Ideas feministas de Nuestra América

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I.8 Grupo de Mujeres de Bogotá, “Sexualidad y aborto”, en Mi cuerpo es mío. Pequeña e improvisada antología donde vemos a las mujeres hablar de su cuerpo y su deseo, finales de los años 70

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Grupo de Mujeres de Bogotá, “Sexualidad y aborto”,[1] en Mi cuerpo es mío. Pequeña e improvisada antología donde vemos a las mujeres hablar de su cuerpo y su deseo, finales de los años 70

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SEXUALIDAD Y ABORTO

Desde la instauración del patriarcado (si es que alguna vez existió el matriarcado) y con él la aparición de la propiedad privada y la familia monogámica, la mujer ha venido siendo un mero objeto como referencia directa de propiedad. Ella, incluyendo su capacidad reproductiva, ha hecho parte de los utensilios que hay que asegurar y los tesoros que hay que perpetuar.

Su alejamiento inicial de la participación directa en la producción, fue uno de los mayores condicionantes para el establecimiento de una cotidianidad creadora de ritos mágicos y usos comunes que fueron tejiendo una inmensa red en la cual ya todos perdimos la memoria, estableciéndose uno de los mecanismos ideológicos más fuertes con argumentos “científicos, biológicos, etc.” Por ello hoy en día el regreso a la producción reconocida (porque nunca dejó de producir) no es mecanismo automático para la recuperación de su identidad, pues cuando ella participa hoy por hoy en el trabajo remunerado, en su generalidad ocupa los cargos de poca iniciativa y decisión, de subalterna, secretaria, empleada del servicio doméstico, enfermera, educadora, es decir aquellos cargos que perpetúan su antigua y actual condición de mujer –madre- y ama de casa, la sombra sin voluntad ni pensamiento de la sociedad falocrática.

La especificidad biológica de la mujer en cuanto a la reproducción, es decir que sea en su cuerpo en donde se gesta el hijo concebido por ella y el hombre, aparece como condicionamiento de su marginamiento social convirtiéndose la maternidad en su propia esencia y mujer y madre constituyeron una unidad indisoluble  y única que arrebató a la mujer sus otras posibilidades, siendo referida a la vida privada a la posesión de su “propio mundo”, el hogar, en donde  ella tendrá que hacerse cargo de educar y dar de comer a sus hijos y esposo (reproducción de la fuerza de trabajo) como una obligación “natural” de la cual está excluido el hombre, quien se mueve en la vida pública como “dueño del hogar” y poseedor de la palabra, la voluntad y la decisión a nombre de que mantiene el hogar económicamente. Cuando la economía exige la incorporación de la mujer al trabajo, ésta va con los mismos atributos de su mundo privado, como subalterna del hombre, como segundona y aún participando en la producción remunerada, tiene que regresar a su hogar, a desempeñar su “natural” papel de ama de casa.

Desde niña, a ella se le ha enseñado la repetición que los ritos que garantizarán su “naturaleza de madre”, que van insertando en cada uno de sus poros su “esencia femenina”.

Su sexualidad se pierde en el olvido y sólo es la reproducción su referencia única. El hombre, quien participa en la fecundación, es educado en una sexualidad para sí mismo, viendo la reproducción como sólo de interés para la mujer.

Y entonces ese cuerpo femenino se encuentra solo, esperando un hijo por azar, y la sexualidad-placer y prolongación de comunicación de los cuerpos, es una sexualidad displacentera, al ser sólo para satisfacer al hombre y posibilidad de procreación equívoca, que cada vez alejan más a la mujer de su propio cuerpo.

Su cuerpo prolongación de su desposeimiento, territorio ajeno y desconocido, sobre el cual no puede disponer libremente; trae hijos por azar a una sociedad inhóspita, que le niega el derecho a distinguir entre su sexualidad y su reproducción, haciéndole asumir responsabilidades sin plena decisión.

La sexualidad y la reproducción no pueden seguir siendo dos cosas biunívocas; el hombre y la mujer como seres que tienen la posibilidad de elegir sus actos voluntariamente, han dado un paso adelante en relación a la sexualidad animal e instintiva, que únicamente tiene fines reproductivos.

El hombre y la mujer han encontrado en sus cuerpos la posibilidad del erotismo, del placer como fin en sí, como prolongación del ser. Deberán entonces saber cuando quieran amarse, encontrarse sus cuerpos sexualmente, como también se encuentran a otros niveles y deberán saber cuando quieren concebir un hijo. La sexualidad únicamente como fin reproductivo es algo que ha sido superado por los hechos mismos, por la realidad misma, los hombres y las mujeres no quieren amarse solo para tener hijos, las mujeres no queremos ser más madres por “naturaleza”, por azar; las mujeres no queremos que nuestra sexualidad sea sinónimo de maternidad y menos aún en una sociedad en donde somos sólo nosotras las que nos responsabilizamos de los niños, donde no se puede ser madre soltera porque se nos margina, donde no podemos trabajar porque no tenemos con quien dejar los niños, porque además de quedar en embarazo y cuidar los niños, queremos tener la posibilidad de hacer otras cosas, y por qué la mujer antes que todo es madre, y por qué el hombre antes que todo es hombre?

Tiene que existir entonces la posibilidad de que cada mujer sea dueña de su cuerpo, que pueda decidir libremente sobre él porque sólo a ella le pertenece. El aborto es el último recurso que nos debemos plantear las mujeres cuando no deseamos tener hijos, porque los abortos deterioran nuestro cuerpo. La mujer y el hombre deben poder planificar (porque además no queremos ser sólo las mujeres las que tengamos que planificar, pues no somos sólo nosotras las involucradas en la reproducción y la sexualidad pero claro, como las mujeres somos madres por “naturaleza” y ellos son padres por “naturaleza” pueden olvidarlo), necesitamos anticonceptivos que no le hagan daño a nuestro cuerpo, que no  nos esterilicen cuando no lo deseamos, que no nos traigan problemas de circulación, ni de cáncer ni de nada. No queremos planes masivos de esterilización, queremos que se respete el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo. Si la ciencia moderna está en capacidad de concebir un niño en una probeta, está en condiciones de investigar anticonceptivos, no solo con el fin inmediato de evitar los hijos, no importando de qué manera, sino pensando en primer término en nosotras, en nuestro cuerpo y garantizar sin repercusiones el poder evitar los hijos no deseados.

En nuestro país el aborto es una cruda realidad demasiado cotidiana para poder olvidarla, para poder desconocerla. Miles de mujeres sumidas en la ignorancia sobre nuestro propio cuerpo, sobre nuestra sexualidad quedamos embarazadas sin desearlo, teniendo que cargar sobre nuestras espaldas la culpa de una sociedad filistea que se niega a mirar la sexualidad como algo natural, como una necesidad biológica y humana.

En pleno siglo XX, en medio de los mayores desarrollos de la técnica, las mujeres abortamos en cuartos oscuros y clandestinos, asumiendo la culpa de una sexualidad mal llevada, mal iniciada, mal vivida.

La sonda, uno de los más rutinarios métodos para abortar, colocada por la enfermera, la comadrona, el farmaceuta o nosotras mismas, solo provoca el aborto dejando en nuestro útero restos embrionarios que dan origen a fuertes hemorragias y a infecciones que se diseminan con extrema facilidad. El legrado practicado por los médicos con curetas cortantes, lastiman los tejidos del endometrio; en éste también hay probabilidades de infección. Estas infecciones, con muchísima facilidad nos pueden ocasionar la muerte.

Relaciones silenciosas y culposas, no gritar, no volver, no recordar, entregar el dinero a tiempo, negar, eludir, y nuestro miedo, nuestro dolor, nuestra ignorancia, nuestro asombro y nuestra bronca.

Por qué dejar que se siga ignorando nuestra situación? La vecina más cercana, nuestra hermana, nuestra prima, nuestra hija y nosotras mismas, tenemos abortos y esto forma parte de nuestras conversaciones secretas. Dicen que la moral, que la religión, no nos dejan abortar; no es cierto, necesitamos abortar y abortamos convulsionadas con la problemática moral y religiosa o sin ella. No permitamos que nuestras vidas sigan siendo arriesgadas, por ojos que no quieren ver, oídos que no quieren oír, el problema que no es de ellos, la muerte que no es de ellos.

Necesitamos hablar en voz alta, hacernos escuchar y defender el derecho a nuestra vida, a disponer libremente de nuestro cuerpo, a abortar cuando lo necesitemos, con métodos sencillos poco dolorosos y riesgosos (como el método de aspiración al vacío, por ejemplo).

Si nosotras no hablamos, nadie lo hará en nuestro lugar, cada una de nosotras no es la única que está enfrentada a los problemas: nuestra individualidad, nuestra privacidad, son una trampa; somos muchas con nuestras historias en común, no queremos más identidades prestadas, impuestas, condicionadas por y para otros. No queremos ser más las sombras, queremos nuestra propia identidad.

Si una mujer no es madre

no es nada

Si una mujer no es nada

no importa.


[1] Texto del feminismo organizado desde una perspectiva socialista por grupos colombianos de finales de la década de 1970, ha sido recopilado del DVD que acompaña el libro de María Cristina Suaza Vargas, Soñé que soñaba. Una crónica del Movimiento Feminista en Colombia de 1975 a 1982, JM Limitada, Bogotá, 2008.

Written by Ideas feministas de Nuestra América

agosto 1, 2011 a 7:50 pm