viernes 17 mayo 2024

“Si una caricatura no genera controversia, no es buena”: Alarcón

por Valeria Cuatecatl

“El humor salva todo porque genera memoria; la gente recuerda más un chiste que un evento político”, comentó a etcétera Juan Alarcón Ayala (Ciudad de México, 1970), caricaturista, escultor y bailarín de nacimiento, distinguido por “hacer caramelos rellenos de cianuro”, frase que recuerda haber escuchado de “Bef”, Bernardo Fernández, lo que acentúa el carácter de sus monos plasmados en las páginas de publicaciones como Época, El Financiero y El Heraldo de México, por mencionar algunas.

No obstante, el hombre de barba tupida, anteojos y sombrero Panamá, originario de la colonia Moctezuma, que ocupa un lugar destacado entre los caricaturistas mexicanos, recordó su infancia de manera muy normal: “no era el niño extravagante que mostrara dotes en el dibujo”.

“Participé en muchos concursos infantiles y nunca gané nada. Es más, ni en el periódico mural ponían mis trabajos y fue terrible, porque una vez le hice los Niños Héroes a mi hermana y sí los colocaron en el muro”.

Facebook.com/Juan.alarcon.caricaturista/

Alarcón no tiene primeros dibujos. “Siempre me gustó y empecé a hallarles un discurso; me di cuenta de que podía transmitir mensajes específicos, sentimientos”, aseguró. “Recuerdo que dibujaba a mis compañeros en la primaria y hacía personajes de historietas con sus apodos; yo era el “Borrego” porque tenía el cabello chino y muy grande”.

En aquel entonces el caricaturista conoció también sus habilidades rítmicas: “Nadie me enseñó a bailar; todos en mi familia lo hacíamos, es algo natural que se nos da. ¡Imagínate! La Moctezuma, el Peñón de los Baños, la Morelos. ¿Cómo no íbamos a ser bailadores? Desde los siete u ocho años, además de salirme a jugar con la pelota en las fiestas, bailaba con mi hermana y los adultos. ¡Soy un bailarín de salsa y rumba cubana!

“Ya de joven iba ocasionalmente a los bailes de sonidero, y supe lo que era bailar en el barrio; hay que abrir pista y los bailarines compiten entre sí. Yo nunca llegué a ese nivel, pues era de un perfil un poco más reservado, pero indudablemente esas danzas de barrio son otro rollo”.

Su amor por el baile continúa hasta la fecha, pero cuando cursó en la Vocacional la carrera de técnico dibujante industrial mecánico “fue como haberme metido al ejército: el rigor de estudio y del dibujo era fuerte, y de allí me fui a La Esmeralda a estudiar arte. Yo quería ser arquitecto, pero cuando descubrí la escuela del Instituto Nacional de Bellas Artes, dije: ¡De aquí soy!”. Pero comentó que la disciplina que adquirió en el Politécnico compensó el carácter subjetivo de su licenciatura en escultura.

“Allí me convencí de que no existe el talento, sino el trabajo constante. A mí me funcionó generar un estilo y presentarlo; fue así que incursioné en el mundo editorial y descubrí que mis dibujos podían ser publicables”.

Egresado de la Vocacional, Alarcón realizó su servicio social en la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), en 1988. “Además de ir por las tortas y los refrescos, supieron que me gustaba dibujar y me dieron un espacio en la sección de juegos de su gaceta para hacer algún juego, las ilustraciones de ‘las 10 diferencias’ o los laberintos”.

De ilustrador a caricaturista

Paralelo a su estancia en Conasupo, el autor de No hay PAN que dure cien años, dibujó para el Periódico de Oriente e ilustró artículos para revistas. “Después me fui a El Búho y a El Universal con Paco Ignacio Taibo a dibujar viñetas por encargo. Me divertí porque hacía dibujos por placer, relacionados con temas culturales, como un caballito de mar que en la cola tenía la punta de una plumilla con tinta china. ¡Lo mejor de todo es que ya me pagaban!”.

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Más adelante, Alarcón hizo caricaturas para el periódico Voz Pública, de la Moctezuma.

En aquella publicación local a cargo de Paco Huerta, Alarcón descubrió la esencia del periodismo: vivir de los anuncios publicitarios. “Estaban los encargados de conseguir que el señor de la vulcanizadora, la papelería o la pollería, quisiera anunciarse; ellos pagaban y a cambio recibían sus periódicos. Yo creaba su eslogan: ‘Pollería LaChiquita, aquí somos bien gallitos’ y hacía el dibujo de una gallina preparando la comida. ¡A la gente le gustaba ver su anuncio en las páginas!

“En México los medios no viven de los lectores y por lo tanto es cruel que la gente se indigne de que el gobierno destine un presupuesto para ellos. ¿Cómo quieren que sobrevivan entonces? Aquí lo interesante es que con el paso del tiempo la parte administrativa se ha desligado mucho de la editorial, entonces todos los periódicos, incluyendo La Jornada, han vivido del presupuesto del gobierno, sin que eso signifique un compromiso con su línea”.

“En Voz Pública conocí la esencia del periodismo, y en La Esmeralda aprendí a no ser conformista y a cuestionar.

Con esas dos herramientas me seguí; mi oficio es la escultura, pero viví de la caricatura.

“Me gustaba hacer caricaturas del director de la escuela para pegarlas en las puertas de los salones como queja ante los nuevos planes de estudio y cambios de plantel; inclusive fui parte del consejo de estudiantes y no tuve problemas, pues la dirección entendía nuestro derecho de protestar.

“Me volví muy grillero. Entré a El Financiero, donde fui ilustrador por unos años y después caricaturista. No fue un cambio muy radical porque mis ilustraciones eran muy editoriales; siempre buscaba ‘cerrar la pinza’, y eso derivó en ser monero”.

Lejos de herir a los políticos, en sus monos Alarcón ha intentado burlarse de las situaciones: “El humor gráfico depende un 60% de tu reflexión, de lo que pienses y de tu visión; el restante es el dibujo, pero eso no significa que hay que descuidarlo. Yo creo mucho en su estética, y eso también se va consiguiendo con el paso del tiempo, con la práctica”.

“El político es un personaje, pero su vida personal no la toco”, comentó tras dar un ejemplo de Angélica Rivera. “A la gente le gusta cómo la dibujo, es un éxito; sin embargo, no me he metido con su vida privada, nunca he dibujado a sus hijas. Yo separo el personaje de la persona, tal cómo lo hago conmigo mismo; uno es Alarcón, el caricaturista, y otro es Juan, el esposo, padre de familia, amigo, etcétera. Con tantas situaciones en las redes sociales he procurado mantener un mundo paralelo; eso me ha dado tranquilidad con la gente que se toma las cosas de manera personal”.

Publicado originalmente en el Heraldo de México

Además, “nunca vas a encontrar uno de mis cartones hecho con las vísceras; en primer lugar, porque no puedo hacerlo, y en segundo, porque me parece que el humor no sale bien si se hace enojado. Ésa es mi premisa”.

No obstante, la tiranía ha sido el sello en la relación del caricaturista con los políticos: “Cuando el secretario de Economía Herminio Blanco aumentó el precio de las tortillas, lo justificó diciendo que no era un aumento, sino un ajuste, lo dibujé comiéndose un taco de lengua. Él mandó a decir que si se comía uno de lengua, Alarcón, uno de sesos.

“Agustín Carstens me pidió que no me burlara de su físico; Elba Esther se molestó porque la dibujaba mucho y Noroña se quejó por Twitter de mis caricaturas. Mis monos son como balas expansivas y algunos no tuvieron cabida en el medio.

“Cuando Milenio era revista, de la manera más amable me dijeron que no había nada; en el unomásuno me corrieron por comentar que conocía a René Avilés Fabila, pero con El Sol de México sentí mucho coraje porque, aunque me advirtieron que no tenía posibilidades, en alguna ocasión me envolvieron algo en el mercado con una hoja que tenía una de mis viñetas. Yo la dejé entre mi carpeta de presentación y nunca me dijeron que la utilizarían; traté de comunicarme con el editor, pero melo negaban o nunca estaba”.

Para dibujar, el artista, que es también un corredor retirado y apasionado de la jarana y el huapango, se ha valido de sus vivencias.

“A mí me funciona conocer personas nuevas, caminar por la calle e ir al parque. El Metro es una fuente de inspiración buenísima, y creo que alguien debería escribir las historias que se desarrollan en su interior”, dijo tras recordar el día en que una gordísima mujer subió ebria al vagón de los hombres pidiendo sexo, al igual que la manera en que Margarito Esparza lo miraba con insistencia y girando la cabeza de lado a lado.

“Allí aprendí a no dibujar a las personas sin que se den cuenta, ya que pueden herirse susceptibilidades”, precisó tras narrar el día en un par de sujetos con pinta de gorilas intentaron golpearlo por dibujar a unas señoras desprevenidas al fondo del vagón.

Alarcón ha conocido la premura del periodismo y la ha vinculado con su vida diaria. “He dibujado borracho y el resultado es espantoso; también después de hacerle el amor a una mujer y de lamentar la partida de mis seres queridos. Cuando falleció mi abuelo, lo enterramos en el día y por la tarde ya estaba dibujando mi cartón; con la muerte de un amigo me llegó la conmoción de estar con los cuates y nuevamente tuve que volver a pensar en el tema de la ilustración. ¿Qué se hace en esos momentos? Uno se va a acostumbrando a dibujar bajo presión”.

Entre los pasatiempos del escultor que dio forma a la figura de Pascual Ortiz Rubio del Museo de Cera de la Ciudad de México, en 1993; la “tía Juana”, del Museo de Cera de Tijuana, así como al busto en honor al ingeniero José Antonio Padilla, creador del primer Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep), se encuentra el de coleccionar piedras. “He de tener cerca de 20”, mismo número de años que lleva de casado.

Publicado originalmente en el Heraldo de México

“Mi tirada era vivir juntos y casarme a los 40, pero cuando te encuentras a alguien con quien dices ‘¡Ah, jijo, me caso!’, cambia la cosa. Ya lo hice grande (28 años), según las expectativas de mis familiares más conservadores, pero hemos sido un equipo que sabe llegar a conclusiones buenas o malas para no dejar discusiones abiertas”.

Respecto a la polémica que tuvo con Helguera luego de la caricatura en la que ironizaba el apoyo que Belinda manifestó hacia López Obrador, dijo: “Si una caricatura no genera controversia, no es buena. La mejor manera de acercarse a ésta es con temas suaves, pues mucha gente no gusta de la crítica”, concluyó.

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