Por Javier Pioli, desde Colonia.

Hay alimentos que están al alcance de la mano, frescos y sin envoltorios molestos. Alimentos que están ahí a fin de mes, cuando el cinturón puede apretar más o cuando hay que pensar alternativas para llevar a la mesa.

A veces se conforman con unas macetas, otras veces con un metro cuadrado y unas horas de sol. Plantas que nos alimentan a cambio de un poco de cuidado. Nos dan saberes que después podemos compartir.

Hoy Javier nos cuenta sobre una fruta que conoció por casualidad, cuando alguien le mandó unas plantas de regalo. Sabía que se llamaba “uchuva” y que el fruto era comestible. Lo demás lo fue aprendiendo a ensayo y error, preguntando a veces, leyendo las señales que va dando la planta.
Lo curioso de la uchuva es que, aunque pocas personas la conocen en Uruguay, ella es mucho más americana que la manzana. Dicen que es una planta originaria del Perú, pero se adapta bien a nuestra región. No requiere de un cuidado muy especial, y da un fruto que se oculta dentro de algo muy parecido a un farolito de papel. Un fruto que sirve para comer crudo, en salsas, en mermeladas.

Javier cuenta que a esta altura del año, a poco de comenzar el invierno, la planta sigue dando frutos. Despertar cada mañana y ver que amarillean nuevos farolitos nos hace sentir una extraña gratitud. Agradecimiento con eso que aquí llamaron Pachamama; Dios de tierra y sol, que a viento y agua extiende su mano y da.
Día a día, farol a farol.

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