viernes, 6 de mayo de 2016

Jaime Bateman, susto histórico de la oligarquía. A 33 años de su paso a la inmortalidad

Por: Ricardo Garzón – El Embudo

Y te trepaste en esa avioneta, Flaco. Y después Iván Marino al techo de la casa en Cali. Y luego Álvaro a  la sala de un apartamento en Bogotá. Y posteriormente Carlos a un avión rumbo a tu Costa. Y todavía no regresan. ¿Qué carajos pasa con ustedes que llevan tanto tiempo ausentes? ¿No saben que al país se lo está llevando el putas?
Volvé Flaco – Nélson Osorio

Cualquier colombiano que quiera un camino, un sendero para superar el individualismo, el egoísmo, el marginamiento, podrá encontrar una fuente de vida, de ejemplo, en el compañero Jaime.
Ricardo Lara Parada


Jaime Bateman Cayón, El “Flaco”, el comandante Pablo, retorna. Como el legendario Quetzalcoatl que prometió regresar y llevar a su pueblo por los caminos de la felicidad, Bateman emerge y se propaga como reguero de pólvora. Hoy, 28 de abril, a 33 años de su paso a la inmortalidad este guerrero total sigue incomodando, hostiga, se acrecienta. Su proyecto democrático y popular continua inconcluso, pero presente en los sectores populares que en diferentes formas y colores siguen intentando alcanzarlo.

En abril, tiempo de mangos, lo encontramos siempre de la manera menos pensada, caminado por la carrera séptima como cualquier pingo, cavando túneles cerca al Cantón Norte o merodeando la Quinta de Bolívar. También nos lo cruzamos en Mocoa, en el Caquetá, o en la Universidad Nacional con su gabán pronunciadamente desteñido, verdoso y gastado. Pero la mayoría de veces nos lo cruzamos en Santa Marta y él, en pantalón de baño y con tremenda carcajada nos recibe, nos saluda y nos brinda piña colada, su bebida preferida. Estos encuentros nos conmueven, nos dan fuerza, pues, en un mundo hipócritamente tibio, pacato y cobarde donde muchos se acostumbraron a ceder, a tranzar, a hacer concesiones humillantes y vender su dignidad, de repente tropezarse con un radical como él –en el sentido profundo del término- es una lección de honestidad y rectitud, un aliciente que renueva el compromiso y dibuja de nuevo con claridad la certeza inaplazable de todos los que creemos que aún es posible –y sobretodo necesario- lograr una vida en dignidad, solo posible si nos decidimos a luchar por alcanzarla.

La figura de Bateman para un país como el nuestro, con más de 200 años de lucha, de acción, de astucia, de dignidad, es sin duda un pilar insustituible, un elemento constitutivo que ha marcado la dinámica colombiana. Interrogarse por su figura abre de nuevo el viejo baúl sobre el papel de los individuos y las grandes personalidades en la Historia. En la búsqueda de esa síntesis que permita dimensionar la personalidad de Bateman y su papel en la historia colombiana nos encontramos con el maestro Antonio García Nossa, un pensador latinoamericano nacido en Colombia, que –al igual que Bateman- fue un incomprendido de su época -y desconocido por muchos- en virtud de su pensamiento independiente, crítico de toda copia irreflexiva de teorías y en favor de un pensamiento autónomo y creador para América Latina. Nos lo encontramos de manera obligada pues Antonio García en su ensayo político[1] sobre el líder popular Jorge Eliecer Gaitán planteó la teoría delHombre necesario como intento para desentrañar el papel que el caudillo popular jugó en la historia del país. Desde allí entonces se intentará valorar la irrupción intempestiva y creadora de Jaime Bateman.

Jaime Bateman, un Hombre “históricamente necesario”.

El “hombre necesario”, para García, es aquel que surge creado por el instinto de conservación de las sociedades en crisis, en los momentos críticos –en ese punto muerto de las sociedades viejas o en el punto de alta tensión de las sociedades en proceso revolucionario de deshielo- en los que es necesario romper el represamiento de las fuerzas que componen la vida social. Esta teoría, no niega de ningún modo que la historia la hacen todos los seres humanos en el marco de unas relaciones sociales que les plantean limitantes sino, más bien, que la misma sociedad, emulsionada o fracturada, en momentos de desgarramiento, genera hombres y mujeres que encarnan una dirección o un sentido concreto de la historia.

Por ello cada “hombre necesario” llega a su hora y cada hora histórica produce su “hombre necesario”. Y este hombre o mujer se convierte en la síntesis dialéctica de esa hora, en el símbolo que registra su dirección. A su hora llegó José Antonio Galán el comunero; a su hora aparece Simón Bolívar; a su hora llegó Policarpa Salavarrieta, el general Melo y la organización artesana; a su hora llegaron –más próximos- Gaitán y María Cano, Camilo Torres Restrepo y Jaime Pardo Leal. La historia colombiana nos muestra con abundantes ejemplos que han surgido miles de mujeres y hombres necesarios, paridos por la historia, creados y dirigidos por ella. Todos en momentos distintos y con tareas concretas. Simón Bolívar, por ejemplo, fue el “hombre necesario” para transformar las luchas locales en una insurrección general contra el colonialismo español y la aristocracia criolla.

En esta lógica de la historia surge de igual forma Jaime Bateman Cayón, empujado a cumplir la tarea de proyectar las corrientes emocionales de los pobres de siempre. Forjado en las luchas populares, en las luchas estudiantiles, en las luchas del MRL, en las luchas con Camilo Torres, en las luchas con el campesino armado, llega a convertirse en una enérgica síntesis de su generación y de su pueblo. Todo ese recorrido político y militar de luchas lo fueron formando inconscientemente para su misión asignada por la historia. Bateman surgió como el “Hombre necesario” encargado de a) recuperar del secuestro liberal y la auto-exclusión de la izquierda tradicional la palabra democracia b) innovar las formas de hacer política de izquierda c) unir la lucha del campo y ciudad en una sola estrategia c) “nacionalizar” la revolución y darle un carácter propio d) luchar por la unidad del movimiento democrático y revolucionario y, por último, e) hablar de solución política, fin de la guerra y apertura democrática, en momentos donde era una herejía. Seis tareas fundamentales[2] que lo llevaron a convertirse en un conductor, en el sentido histórico de la palabra.

Para ello recurrió a la pasión y a su potencia porque creía más en ella que en la ideología, o en la teoría. Pensaba que la primera fuerza movilizadora estaba en los sentimientos y en la creencia. Y apuntaba que “solo cuando una ideología se vuelve apasionada, sentida como su propia carne, se transforma en fuerza real”. En eso tenía absoluta razón, decía su compañero y amigo Afranio Parra en sus cartas de la cárcel a Vera Grave: la idea sin corazón se encuentra desarmada, se puede tener claridad de un proyecto y sin embargo, no actuar porque no se está convencido.

Y no partía de la nada: su costeñidad desbordante y con ella, la esencia pasional de la vida caribeña, se juntaban con lo que en su juventud le aprendió al viejo Marx. En una lectura sagaz y clara dijo: “En mi juventud, un señor llamado Marx me enseño que era necesario poner a Hegel patas arriba y, siguiendo esta recomendación, entendí que había que poner la razón al servicio de la pasión (…) Sin pasión no hay creación de ninguna naturaleza”[3]. Creía que el amor y la revolución se parecían, tenían en común la necesidad de desbordar la pasión, una que no se podía esconder con una falsa decencia y que se convertía, a fin de cuentas, en la expresión activa del corazón. Una pasión que se volvía fundamental en política, para hacerla y analizarla, para que no fallara y fuera consecuente.

Fue a inicios del siglo XX -en la misma patria continental donde vivió y murió Bateman- José Carlos Mariátegui quién planteó que la fuerza de los revolucionarios no estaba en la ciencia –en su método- sino en su fe, en su pasión, en su voluntad. El Che, por su parte, lo había advertido repetidas veces: el amor es la clave fundamental que empuja al revolucionario a entregar su vida. El Flaco, en esa herencia, años después, dijo que “el amor es la certeza de la vida, la sensación de la inmortalidad”. Su idea y forma de entender la revolución no eran tuerca suelta en la historia. Bateman hablaba de “fuerzas escondidas, intuiciones certeras, poderes que se hallan agazapados” como factores que construían la llamada cadena de afectos, una forma de  expresar en la práctica la atracción apasionada entre el pueblo y sus conductores más genuinos, pero también entre camaradas, compañeros y compañeras de un camino colectivo. El Flaco, tal vez sin saberlo, se convirtió junto a Mariátegui y el Che Guevara en lo que Michel Lowy[4] llama marxista romántico. Si existió una relación de Bateman con el marxismo -más allá de las ideas fundamentales- se encuentra especialmente en el componente romántico que posee esta idea.

Por eso tuvo la capacidad de convertirse en un “hombre tormenta”, en un “imprescindible”, en un “guerrero total”, en un conductor de pueblos. Bateman fue uno y todos a la vez porque, al igual que Gaitán y los grandes líderes y lideresas populares, poseía una sensibilidad capaz de captar y resumir el impulso del alma colectiva de los pueblos, de despertarles la potencia pasionaria tendiendo un puente entre los ideales y la realidad. Es a la luz de esta capacidad que se puede y se debe medir la influencia, la raigambre y profundidad de calado de un líder, y no a partir de doctrinas puras o ideologías racionalizadas. Es a partir de allí que medimos a Bateman, el hombre de las dos guerrillas, uno que representa los sueños de los 60, como decía Arturo Alape, pero también los sueños de hoy -que son los mismos- en un país en el que a veces parece que no pasara nada, que no existiera el tiempo.

Bateman es un hombre que con su actitud digna, honesta y rebelde frente a la injusticia enseñó en la arena de los hechos y más claramente que mil teorías lo que es un revolucionario. Prefirió morir para forjar un pueblo libre que vivir en el seno de un pueblo muerto. Por ello rescató la pasión como fórmula revolucionaria, algo que en política no era tenido en cuenta porque no era medible o cuantificable. Por este hecho fue capaz de despertar y conducir el calor pasional y la fuerza catalítica de su pueblo, por entender el sentido mágico y potente que juega el afecto como factor profundo de la política. Su imagen permanecerá intacta en medio de tantos que por su mediocridad o inconsecuencia serán devorados por la rueda de la historia que aplasta y condena al olvido a todo el que camina contra ella o que languidece ante su ritmo.

Por su vigencia, Bateman sigue siendo susto de la oligarquía, faro de rebeldía para la juventud de Nuestra América. Como decía el sociólogo Alfredo Molano, el Flaco sale y saldrá vivo de estas páginas porque la cadena de afectos que lo mantenía no se ha roto.

Referencia:
[1] García, Antonio. (1974). Gaitán y el camino de la revolución colombiana. Bogotá: Ediciones “Camilo”.
[2] Estas serán desarrolladas en una próxima oportunidad, aplazadas solo por la urgencia que apremia publicar este artículo a la hora que se conmemora.
[3] Kielland, P. Ariza, P & Romero, C. (1992). Bateman. Bogotá: Editorial Planeta.

[4] Kohan, Nestor. “El romanticismo, componente esencial del marxismo”. Entrevista a Michel Lowy. Disponible en: http://www.rebelion.org/hemeroteca/izquierda/lowy230102.htm 

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