos que la abocaron son de distintas nacionalidades, sino que la publicación contó con el apoyo del 11 Distrito del Gobierno de Barcelona y de la Fundación Bancaixa, de España). Este libro se constituye en un testimonio de una acción mundial por reconstruir una pequeña pero histórica ciudad; del intento del urbanismo y la arquitectura de todos los lugares del planeta por encontrar un lugar activo y eficiente en un mundo que se regodea en reeditar la barbarie de la guerra como el modus operandi de la dominación y el sometimiento y de la desesperanza.

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Por ello queda abierta la pregunta que hace alguno de los colaboradores, con respecto a si ¿serán tomadas en cuenta estas ideas y se pondrán en marcha estas propuestas o, simplemente, asimilando el hecho de que han sido elaboradas a miles de kilómetros del lugar de los acontecimientos y por gentes de la más diversa procedencia, serán recibidas diplomáticamente y, luego, discretamente archivadas e ignoradas? Las respuestas, desde luego, corresponden al campo cultural y político del conjunto de la ciudadanía, pero también a la conciencia política que informe a las disciplinas de la ciudad, en especial al urbanismo y a la arquitectura para desarrollar un acción cultural y cognitiva y un despliegue político que les permita

hacer respetar el aporte que no pueden soslayar ni ética ni etimológicamente. Esto último, amargamente, nos retrotrae a nuestro entorno donde la guerra nos ha disminuido tanto que vemos las ciudades y poblados sólo como objetivos militares o cotos de reclutamiento de soldados, guerrilleros o paramilitares y donde el urbanismo y la arquitectura, como consecuencia de su debilidad teórica y metodológica, no solo siguen proyectando el país y sus edificios como si estuviéramos en paz, sino que apenas atinan a pedir que no lleguen más desplazados a nuestros grandes centros porque no hay donde ubicarlos o, peor aún, afean nuestras esquinas. Y nuestras escuelas ¿qué opinarán?


Revista de Estudios Sociales, no. 15, junio de 2003, 173-174.

EL ORDEN DE LA GUERRA, LAS FARCEP: ENTRE LA ORGANIZACIÓN Y LA POLÍTICA Juan Guillermo Ferro Medina y Graciela Uribe Ramón. Bogotá: Centro Editorial Javeriano, CEJA. 2002. Carlo Nasi*

El libro de Juan Guillermo Ferro y Graciela Uribe busca contestar la pregunta sobre el crecimiento organizacional de las FARC en las últimas décadas, tomando como marco de referencia la teoría de Ángelo Panebianco. El texto incluye un acervo testimonial valioso que permite al lector conocer diversos aspectos de las FARC por boca de sus propios comandantes. Es de destacar que este libro es producto de una verdadera investigación con trabajo de campo incluido, en contraste con tantas otras publicaciones pseudoacadémicas sobre el tema de la guerra, que no pasan de brindar opiniones (frecuentemente ideologizadas) sobre pocos hechos conocidos. El tema seleccionado por los autores implica mayores dificultades de las que usualmente se encuentran en la labor investigativa, por cuanto nos es fácil aproximarse a una organización clandestina dedicada a prácticas de guerra, extorsión, secuestro y tráfico de estupefacientes. De no ser por la ventana de oportunidad que brindó el fallido proceso de paz de la administración Pastrana, habría sido mucho más riesgoso para los autores

* Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame, Director de Especializaciones, Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

explorar distintos aspectos relacionados con las FARC, a través de fuentes de primera mano. Una primera crítica metodológica que quiero incluir es que, aunque los autores citan entrevistas con comandantes de alto nivel en las FARC, el texto omite información clave sobre la labor investigativa. Ojalá en futuras ocasiones los autores sean explícitos sobre asuntos que facilitan sopesar mejor la profundidad y calidad del trabajo de campo, como es el caso del tiempo que pasaron en el Caguán, el número de entrevistas realizadas, el rango de entrevistados, el tipo de entrevistas y preguntas, así como la triangulación realizada con la información obtenida, lo cual sirve para poner coto a las mentiras y sesgos de los relatos de una sola fuente. En cuanto al contenido del libro hay varios aspectos para destacar. El texto aborda, de manera sucinta, aspectos de la génesis, evolución, ideología, estructura, funcionamiento, financiamiento y reproducción de las FARC como organización. Para los conocedores, quizás este es un libro de pocas sorpresas. Finalmente, toca muchos temas que han formado parte del debate académico reciente sobre las FARC, como su naturaleza predominantemente campesina, su composición en materia de género, sus dificultades para penetrar en las urbes, su orientación marxista-leninista primaria, sus prácticas non sanctas tipo el reclutamiento de niños o el narcotráfico, así como los incentivos que tienen los jóvenes en las áreas rurales para ingresar a las FARC. Lo que aporta el libro es, por una parte, una lectura original del crecimiento y funcionamiento de las

FARC como organización, gracias a la articulación de la teoría de Panebianco. A este respecto, los autores introducen una dimensión interpretativa novedosa sobre el grupo guerrillero, a la vez que logran mantener un adecuado balance entre la generalidad de la teoría y la singularidad del caso. Es decir, las tesis de Panebianco se utilizan como guía general, sin que los autores fuercen la evidencia empírica disponible dentro del marco teóricoconceptual. Por otra parte, los autores logran fundamentar mejor algunas (y refutar otras) hipótesis que circulan sobre las FARC, gracias al sustento obtenido con los testimonios de primera mano. No se limitan a reproducir las declaraciones de los comandantes guerrilleros, sino que analizan, debaten, cuestionan y critican los relatos de las entrevistas, lo que le quita ingenuidad al texto. Aunque esto es positivo y le da una impronta académica al libro, quizás me hubiera gustado escuchar un poco más la voz de los autores en ciertas secciones. Por ejemplo, son un poco parcos de expresión frente a algunos argumentos que hacen parte de la mitología contemporánea de las FARC, como la tesis de que la carencia de oportunidades es una explicación suficiente del por qué tantos jóvenes, especialmente en el ámbito rural, no tienen más remedio que ingresar a las filas de la guerrilla (los autores también citan un estudio del ICBF que utiliza una muestra estadísticamente insignificante para corroborar este argumento). A este respecto, el panorama es mucho más complejo en materia de incentivos y opciones. A tal punto, que la gran mayoría de jóvenes que padecen situaciones objetivamente similares 173


LECTURAS • Carlo Nasi

en el campo, no optan por engrosar las filas de los grupos armados ilegales. De igual forma, los autores no debaten algunos paralelos bastante cuestionables que plantean algunos comandantes de las FARC, como que el secuestro extorsivo de la guerrilla es perfectamente equiparable al cobro de impuestos por parte del Estado. En materia de población afectada, proporcionalidad en el cobro, tipo de sanción por no

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pago, utilización de los recursos recaudados e implicaciones en materia de equidad, existen diferencias muy sustanciales entre los dos tipos de actividad. Los autores también parecen exagerar lo que la colectivización de bienes contribuye a la cohesión de la organización guerrillera. Diversos estudios comparativos dan cuenta del resentimiento histórico que dicha colectivización ha producido en

sectores campesinos, que terminan renegando de la izquierda y respaldando alternativas autoritarias de derecha que defienden la propiedad privada. Pero estas son reflexiones menores frente a un texto de investigación serio, sobrio, con una buena fundamentación teórica y empírica, y que incluye una síntesis muy bien lograda de buena parte del conocimiento que tenemos sobre las FARC.



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