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La línea M del Metrocable conecta con el Tranvía de Ayacucho, que opera desde 2015.
Foto: Sebastián Morillo.

En las Comunas 8 y 9 de Medellín los habitantes se transportan volando

Van por los aires, en la Línea M del Metrocable, que opera desde febrero de 2019. Este medio de transporte les ha facilitado la vida a más de 350.000 ciudadanos de la zona.

He vivido 26 de mis 27 años entre El Pinal y Los Mangos, dos barrios de la comuna 8, en el centro oriente de Medellín. Recuerdo que uno de los primeros transportes que tuvimos fueron los ‘chevetos’, unos viejos carros de colores donde los pasajeros tenían que agacharse para no pegarse en la cabeza. Eran medios de transporte con pocas rutas, por eso había que esperar hasta media hora para ‘pescar’ uno.

Con el paso del tiempo estos autos se modernizaron y se incluyeron nuevas rutas que acortaron la demora. Después empezaron a subir buses a la zona. El transporte se hacía más cómodo con el correr del tiempo. Sin embargo, había dificultades que parecían eternas: el traslado era largo, más de media hora hasta el centro de Medellín y cuando había ‘taco’, era peor.

Además, si la gente viajaba a los municipios del Valle de Aburrá o a las zonas alejadas de la ciudad tenía que pagar dos o tres pasajes. Era caro y nada fácil.
El pasado 28 de febrero estos problemas se solucionaron.

Ese día empezó a operar la Línea M del Metrocable, un proyecto del que se rumoraba en el barrio desde que yo era un niño, pero parecía más un mito que una realidad. Ahora es un hecho y ha mejorado la economía y la imagen de nuestro territorio.
En Metrocable, desde la estación El Pinal, uno solo tarda dos minutos en llegar a la estación Miraflores del Tranvía y otros diez en llegar al centro.

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Alex Mejía, uno de los 350.000 habitantes quienes se movilizan con más rapidez y comodida gracias a la Línea M del Metrocable.
Foto: Sebastián Morillo.

En ese punto el Tranvía se enlaza con el Metro, que conectan todos los rincones de la ciudad y a los municipios cercanos ya que al ser un sistema integrado se puede pasar al Metro, Metroplús y a los alimentadores. Por ejemplo, para ir a La Estrella o a Bello, podía tardar hasta dos horas; ahora esos recorridos los realizo, máximo, en una hora. 
Por otra parte, los beneficios van más allá del tiempo.

El cable y el tranvía son más cómodos y limpios porque la gente está agradecida con el sistema; entonces todos lo cuidan y lo respetan. En horas pico hay muchos pasajeros, pero la congestión no dura mucho. Y lo mejor, uno usa todos estos servicios de transporte pagando un solo pasaje. ¡Ese es un ahorro tremendo! Y para mí es una ventaja porque lo uso cuatro o cinco veces a la semana por el trabajo social que realizo con los jóvenes de la comuna. 


Adicionalmente, las estaciones transformaron el paisaje: están decoradas con murales de Yap, un artista local; y se encuentran cerca de un parque con árboles y plantas, donde la gente se sienta a compartir un rato. Allí, por ejemplo, llega el Bibliometro El Pinal, donde se realizan talleres gratis de yoga, informática y lectura. 


El cable cambió también la perspectiva de nuestros barrios. Yo he caminado miles de veces por estas zonas, pero la primera vez que me subí en él, desde adentro me preguntaba: “¿Esa sí es la calle por la que yo paso todos los días? ¿Será otra?”. Me costaba reconocer muchos sitios porque todo se veía muy distinto desde el aire. Eso nos sucedió a muchos. Empezamos a observar de otra manera el lugar donde vivimos. Y los turistas empezaron a visitarlo.

En 2010, cuando iniciaron las obras de este proyecto, hubo gente a la que no le cayó muy bien la noticia porque tuvo que vender los terrenos donde se ubicaría la estación. Algunos decían: “¡No nos beneficia en nada porque ahora nos tendremos que ir!”. Pero la mayoría de los propietarios cambiaron de opinión y reconocieron que era muy bueno el progreso para el sector, aunque a ellos no les tocara.

En general, la gente estaba emocionada por tener un cable. Era común escuchar a los adultos mayores decir: “Ojalá eso sea rápido porque yo lo quiero aprovechar antes de irme”. Muchos de ellos se beneficiaron y hoy lo siguen haciendo. 
Para terminar, quiero contarles una anécdota. Aunque los primeros días no había que pagar el pasaje, era gratis, muchas personas no querían subirse, esperaban que los vecinos probaran primero para estar seguros de que no se iba a caer. Mi abuela Aurora era una de ellas y decía: “¡Yo en eso no me monto!”. Pero después de subirse la primera vez siguió usándolo una semana seguida; sin tener a donde ir, solo por repetir la experiencia.